En defensa del Euro: Un enfoque austriaco
Por Jesús Huerta de Soto
Libertad Digital, Madrid
(Con una crítica a los errores del B.C.E. y al intervencionismo de Bruselas)
1. Introducción: el sistema monetario ideal
Los teóricos de la Escuela Austriaca han
realizado un considerable esfuerzo dirigido a dilucidar el sistema
monetario ideal para una economía de mercado.
A nivel teórico, han desarrollado toda
una teoría del ciclo que explica cómo éste es generado de forma
recurrente por la expansión crediticia sin respaldo de ahorro real que
orquestan los bancos centrales a través de un sistema bancario que opera
con reserva fraccionaria.
A nivel histórico, han explicado el
surgimiento evolutivo del dinero y de qué manera la intervención
coactiva del Estado alentada por poderosos grupos de interés ha alejado
del mercado y corrompido la evolución natural de las instituciones
bancarias.
A nivel ético, han evidenciado las
exigencias y principios jurídicos del derecho de propiedad en relación
con los contratos bancarios, principios que surgen de la propia economía
de mercado y que, a su vez, son imprescindibles para su correcto
funcionamiento.1
La conclusión de todo el análisis
teórico realizado es que el actual sistema monetario y bancario es
incompatible con una verdadera economía de libre empresa, adolece de
todos los defectos enunciados por el teorema de la imposibilidad del
socialismo, y es una fuente continua de inestabilidad financiera y de
perturbaciones económicas. Se hace imprescindible pues, un profundo
rediseño del sistema financiero y monetario mundial, que solucione de
raíz la fuente de los problemas que nos aquejan y que debe fundamentarse
en las tres reformas siguientes:
(a) el restablecimiento del coeficiente
de caja del 100 por cien como principio esencial del derecho de
propiedad privada en relación con todo depósito a la vista de dinero y
sus equivalentes;
(b) la abolición de todos los bancos
centrales, innecesarios como prestamistas de última instancia si se
cumplimenta la reforma (a) anterior, y que como verdaderos órganos de
planificación central financiera son una fuente continua de
inestabilidad, debiendo desaparecer también las leyes de curso forzoso y
la siempre cambiante maraña de regulación administrativa que de ellos
deriva; y
(c) la vuelta al patrón oro clásico,
como único patrón monetario mundial que proporcionaría una base
monetaria no manipulable por los poderes públicos y capaz de encorsetar y
disciplinar las ansias inflacionistas de los diferentes agentes
sociales.2
Las anteriores prescripciones no sólo
permitirían, como se ha indicado, solucionar de raíz todos los problemas
que nos aquejan, impulsando un desarrollo económico y social sostenible
como nunca se ha visto en la historia, sino que tienen además la
virtualidad de indicar qué reformas incrementales van o no dirigidas en
la buena dirección, a la vez que hacen posible un juicio más certero
sobre las diferentes alternativas de política económica del mundo real
que nos rodea. Es en esta perspectiva, estrictamente coyuntural y
“posibilista”, en la que con carácter exclusivo debe entenderse el
análisis de relativo “apoyo” al euro que, desde el punto de vista de la
Escuela Austriaca, pretende desarrollarse en el presente trabajo.
2. La tradición austriaca de apoyo a los tipos de cambio fijos frente al nacionalismo monetario y los tipos de cambio flexibles
Los economistas de la Escuela Austriaca
de siempre han considerado que, mientras no se logre el sistema
monetario ideal, es un grave error de teoría económica y de praxis
política el que cometen muchos economistas, especialmente de la Escuela
de Chicago, al defender tipos de cambio flexibles en un entorno de
nacionalismo monetario, como si unos y otro de alguna manera fueran más
conformes con una economía de mercado. Por el contrario, para los
austriacos, mientras no sean abolidos los bancos centrales y no se
reinstaure el patrón oro clásico con un coeficiente de reserva bancaria
del 100 por cien, habría que hacer todo lo posible para que el sistema
monetario vigente se aproximara al ideal, tanto en cuanto a su
funcionamiento como en cuanto a sus resultados. Esto exige limitar al
máximo el nacionalismo monetario, eliminar la posibilidad de que cada
país desarrolle una política monetaria autónoma y encorsetar tanto como
se pueda las políticas inflacionarias de expansión crediticia, creando
un marco monetario que discipline al máximo a los agentes económicos,
políticos y sociales y, en especial, a los sindicatos y a otros grupos
de presión, a los políticos y a los bancos centrales.
Es en este contexto, y no en otro, en el
que debe interpretarse el posicionamiento de economistas austriacos tan
conspicuos como Mises y Hayek. Así, destaca el demoledor análisis
hayekiano en contra del nacionalismo monetario y los tipos de cambio
flexibles desarrollado ya a partir de 1937 en su notabilísimo libro Monetary Nationalism and International Stability.3
En este libro Hayek demuestra que los tipos de cambio flexibles
imposibilitan una asignación eficiente de los recursos a nivel
internacional al obstaculizar y distorsionar de inmediato los flujos
reales de consumo e inversión; además fuerzan a que los ajustes reales a
la baja en los costes que sean necesarios se efectúen siempre vía
elevación del resto de los precios nominales, en un entorno caótico de
depreciaciones competitivas, expansión crediticia e inflación que además
impulsa y da cobertura a todo tipo de comportamientos irresponsables
de los sindicatos, incentivando continuas demandas salariales y
laborales que sólo pueden atenderse sin incrementar el desempleo
haciendo aún más inflación.
Treinta y ocho años después, en 1975,
Hayek sintetizó su argumento de la siguiente forma: “It is, I believe,
undeniable that the demand for flexible rates of exchange originated
wholly from countries such as Great Britain, some of whose economists
wanted a wider margin for inflationary expansion (called ‘full
employment policy’). They later received support, unfortunately, from
other economists 4 who were not inspired by the desire for inflation, but who seem to have overlooked the
strongest argument in favor of fixed rates of exchange, that they
constitute the practically irreplaceable curb we need to compel the
politicians, and the monetary authorities responsible to them, to
maintain a stable currency” (las cursivas son mías).
Y añade Hayek, para aclarar aún más su
argumento: “The maintenance of the value of money and the avoidance of
inflation constantly demand from the politician highly unpopular
measures. Only by showing that government is compelled to take these
measures can the politician justify them to people adversely affected.
So long as the preservation of the external value of the national
currency is regarded as an indisputable necessity, as it is with fixed
exchange rates, politicians can resist the constant demands for cheaper
credits, for avoidance of a rise in interest rates, for more expenditure
on ‘public works’, and so on. With fixed exchange rates, a fall in the
foreign value of the currency, or an outflow of gold or foreign exchange
reserves acts as a signal requiring prompt government action.5
With flexible exchange rates, the effect of an increase in the quantity
of money on the internal price level is much too slow to be generally
apparent or to be charged to those ultimately responsible for it.
Moreover, the inflation of prices is usually preceded by a welcome
increase in employment; it may therefore even be welcomed because its
harmful effects are not visible until later”.
Y concluye Hayek: “I do not believe we
shall regain a system of international stability without returning to a
system of fixed exchange rates, which imposes upon the national central
banks the restraint essential for successfully resisting the pressure of
the advocates of inflation in their countries –usually including
ministers of finance” (Hayek 1979 [1975], 9-10).
En lo que se refiere a Ludwig von Mises,
es bien conocido cómo se alejó de su dilecto discípulo Fritz Machlup,
cuando éste comenzó a defender en 1961 los tipos de cambio flexibles en
el seno de la Mont Pèlerin Society. En efecto, según R.M. Hartwell
“Machlup’s support of floating exchange rates led von Mises to not speak
to him for something like three years” (Hartwell 1995, 119).
Mises podía entender que los
macroeconomistas sin formación académica sobre teoría del capital como
Friedman y sus acólitos de Chicago y, en general, los keynesianos,
defendieran los tipos flexibles y su siempre implícito inflacionismo,
pero lo que no estaba dispuesto a perdonar es que alguien que, como
Machlup, había sido su discípulo y, por tanto, verdaderamente sí sabía
de economía, se dejara llevar por el pragmatismo y las modas pasajeras
de lo políticamente correcto. De hecho, Mises llegó a comentar a su
mujer que no podía perdonar a Machlup porque “he was in my seminar in
Vienna; he understands everything. He knows more than most of them and
he knows exactly what he is doing” (Margit von Mises 1984, 146).
La defensa que hace Mises de los tipos
de cambio fijos corre en paralelo a su defensa del patrón otro como
sistema monetario ideal a nivel internacional.
Así, en 1944 en Omnipotent Government Mises
escribió: “The gold standard put a check on governmental plans for easy
money. It was impossible to indulge in credit expansion and yet cling
to the gold parity permanently fixed by law. Governments had to choose
between the gold standard and their –in the long run disastrous- policy
of credit expansion. The gold standard did not collapse. The governments
destroyed it. It was incompatible with etatism as was free trade. The
various governments went off the gold standard because they were eager
to make domestic prices and wages rise above the world market level, and
because they wanted to stimulate exports and to hinder imports. Stability
of foreign exchange rates was in their eyes a mischief, not a blessing.
