Progresismo e igualdad
Por Gabriel Boragina ©
Uno de los tantos mitos de las ciencias sociales, ampliamente difundido
hoy en día, es el del "progresismo". Los progresistas asumen como
suyo el ideal igualitario, entendido este como el de la igualdad mediante
la ley y no ante la ley (este último ideal propio del liberalismo). Ese
primer tipo de "igualdad" es característico de la
"igualdad" colectivista. Nos proponemos analizar en lo que sigue, si
el "progresismo" conduce realmente a esa clase de "igualdad".
La igualdad colectivista conlleva al estancamiento platónico que postula
detener todo cambio, como lo explica K. R. Popper[1].
La noción de cambio implica la de mejora o desmejora,
conceptos ambos que excluyen el de igualdad. Por lo tanto, una sociedad
colectivista no debería ni mejorar ni desmejorar (caso contrario dejaría de ser
igualitaria), sin embargo su práctica -donde se ha llevado a cabo- resultó
siempre en una desmejora de todo aquello que se pretendió "igualar".
La historia rebosa de ejemplos: cuando el nazismo pretendió "igualar"
la sociedad para que todos fueran arios, implicó el exterminio de los
disidentes y judíos, es decir, tanto en términos cualitativos como
cuantitativos desembocó en desmejora. Las experiencias comunistas de China,
URSS, Cuba, etc. dieron resultados análogos: exilio, presos políticos,
confinamientos en campos de concentración, hambrunas, fusilamientos, o sea, en
resultados netos: desigualdad (el análisis inmoral de estas colectivizaciones y
las dictaduras en las que desembocaron ya lo hemos hecho en nuestra obra Socialismo
y capitalismo).
Mientras la igualdad es estática, la realidad es dinámica, y este el
principal conflicto que enfrentan absolutamente todos los proyectos políticos y
económicos de "igualdad de oportunidades".
Lo opuesto a la igualdad es el cambio. Como dijimos arriba, el
cambio implica mejora o desmejora. La mejora la denominamos progreso, y
la desmejora retroceso. La igualdad equivale al estancamiento, pero en
materia social, como explicamos antes, en el mejor de los casos significó –por
algún tiempo- un estancamiento, pero en la mayoría de los otros, directa
desmejora, o sea, retroceso social. Por esto, un programa
"igualitario" o "equitativo" nunca puede ser
"progresista" como se le suele llamar, sino que en los hechos es
"retrocesista", "retardatario" o "regresista".
Paradójicamente, lo que usualmente en materia política y social se denomina
"progresismo" resulta (en los hechos) ser reaccionario al verdadero
progreso, en virtud de su aversión al mejoramiento social en escala. De allí,
que lo máximo que pueda lograr todo movimiento "progresista" sea el
mejoramiento de ciertos sectores sociales a costa de otros, con lo cual
se obtiene un producto de suma cero, el que por definición implica
ausencia de todo progreso neto. Lo que es "igual", no
"progresa", caso contrario no sería "igual". El
igualitarismo es incompatible (por contradictorio) con el progresismo.
Pero cabe hablar en otro sentido y referirse a un "progreso
igualitario", o en diferentes palabras a que todos progresen "por
igual". Por ejemplo, lograr que todos crezcan a una tasa de -por caso- un
5 % en una unidad de tiempo uniforme (mensual, anual, quinquenal, etc.). Sólo
en este sentido podrían conjugarse las palabras progresismo e igualdad,
donde la "igualdad" estaría referida a la tasa de progreso y
no al estado inicial ni final de los sujetos implicados.
Por lo general, estas políticas "progresistas" así entendidas
(de este último modo) se dirigen -naturalmente- a los resultados, es decir,
tendiendo a corregir situaciones iniciales que se consideran
"injustas", "desiguales" o "inequitativas",
apuntado a escenarios finales en las que todos los participantes reciban la
misma cantidad o calidad de producto. Lo que en economía suele recibir el
nombre general de redistribución de ingresos.
Pero ¿qué sucede si uno (o muchos) no quieren o no pueden
"progresar" a esa tasa fijada por las autoridades "progresistas"?
El problema ineludible que enfrentan -y ante el cual siempre han
fracasado en todo tiempo y lugar- es que las tasas de progreso de los
individuos son diferentes, por la tremenda realidad (tantas veces
negada) que los individuos son todos entre si también y del mismo modo,
diferentes. Y asimismo estos progresistas niegan empecinadamente otra
realidad vital: que en función de las naturales desigualdades biológicas
y psicológicas del hombre, en tanto algunos progresan otros desprogresan o
retroceden.
Es por esta razón que los progresistas, en tanto insisten en sostener el
ideal igualitario, deben repetidamente acudir a la fuerza para intentar
"igualar" las dispares tasas de crecimiento de los individuos a fin
de que todos puedan "progresar por igual". "Igualdad" que
se quiebra en el mismo momento en que el "progresista" debe hacer uso
de la fuerza para quitarle a Pedro (que produce 10) 5 (de esos 10) para darle a
Juan que produce 0. Con lo que se advierte que consumar el "ideal igualitario"
sólo puede llevarse a cabo a través de la violencia, y nunca por medios
pacíficos. Aquí se ve como progresismo e igualdad se oponen,
porque por los métodos "progresistas" el único que progresa es Juan y
no Pedro porque este, al perder 5 de sus 10, no progresa, sino que desprogresa.
En el "progresismo" pues, "progresan" los unos a costa
de los otros. Nada más alejado de la "igualdad" y contradictorio
con ella que el "progresismo".
El capitalismo es el único sistema donde todos realmente pueden elegir
progresar o no hacerlo. Pero en el que la capacidad potencial de progreso esta
-en principio- abierta a todo el mundo. No hay sistema más verdaderamente
progresista en el mundo que el capitalista. Incluso el proceso de
capitalización que se da en los mercados libres, hace que personas que no se
han propuesto deliberadamente progresar, lo hagan de todos modos, casi como un
efecto no querido.
Dado que el colectivismo implica al igualitarismo, es una contradicción
en términos decir que en ese tipo de sociedades existe "progresismo",
o que son (a la vez) "progresistas". "Igualitarismo" y
"progresismo" se contraponen semántica y conceptualmente. Una
política "progresista" no puede defender el ideal igualitario porque
se estaría contradiciendo a sí misma.
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