¿Qué tienen de “justo” los impuestos?
Al otro lado del Atlántico, en Alemania, se proponen impuestos “especiales” a las transferencias de dinero a Suiza, Liechtenstein y Mónaco. En Gran Bretaña anunciaron un aumento de impuestos a los no residentes, pero dieron marcha atrás ante protestas generalizadas. Hasta la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) ha entrado al trapo, diciéndole a Mónaco, Liechtenstein y a Andorra que sus tasas impositivas son “anticompetitivas”. Con eso quieren decir que son más bajas que las de los demás miembros.
Otro suceso estrafalario es que algunos sacerdotes y políticos en Estados Unidos están citando la Biblia para justificar que se suban los impuestos, como si se tratara de algún precepto o mandamiento de la Iglesia. Está claro que no hay nada inmoral ni injusto en fijar impuestos bajos a personas o empresas, pero muchos políticos, ONGs y lobbies que quieren vivir de los demás ven las propuestas de rebajas fiscales como si fueran un crimen equivalente al homicidio. Por su parte, los europeos occidentales se han acostumbrado a que sus gobiernos les arrebaten más del 40% de sus ingresos.
En Estados Unidos el tipo federal más alto en 1913 era de un 7% sobre ingresos de más de medio millón de dólares al año. Hoy es de un 35% sobre ingresos de 357.700 dólares. No sólo la tasa es mucho más alta, sino que con un dólar se compra hoy una mínima fracción de lo que entonces se podía comprar.
En su libro La riqueza de las naciones, Adam Smith mantenía que los impuestos son necesarios para que el gobierno cumpla con sus funciones esenciales: la defensa nacional, la seguridad personal, la administración de justicia y la infraestructura necesaria. Smith pensaba que buena parte de esto podía subcontratarse a empresas privadas.
Hoy día se utiliza dinero proveniente de los impuestos para todo lo que se les ocurre a los políticos, incluyendo la redistribución y la “ingeniería social”. Justifican los aumentos de impuestos para proveer servicios sociales, pero unos impuestos altos destruyen incentivos, por lo que la gente invierte menos y se esfuerza menos. Por otra parte, la caridad privada suele ser mucho más efectiva que la caridad estatal.
Además están las consecuencias negativas de tener altas tasas de impuestos, como el debilitamiento de los derechos de propiedad. Si el gobierno nos quita un 40% de lo que es nuestro, no debe sorprendernos que otras personas quieran también despojarnos de algo. A su vez, los políticos buscan votos ofreciendo beneficios especiales a determinados grupos, fomentando la corrupción.
Esos impuestos exageradamente altos son una invitación a la evasión. Y, cuando los impuestos son altos la gente deja de invertir de la manera más efectiva y prefiere hacerlo de la manera que reduzca lo más posible los impuestos que ha de pagar.
El remedio es bastante simple: unos impuestos bajos. Está establecido empíricamente que reducen las tasas de evasión de impuestos, lo que supone un mayor respaldo al imperio de la ley, el cual es un ingrediente indispensable para el crecimiento económico. Muchas de las naciones que pertenecían a la Unión Soviética han reducido los impuestos, fijando una tasa impositiva única y baja para todos, logrando así incrementar considerablemente la recaudación total. Quienes viven en países con bajos impuestos gastan menos en abogados y asesores fiscales dedicados a cumplimentar las declaraciones de impuestos.
Así se libera dinero para reinvertir y para hacer caridad. Cuando la gente logra retener una mayor parte de lo que gana, suele ser más generosa y menos proclive a abdicar de su responsabilidad para con su prójimo necesitado a favor de políticos y burócratas. Unos impuestos bajos no son sólo más justos y mejores para la economía; también son buenos para nuestra salud moral.
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