Such is the essence of the monetary teachings of Lord Keynes. The Keynesian school passionately advocates instability of foreign exchange rates” (énfasis añadido).6
No es de extrañar, además, el desprecio
de Mises por los teóricos de Chicago cuando en este ámbito, como en
otros muchos, terminaron cayendo en las redes del más burdo
keynesianismo. Por otro lado, para Mises era relativamente sencillo
reinstaurar el patrón oro y volver a los tipos de cambio fijos: “The
only condition required is the abandonment of an easy money policy and
of the endeavors to combat imports by devaluation”. Además, según Mises
solo los tipos de cambio fijos son compatibles con una genuina
democracia, y el inflacionismo que está detrás de los tipos de cambio
flexibles es esencialmente antidemocrático: “Inflation is essentially
antidemocratic. Democratic control is budgetary control. The government
has but one source of revenue-taxes. No taxation is legal without
parliamentary consent. But if the government has other sources of income
it can free itself from their control” (Mises 1969, 251-253).
Solo cuando los tipos de cambio son
fijos los gobiernos se ven forzados a decir la verdad a los ciudadanos.
Por eso, la tentación de recurrir a la inflación y a los tipos flexibles
para evitar el coste político de las impopulares subidas de impuestos
es tan grande y tan perniciosa. Y, aunque no exista un patrón oro, los
tipos fijos encorsetan y disciplinan la arbitrariedad de los políticos:
“Even in the absence of a pure gold standard, fixed exchange rates
provide some insurance against inflation which is not forthcoming from
the flexible system. Under fixity, if one country inflates, it falls
victim to a balance of payment crisis. If and when it runs out of
foreign exchange holdings, it must devalue, a relatively difficult
process, fraught with danger for the political leaders involved.
Under flexibility, in contrast, inflation brings about no balance of
payment crisis, nor any need for a politically embarrassing devaluation.
Instead, there is a relatively painless depreciation of the home (or
inflationary) currency against its foreign counterparts” (Block 1999,
19, énfasis añadido).
3. El euro como “proxy” del
patrón oro (o por qué los defensores de la libre empresa y de la
libertad de mercado deben apoyar al euro mientras su única alternativa
sea la vuelta al nacionalismo monetario)
Como hemos visto, los economistas de la
Escuela Austriaca son partidarios del patrón oro porque frena y limita
la arbitrariedad de políticos y gobernantes. Por su carácter
disciplinador del comportamiento de todos los agentes que participan en
el proceso democrático. Por impulsar el actuar pautado y moral de los
seres humanos. En suma, por suponer un freno a la mentira y la
demagogia, por extender y facilitar la transparencia y la verdad en las
relaciones sociales. Nada más y nada menos. Quizás Ludwig von Mises lo
haya expresado mejor que nadie: “The gold standard makes the
determination of money’s purchasing power independent of the changing
ambitions and doctrines of political parties and pressure groups. This
is not a defect of the gold standard, it is its main excellence” (Mises
1966, 474).
Pues bien, el establecimiento del euro
en 1999 y su culminación efectiva a partir de 2002 supuso la
desaparición del nacionalismo monetario y de los tipos de cambio
flexibles en la mayor parte de la Europa continental. Luego comentaremos
los errores cometidos por el Banco Central Europeo. Lo que ahora nos
interesa constatar es cómo los diferentes Estados de la Unión Monetaria
cedieron y perdieron completamente su autonomía monetaria, es decir, la
posibilidad de manipular su moneda local poniéndola al servicio de las
necesidades políticas de cada momento.
En este sentido, y al menos cara a los
países de la zona euro, éste comenzó a actuar y sigue actuando de forma
muy similar a como en su día operaba el patrón oro. Y por eso ha de
considerarse al euro como una clara y efectiva aproximación, siquiera
sea imperfecta, al patrón oro. Además, ha sido con la llegada de la Gran
Recesión de 2008 cuando el carácter disciplinador del euro se ha hecho
aún más evidente para todos: por primera vez, los países de la Unión
Monetaria han tenido que enfrentarse a una profunda recesión económica
sin autonomía de política monetaria. Hasta la adopción del euro, cuando
llegaba una crisis, los gobiernos y bancos centrales invariablemente
actuaban de la misma manera: inyectando toda la liquidez necesaria,
dejando flotar a la baja y depreciando la divisa local, posponiendo
indefinidamente las dolorosas reformas estructurales de liberalización
económica, desregulación, flexibilización de precios y mercados
(especialmente el laboral), reducción del gasto público y repliegue y
desmantelamiento del poder sindical y del Estado del Bienestar. Con el
euro, y a pesar de todos los errores, debilidades y concesiones que
comentaremos después, este tipo de irresponsables huidas hacia delante
ya no ha sido posible.
Así, por ejemplo, en España, en el corto
espacio de un año, dos gobiernos sucesivos se han visto literalmente
obligados a tomar una serie de medidas que, aunque todavía son muy
insuficientes, hasta ahora hubieran sido tachadas de políticamente
imposibles y utópicas, incluso por los observadores más optimistas:
1º.- Se ha introducido en el art. 135 de
la Constitución el principio antikeynesiano de la estabilidad y el
equilibrio presupuestarios para el gobierno central, las comunidades
autónomas y los municipios;
2º.- Se han interrumpido súbitamente
todos los proyectos faraónicos de incremento de gasto público, compra de
votos y subvenciones sobre los que los gobernantes habitualmente
basaban su popularidad y acción política;
3º.- Se han reducido en un 5 por ciento
primero, y se han congelado después, los sueldos de todos los
funcionarios públicos a la vez que se ha incrementado su horario de
trabajo;
4º.- Se han congelado de facto las pensiones de la Seguridad Social;
5º.- Se ha incrementado, con carácter general, de 65 a 67 años la edad normal de jubilación;
6º.- Se ha rebajado en más de un 15 por ciento el gasto público total presupuestado; y
7º.- Se ha liberalizado
significativamente el mercado laboral, los horarios comerciales y, en
general, la maraña de regulación económica.7
Y lo mismo que ha sucedido en España se
está verificando en Irlanda, Portugal, Italia e incluso en países que,
como Grecia, hasta ahora representaban el paradigma de la laxitud
social, de la falta de rigor presupuestario y de la demagogia política.8
Además, los líderes políticos de estos
cinco países, imposibilitados de manipular la política monetaria para
ocultar a la ciudadanía el verdadero coste de sus políticas, han sido
fulminantemente expulsados de sus respectivos gobiernos. Es más, estados
que, como Bélgica y, sobre todo, Francia y Holanda hasta ahora parecían
al margen del impulso reformador, empiezan también a verse forzados a
reconsiderar los fundamentos mismos del volumen de su gasto público y de
la estructura de su hipertrofiado estado del bienestar.
Y todo ello se debe, indiscutiblemente,
al nuevo marco monetario introducido con el euro, que debe juzgarse, por
tanto, con ilusionado y esperanzado alborozo por parte de todos los
defensores de la economía de libre empresa y de la limitación de los
poderes del gobierno. Pues de hecho, difícilmente cabe concebir que
alguna de estas medidas se hubieran tomado en un entorno de moneda
nacional y tipos de cambio flexibles: los políticos, siempre que pueden
huyen de las reformas impopulares y los ciudadanos de todo lo que
suponga sacrificio y disciplina. Por eso, en ausencia del euro, se
habría hecho lo hasta ahora habitual, a saber, una huida hacia adelante
consistente en hacer más inflación, depreciar la moneda para a corto
plazo ganar en competitividad y recuperar el “pleno empleo” (cubriendo
las espaldas y ocultando la grave responsabilidad de los sindicatos como
verdaderos generadores del paro) y, en suma, posponiendo
indefinidamente las necesarias reformas estructurales.
Conviene ahora resaltar dos diferencias
significativas del euro en relación, tanto con el sistema de monedas
nacionales ligadas entre sí con tipos de cambio fijos, como respecto del
propio patrón oro. Empezando con la diferencia con este último patrón,
es preciso constatar que abandonar el euro es mucho más difícil de lo
que en su día fue salirse del patrón oro. En efecto, las monedas ligadas
al oro mantenían su denominación local (franco, libra, etc.), por lo
que fue relativamente fácil, a lo largo de los años treinta del siglo
pasado, romper el anclaje con el oro, en la medida en que los agentes
económicos, conforme a lo indicado por el teorema regresivo del dinero
enunciado por Mises en 1912 (Mises 2012, 83-134), siguieron utilizando
sin solución de continuidad la moneda nacional, ya no canjeable por oro,
apoyándose en la capacidad adquisitiva de la misma justo antes de la
reforma.
Esta posibilidad está hoy completamente
cerrada para aquellos países que deseen, o se vean forzados, a abandonar
el euro. Al ser ésta la única denominación monetaria compartida por
todos los países de la Unión Monetaria, su abandono exige la
introducción de una nueva moneda local, de capacidad adquisitiva mucho
menor y desconocida, con el surgimiento de los inmensos trastornos que
ello conllevaría para todos los agentes económicos del mercado:
deudores, acreedores, inversores, empresarios, trabajadores.9
Al menos, en este aspecto concreto, y
desde el punto de vista de los teóricos de la Escuela Austriaca, es
preciso reconocer que el euro supera al patrón oro, y que habría sido
muy útil para la humanidad si en los años treinta del siglo XX los
diferentes países implicados se hubieran vistos forzados a permanecer en
el patrón oro por ser, como hoy sucede en relación con el euro,
cualquier otra alternativa al mismo casi imposible de llevar a la
práctica y de consecuencias y efectos mucho más perjudiciales, dolorosos
y obvios para la ciudadanía.
