Desde el 4 de febrero de 1992 hasta el 5 de marzo de 2013, cuando se rindió ante los dictados del destino, Hugo Chávez Frías frecuentó la escena política venezolana. Desde joven sucumbió a la ambición de poder, y desde joven conspiró para conquistarlo. Probó primero con el golpe de Estado militar y terminó en fracaso. Pero el fracaso fue su salvación. Una junta de gobierno, ¿presidida por un notable?, no habría sobrevivido 48 horas. No obstante, el clima político le fue propicio. A la conspiración militar se juntaba la conspiración civil, como si el país se hubiera fatigado de la democracia –y no faltó quien la cuestionara a fondo–­. Y en medio de la gran confusión capitaneada por los “notables”, el prisionero de la cárcel de Yare veía crecer su popularidad. Vino el sobreseimiento, el perdón, el pase de página, el olvido. Hugo Chávez Frías se enfrentó a sí mismo, el profeta desarmado que decidió recorrer calles, conversar con la gente, transitar el mapa, discurrir en las esquinas. Entonces Hugo Chávez descubrió a Hugo Chávez.