Juan Ramón Rallo -
No es un juego de suma cero
El fundador de la Escuela Austriaca de economía, Carl Menger, dejó establecido que para que una ‘cosa’ pudiera considerarse un bien económico debían conjugarse cuatro circunstancias: a) debía existir una necesidad humana, b) la cosa en cuestión debía ser capaz de satisfacer esa necesidad humana, c) el individuo debía conocer la idoneidad de la cosa para satisfacerla, d) el individuo debía gozar de poder de disposición sobre la cosa.
De estas cuatro características a las que el austriaco condiciona la existencia de bienes económicos podemos deducir por qué la economía no es un juego de suma cero en el que toda la riqueza posible ya se encuentre dada de antemano.
Primero, la inmensa mayoría de las cosas, tal como se encuentran en su estado natural, no nos permiten satisfacer nuestras necesidades. Puede que toda la materia esté dada, pero desde luego no nos ha venido dada en una forma que permita satisfacer nuestras necesidades. La madera de los árboles debe cortarse y procesarse para fabricar cabañas en las que guarecernos; las tierras tienen que ararse y cultivarse para cosechar alimentos con los que saciar nuestro apetito; el hierro o el aluminio deben extraerse de las minas para construir aviones con los que desplazarnos de un sitio a otro del globo. En definitiva, creamos riqueza cuando transformamos las cosas –que no satisfacen directamente nuestros fines– en bienes –que sí lo hacen–.
Segundo, parte de la inadecuación de las cosas en su estado natural para satisfacer directamente nuestras necesidades procede del hecho de que ni siquiera conocemos todas sus combinaciones y usos posibles. La tecnología, que es el arte de combinar y clasificar la materia para que arroje el resultado deseado, tampoco nos viene dada, sino que en sí misma debe ser descubierta a través de la investigación y la experimentación; dos actividades que a su vez requieren del uso de otros bienes económicos. En otras palabras, como no somos omniscientes, no sólo hemos de crear bienes económicos a partir de las cosas que nos rodean, sino que también hemos de descubrir la información acerca de cómo transformar esas cosas en bienes económicos; información que en sí misma constituye una nueva fuente de riqueza.
Y tercero y último, por muy idóneo que sea un bien para satisfacer nuestras necesidades, éste será del todo inútil si no lo tenemos a nuestro alcance. La naturaleza puede haber sido generosa al brindarnos caudalosos ríos por todo el planeta que, no obstante, no proporcionarán ningún servicio a aquel que se encuentre en medio del desierto. En otras palabras, no sólo hay que producir los bienes, sino distribuirlos a sus usuarios finales. En nuestros sistemas económicos, producción y distribución van de la mano: con tal de maximizar nuestra eficiencia en la fabricación bienes económicos, cada individuo nos hemos especializado en producir uno o dos bienes económicos a lo sumo, aun cuando necesitemos multitud de ellos para satisfacer nuestras muy diversas necesidades (es decir, somos productores especializados y, a la vez, consumidores generalistas). La forma de acceder a los amplios y variopintos bienes que demandamos a partir de nuestra muy limitada y específica oferta de los mismos es el intercambio.
El problema es que desde Aristóteles hemos pensado que los intercambios se producían entre igualdades de valor. Si A se trocaba por B es que necesariamente el valor de A debía ser igual al valor de B. Por consiguiente, ningún intercambio podía generar valor sino sólo redistribuirlo. La interpretación alternativa (que el valor de A fuera superior al de B o viceversa) sería todavía más desalentadora, pues implicaría que en los intercambios una parte saldría ganando a costa de la otra (se entregaría algo con un valor objetivo mayor a cambio de algo con un valor objetivo menor).
Sin embargo, gracias a que el propio Menger popularizó el hallazgo de que el valor de los bienes no es objetivo sino subjetivo, la realidad se vuelve bastante distinta: en todo intercambio cada parte valora más aquello que recibe que aquello de lo que se desprende (en caso contrario semejante intercambio no tendría lugar). Merced a esta vía, los individuos generan riqueza simplemente al intercambiar bienes económicos y, por tanto, al acercar esos medios a la satisfacción de aquellos fines que resultan más valiosos.
En definitiva, la economía no es un juego de suma cero en la medida en que durante todo el proceso de producción de bienes y servicios se está generando riqueza: ya sea cuando investigamos cómo convertir las cosas en bienes, cuando convertimos las cosas en bienes o cuando distribuimos los bienes mediante los intercambios. Al contrario de lo que presuponen los socialistas –que toda la riqueza ya está creada y que sólo es necesario redistribuirla–, el mercado libre es el marco en el que los individuos pueden organizarse para incrementar tanto como les sea posible nuestras disponibilidades de bienes y servicios con los que satisfacer de manera continuada sus muy variados fines.
La economía no es un juego de suma cero, sino de saldo positivo y expansivo, salvo si el Estado genera sustraendos aun mayores. La tarta no está dada, sino que crece arrojando unas porciones cada vez mayores para todos, salvo si el Estado se come de un bocado al horno y al panadero.
¿La guerra del mundo nuevo?
José Antonio Baonza Díaz
¿La guerra del mundo nuevo?
Quede claro que un posible derrocamiento del Coronel Gadafi no merece ni una sola lágrima. Para quienes se asoman a los acontecimientos de la política internacional con aspiraciones de objetividad, el tinglado llamado Yamahiria montado por ese militar libio después de su golpe de estado de 1969 siguiendo la estela de los regímenes comunistas a las órdenes de Moscú, siempre fue una banda de criminales.