Resulta, pues, hasta cierto punto
divertido (a la vez que patético) constatar cómo la legión de ingenieros
sociales y políticos intervencionistas que, en su día encabezados por
Jacques Delors, diseñaron la moneda única como un instrumento más de sus
grandiosos proyectos de unión política europea, hoy ven con
desesperación algo que en ningún caso parece que pudieron prever: que el
euro ha terminado actuando de facto como el patrón oro,
disciplinando a ciudadanos, políticos y gobernantes, atando las manos de
los demagogos y poniendo en evidencia a los grupos de presión
(encabezados por los siempre privilegiados sindicatos) e incluso
cuestionando la sostenibilidad y los fundamentos mismos del Estado del
Bienestar.10
Precisamente, en esto consiste, según la
Escuela Austriaca, la principal ventaja comparativa del euro como
patrón monetario en general, y en particular frente al nacionalismo
monetario, y no en los argumentos más prosaicos que, como el de “la
reducción de los costes de transacción” o “la eliminación del riesgo
cambiario”, fueron utilizados en su día por los siempre miopes
ingenieros sociales de turno.
El segundo comentario que debemos
efectuar se refiere a la diferencia existente entre el euro y un sistema
de tipos de cambio fijos, en cuanto al proceso de ajuste que se
desarrolla cuando surgen diferentes grados de expansión crediticia e
intervención entre los distintos países. Obviamente, en el sistema de
tipos fijos, estas diferencias se manifiestan con fuertes tensiones en
los tipos de cambio que, eventualmente, culminan en devaluaciones
explícitas, con el alto coste en términos de desprestigio que,
felizmente, ello conlleva para los correspondientes responsables
políticos.
En el caso de una moneda única, como es
el euro, estas tensiones se manifiestan en términos de pérdida
generalizada de competitividad, que sólo puede recuperarse si se
introducen las reformas estructurales necesarias para garantizar la
flexibilidad de los mercados junto con la desregulación de todos los
sectores y las caídas y ajustes que sean precisos en la estructura de
precios relativos. Todo ello termina, además, afectando a los ingresos
de cada sector público y, por ende, a su grado de calificación
crediticia.
De hecho, en las actuales
circunstancias, en el área euro, la cotización en los mercados
financieros de la deuda pública soberana de cada país ha pasado a
recoger las tensiones que típicamente se reflejaban en las crisis de los
tipos de cambio, cuando estos eran más o menos fijos en un entorno de
nacionalismo monetario. Por eso, hoy en día el protagonismo no lo tienen
los especuladores en divisas, sino las agencias de rating y, sobre
todo, los inversores internacionales que, al comprar o dejar de adquirir
la deuda soberana, están marcando saludablemente el ritmo de las
reformas a la vez que disciplinan y dictan el destino de cada país. Se
dirá que ello “no es democrático” pero la realidad es justo la
contraria.
Hasta ahora la democracia crónicamente
sufría corrompida por la acción política irresponsable basada en la
manipulación monetaria y la inflación, verdadero impuesto de efectos
devastadores que, al margen del parlamento, se imponía de forma gradual,
oculta y sinuosa a todos los ciudadanos. Hoy, con el euro, el recurso
al impuesto inflacionario se ha bloqueado, al menos a nivel local de
cada país, y sus políticos han quedado de golpe en evidencia y se han
visto forzados a decir la verdad, asumiendo el correspondiente desgaste.
La democracia, si ha de funcionar, necesita de un marco que discipline a
los agentes que participan en la misma. Y hoy en día en la Europa
Continental ese papel lo está jugando el euro. Por tanto, la sucesiva
caída de los gobiernos de Irlanda, Grecia, Portugal, Italia y España,
lejos de manifestar un déficit democrático pone de manifiesto el
creciente grado de rigor, transparencia presupuestaria y de salud
democrática que el euro está induciendo en sus respectivas sociedades.
4. La heterogénea y variopinta “coalición antieuro”
Por curiosa y muy ilustrativa, debemos
ahora comentar, siquiera sea brevemente, la heterogénea y variopinta
amalgama de enemigos del euro y que incluye entre sus filas a elementos
tan dispares como son los doctrinarios de extrema izquierda y de extrema
derecha, los keynesianos nostálgicos o irreductibles tipo Krugman y
Stiglitz, los monetaristas dogmáticos de los tipos de cambio flexibles
como Barro y otros, los seguidores ingenuos de la teoría de las áreas
monetarias óptimas de Mundell, los aterrorizados chauvinistas del dólar
(y la libra) y, en fin, la legión de derrotistas confusos que “ante la
inminente desaparición del euro” proponen, como solución ¡dinamitarlo y
abolirlo cuanto antes!11
Quizás la ilustración más clara (o, si
se prefiere, la prueba más contundente) de que Mises tenía plena razón
en su análisis del efecto disciplinador sobre la demagogia política y
sindical de los tipos de cambio fijos y, sobre todo, del patrón oro, sea
de qué manera los líderes de los partidos políticos de izquierdas, los
sindicalistas, los formadores de opinión “progresistas”, los “indignados
antisistema”, los políticos de extrema derecha y, en general, todos los
amantes del gasto público, la subvención estatal y el intervencionismo
se rebelan abierta y frontalmente contra la disciplina que impone el
euro y, en concreto, contra la pérdida de autonomía en la política
monetaria de cada país, y su corolario: la tan denostada dependencia de
los mercados, especuladores e inversores internacionales a la hora de
poder colocar (o no) la creciente deuda pública soberana que exige la
financiación de los continuos déficit públicos.
Basta con echar un vistazo a los editoriales de los periódicos más izquierdistas 12, o leer las declaraciones de los políticos más demagogos 13,
o de los sindicalistas más conspicuos, para constatar que esto es así y
que, hoy en día, al igual que ocurrió en los años 30 del siglo pasado
con el patrón oro, los enemigos del mercado y los defensores del
socialismo, del estado del bienestar y de la demagogia sindicalista
claman al unísono, tanto en público como en privado, contra “la rígida
disciplina que nos imponen el euro y los mercados financieros”,
reclamando la inmediata monetización de toda la deuda pública que sea
precisa, sin contraprestación alguna de austeridad presupuestaria o de
reformas que impulsen la competitividad.
Dentro del campo más académico, pero
también con mucho eco en los medios de comunicación, destaca la gran
ofensiva de los teóricos keynesianos contemporáneos en contra del euro,
de nuevo sólo comparable en su beligerancia a la emprendida por el
propio Keynes en contra del patrón oro durante los años 30 del siglo
pasado. Especialmente paradigmático es el caso de Krugman 14
que, como columnista sindicado, prácticamente cada semana repite la
vieja cantinela de que el euro supone un “corsé insoportable” para la
recuperación del empleo e incluso se permite criticar a la manirrota
Administración norteamericana por no ser lo suficientemente expansiva y
haberse quedado corta en sus (por otro lado cuantiosísimos) estímulos
fiscales.15Más inteligente y culta, pero no por ello
menos equivocada, es la opinión de Skidelsky, pues al menos explica que
la teoría austriaca del ciclo económico 16 es la única
alternativa a su adorado Keynes y reconoce claramente cómo la actual
coyuntura supone, de hecho, una repetición del duelo que mantuvieron
Hayek y Keynes durante los años 30 del siglo pasado.17
Más extraña aún es la postura que
mantienen los teóricos neoclásicos de los tipos de cambio flexibles en
general, y en particular los monetaristas y miembros de la Escuela de
Chicago 18. En este grupo parece que prepondera su
afición a los tipos de cambio flexibles y al nacionalismo monetario
sobre su deseo (suponemos que sincero) de impulsar reformas de
liberalización económica.
En efecto, para ellos lo primero es
mantener la autonomía de política monetaria y poder devaluar (o
depreciar) la moneda local, para “recuperar competitividad” y absorber
el desempleo cuanto antes y, sólo después, eventualmente, tratar de
impulsar las medidas de flexibilidad y liberalización. Su ingenuidad es
supina y ya nos hemos referido a la misma cuando antes comentamos las
razones del desencuentro entre Mises, por el lado de la Escuela
Austriaca, y Friedman por el lado de los teóricos de Chicago, en el
debate sobre los tipos de cambio fijos contra los flexibles. Mises
siempre vio muy claro que los políticos difícilmente toman medidas en la
buena dirección salvo que se vean literalmente obligados a ello, y que
los tipos flexibles y el nacionalismo monetario barrían prácticamente
cualquier incentivo efectivo capaz de disciplinar a los políticos y de
acabar con la “rigidez a la baja” de los salarios (que se convierte así
en una especie de presupuesto autocumplido que aceptan a pies juntillas
monetaristas y keynesianos), así como con los privilegios de los
sindicatos y del resto de los grupos de presión.
