Imprimiendo dinero para Wall Street
El sistema financiero global está en una crisis que está intensificándose en gran parte debido a codiciosos juegos con complejos derivados financieros. El rescate urgente de Bear Stearns Cos., para el que la Fed concedió el préstamo de 30.000 millones de dólares a JP Morgan Chase para adquirir el banco de inversión, es sólo la más reciente –y probablemente no la última– misión de rescate del banco central. En general, la respuesta de la Reserva Federal liderada por Bernanke a la debacle financiera global ha sido excesivamente simple: tipos de interés más bajos.
Es discutible si ésa es una solución efectiva al problema. Se arriesga con ella a destruir la demanda internacional de dólares, además de que un tipo de cambio a la baja implicaría una rápida inflación de los precios en el país al igual que una creciente presión sobre los inversores extranjeros para sacar su dinero. Ambos efectos exacerbarían la crisis.
Pero eso es un asunto técnico. La estrategia de la Reserva Federal plantea problemas más fundamentales. Cuando un banco central baja los tipos de interés, incurre en una actividad que va llena de significado moral. El argot del macroeconomista puede llevar a conclusiones erróneas. Los tipos de interés más bajos se alcanzan aumentando la oferta del dinero, lo que básicamente equivale a “imprimir dinero de la nada” y a venderlo barato a la comunidad bancaria (aunque técnicamente ahora se hace creando asientos contables ficticios).
La dimensión moral se ve más clara si en su lugar imaginamos a una persona haciendo lo mismo. Se llama fraude. El dinero falsificado enriquece al defraudador a expensas del resto de la sociedad. Crear más billetes de papel no da como resultado más recursos económicos (producción o artículos de consumo), sólo sirve para redistribuirlos. El falsificador adquiere dinero extra inmediatamente a su disposición, mientras que el poder adquisitivo de nuestro saldo bancario se ve lentamente erosionado.
La actividad de los bancos centrales modernos afirma estar al servicio de nobles fines: una alta tasa de empleo, estabilidad de precios y desarrollo económico. En realidad sólo enriquece a los que operan el sistema. A veces es el Gobierno nacional. Por ejemplo, considere el Zimbabwe de Robert Mugabe y su inflación de más del 1.000 por ciento (y subiendo).
En otros casos, el banco central es una entidad privada que sirve a los intereses de la élite financiera. Históricamente éste era el caso en la mayoría de bancos centrales, incluyendo al Banco de Inglaterra (fundado en 1694), que fue nacionalizó en una fecha tan reciente como 1946.
Lo que muchos no saben es que el sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos, fundado en 1913, también pertenece a esta categoría. Es una corporación privada, propiedad de bancos afiliados, sobre cuyos dueños se sabe poco. Como privilegio especial, la Reserva Federal nunca ha sido completamente auditada por órganos independientes y se afirma que algunos de sus archivos son secretos.
Uno puede también poner en duda los nobles fines de los bancos centrales. La inflación es causada en gran parte por aumentar la oferta del dinero. En consecuencia, la inflación promueve el vivir endeudado y desmotiva la prudencia y el ahorro.
Por otra parte, al crear tipos de interés artificialmente bajos, los bancos centrales propician los perjudiciales ciclos de auges y depresiones, como los economistas Ludwig von Mises y F.A. Hayek demostraron. La burbuja de las “punto com” que reventó en el año 2000 y las burbujas inmobiliaria y de consumo excesivo, que ahora están llegando a su fin, son los ejemplos más recientes. Tanto peor para la estabilidad, el crecimiento económico o unas altas tasas de empleo.
El Antiguo Testamento presenta algunos principios sobre la gestión responsable del dinero. Quejándose de los pecados de Judá y de Jerusalén, el profeta Isaías denunciaba la devaluación monetaria: “Tu plata se ha vuelto escoria, tu vino está mezclado con agua” (Isaías 1:22). Asimismo exhortaba el Señor al pueblo judío: “No seáis deshonestos con las medidas de longitud, de peso o de capacidad. Tened balanza justa, peso justo, medida justa y sextario justo…” (Lev. 19:35-36)
La devaluación y la manipulación de pesos y medidas han supuesto una gran tentación durante
También existe la banca con reserva fraccionaria, el uso del dinero de los depósitos a la vista en el sector de préstamos. Muchos economistas, incluyendo a Milton Friedman y otros en la universidad de Chicago en décadas anteriores, la han identificado como la fuente de la inestabilidad de las actividades bancarias durante los tiempos modernos. La banca con reserva fraccionaria ya fue condenada por los juristas romanos que la encontraban fraudulenta y legalmente insegura. No obstante, la ciencia moderna demuestra que justamente esta inestabilidad es la que justificó las actividades inflacionistas de los bancos centrales.
Los fundadores de Estados Unidos lo entendían. En sus cartas, Thomas Jefferson escribió profusamente sobre el problema del dinero poco fiable. En una carta a Josephus B. Stuart que data de 1817, Jefferson hacía hincapié en las consecuencias del papel moneda: “Hay que admitir que los billetes tienen algunas ventajas. Pero tampoco se puede negar que sus abusos son igualmente inevitables y, al romper la medida de valor,
De la misma forma, Jefferson entendía el problema de un sistema bancario poco fiable. En una carta a John Taylor decía. “Creo sinceramente […] que las entidades bancarias son más peligrosas que los ejércitos permanentes y que el principio de gastar dinero para pagarlo en años venideros bajo el nombre de financiación es estafar al futuro a gran escala.” (1816)
Estas valientes palabras suenan increíblemente relevantes en la actualidad. Las raíces de la crisis actual yacen en la manipulación del dinero de los ciudadanos americanos. Más dinero no solucionará el problema. ¿Tendremos el valor de ir al meollo del asunto?
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