Argentina: La AFIP clausuró locales que vendían dólares a $6 pesos usando agentes encubiertos – por Carolina González Rodríguez
La AFIP, en mérito a facultades vaya a saber cuándo y cómo delegadas por los ciudadanos, clausuró ayer locales que vendían dólares a $6, en lugar de hacerlo a $4,40, por “los canales oficiales”, los que implican –de facto- la imposibilidad de hacerlo.Es una buena oportunidad para meditar sobre varias aristas de este problema. En primer término, ¿qué se compra y vende cuando se cambian monedas diferentes? Pues eso, monedas de distintos países. La moneda de Argentina es el peso mientras que la de los Estados Unidos es el dólar.
La moneda tiene una triple función, independientemente de cuál sea el estado que la emita. Es 1) reserva de valor, 2) unidad de cuenta y 3) medio de cambio. Esto significa que la moneda (cualquiera de ellas) es el resultado de la costumbre más eficiente al momento de uniformar los distintos valores involucrados en todo intercambio. Y decimos más eficiente porque, en definitiva, la compra-venta de bienes y servicios es un trueque intermediado por la moneda, como método de intercambio. Así, y dadas sus características, la moneda es mejor, en términos relativos, que vacas, o sal, u horas hombre de trabajo manual, por ejemplo.
Para el gobierno argentino esto no es así, y por alguna cuestión mística inexplicable racionalmente, los espíritus de la argentinidad se materializan a través de ese papelito (que ahora imprime Ciccone), y así, el Peso Argentino adquiere un contenido esotérico al representar, además de muchas otras cosas, la “soberanía”.
Pero dadas las condiciones generales que involucran y contienen al problema del tipo de cambio, adherimos a la primera de las teorías. Al fin y al cabo, toda compra–venta de bienes y servicios es un intercambio en virtud del cual lo recibido es más valioso que lo entregado, de acuerdo a la escala de valores propia de los que intercambian.
En consecuencia, la moneda es una unidad de cuenta porque permite homogeneizar los términos de intercambio. Es un medio de cambio por la misma razón, sirve de factor común a todos los participantes en un intercambio. Y por último, es una reserva de valor en ella misma, ya que resulta un bien apreciado porque su tenencia multiplica las posibilidades de intercambio. Quien dispone de más moneda tiene más posibilidades de intercambios, por más bienes y servicios. Esos intercambios van a tener lugar siempre en proporción a la propia escala de valores de quienes intercambien.
Hasta aquí la explicación “económica”, si se quiere. Pero además de esta sencilla caracterización, la posibilidad de intercambiar moneda, al igual que la de intercambiar cualquier otro bien o servicio, incluye e involucra una consideración filosófica: ¿por qué intercambiamos bienes y servicios?, ¿quiénes pueden hacerlo?, ¿cuándo pueden hacerlo?.
Muy sumariamente podríamos decir que el intercambio de bienes y servicios se debe, fundamentalmente a dos motivos: la escasez y la división del trabajo. La escasez es la regla. Todos los bienes, considerados de manera agregada, universal, son escasos. Aún los bienes que puedan parecer más abundantes son, en definitiva, escasos. Esa es la condición que no debe perderse de vista y que –lamentablemente- es la menos considerada al momento de expandir “derechos” que demandan la acción positiva del estado o de otros individuos. Por su lado, la división del trabajo, vislumbrada por Adam Smith como la causa fuente de la riqueza de las naciones, es el mejor antídoto contra la escasez, en tanto tiene un efecto multiplicador de bienes y servicios, combatiendo a ésta última, más ganando siempre batallas y nunca la guerra. La escasez termina por imponerse siempre…
En consecuencia, como todos somos productores y consumidores a la vez, los que podríamos adquirir dólares somos todos los que producimos algo en exceso de nuestras propias necesidades de ese bien, y los intercambiamos por los excedentes de otros (en este caso, dólares). Es decir, somos todos aquellos que preferiríamos, por nuestra propia escala de valores subjetiva, tener dólares y no pesos, guaraníes, bolívares o soles. ¿Es esto un crimen que amerite una acción tan represiva por parte del estado? ¿Puede decirse o entenderse que quienes preferimos tener esa moneda en vez de las otras, o en vez de electrodomésticos, computadoras, viajes, joyas, un jean, un par de zapatillas, una inscripción al gimnasio, una entrada al cine, o cualquier otro bien o servicio que se nos pudiera ocurrir somos más “criminales” que quienes no lo prefieran? O peor aún, ¿a quiénes dañamos los que preferimos los dólares a los pesos? ¡Y que los preferimos tanto que somos capaces de entregar hasta 6 pesos por tan sólo 1 dólar! ¿Por qué estaría “bien” preferir tener un televisor LCD a tener dólares?
