10 junio, 2008

Chávez ha ido demasiado lejos, y él lo sabe

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, comenzó este mes como el mayor aliado político del grupo rebelde más grande de Colombia, y como un apasionado defensor de la propia reestructuración de los servicios de inteligencia de su país. Pero en el espacio de unas pocas horas durante el fin de semana, Chávez ha dejado perplejos a sus críticos al cambiar el curso de ambas políticas.

Al hacer eso, Chávez ha demostrado tener una disposición para reinventarse , algo que le ha servido muy bien en tiempos de crisis a través de su ya larga carrera política. Una y otra vez, ha apostado cambiando posiciones y políticas, y luego ha tomado un camino más moderado cuando las consecuencias amenazaban con ser peores de lo que esperaba.

Aunque Chávez ha sido acusado de hablar como un autócrata y tratar de gobernar como uno, sus últimas acciones no hacen sino confirmar que la democracia de Venezuela, por muy frágil que pueda parecer en ocasiones, todavía sigue funcionando como un cheque para los deseos de su presidente.

Pocos problemas ilustran la actual situación de Venezuela como el debate en torno a la ley de inteligencia de Chávez, que podría abolir la policía secreta y la inteligencia militar, y sustituirlas con nuevas agencias de inteligencia y contrainteligencia. Concebida en máximo secreto y puesta en vigor a través de un decreto presidencial, la ley —en extremo ambiciosa— ha estremecido a la oposición política de Chávez.

La ley obliga a los jueces venezolanos a respaldar a los servicios de inteligencia y le exige a los ciudadanos que cooperen con los grupos de vigilancia comunitaria, lo que ha provocado por todas partes temores de que el gobierno trate de seguir los pasos de Cuba al crear una enorme red de informantes cuyo propósito principal es detectar cualquier actividad en contra del gobierno.

Henry Rangel Silva, director de la policía secreta, apareció en la televisión estatal para defender la ley, pero terminó empeorando las cosas cuando reconoció que sus espías ya estaban siguiéndole los pasos a los candidates politicos, una revelación que reafirma las preocupaciones de que el objetivo de la ley de inteligencia es aplastar a quienes se oponen al gobierno de Chávez, que ya está entrando en su décimo año.

La airada reacción a la ley fue intensa, desde los grupos de derechos humanos, organizaciones noticiosas, líderes católicos y, desde luego, dibujantes de editoriales politicos que de inmediato bautizaron a la ley con un nombre pegajoso, la "Ley Getsapo", un juego de palabras con las palabras Gestapo y sapo, que en la jerga venezolana quiere decir delator.

Con elecciones regionales programadas para este año, Chávez podría estar tratando de limitar el daño potencial que pudieran sufrir los candidatos de su partido socialista. Sin embargo, de igual modo, pódría haber reconocido que era un buen momento para sacar una ley que, sus propias palabras, tiene capítulos que eran "indefendibles". Chávez creó una comisión para que se encargue de reescribir las partes más polémicas de la ley.

"Chávez tiene un instinto politico increíble", dijo Fernando Coronil, historiador venezolano de la Universidad de Michigan. "Ha demostrado tener el pulso del país, así como entender los cambios politicos mejor que nadie".

De cualquier modo, el temperamento nacional es en la actualidad mucho menos triunfalista que en diciembre del 2006, cuando los votantes reeligieron a Chávez para un término de seis años, y sin duda sus asesores deben haberse percatado de ese cambio. A pesar de los precios estratosféricos que ha alcanzado el petróleo en todo el mundo, el desarrollo económico nacional está empantanado, y la inflación continúa aumentando. La nacionalización de las compañías de teléfono, electricidad, petróleo y acero ha asustado a la inversión extranjera, en tanto siguen faltando muchos productos básicos.

En medio de estos problemas, las vallas de propaganda con la imagen del presidente se ven menos en las calles de Caracas que hace apenas seis meses, como si el culto a la personalidad se estuviera desinflando un poco. El cambio de política de Chávez con respecto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), al punto de pedirles que terminen la guerra de guerrillas que libran desde hace décadas, sugiere una indudable habilidad para reconocer cuando algunas de sus decisiones no están rindiendo los frutos que él pensó podrían alcanzar.

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