Y que por ello los monetaristas a la
larga terminan convirtiéndose, incluso muy a su pesar, en compañeros de
viaje de las viejas doctrinas keynesianas: “recuperada la
competitividad” las reformas se dejan para más adelante y, lo que es aún
peor, los sindicatos se acostumbran a que los perniciosos efectos de
sus políticas restriccionistas sean continuamente enmascarados con
sucesivas devaluaciones.
Esta latente contradicción entre la
defensa del libre mercado y el apoyo al nacionalismo y la manipulación
monetaria a través de los tipos “flexibles” se repite en muchos
seguidores de la más generalizada interpretación de la teoría de Robert
A. Mundell sobre las “áreas monetarias óptimas”.19
Estas serían aquellas en las que
“previamente” existiera una gran movilidad de todos los factores de
producción pues, de no ser así, sería mejor compartimentalizarlas con
monedas de ámbito más reducido, para hacer posible el uso de una
política monetaria autónoma ante cualquier “shock externo”. Pero debemos
preguntarnos: ¿es este razonamiento correcto? En forma alguna: la
principal fuente de rigidez en los mercados laborales y de factores de
producción se encuentra en, y está consagrada por, la propia
intervención y regulación estatal de los mercados, por lo que es absurdo
pensar que los estados y sus gobernantes vayan a hacerse el harakiri
con carácter previo, renunciando a su poder y traicionando a su
clientela política, con la finalidad de adoptar después una moneda
común. Más bien la realidad es justo la contraria: sólo cuando se han
incorporado a una moneda común (en nuestro caso al euro) los políticos
se han visto forzados a llevar adelante reformas que hasta hace bien
poco hubiera sido inimaginable que se hubieran podido tomar.
En palabras de Walter Block: “…
government is the main or only source of factor immobility. The state,
with its regulations … is the prime reason why factors of production are
less mobile than they would otherwise be. In a bygone era the costs of
transportation would have been the chief explanation, but with all the
technological progress achieved here, this is far less important in our
modern ‘shrinking world’. If this is so, then under laissez-faire
capitalism, there would be virtually no factor immobility. Given even
the approximate truth of these assumptions the Mundellian region then
becomes the entire globe –precisely as it would be under the gold
standard-”20. Y esta conclusión de Block es igualmente
aplicable al área euro, en la medida en que este actúa, como ya hemos
indicado, como un “proxy” del patrón oro que disciplina y limita el
poder arbitrario de los políticos de sus estados miembros.
No debemos dejar de resaltar cómo
keynesianos, monetaristas y mundellianos, todos ellos yerran porque
razonan exclusivamente en términos de agregado s macroeconómicos y por
eso proponen, con pequeñas diferencias de matiz, el mismo ajuste vía
manipulación monetaria y fiscal, “fine tuning”, y tipos de cambio
flexibles. Para ellos todo el trabajo para salir de las crisis debe
recaer, por tanto, en los modelos macroeconómicos y en la ingeniería
social. Se pasa por alto así, completamente, la profunda distorsión
microeconómica que la manipulación monetaria (y fiscal) genera en la
estructura de precios relativos y en el entramado de bienes de capital.
Una devaluación (o depreciación) forzada
es “café igual para todos”, es decir, supone una súbita caída
porcentual, lineal e igual para todos del precio de los bienes y
servicios de consumo y de los factores de producción. Aunque ello genere
la impresión a corto plazo de intensa recuperación de la actividad
económica y gran absorción del desempleo, en realidad distorsiona
completamente la estructura de precios relativos (pues en ausencia de la
manipulación monetaria unos precios tendrían que haber caído más, otros
menos, y otros no deberían caer en absoluto e incluso tendrían que
subir), induce una mala asignación generalizada de los recursos
productivos y genera un profundo trauma que cualquier economía tarda
años en digerir y superar.21
Este es el análisis microeconómico centrado en los precios relativos y en la estructura de la producción que típicamente han venido desarrollando los teóricos de la Escuela Austriaca 22
y que, por contraste, se encuentra completamente ausente en el
instrumental analítico del corifeo de teóricos de la economía que se
oponen al euro.
Por último, y ya fuera del ámbito más
puramente académico, resulta hasta cierto punto sospechosa la
machaconería con que los economistas, inversores y analistas financieros
anglosajones se empeñan en desprestigiar al euro vaticinándole el más
oscuro provenir. Esta impresión se ve respaldada con la hipócrita
postura de las diferentes Administraciones de los Estados Unidos (y
también en menor medida del Reino Unido) a la hora de desear (con la
boca pequeña) que la zona euro “ponga en orden su economía”, olvidando
mencionar interesadamente que la crisis financiera tuvo su origen al
otro lado del atlántico, es decir, en el descontrol y en las políticas
expansionistas protagonizadas durante años por la Reserva Federal y
cuyos efectos se contagiaron al mundo a través del dólar, por seguir
siendo utilizado éste como moneda de reserva internacional. Además, la
presión para que la zona euro inicie políticas monetarias al menos tan
expansivas e irresponsables (“quantitative easing”) como las emprendidas
en Estados Unidos, es casi insoportable, y doblemente hipócrita, pues
de llevarse a cabo sin duda alguna que sí habrían de dar la puntilla
definitiva a la moneda única europea.
¿No se encontrará detrás de esta postura
del mundo político, económico y financiero anglosajón un temor oculto y
soterrado a que el dólar vea amenazado su futuro como moneda de reserva
internacional si es que el euro sobrevive y es capaz de hacerle una
competencia efectiva en un futuro no muy lejano? Todos los indicios
apuntan a que esta pregunta cada vez es más pertinente y aunque, hoy por
hoy, parezca políticamente poco correcta, pone el dedo en la llaga que
más duele a los analistas y responsables del mundo anglosajón: el euro
surge como un poderosísimo rival en potencia del dólar a nivel
internacional.23
Como vemos, la coalición antieuro agrupa
muy variados y poderosos intereses. Cada uno de ellos recela del euro
por motivos distintos. Pero todos ellos comparten un mismo denominador
común: las razones en que fundamentan su oposición al euro serían las
mismas e incluso se repetirían y articularían aún con más vigor, si en
vez de referirse a la moneda única europea, tuvieran que enfrentarse al
patrón oro clásico como sistema monetario internacional.
De hecho, existe una gran similitud
entre las fuerzas que conjuntamente se coaligaron en los años treinta
del siglo pasado para forzar el abandono del patrón oro y las que hoy
pretenden, hasta ahora sin éxito, reintroducir en Europa el viejo y
caduco nacionalismo monetario. Como ya hemos indicado, técnicamente fue
mucho más fácil abandonar el patrón oro de lo que hoy supondría para
cualquier país dejar la Unión Monetaria. En este contexto no debe
sorprender que a menudo se caiga incluso en el recurso al más descarado
derrotismo: se anuncia la catástrofe y la imposibilidad de que se
mantenga la Unión Monetaria, para acto seguido proponer como “solución”
su desmantelamiento inmediato. E incluso se convocan concursos
internacionales (cómo no, en la Inglaterra hogar de Keynes y del
nacionalismo monetario) a los que se presentan centenares de “expertos” y
arbitristas cada uno con sus propuestas con la mejor y más inocua
manera para dinamitar la Unión Monetaria europea.24
5. Los verdaderos pecados capitales de Europa y el error fatal del Banco Central Europeo 25
Nadie puede negar que la Unión Europea
sufre crónicamente de una serie de importantes problemas económicos y
sociales. Sin embargo el tan denostado euro no es uno de ellos. Más bien
al contrario, el euro está actuando como un potente catalizador que
evidencia la gravedad de los verdaderos problemas que tiene Europa y
acelera (o “precipita”) la toma de las medidas necesarias para
solucionarlos. En efecto, hoy en día, y gracias al euro, se está
extendiendo más que nunca la conciencia sobre la insostenibilidad del
hipertrofiado Estado del Bienestar europeo y la necesidad de someterlo a
importantes reformas.26
Lo mismo puede decirse de los programas
omnicomprensivos de ayudas y subvenciones, entre los cuales la Política
Agraria Común ocupa un papel protagonista, tanto por sus muy dañinos
efectos como por su completa falta de racionalidad económica.27
Y, sobre todo, de la cultura de ingeniería social y agobiante
regulación que, so pretexto de armonizar las diferentes legislaciones
nacionales, fosiliza e impide que el mercado único europeo sea un
verdadero mercado libre.28
Hoy más que nunca se está poniendo de
manifiesto en el área euro el verdadero coste de todas estas
insuficiencias estructurales: sin política monetaria autónoma los
diferentes gobiernos se están viendo literalmente forzados a
reconsiderar (y, en su caso, reducir) todas sus partidas de gasto
público, y a tratar de recuperar y ganar competitividad internacional
desregulando y flexibilizando al máximo sus mercados (y especialmente el
mercado laboral, tradicionalmente muy rígido en muchos países de la
Unión Monetaria).
A los anteriores pecados capitales de la
economía europea debe añadirse otro, quizás aún más grave por su
carácter peculiar y sinuoso. Nos referimos a la gran facilidad con que
las instituciones europeas, muchas veces por falta de visión, liderazgo o
convencimiento en el propio proyecto, se dejan enredar en políticas que
a la larga son incompatibles con las exigencias de una moneda única y
de un verdadero mercado único libre.
