Los frutos del populismo más berreta
por Roberto Cachanosky
Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
No es casualidad que la Argentina haya pasado del crecimiento de fines del siglo XIX y principios del silgo XX a esta continua degradación económica.
Casi como si fuera una verdad revelada, el argumento central del Gobierno para justificar las retenciones ha dejado de ser el de producir menos “yuyito” para diversificar la producción agropecuaria. Ahora, aseguran que el aumento de las retenciones será destinado a financiar más programas sociales. Así, redistribuir la riqueza ha pasado a ser el argumento central de los Kirchner. Y para financiar esa redistribución se le aplicaría una mayor carga tributaria a quienes tienen ganancias “extraordinarias”. No sólo el gobierno sostiene esta línea de argumentación, sino que la oposición, para no ser políticamente incorrecta, dice estar de acuerdo con la redistribución de la riqueza.
Como señalaba en otra nota Antonio Margariti, no queda claro si el gobierno quiere redistribuir la riqueza o los ingresos, dado que no son la misma cosa. Dicho en otras palabras, ¿qué quiere el gobierno? Redistribuir el departamento (la riqueza) o el alquiler que cobra el dueño (los ingresos). Pero, como dice Margariti, al gobierno le da lo mismo hablar de riqueza y de ingresos como si éstos fueran sinónimos. Volviendo al tema de la riqueza y los ingresos, por ejemplo, ¿qué harían los Kirchner con su patrimonio para distribuir justamente la riqueza? ¿Entregarían el 40% de sus 18 casas y 4 departamentos o el 40% de los alquileres que le generan esas 22 propiedades?
Ahora bien, dejando de lado el gesto que podrían tener los Kirchner para mostrar su voluntad de liderar y dar el ejemplo en esto de redistribuir la riqueza repartiendo sus propiedades o ingresos que les generan, deseo pasar al tema de fondo. Y el tema de fondo es el principio de la redistribución del ingreso (no de la riqueza). Lo que voy a decir a continuación es políticamente incorrecto, pero como no pretendo ganar votos, no tengo problema en ser políticamente incorrecto. Vayamos al punto.
¿Por qué razón alguien que trabaja, obtiene utilidades basadas en su esfuerzo personal, iniciativa, riesgo y capacidad de innovación tiene que transferirle compulsivamente sus ingresos a otra persona que no generó nada de ese ingreso? No encuentro ninguna justificación moral por la cual el burócrata de turno se arrogue el derecho de confiscar el fruto del trabajo a unas personas para transferírselas a otra sin que esta otra haya hecho nada que justifique el reclamo de vivir a costa de los otros.
En rigor, seamos honestos, este no es un problema de los Kirchner solamente. Ni siquiera es un problema de la dirigencia política en particular. Este es un problema de la sociedad argentina, entendiendo como sociedad argentina a una mayoría significativa de los habitantes que considera que está bien que el Estado les quite el fruto de su trabajo a unos para transferírselo a otros. La redistribución del ingreso generalmente está bien vista y ampliamente aceptada por mucha gente…siempre y cuando no le toquen el bolsillo a ellos. Y no digo esto por el caso particular de los productores agropecuarios porque ellos mismos han dicho públicamente que están dispuestos a ceder parte de sus ingresos para que el Estado los redistribuya. Inclusive los productores ni siquiera luchan por la eliminación de las retenciones sino que se limitan a pedir un techo a las mismas. Lo que digo es que la sociedad argentina (utilizando este término para simplificar palabras) apoya la distribución del ingreso…ajeno. Es común escuchar que cuando el Estado le cobra más impuestos a un determinado sector de la sociedad, inmediatamente éste salta argumentando que les cobren a otros que ganan más o que roban. Un argumento hipócrita para aparecer sensible, pero tacaño al momento de abrir la billetera. Todos son muy solidarios con la plata ajena y, por lo tanto, la dirigencia política en general y los Kirchner en particular no hacen más que reflejar lo que la mayoría de la gente apoya. El que unos mantengan a otros.
El ejemplo más evidente que me viene a la memoria fue el de los 90 cuando los docentes reclamaban un aumento de sueldos. Todos estaban de acuerdo en que ellos merecían ese incremento salarial. Se aprobó entonces la famosa estampilla que había que pegar en el parabrisas que mostraba el impuesto que cada uno había pagado para financiar dicho incremento de salarios. ¿Qué pasó en ese momento? Todos los que tenían autos saltaron como leche hervida porque tenían que poner de su bolsillo el aumento de salarios de los docentes que tan vehementemente reclamaban incluso los dueños de los autos.
