por Roberto Salinas León
Roberto Salinas León es presidente del Mexico Business Forum.
La semántica del “contra-ciclismo” sugiere una estrategia elegante, la sintonía fina de autoridades financieras que pueden remar contracorriente, que pueden resistir embates externos, como es la desaceleración de la economía estadounidense, o la crisis crediticia en los mercados internacionales.
O sea, hablar de políticas “contra-cíclicas” suena tremendo. Empero, ¿qué implica para la gente cotidiana, qué significa para el bolsillo de los comunes? El programa que se ha anunciado por parte de la administración calderonista conlleva una mezcla de aumento en gasto de inversión, subsidios a tarifas de insumos claves (como energía eléctrica), así como reducciones tributarias y otros incentivos fiscales.
El objetivo es aceitar el mercado interno, moviendo las finanzas, re-estructurando el flujo de particulares, brindando algo de oxigeno por medio del gasto. Anteriormente, la fórmula de expansión fiscal, incluso de abierta expansión monetaria, era considerada una receta probada para amortiguar ciclos negativos. Sabemos ya cuales son las consecuencias de esas medidas.
Las nuevas medidas contra-cíclicas implican estímulos “ordenados” (es decir, que sean congruentes con la estabilidad de las finanzas públicas), tanto a la oferta, como a la demanda. Pero no dejan de ser de corto-plazo. Los verdaderos estímulos económicos no son de corte financiero, sino de corte estructural. Por ello, tanto en buenos tiempos, como en malos tiempos, las famosas reformas siguen siendo capitales para el futuro desempeño de la economía, vaya, para el futuro del bolsillo de los consumidores.
Esta idea ha sido desarrollada por William Easterly, antes funcionario del Banco Mundial, en sus estudios sobre la “búsqueda elusiva del crecimiento.” Easterly habla sobre tres mitos. Primero, que el crecimiento depende de un mayor financiamiento al desarrollo (por ejemplo, fondos especiales para infraestructura, o estímulos fiscales, o mayor ahorro interno, por no decir asistencialismo financiero internacional).
Los agentes económicos, la gente de la vida cotidiana, responden a los incentivos. Esta es la premisa que pasa por alto el tema del financiamiento, o en este caso, el oxigeno financiero que procura arrojar un programa “contra-cíclico.” Es más, las cosas pueden ser contraproducentes, ya que en ausencia de un marco de incentivos correctos, los agentes de la economía real tenderán a disponer de los flujos financieros para efectos de un consumo inmediato, no necesariamente para una contribución al crecimiento sostenido (inversión).
El crecimiento a largo plazo, dice Easterly, depende no del flujo de capital, sino de la estructura de incentivos. Es una tesis controvertida, pero sin duda que un estímulo sin el incentivo adecuado dará menores rendimientos económicos que los flujos de capital bajo un sistema de incentivos alineados (por ejemplo donde exista protección a los derechos de propiedad, o libre entrada y salida en la mayoría de los sectores productivos).
Hay un peligro adicional en la moda “contra-cíclica”. Si bien se puede reconocer como nada más que un paliativo para minimizar el choque económico actual, puede restar atención sobre lo verdaderamente importante, por ejemplo, impulsar la reforma energética que requiere el país (no los políticos, sino el país), o la ola de desregulación que todavía es vital para el aparato productivo.
Hacer política “contra-cíclica”, en otras palabras, no implica impulsar mayor nivel de competitividad. No perdamos eso de vista, ni ahora, ni en el largo-plazo.
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