Así, por ejemplo, y en primer lugar, es
sorprendente constatar cómo es cada vez más habitual que las crecientes y
asfixiantes nuevas medidas de regulación se introduzcan en Europa
provenientes del mundo académico y político anglosajón y, concretamente
de los Estados Unidos 29, muchas veces cuando las
mismas ya se han demostrado como ineficaces o fuertemente perturbadoras.
Esta malsana influencia es de rancio abolengo (recordemos cómo las
subvenciones a la agricultura, la legislación mal llamada de “defensa de
la competencia”, o las regulaciones sobre gobierno y “responsabilidad
social corporativa” han tenido, como muchas otras intervenciones
fallidas, su origen en los propios Estados Unidos) y hoy en día se
repiten y refuerzan a cada paso, como por ejemplo en relación con las
Normas Internacionales de Contabilidad, o con los hasta ahora
afortunadamente fallidos intentos de culminar los denominados acuerdos
de Basilea III para el sector bancario (o de Solvencia II para el sector
asegurador), y que adolecen de insalvables carencias teóricas de fondo y
de graves problemas de aplicación práctica.30
El segundo ejemplo de malsana influencia
anglosajona se refiere al Plan Europeo de Recuperación Económica
(“European Economic Recovery Plan”) que bajo el paraguas de la cumbre de
Washington, con el liderazgo de políticos keynesianos como Barak Obama y
Gordon Brown, y con el asesoramiento de teóricos de la economía
enemigos del euro como Krugman y otros,31 fue lanzado a
finales de 2008 por la Comisión Europea, recomendando a los países
miembros una expansión del gasto público de en torno al 1,5 por ciento
del P.I.B. (unos 200 mil millones de euros a nivel agregado).
Aunque algunos países, como España,
cometieron el error de expandir sus presupuestos, el plan, gracias a
Dios y al euro, quedó pronto, para desesperación de los keynesianos y
sus acólitos, 32 “en agua de borrajas”, una vez se hizo
evidente que no servía más que para aumentar los déficit, hacer
imposible el cumplimiento de los objetivos del Tratado de Maastrich y
desestabilizar gravemente los mercados de deuda pública soberana de los
países de la zona euro.
De nuevo, el euro actuó como marco
disciplinador y freno anticipado del déficit, en contraste con el
descontrol presupuestario de los países víctimas del nacionalismo
monetario y, en concreto, de Estados Unidos, y especialmente Inglaterra,
que cerró con un déficit público del 10,1 por ciento del P.I.B. en 2010
y del 8,8 por ciento en 2011, a nivel mundial sólo superado por Grecia y
Egipto. A pesar de tan abultados déficits y estímulos fiscales, el paro
en Inglaterra y en Estados Unidos sigue a niveles record (o muy altos) y
sus respectivas economías no acaban de arrancar.
En tercer lugar, y sobre todo, destaca
la creciente presión a favor de la completa unión política europea que
pretende presentarse como la única “solución” capaz de hacer posible la
pervivencia del euro a largo plazo. Al margen de los “eurofanáticos”,
que siempre se adhieren a cualquier pretexto que pueda justificar un
mayor poder y centralismo a favor de Bruselas, dos son los grupos que
confluyen en su apoyo de la unión política.
Por un lado, y paradójicamente, los
enemigos del euro, especialmente de origen anglosajón: unos, los
norteamericanos, deslumbrados ante el poder central de Washington y
conscientes de la imposibilidad de que se repita en Europa, saben que
con su propuesta introducen un virus disgregador letal para el euro;
otros, los británicos, utilizan al euro como (injustificada) cabeza de
turco sobre la que volcar sus (completamente justificadas) frustraciones
ante el creciente intervencionismo de Bruselas. El segundo grupo está
constituido por todos aquellos teóricos y pensadores que creen que sólo
la disciplina impuesta por un órgano gubernamental central puede
garantizar los objetivos de déficit y deuda pública establecidos en
Maastrich.
Esta creencia es errónea. El propio
mecanismo de la Unión Monetaria garantiza, al igual que el patrón oro,
que aquellos países que abandonen el rigor y la estabilidad
presupuestaria vean peligrar su solvencia, y se encuentren abocados a
tomar urgentemente medidas para restablecer la sostenibilidad de sus
finanzas públicas si no quieren verse forzados a suspender pagos.
No obstante lo anterior, el problema más
grave no radica en la amenaza de la imposible unión política, sino en
el hecho incuestionable de que una política de expansión crediticia
mantenida de forma sostenida por parte del Banco Central Europeo durante
una etapa de aparente bonanza económica, es capaz de eliminar, al menos
temporalmente, el efecto disciplinador del euro sobre los agentes
económicos de cada país.
Y así, por ejemplo, el error fatal
del Banco Central Europeo consistió en no ser capaz de aislar y proteger
a Europa de la gran expansión crediticia orquestada a nivel mundial por
la Reserva Federal de Estados Unidos a partir de 2001. Durante
varios años, en flagrante incumplimiento del Tratado de Maastrich, el
Banco Central Europeo permitió que la M3 creciera a niveles incluso
superiores al 9 por ciento al año, muy por encima del objetivo del 4,5
por ciento de crecimiento de la masa monetaria originariamente
establecido por el propio BCE.33
Además, este crecimiento, aun siendo
sensiblemente menos alocado que el llevado a cabo por la Reserva Federal
de Estados Unidos, se distribuyó de manera no uniforme entre los países
de la Unión Monetaria, impactando de forma desproporcionada en los
estados de la periferia (España, Portugal, Irlanda y Grecia) que vieron
crecer sus agregados monetarios a un ritmo muy superior, entre tres y
cuatro veces, al que se experimentaba en Francia o Alemania.
Diversas razones pueden darse para
explicar este fenómeno, desde la presión de Francia y Alemania para que
la política monetaria no fuera durante aquellos años demasiado
restrictiva para ellos, hasta la absoluta miopía de los países
periféricos que, no queriendo reconocer que estaban instalados en una
burbuja especulativa, tampoco, como en el caso de España, supieron dar
instrucciones terminantes a sus representantes en el Consejo del BCE
para que hicieran cuestión de gabinete el cumplimiento estricto de los
objetivos de crecimiento monetario establecidos por el propio Banco
Central Europeo. En efecto, durante los años previos a la crisis todos
estos países, a excepción de Grecia 34, cumplieron
holgadamente los límites de déficit del 3 por ciento, e incluso algunos,
como en los casos de España e Irlanda, cerraron sus cuentas públicas
con significativos superávits 35.
De esta manera, aunque se logró mantener
el corazón de la Unión Europea al margen del proceso de exuberancia
irracional estadounidense, éste se reprodujo con intensa virulencia en
los países periféricos de Europa, sin que nadie, o muy pocos, acertaron a
diagnosticar el grave peligro de lo que estaba pasando.36
Si los académicos y responsables
políticos tanto de los países afectados como del Banco Central Europeo,
en vez de utilizar el instrumental analítico macroeconómico y
monetarista importado del mundo anglosajón, hubiesen utilizado el
correspondiente a la Teoría Austriaca del Ciclo Económico 37
-al fin y al cabo un producto del más genuino pensamiento económico
continental- habrían podido detectar a tiempo el carácter en gran medida
artificial de la prosperidad de esos años, lo insostenible de muchas de
las inversiones (especialmente relacionadas con la promoción
inmobiliaria) que se estaban emprendiendo alentadas por la gran
facilidad crediticia y, en suma, que la sorprendente afluencia de
crecientes ingresos públicos iba a ser de muy corta duración.
Sin embargo, y afortunadamente, aunque
el Banco Central Europeo no ha estado en el último ciclo a la altura de
lo que los ciudadanos europeos tenían derecho a exigirle, y de hecho
cabría calificar su política de “grave tragedia”, de nuevo la lógica del
euro como moneda única ha terminado imponiéndose, haciendo
transparentes los errores cometidos y obligando a cada uno a retomar la
senda del control y la austeridad. En el apartado siguiente comentaremos
brevemente la forma específica en que el Banco Central Europeo ha
desarrollado su política durante la crisis y cómo y en qué se diferencia
de la llevada a cabo por los bancos centrales de Estados Unidos e
Inglaterra.
6. El euro vs. el dólar (y la libra) y Alemania vs. U.S.A. (y U.K.)
Uno de los aspectos más sobresalientes
del último ciclo que ha terminado con la última Gran Recesión de 2008
es, sin duda, el divergente comportamiento de las políticas monetarias y
fiscales del área anglosajona, basada en el nacionalismo monetario, y
las llevadas a cabo por los países integrantes de la Unión Monetaria
Europea.
