08 junio, 2013

¿Subsistirá la democracia en el siglo XXI?


¿Subsistirá la democracia en el siglo XXI?

Otto Granados

Desde el punto de vista formal, México es una democracia razonablemente funcional. Nos quejamos de su juventud, su calidad o sus imperfecciones, pero más allá de las pasiones electorales o los conflictos de coyuntura es probable que en los próximos años subsista como régimen y la discusión se centre más bien en su utilidad práctica para resolver arreglos políticos o agregar valor al bienestar colectivo.

Por una parte, hay otros elementos en el escenario político. Una composición demográfica de la sociedad mexicana para la cual vivir en democracia ya no es una demanda sino que ahora quiere buenos ingresos.


Han surgido nuevas formas de interacción, organización y participación ciudadana 2.0 que se expresan en el espacio infinito de Internet y redes y las cuales nacieron y crecieron fuera de las instituciones políticas formales.


Clases medias aspiracionales que no compiten por el poder sino por el mercado y los empleos, y son absolutamente indiferentes a la política tradicional.


En suma, lo que parece que tenemos es una vida pública con crecientes grados de desintermediación, y una comunicación más horizontal y directa que prefigura formas de expresión inédita, entre ellas la que ahora se empieza a llamar e-democracia.


Y, por otra parte, porque suele ocurrir que una vez adquirida —que no consolidada— la democracia y extendida su normalización en el paisaje cultural, en particular en la vertiente electoral, quizá pasaremos a ser, a mediano plazo, una especie de sociedad posdemocrática, en la cual ese valor sea reemplazado por la búsqueda de otros más decisivos para el ciudadano y que le importan más en sus vidas.


México tendrá entonces que repensar y reinventar su democracia porque en el futuro ésta será distinta. En otras palabras: el mundo vive aceleradamente la transición de una política de ideologías, clases e intereses a otra de causas —género, medio ambiente, educación, preferencias sexuales, derechos de los animales, bioética— e identidades múltiples —etnia, lengua, religión, cultura y sentido de pertenencia— y, por tanto, los sistemas actuales de mediación partidista perderán vigencia porque el ciudadano actuará políticamente de manera transversal, jugando roles diversos a la vez y, en suma, reinventando el ejercicio de ciudadanía de una manera más viva, directa y autónoma frente a las instituciones tradicionales.


Finalmente, la ampliación en el acceso y uso de las nuevas tecnologías de la información y las redes está configurando una fórmula muy potente de expresión directa, que ya no transcurre por partidos ni otras organizaciones convencionales y que no necesariamente acudirá a las urnas, de manera mayoritaria, porque para cuando corresponda una elección ya habrán ocurrido las cosas que más le importan.


Las elecciones, en ese escenario, no desaparecerán desde luego, pero serán más bien un acto de convalidación de decisiones públicas perfiladas con antelación.


En síntesis, México llegó a la normalidad democrática, lo que es real y saludable, pero la condición de país desarrollado con una sociedad cohesionada y vibrante dependerá de otros factores.

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