10 marzo, 2008

Italia, de nuevo, en crisis

Ha sido Italia la que brindado al mundo de la Ciencia Política el término “partitocrazia” como identificativo de la patológica sustitución de la voluntad popular por las negociaciones entre bambalinas de la clase política.

Poco induce a pensar que si el desenlace de las elecciones convocadas para abril fuese una victoria del centro-derecha el panorama político italiano fuera a ganar en estabilidad.

Por Carlos Flores Juberías

Que el Gobierno salido de las pasadas elecciones de abril de 2006 no iba a lograr sobrevivir siquiera al ecuador de la legislatura era algo que más de un analista empezó a predecir el mismo día de su constitución. Y es que las perspectivas con las que Romano Prodi inició en mayo de 2006 su segunda andadura al frente del ejecutivo italiano –la primera, de mayo del 96 a octubre de 98, apenas sí supero ese ecuador– no podían ser más agoreras: una victoria electoral por la mínima, en la que apenas 25.000 votos separaron a su coalición “La Unión” de la “Casa de las Libertades” liderada por Silvio Berlusconi; una mayoría parlamentaria ajustadísima, especialmente en el Senado; un liderazgo débil a cuenta de un premier conocido por sus titubeos y su escaso carisma; y una coalición de partidos variopinta, y con un acreditado historial de divisiones internas. Demasiado, en efecto, para ser optimistas.

A la postre, y después de haber sobrevivido a la pasajera rebelión de la extrema izquierda con ocasión de la ampliación de las instalaciones de la OTAN en Vicenza, el Gobierno Prodi ha acabado cayendo por el abandono –en esta ocasión– de su aliado más conservador, la UDEUR de Clemente Mastella, abocando al país a unas nuevas elecciones en las que la Casa de las Libertades del cuarteto Berlusconi-Fini-Cassini-Bossi parece perfilarse como favorita.

Desafortunadamente, poco induce a pensar que si el desenlace de las elecciones convocadas para abril fuese una victoria del centro-derecha el panorama político italiano fuera a ganar en estabilidad. Las raíces de la permanente crisis política de Italia son mucho más profundas que la falta de carisma de Prodi y el exceso de ambición de Berlusconi. Estamos hablando de un país absurda y artificialmente bipolarizado en torno a dos megacoaliciones cuyos límites ideológicos –el Gobierno Prodi se sostenía sobre los votos de dos partidos comunistas, dos socialdemócratas, dos liberales, uno ecologista, otro democristiano y dos nacionalistas; y la Casa de las Libertades no es menos pintoresca– imposibilitan la conformación de gobiernos estables y la formulación de políticas coherentes; de unas coaliciones que solo lo son sobre el papel y únicamente operan como tales en vísperas de cada cita electoral; y de una cultura política –en suma– caracterizada por el faccionalismo. No en vano ha sido Italia la que brindado al mundo de la Ciencia Política el término “partitocrazia” como identificativo de la patológica sustitución de la voluntad popular por las negociaciones entre bambalinas de la clase política. Sólo que para curar esa enfermedad, hace falta algo más airear los salones de Montecitorio y del Palazzo Madama cada dos años.

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