En efecto, a partir de la crisis
financiera y recesión económica iniciadas en 2007-2008, tanto la Reserva
Federal como el Banco de Inglaterra han emprendido políticas monetarias
consistentes en la reducción prácticamente a cero de los tipos de
interés; la inyección masiva de medios de pago conocida con la
eufemística expresión de “quantitative easing” y la masiva y continua
monetización directa y sin rubor alguno de la deuda pública soberana.38
A esta hiperlaxa política monetaria (en
la que confluyen simultáneamente las recomendaciones de monetaristas y
keynesianos), se añade el enérgico estímulo fiscal que supone el
mantenimiento, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, de déficits
presupuestarios próximos al 10 por ciento de sus respectivos Productos
Interiores Brutos (que, sin embargo, no se consideran, ni de lejos,
suficientes al menos para los keynesianos más recalcitrantes como
Krugman y otros).
En contraste con lo que sucede con el
dólar y la libra, por fortuna, en el área euro ni la inyección monetaria
puede efectuarse con tanta facilidad, ni el descontrol presupuestario
puede mantenerse tan impunemente de forma indefinida. Al menos en teoría
el Banco Central Europeo carece de competencias para monetizar la deuda
pública europea y aunque la haya aceptado como colateral de sus masivos
préstamos al sistema bancario, e incluso a partir de la primavera de
2010 haya adquirido directamente y de forma esporádica bonos de los
países periféricos más amenazados (Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y
España), es lo cierto que existe una diferencia económica fundamental
entre la forma de actuar de Estados Unidos e Inglaterra y la política
que se está llevando a cabo en la Europa Continental: mientras que la
agresión monetaria y el descontrol presupuestario son deliberadamente
emprendidos en el mundo anglosajón sin rubor ni reparo alguno, en Europa
este tipo de políticas se llevan a cabo, como si dijéramos, “a
regañadientes”, después de múltiples, sucesivas e interminables
“cumbres”, fruto de largas y duras negociaciones a muchas bandas en las
que es preciso lograr el acuerdo de países con intereses muy diferentes,
y lo que es más importante, las inyecciones monetarias y el apoyo a
la deuda de los países en dificultades siempre se dosifican y llevan a
cabo a cambio de reformas basadas en la austeridad presupuestaria (y no
en el estímulo fiscal) y en la introducción de políticas de oferta
consistentes en impulsar la liberalización y competitividad de los
mercados.39
Y, aunque hubiera sido preferible que se
efectuara mucho antes, la suspensión de pagos “de facto” del Estado
heleno, que ha logrado una quita (“hair cut”) próxima al 75 por ciento
de los inversores privados que erróneamente confiaron en su deuda, ha
enviado una señal ineludible a los mercados que no deja otra salida para
el resto de los países en dificultades que afrontar con rigor, energía y
sin dilación alguna todas las reformas precisas. Y como ya hemos visto,
incluso estados como Francia, hasta ahora aparentemente intocables y
acomodados en un hipertrofiado estado del bienestar, han visto como
perdían la máxima calificación crediticia de su deuda, incrementándose
el diferencial con el bund alemán y viéndose crecientemente abocados a
emprender reformas de austeridad y liberalización, si no quieren ver
peligrar su hasta ahora indiscutible pertenencia al “núcleo duro” de la
zona euro.40
Desde el punto de vista político es a todas luces evidente el liderazgo protagonista de
Alemania (y en especial de su canciller
Angela Merkel) impulsando todo este proceso de saneamiento y austeridad
(y oponiéndose a todo tipo de propuestas torpes que, como la emisión de
“bonos europeos”, eliminarían los incentivos que actualmente tienen los
distintos países para actuar con rigor). Muchas veces contra viento y
marea, pues, por un lado, son constantes las presiones políticas
internacionales de estímulo fiscal, especialmente por parte de la
Administración norteamericana de Barak Obama, que utiliza la “crisis del
euro” como cortina de humo para ocultar el fracaso de sus propias
políticas. Y, por otro lado, se enfrenta a la incomprensión y al rechazo
por parte de todos aquellos que sólo desean permanecer en el euro por
aquello que les favorece, a la vez que se rebelan violentamente contra
la amarga disciplina que la moneda única europea nos impone a todos y,
en especial, a los políticos más demagogos y a los grupos de interés
privilegiados más irresponsables.
En todo caso, y a modo de ilustración
que comprensiblemente desespera a keynesianos y monetaristas, es preciso
resaltar el muy desigual resultado que hasta ahora han tenido las
políticas norteamericanas de estímulo fiscal y “quantitative easing”
monetario, comparado con el de las políticas de oferta y relativa
austeridad fiscal alemanas en el entorno monetario del euro: déficit
público, en Alemania 1%, en Estados Unidos, superior al 8,20%;
desempleo, en Alemania el 5,9%, en Estados Unidos próximo al 9%;
inflación, en Alemania el 2,5%, en Estados Unidos superior al 3,17%;
crecimiento, en Alemania 3%, en Estados Unidos 1,7% (los parámetros de
Inglaterra, por su parte, son un calco agravado de los estadounidenses).
El choque de paradigmas y el contraste de resultados no pueden ser más
evidentes.41ç
7. Conclusión: Hayek versus Keynes
Al igual que sucedió en su día con el
patrón oro, hoy son legión los que critican y odian al euro por lo que
no es sino su principal virtud: la capacidad de disciplinar a los
políticos manirrotos y a los grupos de presión. Es obvio que el euro en
forma alguna es el patrón monetario ideal que, como vimos en el epígrafe
1, sólo podría lograrse con un patrón oro clásico, coeficiente de caja
del 100 por cien para los depósitos a la vista y la abolición del Banco
Central. Y así es muy posible que, en cuanto transcurra algún tiempo y
la memoria histórica sobre los recientes acontecimientos monetarios y
financieros se haga más tenue, el Banco Central Europeo caiga de nuevo
en sus graves errores pasados impulsando y acomodando una nueva burbuja
de expansión crediticia.42
Pero no debemos olvidar que los pecados
de la Reserva Federal y del Banco de Inglaterra han sido todavía mucho
peores y que, al menos dentro de la Europa Continental, el euro ha
acabado con el nacionalismo monetario y para los estados de la Unión
Monetaria está actuando, siquiera sea tímidamente, como un “proxy” del
patrón oro, impulsando el rigor presupuestario, las reformas tendentes a
mejorar la competitividad y poniendo coto a los abusos del Estado del
Bienestar y de la demagogia política.
En todo caso es preciso reconocer que nos encontramos en una tesitura histórica.43
De la supervivencia del euro depende que toda Europa internalice y haga
suya la tradicional estabilidad monetaria germana, que en la práctica
es el único e imprescindible marco disciplinador a partir del cual a
corto y medio plazo se puede continuar impulsando la competitividad y el
crecimiento de la Unión Europea. A nivel mundial, la supervivencia y
consolidación del euro hará posible que, por primera vez desde la
Segunda Guerra Mundial, surja una divisa capaz de competir de forma
efectiva con el monopolio del dólar como moneda de reserva internacional
y, por tanto, de disciplinar la capacidad que tiene Norteamérica de
reiniciar crisis financieras sistémicas que, como la de 2007, ponen
continuamente en peligro el orden económico mundial.
Hace poco más de ochenta años el mundo
se encontró en un contexto histórico muy similar al actual cuando se
debatía entre mantener el patrón oro, y con él la austeridad
presupuestaria, la flexibilidad laboral y el libre y pacífico comercio; o
abandonar el patrón oro, extendiendo por doquier el nacionalismo
monetario, las políticas inflacionistas, la rigidez laboral, el
intervencionismo y el “fascismo económico” y el proteccionismo
comercial.
Hayek, y los teóricos austriacos
encabezados por Mises, hicieron un titánico esfuerzo intelectual
analizando, explicando y defendiendo las ventajas del patrón oro y de la
libertad de comercio, frente a los teóricos que, encabezados por Keynes
y los monetaristas, apostaban por dinamitar los fundamentos monetarios y
fiscales de la economía liberal que hasta entonces había impulsado la
Revolución Industrial y el avance de la civilización.44
En esa ocasión al final el pensamiento
económico evolucionó por derroteros muy distintos de los defendidos por
Mises y Hayek con los resultados económicos, políticos y sociales por
todos conocidos. Y como consecuencia todavía hoy, ya en pleno siglo XXI,
increíblemente, el mundo sigue aquejado por la inestabilidad
financiera, la falta de rigor presupuestario y la demagogia política.
Por todo ello, pero sobre todo porque la economía mundial urgentemente lo necesita, en esta nueva ocasión Mises y Hayek 45
merecen finalmente triunfar, y el euro (al menos provisionalmente y
mientras no sea sustituido de forma definitiva por un patrón oro) merece
como sea sobrevivir.46
Notas
1 Los principales autores y desarrollos teóricos pueden consultarse en Huerta de Soto 2011a [1998].
2 Ibidem, capítulo 9.
3 F.A. Hayek 1971 [1937].
4 Aunque Hayek no les
menciona expresamente, se refiere a los teóricos de la Escuela de
Chicago encabezados por Milton Friedman que aquí, como en otros ámbitos,
estrechan la mano a los keynesianos.
5 Luego veremos cómo,
con una moneda única tipo euro, el papel disciplinador de los tipos de
cambios fijos es asumido por la cotización de la deuda soberana y
corporativa de cada país.
