16 junio, 2008

En la boca del lobo: ¿por qué las bolsas temen los colmillos de la 'estanflación'?

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Con su estatura y su seriedad, Paul Volcker, era la persona indicada para hacerse con las riendas de la Reserva Federal (Fed) en la difícil tesitura de finales de los 70. La economía norteamericana, aún sin recuperarse por completo de la crisis del petróleo de 1973, sufrió un segundo azote petrolífero seis años después, lo que complicó el panorama sobremanera. De forma inaudita, el crecimiento se detuvo, sin que eso frenara la subida de los precios. Fue entonces cuando cobró fama un concepto que ahora, casi 30 años después, vuelve a acaparar la atención: estanflación.

Este término -que es una traducción literal del inglés stagflation y que aún hoy no está aceptado en castellano por la RAE- debe su nombre precisamente a la combinación de ambos elementos. Así, la raíz estan- proviene de estancamiento y el sufijo -flación es deudor de la parte final de la palabra inflación.

Con él, se define un problema que supone una anomalía económica. En principio, sin crecimiento los precios, más que subir, tendrían que detener su escalada, ya que las consecuencias derivadas de la menor actividad económica deberían impedir que los productos fueran más caros.

¡Son los costes!

El matiz que distingue la estanflación es que las presiones sobre los precios no provienen de donde siempre, es decir, del crecimiento y el consumo, sino de los costes. En los 70 y 80, como ahora, era el petróleo el que nutría la inflación. Así, los precios subían -y suben- sin necesidad de que haya demanda. Los costes la sustituyen.

Estas particularidades hacen que este fenómeno sea más peligroso. Tanto que no hay medias tintas para atajarlo. La solución pasa por atacar primero la inflación y, una vez dominada, ocuparse luego de reactivar la economía. Así lo hizo Volcker desde que desembarcó en la Fed en agosto de 1979. No le tembló el pulso. Llegó a elevar los tipos de interés hasta el 20 por ciento para controlar una inflación que, por momentos, rozó el 15 por ciento.

Al final venció a la inflación, aunque a cambio de provocar que la economía llegara a decrecer a ritmos del 7,8 por ciento anual y de que el paro se disparara del 5,6 al 10,8 por ciento. Como afirma en sus memorias el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, "para hacer lo que hizo Volcker era necesario un coraje extraordinario... Puedo imaginarme lo duro que fue para él precipitar EEUU a la brutal recesión de principios de los 80".

La semilla está sembrada

Con semejante precedente, no extraña que la palabra maldita asuste tanto. "Este escenario es muy negativo para la renta variable", afirma Juan José Fernández-Figares, director de análisis de Link Securities, para valorar la reaparición de este fenómeno. ¿El motivo?

En un momento en que la crisis financiera sigue presente, la amenaza estanflacionista dificulta la situación, ya que si los bancos centrales descargan su munición monetaria se agravarán las tensiones financieras e inmobiliarias. De hecho, esta diferencia puede provocar que el actual escenario sea más dañino que el sufrido en los 80, que finalmente no fue tan malo para las bolsas -ver apoyo-.

Ahora bien, ¿se verán obligados el presidente de la Fed, Ben Bernanke, y el del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, a actuar como Volcker? De momento, no. "La situación actual no es comparable con la de los 70 y los 80", asegura José Luis Alzola, economista senior de Citi (C.NY

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La espiral salarios-precios

Para empezar, porque en los países desarrollados la inflación se mantiene por debajo del 5 por ciento y sus economías todavía crecen. Además, la menor fuerza de los sindicatos, combinada con una mayor productividad y la globalización, debe impedir la formación de una espiral salarios-precios similar a la acontecida entonces, que fue la que complicó la labor de Volcker.

Pero tampoco conviene cantar victoria. Como recuerda Joachim Fels, de Morgan Stanley, también hay paralelismos con aquella estanflación, como la subida del crudo y la debilidad del dólar, a los que se añade la inflación que exportan los países emergentes.

La semilla del mal está, por tanto, sembrada. Para evitar que germine, Bernanke, Trichet y sus colegas deben permanecer atentos... y emular a Volcker si resulta preciso. Ojalá no haga falta.

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