27 febrero, 2008

Colombia: La izquierda frente al tema de la seguridad

por Andrés Mejía-Vergnaud

Andrés Mejía Vergnaud es Director ejecutivo del Instituto Libertad y Progreso (ILP) en Bogotá.

El colosal y muy público embrollo en que cayó el Polo Democrático, nuestro gran partido de izquierda, cuando trató de definir una actitud frente a la marcha contra las FARC, no es más que un síntoma del mayor problema que suele aquejar a la izquierda cuando trata de constituirse en opción política seria, dentro del juego de la democracia: su incapacidad de asumir una posición razonable frente al tema de la seguridad.

Esta incapacidad emerge de algunos de sus supuestos filosóficos, y se agrava por el enfoque que suelen dar a ciertos problemas.

Empecemos con los supuestos filosóficos. Como bien sabemos, la izquierda, sobre todo la que está más cerca de la doctrina marxista, tiende a ver en todo un interés de clase. Para ellos resulta evidente, entonces, que la seguridad es un interés de las clases dominantes, y que además, tras el reclamo público por mayor seguridad se oculta una estrategia de represión.

Esta posición es tan absurda, que ni siquiera vale la pena extenderse sobre ella. Baste recordar una realidad, la cual sí tiene fuerza de evidencia: en todas partes, quienes más sufren por la falta de seguridad son los pobres. Los pobres del campo, quienes tienen que vivir a merced de todo aquel que pase por su parcela con un arma. Los pobres de las ciudades, quienes en sus barrios soportan la presencia de pandillas y milicias, y las permanentes guerras entre estas.

Ahora, en ocasiones, ni siquiera la izquierda moderada es capaz de desligarse de este mito sin sentido. La gestión de Lucho Garzón como alcalde de Bogotá fue absolutamente desastrosa en cuanto a la seguridad, problema al cual no le dedicó mayor atención, pues, a mi modo de ver, subsistía en él un cierto residuo de la concepción de la seguridad como un interés de clase o una cuestión secundaria frente a “lo social”.

Sigamos con los supuestos filosóficos. Hay en la izquierda una tendencia lamentable, que consiste en ver con una cierta benevolencia las expresiones armadas, siempre y cuando sigan un programa político revolucionario y de izquierda. No es sólo parcialidad pura: es una creencia en que estas expresiones tienen cierto grado de validez, o al menos merecen cierta condescendencia, por el hecho de representar supuestamente el anhelo de las clases oprimidas.

Es por esto que, en un país como Colombia, que ha conocido hasta extremos de dolor la capacidad criminal de la guerrilla, resulta incomprensible que la izquierda tilde de “guerreristas” a quienes protestan contra estos crímenes, y que pida mano dura para unos criminales mientras suplica diálogo y comprensión para otros.

Pero bueno, alejémonos de estas radicales doctrinas filosóficas, y vamos a los enfoques, a la manera de abordar los problemas de política pública.
Una debilidad de la izquierda, en especial de la izquierda moderna y moderada, es su obsesión exclusiva con la comprensión de los problemas, de sus causas y su naturaleza, y su negligencia frente a la necesidad de solucionarlos. No hay nada de malo en comprender los problemas; pero los gobernantes no son elegidos sólo para hacer sociología, sino para ejecutar soluciones.

En ocasiones, cuando se oye hablar a funcionarios de izquierda sobre cuestiones de seguridad, parecería que quien hablase es un investigador universitario, dedicado a estudiar y entender, y no un funcionario, quien tiene un mandato para actuar, para resolver.

Recuerdo, por ejemplo, cuando hace algunos meses, en un crimen que conmovió a Bogotá, un joven fue asesinado brutalmente por una pandilla de skinheads. La alcaldesa local de Chapinero, donde ocurrió el hecho, expuso en las emisoras de radio las más eruditas disertaciones sobre las “subculturas urbanas”. Semejante erudición, válida e importante, no sirvió sin embargo para salvar la vida de aquel joven, ni de ninguna otra víctima de esos grupos.

Y esto lleva a la izquierda a la última de las debilidades que quería exponer: su confianza en que los fenómenos violentos tienen siempre unas causas sociales subyacentes, y que, solucionadas tales causas, desaparecerán las amenazas a la seguridad. En esto pecan de una terrible ingenuidad, que se materializa, por ejemplo, con la muy repetitiva consigna de que para terminar con el problema de la guerrilla hay que atacar las “causas sociales” que lo motivan. En realidad, cada caso es distinto, y no es cierto que todas las expresiones de violencia, incluso aquellas que tienen una bandera política, sean causadas por problemas socioeconómicos.

Pero aunque lo sean, el mero tratamiento de las causas es insuficiente para resolver la cuestión inmediata: el drama de los seres humanos asesinados, intimidados, secuestrados o ultrajados, o en peligro de serlo, y cuya necesidad más urgente, como bien se sabe desde la obra de Hobbes en el siglo XVII, es que las autoridades los protejan.

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