10 junio, 2008

Ecuador sin brújula

por Carlos Alberto Montaner

Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.

El presidente ecuatoriano Rafael Correa va cuesta abajo. Según la última investigación (Cedatos-Gallup), sólo el 41% apoyaría el extravagante texto constitucional que sus partidarios van forjando lentamente en el pueblo de Montecristi. Necesita el 50% para que se apruebe. Ha dicho que, si fracasa, abandonará la política. No ha aclarado si volverá a enseñar en la universidad, donde no dejó una huella memorable, o si se dedicará a cantar y tocar la guitarra, actividades que practica con más talento que Abdalá Bucaram, otro músico que pasó por el Palacio de Carondelet, al que derrocaron acusándolo de loco, poco después de que perpetrara un CD de rock and roll con la complicidad de un conjunto uruguayo llamado Los Iracundos. El CD era una prueba irrefutable de los cargos que le imputaron.

Parece que la constitución que están redactando los patricios ecuatorianos es un adefesio socialista cargado con la noble intención de hacer justicia social y lograr la felicidad espiritual y corporal de las personas, incluida la delicada región inguinal. Hace pocas fechas, una señora se empeñaba en consagrar los derechos de las mujeres, sin olvidar el de disfrutar de los placeres sexuales. Nunca supe si se aprobó su propuesta, pero a mí, francamente, me pareció razonable. Una de mis heroínas predilectas es Mary Wollstonecraft, quien planteó eso mismo en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Alguna vez, hasta pensé en novelar su interesante vida. Toda dama frígida merece una pensión del Estado por su injustificado sufrimiento.

Pero hay más locuras, como explica, azorado, el analista Walter Spurrier. Uno de los aportes de las etnias indígenas al texto constitucional que se prepara consiste en que la economía se guíe por el principio del sumak kawsay, una ancestral filosofía del desarrollo que entiende que el ''buen vivir'' radica en la convivencia armoniosa con la naturaleza, lo que necesariamente excluye el progreso y el consumismo, dos depredadoras actitudes que destruyen el hábitat en el planeta. ¿Como sustentan esa dulce visión precolombina de la sociedad los ilustres legisladores ecuatorianos en nuestros días? Muy fácil: en el pensamiento de los filósofos radicales europeos Iván Illich y Serge Latouche. Lo revolucionario no es crecer, sino decrecer.

Involucionar. Huir de la demencia occidental. Una tontería, por cierto, que hace ya muchas décadas también formuló Gandhi cuando defendió el regreso a la rueca y el abandono de la búsqueda del progreso como objetivos para la nación que se proponía fundar.

Pobres ecuatorianos. Ecuador es una nación preciosa, potencialmente riquísima, ocupada por una clase dirigente tenazmente empeñada en agravar los problemas que padece la sociedad. Si la nueva constitución ''social y solidaria'' es aprobada, seguramente la promulgarán en el Congreso Nacional ante el enorme mural de Oswaldo Guayasamín, un exitoso pintor expresionista de filiación comunista que trató de exterminar al imperialismo yanqui acaparando todos los dólares que se ponían a su alcance. El mural se titula, precisamente, Historia de la constitución del Ecuador, y en él se denuncia, entre otros horrores, a la malvada CIA, culpable, por supuesto, de todos los males que aquejan al país.

Cuando el profesor Rafael Correa fue elegido presidente, dos de los argumentos que se esgrimieron a su favor fueron su buena formación universitaria y su condición de católico practicante. El señor Correa había hecho estudios postgraduados en la Universidad de Lovaina (Bélgica), una antigua y prestigiosa universidad católica, y luego había obtenido un doctorado en una institución norteamericana de Illinois. El señor Correa sabía de economía. Lo que nadie se preocupó en averiguar es cuáles eran sus ideas sobre la naturaleza humana, la libertad, la tolerancia, el pluralismo, la democracia, la historia, la justicia, o la dignidad del otro, sin percatarse de que los conocimientos, distorsionadamente integrados en una estructura de valores disparatada, administrados con una dosis enorme de arrogancia y falta de sensatez, pueden dar lugar a las conductas más perjudiciales.

¿En qué va a parar este nuevo sainete latinoamericano?

Obviamente, en otra frustración de la que no parece haber escape: si el presidente Correa tiene éxito y aprueban la constitución, ese texto será la partida de bautismo de un despropósito que empobrecerá sustancialmente a los ecuatorianos durante el tiempo que se dediquen a tratar de ponerla en práctica. Si no lo tiene y la rechazan, dentro de un par de años (o antes) saldrá de la presidencia sin pena ni gloria escoltado por la perplejidad y el desconcierto de sus compatriotas. Es lo que les ocurre a los pueblos cuando han perdido la brújula. Así está Ecuador desde hace años.

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