El segundo, y tal vez más terrible, aspecto de estos tristes tiempos en los que nos toca presenciar el retroceso a imbecilidades probadamente ineficientes, costosas e inmorales sea la utilización de herramientas y figuras propias de la lucha contra el crimen organizado.
¿Es aceptable que en un país republicano y democratico como, presuntamente, es la Argentina tengan lugar medidas que de no ser por la gravedad institucional que representan serían entendidas, válidamente, como payasescas? ¿Cómo se llegó a la situación en la que una nación entera, todo el sector productivo sea “sospechoso”, tenga que probar su inocencia y esté sujeto a los delirios mesiánicos de un desaforado de poder como Guillermo Moreno, solventado en sus demenciales cruzadas contra molinos de viento por quien ostenta, nada más y nada menos, que la máxima responsabilidad institucional de un país?
¿Qué nos dice esta realidad? Que estos personajes siniestros y caricaturescos, propios de un folletín o una zarzuela del siglo XIX, completamente desprovistos de las habilidades y competencias que se les demanda a los líderes del siglo XXI no llegaron en 2003 de un lejano planeta llamado “Santacruzlon” o “Santacrusmedes”, sino que salieron del más básico entramado de la sociedad argentina, producto de -al momento de su lanzamiento a la política- 30 años de peronismo y populismo variopinto. Es decir, que estos payasos supieron leer con aplastante claridad la fibra del pueblo que los puso donde están ahora, ya que es imperativo no olvidar que 54% del padrón electoral (que no tiene por qué entenderse como lo mismo que “el pueblo” argentino) ratificó a la viudad de Kirchner en el cargo hace tan solo 7 meses.
En concreto, la prohibición de adquirir dólares por parte del gobierno de Cristina Kirchner no responde a ningún otro motivo o circunstancia que cuidar la posibilidad para el gobierno de disponer de dinero (en dólares) para pagar deudas con acreedores menos dispersos y dóciles que -por ejemplo- los jubilados y sus abogados, seguir importando gas y petróleo a precios de mercado internacional y continuar con medidas asistencialistas y populistas por la mayor cantidad de tiempo posible, ya que es consciente de que solo así, solo a través de la entrega de planes “descansar” y otros por el estilo pueden seguir ejerciendo el poder. Sólo manteniendo a la gente en la miseria, sin educación, sin iniciativa, sin incentivos, sin dignidad, sujeta y sometida inescindiblemente al asistencialismo menesteroso, Kirchner y sus acólitos pueden alcanzar el objetivo de perpetuarse en el poder.
Sería muy bueno contar con un pueblo enervado y alzado en cacerolas, como se lo vió en el 2001, haciendo el mismo bochinche cívico, esta vez en defensa de su libertad y de la dignidad burlada cotidianamente a manos del régimen kirchnerista, en el que todos los que anhelemos resguardar el valor de nuestros ahorros, intercambiar libremente y producir y consumir a nuestro antojo somos merecedores de espionajes, intimaciones, amenazas veladas y disciplina con sabuesos … de los perrunos y los humanos.
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