19 junio, 2008

Irlanda y el significado de la democracia

Por Alfredo Toro Hardy

Para Rousseau la democracia debía ser tan directa como posible. Para Locke y los liberales ingleses del siglo XVIII que lo sucedieron en el tiempo, el mayor riesgo a la democracia venía dado por la "tiranía de la mayoría". Sobre estas dos visiones contrapuestas se asienta el punto de partida del debate entre la democracia directa y la representativa. La primera de ellas encuentra su legitimidad histórica no sólo en el Agora ateniense, expresión primigenia de democracia, sino también en el sello de aprobación brindado por la más antigua y respetada democracia del planeta: la suiza. La democracia representativa, siempre protectora del saber "ilustrado" de los pocos, encontró sin embargo una popularidad muy superior.

La democracia representativa se corresponde bien a aquella célebre frase de Rómulo Betancourt: "El pueblo en abstracto es una entelequia que usan y abusan los demagogos... En las modernas sociedades organizadas el pueblo son los partidos políticos, los sindicatos, los sectores económicos organizados, los gremios" (citado por Ramón J. Velásquez, Venezuela Moderna, 1979). En otras palabras, la acción de intermediación a la voluntad popular es lo serio, de la misma manera en que todo intento de aproximación directa a esa voluntad es expresión de demagogia.

Fue sobre la base de la premisa anterior que varios gobiernos europeos ignoraron la voluntad de sus poblaciones, expresada masivamente en manifestaciones populares y mayoritariamente en las encuestas, para lanzarse a la invasión de Irak. Este desoír al pueblo fue identificado como señal de responsabilidad, en tanto que cualquier intento por escuchar al sentimiento popular fue presentado como simple populismo.

Algunos años más tarde la Unión Europea lanzó con bombos y platillos un flamante proyecto de Constitución, destinado a ser aprobado por vía de consulta directa por las poblaciones de los países miembros. Luego del rechazo a esa Constitución por vía de sendos referenda en Holanda y Francia, los "intermediadores" se lo pensaron mejor. La respuesta "responsable" consistió en empaquetar el contenido del proyecto constitucional en un Tratado de difícil comprensión para el ciudadano común. Se trató del Tratado de Lisboa, aprobado por los gobiernos de los estados miembros de la Unión en octubre de 2007. La razón de este cambio respondía a un hecho simple: para hacer válido un Tratado a nivel nacional basta con la simple aprobación del Parlamento.

Los irlandeses, sin embargo, se encargaron de sembrar el desorden. En lugar de aprobar el Tratado de Lisboa en el círculo cerrado de su Parlamento, como se esperaba que hicieran todos, tuvieron la peregrina idea de convocar a un referéndum para ello. Era volver al punto cero, colocaba la sustancia del proyecto en contacto directo con el pueblo. Y nuevamente el pueblo, consultado en su intención, votó que no.

¿Sobre qué bases objetivas puede considerarse que el ciudadano común no sabe lo que es mejor para él? En lugar de darnos tantas clases magistrales de democracia, Europa debería venir a buscar algunas a Venezuela.

No hay comentarios.: