¿Pero no había quedado atrás lo peor de esta crisis financiera?
"Lo peor de la crisis ha pasado". Éste fue el mantra que se propagó por los mercados financieros a partir de la segunda mitad de marzo. En concreto, desde que la Reserva Federal (Fed) diseñó el rescate del banco Bear Stearns. Esta maniobra, urdida de urgencia durante el fin de semana del 15 y 16 de marzo, fue interpretada como la expresión de que las autoridades norteamericanas iban a hacer todo lo posible para evitar que su sistema financiero se resquebrajara. En adelante, por tanto, el terreno quedaría despejado.
De forma inmediata, el bando de los optimistas comenzó a crecer en número a marchas forzadas. Pero no fue la cantidad, sino la calidad de sus integrantes, la que reforzó la impresión de confianza. Allí emergían nombres privilegiados como los de Warren Buffett, el afamado inversor que encabeza la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo; Mark Mobius, de Templeton Asset Management; Bob Doll, director de inversiones de BlackRock, la gestora de fondos de Merrill Lynch; o Bill Miller, gestor de Legg Masson.
También nutría la lista nada más y nada menos que el anterior presidente de la Fed, Alan Greenspan, mientras que su sucesor, Ben Bernanke, y otros como el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, no se sumaban tan abiertamente a la nueva ola de entusiasmo, pero sí se expresaban en términos similares al nuevo gran lema: "Lo peor de la crisis ha pasado".
El mensaje fue tan insistente que sirvió de catalizador para que las bolsas registraran avances comprendidos entre el 10 y 20 por ciento en apenas dos meses. Los inversores, a su forma, también habían sacado el pañuelo para despedir las turbulencias. Éstas eran cosa del pasado.
Mala época para los gurús
¿No hubo ninguna voz disidente? Sí, alguna hubo, como la del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, quien se apartó de ese camino, al asegurar que la crisis seguía su curso. Lo hizo en mayo, en un mensaje por el que no pocos le tildaron de aguafiestas.
Sin embargo, el tiempo y los acontecimientos han querido darle más razón a él que al resto. Transcurrido un año ya desde el comienzo de la crisis financiera, está claro que los actuales no son buenos tiempos para las predicciones de los grandes gurús. A estas alturas, ha quedado más que demostrado que nadie, por muchos méritos que haya acumulado durante su trayectoria en los mercados, puede precisar la duración de la crisis, su gravedad y las víctimas que se puede cobrar.
Por tanto, y como le gusta decir al propio Trichet, no es cuestión de ser pesimista u optimista, sino realista. Y la realidad, por tozuda que parezca, es la que es, como han confirmado los últimos acontecimientos en torno a las grandes sociedades hipotecarias norteamericanas. "Lo de Fannie Mae y Freddie Mac es mucho peor que lo de Bear Stearns", confirma José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney.
En efecto, los problemas de ambas firmas confirman que lo más duro dista de haber quedado atrás. "Las medidas adoptadas por la Administración estadounidense y por su banco central hacen pensar que la situación por la que atraviesa el sistema financiero de este país es peor de lo que en un principio se podría pensar", afirma Juan José Fernández-Figares, director de análisis de Link Securities.
Directa al corazón
¿Sorprendente? Tal vez por la prolongación de la incertidumbre y las tensiones, pero no por su gravedad. Lo que en su momento estalló bajo la denominación de crisis de las hipotecas basura o subprime no era, ni mucho menos, un episodio sectorial ni local. No. Aquello no fue sino el síntoma más evidente de los excesos cometidos en Estados Unidos y en otros muchos rincones del globo entre 2003 y 2007.
Los bajos tipos de interés que estuvieron vigentes en las principales economías del mundo penalizaron el ahorro -los intereses de los productos más seguros no daban ni para batir la inflación- y alimentaron el endeudamiento de las familias y las empresas.
Las primeras lo hicieron para comprar casas, algo que nutrió la burbuja inmobiliaria, y las segundas, para lanzarse a la fiebre de las fusiones y adquisiciones. Para ello, unas y otras se apoyaron en los bancos, que fueron quienes financiaron todo el proceso, una labor para la que recurrieron a la emisión de títulos en los mercados de deuda.
Todo ello no se llevó hasta el extremo, sino que se superó. Las empresas y las familias se endeudaron más de lo debido y las entidades de crédito rebajaron los requisitos en la concesión de hipotecas y créditos y titulizaron activos arriesgados como si fueran los más seguros del mundo. Hasta que el sistema reventó, y ahora toca pagarlo. Sobre todo, porque su impacto afectó de lleno al corazón, es decir, el sector residencial y el sistema financiero.
Ambos bombearon la sangre que nutrió el fuerte crecimiento que registró la economía norteamericana, por lo que ésta ha sufrido un infarto que aún se padece en forma de caídas de los precios de la vivienda y de insolvencia de unas entidades que deben afrontar los pagos de unas garantías y una deuda con unos balances muy dañados.
Y esta espiral no se detendrá mientras el precio de las casas baje, ya que esto agravará las tensiones de los bancos y las sociedades hipotecarias. "A estas alturas parece evidente que más de una entidad en problemas no va a poder superar la actual crisis", señala Juan José Fernández-Figares. No, lo peor de la crisis parece que no ha pasado. Diga quien lo diga.
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