Mercados para los Pobres en México
Por Mary Anastasia O'Grady
Ayudar a los pobres puede ser virtuoso, pero hay que tener cuidado cuando la industria de la pobreza empieza a perder "clientes" porque el mercado está haciendo buenas obras.
Compartamos Banco sabe lo que es tener una aureola que no brilla. El banco mexicano se especializa en micro financiación para empresarios de bajos ingresos en un país que nunca había tenido una industria financiera que sirviera a los pobres. Compartamos no solo descubrió cómo satisfacer las necesidades de la población excluida, sino cómo ganar dinero con ello.
Como resultado, el banco ha estado creciendo rápido. Con un préstamo promedio de US$450 ahora tiene más de 950.000 clientes, 15 veces más que en 2000.
Este fuerte crecimiento sugiere que el modelo con fines de lucro del banco les conviene tanto a los deudores como a los acreedores. Sin embargo, el triunfo no es una buena noticia para todo el mundo. En el sector económico que sirve Compartamos—las personas que ganan US$10 al día—la brigada internacional de caridad corre el riesgo de quedar obsoleta. Tal vez esto explica por qué la gente que se gana la vida regalando el dinero de otros esté hablando mal de Compartamos por la práctica vulgar de obtener "demasiadas" ganancias.
El crédito a la microempresa despegó hace algunos años cuando los economistas reconocieron que los pobres, al igual que la clase media, pueden hacer uso productivo de los fondos. El micro financista más famoso es Muhammad Yunus, fundador de Grameen Bank y ganador del Premio Nobel de la Paz en 2006.
Compartamos partió en el sur de México en 1990 como una entidad sin fines de lucro que proveía capital de trabajo a pequeños empresarios como preparadores de alimentos, vendedores y artesanos. Sus fondos inicialmente provenían de fundaciones del sector privado y del gobierno y sus clientes eran, y siguen siendo, en su mayoría mujeres. Este grupo es a menudo analfabeto, pero tiene espíritu emprendedor y representa un riesgo crediticio muy bajo. Como aval, el banco normalmente acepta el crédito de un grupo de empresarios que respaldan a un colega y son los cosignatarios del préstamo.
Después de 10 años, Compartamos estaba financiando a 60.000 microdeudores. Pero la empresa reconoció que la necesidad para su servicio era mucho mayor. Con el objetivo de recaudar capital formó en 2000 una empresa con fines de lucro para utilizar tanto capital del sector privado como préstamos y donaciones del gobierno y fundaciones de caridad. En 2002, emitió US$70 millones en deuda y cuatro años después su base de clientes había crecido a más de 600.000.
Para el año 2006, los banqueros del mundo en desarrollo que habían ignorado tradicionalmente las clases económicas C y D—donde A representa a los más pudientes y E a los más pobres—empezaron a darse cuenta que prestarle a los empresarios de bajos ingresos es un buen negocio. Una razón para el cambio es que los adelantos en los programas de software permitieron a los bancos administrar pequeñas cuentas de manera más eficiente.
Lo que otrora había sido descartado como un mercado inviable se convirtió en una atractiva oportunidad y Compartamos estaba bien posicionado para capitalizarla en México. El año pasado la empresa lanzó una oferta pública inicial que fue sobre suscrita 13 veces. Ahí fue cuando los profesionales de hacer el bien empezaron a cuestionar la ética de la compañía.
En un comentario publicado en junio pasado sobre la salida a bolsa de Compartamos, Richard Rosemberg, un consultor de Consultive Group to Assist the Poor—que no es parte del Banco Mundial pero funciona desde sus instalaciones—observa que la demanda por acciones de la compañía fue impulsada, en parte por "crecimiento y rentabilidad excepcionales". El consultor dedica las siguientes 16 páginas a rumiar sobre si el modelo con fines de lucro de Compartamos entra en conflicto con el propósito de ayudar a los pobres. Un desafío similar, aunque mucho menos riguroso, a Compartamos titulado "Microloan Sharks"(Algo como "tiburones del microcrédito") aparece en la edición de mitad de año de la publicación Stanford Social Innovation Review.
En sus "reflexiones" sobre "las tasas de interés y las ganancias de la microfinanciación", Rosenberg escribe que cobrarles en exceso a los clientes bajo un modelo sin fines de lucro es aceptable porque se hace para el beneficio de solicitantes futuros de crédito. Pero cuando las ganancias van a los que proveen el capital a través de dividendos entonces "hay un conflicto entre el bienestar de los clientes y el de los inversionistas". Lo que se debe examinar no es la comercialización de la actividad de prestar sino el "tamaño" de las utilidades.
Lo que parece eludir a Rosenberg es el hecho de que él no tiene forma de saber si se está cobrando en exceso ni por cuánto. Esa información sólo la provee el mercado, cuando ingresan nuevos e innovadores operadores que ven que pueden ofrecer servicios a un mejor precio. Esto ha estado pasando desde que empezaron los microcréditos como actividades con fines lucrativos y el resultado ha sido una mayor competencia. Las tasas de interés han bajado incluso cuando la demanda y la disponibilidad de los servicios ha aumentado.
Que mejor hubiera sido, sugiere Rosenberg, si Compartamos hubiese recaudado capital a través de "inversionistas motivados socialmente" como las "instituciones financieras internacionales", es decir el Banco Mundial y entidades similares. Hubiese sido mejor para él y sus cohortes del lobby de la pobreza, pero no, aparentemente, para los empresarios más pobres de México.
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