Una protesta por la historia
Es claro que han existido y
existen grandes historiadores mexicanos con quienes he contraído deudas eternas
imposibles de amortizar. Citarlos constituiría un despropósito porque correría
el riesgo de cometer una omisión imperdonable al dejar irresponsablemente algún
nombre distinguido en el tintero
En cada una de mis
novelas dejo constancia de una larga bibliografía con el consecuente
agradecimiento para los autores de las obras que me ayudaron a informarme e
inspirarme.
Solo que la presente
columna no tiene por objetivo recordar a los grandes historiadores mexicanos,
sino traer a colación a algunos de los investigadores extranjeros que tanto han
aportado al conocimiento de nuestro pasado.
Muchos de estos últimos,
la inmensa mayoría, han trabajado exitosamente las grandes biografías de
mexicanos ilustres o despreciables, contando en casi todos los casos con becas
de importantes fundaciones norteamericanas o europeas gracias a las cuales han
logrado abordar a fondo y, como muy pocos, los grandes temas nacionales.
¿Ejemplos?
¡Claro que Justo Sierra
escribió un gran libro sobre Juárez, sí, pero, según mi punto de vista, el
“Juárez y su México” de Ralph Roeder implica la existencia de una obra
monumental!
Michael Meyer retrató
como muy pocos al chacal, a Victoriano Huerta, sin dejar en el tintero su
“Mexican Rebel: Pascual Orozco and the Mexican Revolution, 1910-1915”.
John Womack en su “Zapata
y la Revolución Mexicana”, concluyó a fondo la mejor biografía que se ha hecho
en torno al máximo líder agrario de Morelos. Friedrich Katz llevó a cabo los
mejores trabajos que se han hecho en torno a la vida y obra de Pancho Villa,
sin olvidar “La Guerra Secreta en México”, un auténtico alarde de sabiduría,
también de su autoría.
Respecto a Carranza, ahí
está el “Ayer en México” de John F. Dulles; en relación al México precolombino
resulta imposible ignorar a Jacques Soustelle, “La vida cotidiana de los
aztecas”, entre otras obras del mismo autor.
¿Qué tal John Kenneth
Turner, y su “México Bárbaro”, o el “México, tierra de volcanes”, de Joseph H.
L. Schlarman o las investigaciones de Alan Knight, “The Mexican
Revolution” o William Weber Johnson y su “Heroic Mexico: The violent emergence
of a modern nation”?
Sin abandonar el ensayo
histórico es obligatorio reconocer a Egon Caesar Conte Corti, a Carleton Beals,
a Charles Gibson o a François Chevalier, entre otros tantos más.
Al año se gradúan 800
historiadores en todo el país. ¿Su destino en lugar de ejercer su profesión? La
inmensa mayoría, sálvese el que pueda, acaba trabajando en las páginas de
sociales o dando clases en escuelas primarias. Un desperdicio
académico y social.
Los mexicanos corremos el
peligro de repetir una y mil veces nuestra historia porque muy pocos jóvenes se
dedican de cuerpo y alma a la investigación con la idea de arrojar cubetadas de
luz en nuestro pasado.
¿Dónde están los grandes
filántropos nacionales como Guggenheim o Rockefeller que bequen a nuestros
muchachos sobre la base de que produzcan obras que esclarezcan nuestro pasado y
evitemos la comisión reiterada de errores imperdonables?
¿Dónde están las nuevas
generaciones de historiadores mexicanos… ? Si ejercieran su
profesión publicando libros morirían de hambre…
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