Por supuesto que a muchos políticos esta cultura de la dádiva les viene de perillas porque les permite armar una inmensa red de clientelismo políticos y bolsones de corrupción con la plata ajena. La reparten como si fuera propia. Pero el drama de la Argentina es, a mi juicio, el pronunciado acento que siempre se pone en la distribución del ingreso como si este se generara solo, sin necesidad de riesgo, trabajo, esfuerzo, innovación, entre otras. Y como si el que ganara plata fuera un ser perverso al que hay que castigar por su éxito.
Basta con ver el presupuesto de este año para advertir lo desvirtuado que está el Estado. De los $ 161.500 millones del presupuesto nacional, $ 98.720 millones, es decir el 61%, está destinado al rubro Servicios Sociales, incluyendo esto vivienda, jubilaciones y pensiones, educación, trabajo, etc. Casi dos terceras partes del presupuesto se destinan a redistribuir el ingreso, mientras que la seguridad y la defensa de la nación brillan por su ausencia. Es como si el Estado hubiese decidido privatizar la protección de la vida y la propiedad de las personas (seguridad) decidiendo que cada uno se encargue de defenderla, y se hubiese concentrado exclusivamente en repartir los ingresos. De esta forma, el monopolio de la fuerza que le fue delegado para defender la vida, la libertad y la propiedad de las personas, lo utiliza para expoliar a los que producen y redistribuir el fruto de su trabajo. El Estado argentino se ha transformado en una especie de delincuente que sistemáticamente se apropia de los ingresos y patrimonios de la gente bajo el argumento de la solidaridad.
Desde el punto de vista estrictamente económico, la mejor redistribución del ingreso se produce a partir de instituciones confiables que atraen inversiones, crean puestos de trabajo mejor remunerados y, de esta forma, la gente recibe una porción mayor del ingreso nacional gracias al resultado de su trabajo. Por otro lado, no hay mecanismo más eficiente para ejercer la solidaridad que la que surge de las asociaciones civiles que brindan apoyo a diferentes sectores gracias a las donaciones que reciben en forma voluntaria de personas y empresas. Porque son estas las que se encargan de controlar que los dineros que destinan a esas organizaciones sean efectivamente bien asignados y no se pierdan en los pliegues de la burocracia y la corrupción.
En lo estructural, los argentinos tenemos que cambiar esa mentalidad de pensar que, por definición, todo aquél que gana plata es sospechoso de algo y que, además, tiene la “obligación” de mantener a otras personas que no conocen. Esta cultura de la dádiva ha terminado por denigrar el trabajo de la gente y su dignidad. La mayoría se siente con derecho a vivir a costa del trabajo de terceros. Por lo tanto, cada vez son menos los que producen y más lo que quieren vivir sin producir reclamando un derecho que no es tal.
En lo que hace al caso particular de los Kirchner hay dos problemas puntuales: a) en primer lugar se pasaron de vueltas con el gasto público y la carga tributaria llevando al punto del agotamiento fiscal de la población y b) nadie les creyó cuando 90 días después de lanzar las retenciones móviles se acordaron de avisar que eran para financiar planes sociales. Fue tan burda la maniobra que, en este caso, no prendió en la población el discurso sensiblero.
De todas maneras, insisto, mientras los argentinos no cambiemos esta manía de querer vivir a costa del trabajo del otro, considerando como un derecho que otro me mantenga, me pague la casa, los estudios de mis hijos, etc., va a ser cada vez más difícil encontrar a alguien que quiera arriesgar sus capitales y trabajo para que luego los políticos, bastardeando el concepto de solidaridad, se apropien de los ingresos que generan quienes invierten y trabajan.
No es casualidad que Argentina haya pasado del crecimiento de fines del siglo XIX y principios del silgo XX ha esta continua degradación económica. Es que antes, con todos sus defectos, el modelo de país se basaba en el trabajo, en el esfuerzo personal y en la atracción de capitales. A eso venían los inmigrantes. A trabajar duro para construirse un futuro que no conseguían en sus países europeos. Fue la aparición de la cultura de la dádiva que se instaló en nuestro país lo que nos ha llevado a ser una país decadente, y como buenos hipócritas, encima tratamos de explicar nuestra decadencia en conspiraciones internacionales que surgen de las afiebradas mentes de los resentidos que quieren vivir como se vive en los países capitalistas pero usando las reglas del populismo más berreta.
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