6 Para reforzar aún más
el argumento de Mises hemos de indicar que en forma alguna cabe achacar
al patrón oro el error cometido por Churchill tras la Primera Guerra
Mundial al fijar su paridad sin tener en cuenta la gran inflación de
libras-papel emitida para financiar el conflicto bélico. Este hecho nada
tiene que ver con la actual pérdida de competitividad real de sus
productos que sufrieron durante la burbuja (Huerta de Soto, 2011, 351,
483).
7 En España, diversos
economistas austriacos llevábamos décadas clamando infructuosamente por
la introducción de estas (y otras muchas) reformas que solo ahora, de
pronto y gracias al euro, se han hecho políticamente posibles con
sorprendente premura. Dos observaciones: las medidas en la buena
dirección se han visto empañadas por la subida de los impuestos,
especialmente sobre la renta y los rendimientos del capital mobiliario
(véase el “Manifiesto” contra la subida impositiva que he firmado junto
con otros cincuenta académicos en febrero de 2012 en www.juandemariana.org/nota/5371/manifiesto/subida/impositiva/respeto/senor);
en lo que se refiere a los principios de estabilidad y equilibrio
presupuestarios, son condición necesaria, pero no suficiente, para
reemprender la senda de una economía sostenible, pues de reproducirse
una expansión crediticia sólo un significativo y abultado superávit
durante la época de “vacas gordas”, lograría evitar en cuanto llegara la
ineludible recesión la reproducción de los graves problemas que ahora
nos acechan.
8 Por primera vez, y
gracias al euro, Grecia está afrontando los desafíos de su propio
futuro. Aunque los monetaristas displicentes y los keynesianos
recalcitrantes no lo quieran reconocer, la deflación interna es posible y
no implica ningún ciclo “perverso” si va acompañada de profundas
reformas de liberalización y de recuperación de la competitividad. Es
cierto que Grecia ha recibido y está recibiendo importantes ayudas, pero
no es menos cierto que tiene la responsabilidad histórica de refutar a
todos aquellos agoreros que, por distintas razones, están empeñados en
que el esfuerzo griego fracase para poder mantener en sus modelos la tan
manida (e interesada) hipótesis de que los precios (y salarios) son
rígidos a la baja (véase además lo que decimos en la nota 8 sobre los
desastrosos efectos de la tan alabada devaluación argentina de 2001).
Por primera vez, el tradicionalmente fallido y corrupto estado griego se
ha sometido a “una cura de caballo”. En dos años (2010-2011) el déficit
público se ha reducido en 8 puntos porcentuales, los sueldos de los
funcionarios se han recortado un 15% primero y otro 20% después,
reduciéndose en más de 80.000 su número y casi a la mitad el de
municipios, se ha aumentado la edad de jubilación, reducido el salario
mínimo, etc., etc. (Vidal-Folch 2012).
Esta “heroica” reconstrucción destaca
con la descomposición económica y social de Argentina que siguió el
camino contrario -keynesiano y monetarista- del nacionalismo monetario,
la devaluación y la inflación.
9 Por tanto, y
afortunadamente, nos encontramos “encadenados al euro”, en feliz
expresión de Cabrillo (Cabrillo 2012). Quizás el ejemplo contemporáneo
más manido por keynesianos y monetaristas para ilustrar las “bondades”
de una devaluación y del abandono del tipo fijo sea el caso de Argentina
tras el “corralito” que tuvo lugar a partir de diciembre de 2001. Este
ejemplo es doblemente erróneo por dos razones.
Primero porque, como mucho, el corralito
es tan sólo una ilustración de la imposibilidad de que un sistema de
banca con reserva fraccionaria pueda funcionar sin un prestamista de
última instancia (Huerta de Soto 2011a, 610).
Segundo, porque tras la tan alabada
devaluación, el P.I.B. per cápita argentino se redujo de 7.726 dólares
en 2000 a 2.767 dólares en 2002, perdiendo por tanto dos tercios de su
valor. Esta caída del 65 por ciento de la renta y riqueza argentinas
debería hacer palidecer a todos aquellos que hoy torpe y violentamente
se manifiestan, por ejemplo en Grecia, para protestar en contra de los
relativamente muy inferiores sacrificios y caídas de precios de la
saludable e inevitable deflación interna que está imponiendo la
disciplina del euro.
Además, toda la charlatanería sobre las
“impresionantes” tasas de crecimiento en Argentina, superiores al 8 por
ciento anual a partir de 2003, poco o nada deben impresionar teniendo en
cuenta la reducidísima base de partida tras la devaluación así como la
pobreza, marasmo y carácter caótico de la economía argentina, donde un
tercio de la población ha terminado dependiendo de las subvenciones y
subsidios, la tasa real de inflación supera el 30 por ciento y la
escasez, las restricciones, la regulación, la demagogia, la falta de
reformas y el (des) control del gobierno son el pan nuestro de cada día
(Gallo 2012). Y en mi misma línea Pierpaolo Barbieri manifiesta que “I
find truly incredible that serious commentators like economist Nouriel
Roubini are offering Argentina as a role model for Greece” (Barbieri
2012).
10 El propio Presidente
del BCE Mario Draghi ha llegado incluso a manifestar que el
“continental’s social model is ‘gone’” (Draghi 2012).
11 No incluyo aquí el análisis de mi dilecto discípulo y compañero Philipp Bagus (The Tragedy of the Euro,
The Ludwig von Mises Institute, Auburn, Alabama, U.S.A. 2010), pues
desde el punto de vista alemán, la manipulación a que está sometiendo al
euro el Banco Central Europeo amenaza la tradicional estabilidad
monetaria de la que disfrutaba Alemania con el marco. Más dudoso me
parece su argumento de que el euro haya alentado las políticas
irresponsables a través de un efecto típico de tragedia de los bienes
comunales, pues durante la época de la burbuja la mayor parte de los
países que hoy tienen problemas, con la única posible excepción de
Grecia, lucieron superávit en sus cuentas públicas (o estuvieron muy
próximos a ello). Por tanto, creo que Bagus hubiera estado más acertado
si hubiera titulado su, por otro lado excelente, libro La tragedia del Banco Central Europeo (que
no del euro), especialmente teniendo en cuenta los graves errores
cometidos por el Banco Central Europeo durante la época de la burbuja y
que comentaremos en un apartado posterior de este artículo (agradezco a
Juan Ramón Rallo que me haya sugerido esta idea).
12 La línea editorial del extinto diario español Público fue
paradigmática en este sentido (véase además, y por ejemplo, el caso de
Estefanía 2011, y de su crítica a la ya comentada reforma del art. 135
de la Constitución española consagrando el principio “antikeynesiano” de
estabilidad y equilibrio presupuestarios).
13 Véanse, por ejemplo,
las declaraciones del candidato socialista a la presidencia de Francia
para el que “la vía de la austeridad es ineficaz, letal y peligrosa”
(Hollande 2012), o las de la candidata de extrema derecha Marine Le Pen
según la cual “debemos volver al franco y cerrar de una vez el
paréntesis del euro” (Martín Ferrand 2012).
14 Por ejemplo, entre otros muchos artículos el de Krugman 2012; y también Stiglitz 2012.
15 El déficit público
de Estados Unidos se ha situado entre el 8,2 y el 10% durante los tres
últimos ejercicios, en agudo contraste con el déficit alemán que fue tan
sólo del 1% en 2011.
16 La explicación moderna de la teoría austriaca del ciclo puede encontrarse en Huerta de Soto 2011a.
17 Skidelsky 2011.
18 Son legión el número de economistas de este grupo, la mayoría (¡qué causalidad!) procedentes del área dólar/libra.
Entre ellos, y a modo de ejemplo, podría
citarse los casos de Robert Barro (2012), Martin Feldstein (2011) y del
asesor del presidente Barak Obama, Austan Golsbee (2011). Entre
nosotros, aunque por motivos diversos, debemos incluir en este grupo a
economistas del prestigio de Pedro Schwartz, Francisco Cabrillo o
Alberto Recarte.
19 Mundell 1961.
20 Block 1999, 21.
21 Véase el excelente
análisis sobre el gran daño que la depreciación de la libra está
haciendo a Inglaterra desarrollado por Whyte 2012; y en relación con
Estados Unidos debe consultarse a Laperriere 2012.
22 Huerta de Soto 2011a.
23 “The euro, as the
currency of an economic zone that exports more than the United States,
has well-developed financial markets, and is supported by a world class
central bank, is in many aspects the obvious alternative to the dollar.
While currently it is fashionable to couch all discussions of the in
doom and gloom, the fact is that the euro accounts for 37 percent of all
foreign exchange market turn over. It accounts for 31 percent of all
international bond issues. It represents 28 percent of the foreign
exchange reserves whose currency composition is divulged by central
banks” (Eichengreen 2011, 130). Guy Sorman, por su parte, se ha referido
a “la actitud ambigua de los expertos y actores financieros de Estados
Unidos. A ellos nunca les ha gustado el euro porque, por definición,
compite con el dólar: siguiendo órdenes, los supuestos expertos
estadounidenses nos explicaron que el euro no podría sobrevivir sin un
gobierno económico central y un sistema fiscal único” (Sorman 2011).
En suma, es claro que los amantes de la
competencia entre monedas deberían dirigir sus esfuerzos contra el
monopolio del dólar (por ejemplo, apoyando al euro), más que propugnar
la reintroducción y la competencia entre “moneditas” locales de escasa
relevancia (dracma, escudo, peseta, lira, libra, franco e, incluso,
marco).
24 Tal es el caso, por
ejemplo, del concurso convocado en el Reino Unido por Lord Wolfson,
dueño de las tiendas Next y al que hasta ahora se han presentado nada
más y nada menos que 650 “expertos” y arbitristas. Si no fuera por la
evidente y burda hipocresía de las iniciativas de este tipo, que siempre
se convocan desde fuera del área euro (y especialmente en el mundo
anglosajón por aquellos que temen, odian o desprecian al euro), debiera
agradecerse el gran esfuerzo e interés que manifiestan por el destino de
una moneda que, al fin y al cabo, no es la suya.
25 Quizás convenga
aclarar que el autor de estas líneas es un “euroescéptico” que considera
que la Unión Europea debería limitarse exclusivamente a garantizar la libre circulación de personas, capitales y bienes en un ámbito de moneda única (a ser posible patrón oro).
26 Ya hemos mencionado,
por ejemplo, los recientes cambios legislativos retrasando la edad de
jubilación incluso hasta los 67 años (con un factor de deslizamiento
adicional en función de la evolución futura de la esperanza de vida), ya
introducidos o camino de introducirse en Alemania, Francia, Italia,
España, Portugal y Grecia. O el establecimiento del llamado “copago” y
de crecientes ámbitos de privatización en relación con la asistencia
sanitaria. Tímidos pasos en la buena dirección que, por su elevado coste
político, no se habrían tomado fuera del euro, y que contrastan con la
tendencia contraria que ha supuesto la reforma sanitaria de Barak Obama,
o el evidente inmovilismo a la hora de afrontar la ineludible reforma
del National Health Service británico.
27 O’Caithnia 2011.
28 Booth 2011.
29 Véase, por ejemplo,
“United States’ Economy: Over-regulated America: The home of
laissez-faire is being suffocated by excessive and badly written
regulation”, The Economist, February 18, 2012, p. 8, y los ejemplos allí citados.
30 Huerta de Soto 2003 y 2008.
31 Sobre la histeria a favor de los grandiosos estímulos fiscales de ese periodo puede consultarse a Fernando Ulrich 2011.
32 Krugman 2012; Stiglitz 2012.
33 En concreto, el
crecimiento medio de la M3 en la zona euro de 2000 a 2011 supera el
6,3%, debiendo resaltarse los incrementos experimentados durante los
años de la burbuja 2005 (del 7% al 8%), 2006 (del 8% al 10%) y 2007 (del
10% al 12%). Los anteriores datos evidencian, como ya se ha indicado,
que el objetivo del déficit cero, aunque loable, es tan sólo una
condición necesaria pero no suficiente de estabilidad: a lo largo de un
ciclo inducido por la expansión crediticia se pueden asumir compromisos
de gasto público durante la época expansiva con la falsa tranquilidad
que generan superavits, que luego, cuando llega la inevitable recesión,
son del todo insostenibles. Esto demuestra que el objetivo del déficit
cero requiere, además, una economía no sometida a los vaivenes de la
expansión crediticia o, al menos, cerrar los presupuestos durante los
años de expansión con superavits mucho más abultados.
34 Grecia sería, por
tanto, el único caso al que podría aplicarse el argumento de “tragedia
de los bienes comunales” en relación con el euro desarrollado en Bagus
2010. Por lo que hemos argumentado en el texto creemos que, como ya
hemos indicado, el notable libro de Bagus más que The Tragedy of the Euro, debería haberse titulado The Tragedy of the European Central Bank.
35 Los superavits en
España fueron del 0,96%, 2,02% y 1,90% en 2005, 2006 y 2007
respectivamente. Los de Irlanda, del 0,42%, 1,40%, 1,64%, 2,90% y 0,67%
en 2003, 2004, 2005, 2006 y 2007 respectivamente.
36 Como excepción podía citarse al autor de estas líneas Huerta de Soto 2011ª (p. xxxvii).
37 Ibidem.
38 En estos momentos
(2011-2012) la Reserva Federal está adquiriendo directamente al menos el
40 por ciento de la deuda pública estadounidense de nueva emisión. Y
algo parecido puede decirse en relación con el Banco de Inglaterra que
es tenedor directo del 25 por ciento de toda la deuda pública soberana
del Reino Unido. Ante estas cifras, la monetización (indirecta y
directa) llevada a cabo por el Banco Central Europeo parece un “juego de
niños”.
39 Luskin y Roche Kelly
han llegado incluso a referirse a la “Europe’s Supply-Side Revolution”
(Luskin y Roche Kelly 2012). También es muy significativo el “Plan para
el crecimiento en Europa” instado el pasado 20 de febrero de 2012 por
los líderes de doce países de la Unión Europea (entre los que se
encuentran los de Italia, España, Países Bajos, Finlandia, Irlanda y
Polonia) que sólo incluye políticas de oferta y no menciona ninguna
medida de estímulo fiscal. Así como el manifiesto “Initiative for a Free
and Prospering Europe” (IFPE) firmado en Bratislava, entre otros por el
autor de estas líneas, en enero de 2012.
En suma, parece prioritario un cambio de
modelo en países que, como España, han de pasar de una economía
especulativa y “caliente” basada en la expansión crediticia, a una
economía “fría” basada en la competitividad. En efecto, en cuanto bajen
los precios (“deflación interna”) y se reajuste la estructura de precios
relativos, en un entorno de liberalización económica y reformas
estructurales, surgirán múltiples oportunidades de beneficio empresarial
en inversiones sostenibles, que dentro de un área monetaria tan extensa
como la del euro tienen garantizada su financiación. De esta forma se
produce el necesario saneamiento y se garantiza la tan ansiada
recuperación, de nuevo fría, sostenible y basada en la competitividad,
de nuestras economías.
40 En este contexto, y
como ya hemos explicado en el apartado dedicado a la “variopinta
coalición antieuro”, no son de extrañar las declaraciones de los
candidatos a la presidencia de Francia que mencionamos en la nota 13.
41 Datos estimados a 31 de diciembre de 2011.
42 En otro lugar me he
referido a las reformas incrementales que, como la radical separación
entre la banca comercial y la banca de inversión (tipo Glass Steagal
Act) podrían mejorar algo el euro. Por otro lado, es en Inglaterra en
donde, paradójicamente (o no tanto teniendo en cuenta el daño social
devastador generado por su crisis bancaria), más eco han tenido mis
propuestas llegando incluso a presentarse en el Parlamento Británico un
proyecto de ley para completar la Ley de Peel de 1844 (curiosamente
todavía en vigor) extendiendo el coeficiente de caja del 100 por cien
para los depósitos a la vista. El consenso allí alcanzado para separar
la banca comercial de la banca de inversión debe considerarse un (muy
tímido) paso en la buena dirección (Huerta de Soto 2010 y 2011b).
43 Mi tío político, el
empresario navarro Javier Vidal Sario, perfectamente lúcido y activo a
los 93 años de edad, me confirma que en su dilatada vida nunca había
sido testigo, ni siquiera durante los años del Plan de Estabilización de
1959, de un esfuerzo colectivo de disciplina presupuestaria e
institucional y de saneamiento económico comparable al actual, con el
histórico valor añadido de que se efectúa no en un país concreto (por
ejemplo, España), ni en relación con una moneda específica (por ejemplo,
la peseta), sino que se extiende por toda Europa, protagonizado por
centenares de millones de personas y en el marco de una unidad monetaria
común (el euro).
44 Ya en 1924, el gran
economista norteamericano Benjamín M. Anderson escribió lo siguiente:
“Economical living, prudent financial policy, debt reduction rather than
debt creation – all these things are imperative if Europe is to be
restored. And all these are consistent with a greatly improved standard
of living in Europe, if real activity be set going once more. The gold
standard, together with natural discount and interest rates, can supply
the most solid possible foundation for such a course of events in
Europe”. Indudablemente, la historia, una vez más, se repite (Anderson
1924). Agradezco a mi colaborador Antonio Zanella que me haya llamado la
atención sobre esta cita.
45 La tesitura
histórica se reproduce, además, con toda crudeza en China, cuya economía
se encuentra en estos momentos al borde del colapso expansivo e
inflacionario. Véase “Keynes versus Hayek in China”, The Economist, 30 de diciembre de 2011.
46 Como ya hemos visto,
también Mises, el gran defensor del patrón oro y de la banca libre con
un coeficiente de caja del 100 por cien, en los años de 1960 se opuso
frontalmente a los teóricos de los tipos de cambio flexibles encabezados
por Friedman, denunciando la conducta de su discípulo Machlup, cuando
éste abandonó la defensa de los tipos de cambio fijos. Ahora, cincuenta
años después y con motivo del euro, la historia igualmente se repite: en
aquella ocasión también triunfaron los epígonos del nacionalismo
monetario y de la inestabilidad cambiaria, con las consecuencias
conocidas por todos. Esta vez esperamos que se haya aprendido la lección
y que sea Mises el que salga triunfante. El mundo lo necesita y él se
lo merece.
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