El que apuesta al peso argentino pierde
Suponga que deja olvidado un billete de
100 pesos en algún bolsillo y que lo encuentra dentro de un año. Ese
billete se habrá transformado, como máximo, en un billete de 80 pesos,
por la magia de la inflación. Suponga, ahora, que deposita 100 pesos en
un plazo fijo a un año en una entidad financiera. Cuando llegue la fecha
de vencimiento, el dinero que recibirá tendrá un poder de compra de,
como máximo, 88-90 pesos. Está claro que el que apuesta al peso pierde.
Pero como usted necesita pesos para sus gastos de todos los días y tiene
excedentes por períodos cortos, sigue demandando pesos y sigue
depositando fondos en pesos en el sistema financiero, lo mismo que las
empresas.
Claramente, usted no es tonto/a, y sabe
que ese “impuesto” que paga, es el costo por tener dinero para las
transacciones diarias, y ahorro de corto plazo. Pero si tiene excedentes
de fondos que van más allá del muy corto plazo, usted trata de mantener
su valor. Comprando un bien, o buscando activos que, según su
expectativa, lo “protejan” de alguna manera, contra la inflación. Puede
ser un inmueble, un bono, una acción, o… dólares.
El problema con los inmuebles es que
existe lo que los economistas llamamos “indivisibilidad del capital”. Es
decir, se necesita mucho dinero para entrar y no se puede salir
parcialmente. No se puede vender un dormitorio sin vender la casa.
El problema con los bonos o las acciones es que se requiere información, asesoramiento especializado, y cumplir con cierta burocracia operativa.
El problema con los bonos o las acciones es que se requiere información, asesoramiento especializado, y cumplir con cierta burocracia operativa.
Con los dólares, en cambio, los montos
mínimos de entrada son muy bajos y los trámites son sencillos o, al
menos, lo eran hasta no hace mucho tiempo.
Por supuesto que las acciones, los
bonos, los inmuebles y hasta el dólar pueden bajar de precio y, luego de
un año, se puede perder más que con la inflación. Pero no es menos
cierto, que también pueden subir de precio y mucho, cosa que con el
peso, seguro, no va a pasar.
En otras palabras, el que ahorra en
pesos tiene una pérdida asegurada, mientras que el que ahorra en
dólares, puede perder, pero también puede ganar.
En condiciones “normales” siempre existe
un precio esperado del dólar y una tasa de interés en pesos que termina
igualando el rendimiento de los ahorros en pesos o en dólares, al
menos, a priori. Es decir, si alguien espera una devaluación del peso
contra el dólar de alrededor del 20% en un año y el banco le paga por un
plazo fijo a un año 20% de interés, comprar 100 dólares hoy o depositar
100 pesos a plazo fijo y comprar 100 dólares dentro de un año, resultan
equivalentes. (Obviamente, en clima de “fin del mundo” esta relación se
rompe).
Pero sucede que el gobierno decidió, en
octubre del año pasado, después de destruir el mercado de la carne, el
mercado de la energía y algún otro más, destruir el mercado de dólares y
pesos, rompiendo la relación entre ambos al limitar la compra de
dólares en el mercado en dónde el Banco Central es oferente, obligando a
una pesificación forzada de los ahorros.
Pero la relación entre pesos y dólares
no se puede borrar con un simple “de eso no se habla”. Cuando las
expectativas de una mayor devaluación -derivadas de la revaluación del
dólar, en especial frente al real- se generalizaron y las tasas de
interés en pesos siguieron bajando, la demanda de dólares por ahorro se
incrementó. En el mismo sentido operan los aumentos salariales ya
acordados o por acordar y las necesidades de más maquinita de
Ciccone/Banco Central para cubrir el bache fiscal de Nación y Provincias
que dieron la señal de que la inflación no bajará.
En el mercado “anterior” esta mayor
demanda la frenaba la suba de la tasa de interés y/o la venta de
reservas del Banco Central. Ahora, la mayor demanda sólo la frena el
precio del dólar libre. Lo que antes se reflejaba en la tasa de interés
ahora lo mide la brecha cambiaria. El problema es que el precio del
dólar libre está distorsionado por los controles. Por eso, el precio
combina expectativas de todo tipo y no sólo las de devaluación.
Paradójicamente, entonces, Moreno fija
las cantidades de dólares que quiere tener, pero la diferencia entre el
dólar oficial y el libre, y el número al que habrá que converger cuando
se junten ambos valores, lo termina fijando el mercado. ¡Después de
todo, mi amigo Guillermo resultó un neoliberal!.
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