El disparate de ser “acrítico”
“¿En qué estaba pensando?” fue la primera pregunta que nos vino a la mente cuando los medios de comunicación informaron sobre la historia que implicaba a Eliot Spitzer, gobernador de Nueva York, en una red de prostitución.
También fue la primera pregunta que nos hicimos cuando el quarterback estrella Michael Vick arruinó su carrera y perdió su libertad por su implicación en las peleas ilegales de perros. Es la pregunta de rigor cuando gente muy afortunada arriesga todo por un poco de satisfacción banal.
Muchos en los medios de comunicación americanos se refieren a Eliot Spitzer como un héroe moral que cayó en desgracia. Spitzer nunca fue un héroe moral. Fue un fiscal sin escrúpulos que abusó de su poder para arruinar a la gente, incluso cuando no tenía pruebas con las que demostrar culpabilidad alguna.
Ya que él utilizaba su despótico poder contra las empresas, la izquierda antiempresarial lo idolatraba, al igual que antes idolatraban a Ralph Nader que era algo así como un santo laico porque atacaba a la General Motors.
Lo que hizo Eliot Spitzer no era atípico en él. Estaba totalmente dentro del carácter de alguien lleno de la arrogancia que acompaña a la capacidad de usar el poder equivocadamente para aupar o destrozar a gente inocente.
Después de que John Whitehead, ex director de Goldman Sachs, escribiese un editorial en el Wall Street Journal criticando al Fiscal General Spitzer por su tratamiento del caso que implicaba a Maurice Greenberg, Whitehead citó textualmente a Spitzer diciendo: “Iré a por usted. Pagará las consecuencias. Éste es sólo el principio y usted pagará muy caro por lo que ha hecho”.
Cuando se comienza a pensar en uno mismo como en un dios que puede usar su peso amedrentando a la gente para que se calle, es señal de que se siente exento de las leyes y reglas sociales que se aplican a todos los demás.
El que alguien tenga esta clase de arrogancia como para arriesgar toda su carrera política por tener una aventura con una prostituta no es más soprendente que lo de Michael Vick malgastando millones para darse gusto con las peleas de perros o lo de Leona Helmsley evadiendo impuestos – no porque ella no pudiera pagar sus impuestos holgadamente y seguir teniendo más dinero del que se podría gastar en la vida – sino porque ella sentía que estaba por encima de las reglas que se aplican “a la gente de a pie”.
Lo que es tan espeluznante como tener a un Eliot Spitzer es tener a tantos expertos mediáticos diciendo que sólo se trata de un fallo “personal” del gobernador Spitzer y que eso no debería inhabilitarlo para el servicio público.
El mismo Spitzer habló de su fallo “personal” como si no tuviera nada hacer con ser gobernador de Nueva York.
En esta época, cuando ser “acrítico”se considera lo máximo de la sofisticación, uno de los corolarios es que los fallos “personales” no tienen ninguna importancia para el desempeño de sus deberes oficiales.
A lo que esto equivale, en última instancia, es a que el carácter no importa. En realidad, el carácter importa enormemente, más que la mayoría de cosas que se pueden ver, medir o documentar.
El carácter es de lo que tenemos que depender a la hora de confiar el poder sobre nosotros mismos, nuestros niños y nuestra sociedad a los funcionarios del gobierno.
No podemos arriesgar todo eso por el melindre de moda ése de ser más acrítico que nadie.
En la actualidad, aunque tardíamente, varios hechos están comenzando a filtrarse que nos dan pistas sobre el carácter de Barack Obama. Pero informar sobre estos hechos está siendo caracterizado como ataque “personal”.
La asociación personal y financiera de Barack Obama con un hombre sobre el que pesa una acusación criminal en Illinois no es sólo una cuestión “personal”. Tampoco lo son sus 20 años yendo a una iglesia cuyo pastor ha elogiado Louis Farrakhan y ha condenado contundentemente a Estados Unidos usando un lenguaje obsceno.
Los del campo de Obama equiparan mencionar esos asuntos a criticarlo por cosas que los miembros de su familia pudieran haber dicho o hecho. Pero según reza el dicho: Uno puede escoger a los amigos pero no a los parientes.
Obama escogió ser parte de esa iglesia durante 20 años. Él no nació dentro de ella. Su carácter personal sí importa, justamente al igual que importa el carácter “personal” de Eliot Spitzer –y al igual que el carácter de Hillary Clinton importaría, si lo tuviera.
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