08 junio, 2013

Una protesta por la historia



Una protesta por la historia

Es claro que han existido y existen grandes historiadores mexicanos con quienes he contraído deudas eternas imposibles de amortizar. Citarlos constituiría un despropósito porque correría el riesgo de cometer una omisión imperdonable al dejar irresponsablemente algún nombre distinguido en el tintero

 
En cada una de mis novelas dejo constancia de una larga bibliografía con el consecuente agradecimiento para los autores de las obras que me ayudaron a informarme e inspirarme. 
Solo que la presente columna no tiene por objetivo recordar a los grandes historiadores mexicanos, sino traer a colación a algunos de los investigadores extranjeros que tanto han aportado al conocimiento de nuestro pasado. 
 
Muchos de estos últimos, la inmensa mayoría, han trabajado exitosamente las grandes biografías de mexicanos ilustres o despreciables, contando en casi todos los casos con becas de importantes fundaciones norteamericanas o europeas gracias a las cuales han logrado abordar a fondo y, como muy pocos, los grandes temas nacionales. 

¿Ejemplos?

¡Claro que Justo Sierra escribió un gran libro sobre Juárez, sí, pero, según mi punto de vista, el “Juárez y su México” de Ralph Roeder implica la existencia de una obra monumental! 

Michael Meyer retrató como muy pocos al chacal, a Victoriano Huerta, sin dejar en el tintero su “Mexican Rebel: Pascual Orozco and the Mexican Revolution, 1910-1915”.

John Womack en su “Zapata y la Revolución Mexicana”, concluyó a fondo la mejor biografía que se ha hecho en torno al máximo líder agrario de Morelos. Friedrich Katz llevó a cabo los mejores trabajos que se han hecho en torno a la vida y obra de Pancho Villa, sin olvidar “La Guerra Secreta en México”, un auténtico alarde de sabiduría, también de su autoría. 

Respecto a Carranza, ahí está el “Ayer en México” de John F. Dulles; en relación al México precolombino resulta imposible ignorar a Jacques Soustelle, “La vida cotidiana de los aztecas”, entre otras obras del mismo autor. 

¿Qué tal John Kenneth Turner, y su “México Bárbaro”, o el “México, tierra de volcanes”, de Joseph H. L. Schlarman o las investigaciones de Alan Knight,   “The Mexican Revolution” o William Weber Johnson y su “Heroic Mexico: The violent emergence of a modern nation”?

Sin abandonar el ensayo histórico es obligatorio reconocer a Egon Caesar Conte Corti, a Carleton Beals, a Charles Gibson o a François Chevalier, entre otros tantos más.

Al año se gradúan 800 historiadores en todo el país. ¿Su destino en lugar de ejercer su profesión? La inmensa mayoría, sálvese el que pueda, acaba trabajando en las páginas de sociales o dando clases en escuelas primarias. Un desperdicio académico y social. 

Los mexicanos corremos el peligro de repetir una y mil veces nuestra historia porque muy pocos jóvenes se dedican de cuerpo y alma a la investigación con la idea de arrojar cubetadas de luz en nuestro pasado. 

¿Dónde están los grandes filántropos nacionales como Guggenheim o Rockefeller que bequen a nuestros muchachos sobre la base de que produzcan obras que esclarezcan nuestro pasado y evitemos la comisión reiterada de errores imperdonables? 

¿Dónde están las nuevas generaciones de historiadores mexicanos… ? Si ejercieran su profesión publicando libros morirían de hambre…

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