10 enero, 2010


El diario El Tiempo analizó en su editorial de este sábado el “frenético ritmo de adquisiciones” de armas que lleva Venezuela y la “retórica cada vez más encendida” de funcionarios locales, haciendo énfasis en lo dicho por Ramón Carrizález.

Es así como la publicación pide a las Fuerzas Armadas de Colombia “estar alerta” a los “cantos guerreristas” sin dejar de lado la diplomacia.

Este es el editorial del diario colombiano El Tiempo:

La nueva arremetida contra Colombia, protagonizada a mediados de la semana que termina por el vicepresidente de Venezuela, Ramón Carrizález, dejó en claro que, a pesar de la llegada del nuevo año, las viejas tensiones con el gobierno de Hugo Chávez continúan. Una vez más, el alto funcionario le dio validez a la tesis sobre una posible agresión contra su país adelantada por Washington, con el apoyo de Bogotá. Como prueba de esas intenciones, citó supuestas incursiones de aviones espía, provenientes de territorio colombiano y de la pequeña isla caribeña de Curazao, donde la fuerza aérea norteamericana tiene estacionados varios aparatos destinados a evitar el tráfico ilegal de drogas.

Si bien el argumento de Caracas es que no permitirá un ataque a su territorio, el tono belicista usado por los líderes de la Revolución Bolivariana no deja duda. A lo anterior hay que agregarle el aumento del arsenal en manos del país vecino, algunos de cuyos elementos, que incluyen aviones, tanques y misiles de mediano alcance, fueron presentados a finales del 2009. Según los cálculos realizados por diferentes expertos, las compras de armamento por parte de Venezuela superan los 5.000 millones de dólares, tan solo en el caso de las hechas a Rusia, que se ha convertido en su principal proveedor.

Ese frenético ritmo de adquisiciones ha venido acompañado de una retórica cada vez más encendida desde el otro lado de la frontera. Para algunos, las amenazas de guerra proferidas por Hugo Chávez no son más que una estrategia dirigida a la opinión interna de un país que tiene su economía en problemas y que el año pasado registró una inflación superior al 25 por ciento, una de las más altas del mundo. Carestía que, por cierto, puede ser todavía mayor por cuenta de la fuerte devaluación del bolívar ocurrida el viernes pasado y que ahora pasa a tener dos tipos de cambio diferenciados, según las clases de productos que se importen.

Otros piensan que jugar la carta de la confrontación les puede ayudar a los partidos oficialistas a preservar su mayoría parlamentaria, cuando tengan lugar las elecciones legislativas, a finales de septiembre próximo. Además, está el propósito de poner en cintura a los gobernadores de los Estados fronterizos, que son los únicos que no están bajo la égida del Palacio de Miraflores.

Pero sea cual sea la intención del ciclotímico mandatario vecino, los más diversos analistas coinciden en que Colombia debería considerar que la posibilidad de un incidente limítrofe es alta. En consecuencia, es mejor estar preparados, deseando al mismo tiempo que nada grave ocurra y que los lazos de amistad entre pueblos hermanos se puedan preservar por encima de los deseos de quienes quieren cortarlos.

Esa decisión de estar alerta tiene que venir acompañada de un análisis ponderado de la capacidad de defensa del país, en caso de ser víctima de un ataque no provocado. Sin desconocer el importante fortalecimiento que han tenido las Fuerzas Militares a lo largo de los años pasados, es indudable que la inmensa mayoría de las inversiones se han dirigido a aumentar el poder de respuesta del Estado frente a los grupos violentos. Dicha estrategia ha resultado exitosa, como lo muestra el repliegue de la guerrilla y del paramilitarismo, así el anhelo de pacificar completamente el territorio y eliminar el narcoterrorismo necesite varios años más.

No obstante, hay debilidades evidentes en los sistemas de defensa. Las más notorias son la falta de elementos antiaéreos en las grandes ciudades y en algunos puntos neurálgicos de la geografía, al igual que la posibilidad de repeler la incursión de una fuerza mecanizada. Debido a ello, el Gobierno ha tomado la decisión de destinar casi una tercera parte de los recursos que genere la extensión del impuesto al patrimonio hasta el 2014, con el fin de mejorar la capacidad disuasiva del Ejército y las demás fuerzas.

Esos fondos, cercanos a los 3 billones de pesos, constituyen un esfuerzo muy importante en un país con tantas necesidades. Y aunque en estos casos tiene toda la validez el dicho popular que afirma que es mejor prevenir que lamentar, no está de más insistir en que cada adquisición que se haga debe ser examinada y evaluada a fondo. Una cosa es dotar al país de una fortaleza disuasiva creíble, que sirva para demostrar que cualquier intrusión no quedará impune, y otra es entrar en una carrera armamentista que solo sirve para llenarles los bolsillos a los mercaderes de la guerra.

De manera que hay que privilegiar las herramientas defensivas, así a veces sea difícil trazar la línea entre lo que sea útil para repeler y para atacar. También hay que terminar la tarea ya iniciada, como la modernización de fragatas, submarinos y aviones, que sirven para defender la soberanía y luchar contra el delito. Además, es obligatorio reiterar que no puede haber desviación de las prioridades actuales, consistentes en mejorar las condiciones de seguridad en el campo y combatir la creciente ola de crímenes en las ciudades.

Aparte de esas labores, Colombia debe seguir anteponiendo el uso de la diplomacia en la solución de sus diferendos internacionales. Los cantos guerreristas en el otro lado de la frontera son inquietantes y merecen acciones preventivas como las ya decididas, pero no se puede ir más allá en el manejo de un tema caliente que requiere, ante todo, cabeza fría.

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