Como especialmente execrable cabe recordar el atentado contra el avión de la PAN-AM (vuelo 103 Londres-Nueva York) cuando el 28 de diciembre de 1988 sobrevolaba Lockerbie, donde fueron masacradas doscientas setenta personas, incluyendo a todos los tripulantes y algunos vecinos de ese pueblo escocés que tuvo la desgracia de sufrir la caída de los restos de la aeronave. Un par de años antes el presidente norteamericano Ronald Reagan había lanzado a la poderosa aviación norteamericana contra distintos objetivos militares en Trípoli y Bengasi, incluidas las residencias de este tirano histriónico, después de que el 5 de abril de 1986 se produjera un atentado en una discoteca de Berlín Occidental, frecuentada por soldados norteamericanos, que segó la vida de tres personas.
A pesar de las diatribas contra el imperialismo norteamericano por hacer lo mismo que él está haciendo ahora, lo cierto es que este bandido sobrevivió al ataque norteamericano. Tras la demolición del Muro de Berlín, buscó un barniz islámico, redujo sus intervenciones para dominar a sus vecinos africanos y su apoyo a grupos terroristas occidentales entró en una fase de letargo. Por el contrario, se concentró en apuntalar un pintoresco régimen posrevolucionario para convertirlo en una especie de monarquía despótica y sanguinaria, al modo sirio, por ejemplo. Gracias a los grandes yacimientos petrolíferos que se encuentran en las costas y el territorio libio, él y los suyos probablemente deben gran parte de su fortuna a las comisiones por las concesiones de explotación de esos pozos y la adjudicación de grandes proyectos de obras públicas a empresas italianas, francesas, británicas, españolas...
Sorprendente y significativo fue el episodio de las enfermeras búlgaras liberadas por la intervención del presidente francés Sarkozy, que recordó tanto los rescates de rehenes desamparados en manos de los piratas berberiscos del siglo XVI. A ello siguió una visita a Libia, en julio de 2007, para sellar unos acuerdos de venta de material militar y un reactor nuclear para "desalinizar agua". Hace apenas un año, no obstante, este rufián amenazó a las autoridades helvéticas con la "yihad" por el hecho de que los suizos aprobaran en referéndum prohibir la construcción de nuevos minaretes en las mezquitas, lo cual se añadía a la supuesta afrenta que había sufrido su familia cuando la policía de ese país tuvo la prosaica idea de detener en julio de 2008 a su primogénito, Hannibal (¡ojo al homenaje al caudillo cartaginés!) y su esposa por haber infligido malos tratos a sus criados en una de sus estancias en Ginebra.
Dentro de las recientes revueltas en distintos países árabes ocurrió que le llegó el turno a la satrapía libia, la cual había sobrevivido a la caída de antiguos mentores en la Unión Soviética. Por el momento, la información disponible sobre cuál sea la orientación de esos rebeldes dista mucho de ser completa. ¿Miembros de tribus distintas a la de Gadafi? Cuarenta años de dictadura sanguinaria implacable permiten suponer que habrá un número relativamente importante de exiliados. Probablemente un primer gobierno que se hiciera con el control de todo el país quedaría profundamente agradecido por la colaboración de los países que han decidido intervenir. Pero nadie desde fuera puede asegurar su estabilidad y cuál será su evolución posterior. Tampoco cabe descartar que haya sucesivos golpes de mano y que, al final, los extremistas islámicos se alcen con el poder político.
En todo caso, el factor que se ha presentado como crucial en todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para establecer una zona de exclusión aérea en el territorio libio ha venido determinado por las agresiones militares a la población civil, aunque sea allí, precisamente, donde se han hecho más fuertes los rebeldes. La última resolución [1973/2011] autoriza a los gobiernos involucrados (EEUU y países europeos miembros de la OTAN como Reino Unido, Francia, España) a "adoptar todas las medidas necesarias (...) para proteger a los civiles amenazados de agresiones militares dentro del territorio libio, incluyendo Bengasi". De momento, sin embargo, no se autoriza la intervención de ninguna "fuerza de ocupación extranjera de cualquier clase sobre cualquier parte del territorio". Asimismo, se prohíben todos los vuelos sobre Libia para proteger a esa población civil, salvo aquellos que transporten alimentos y medicinas o personal de ayuda para esa población civil, y se autoriza a aquellos países que hayan notificado a los Secretarios Generales de la ONU y de la Liga Árabe su participación para que adopten todas las medidas necesarias para hacer cumplir la prohibición de vuelos. Otras medidas complementarias contra el gobierno de Gadafi vienen dadas por el embargo de armas y la congelación de todo tipo de fondos y activos del gobierno libio y de una lista de personas y agencias que actúan en su nombre en todos los bancos e instituciones financieras del mundo.
No obstante la fragilidad del acuerdo en el seno del gobierno interestatal mundial embrionario que constituye el Consejo de Seguridad (Alemania, Rusia, India y China se abstuvieron), la resolución permite emprender la guerra más allá del marco perfilado originalmente en el tratado de las Naciones Unidas "para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales" (Capítulo VII del Tratado de las Naciones Unidas). Se arguye que el coronel Gadafi ha vulnerado principios de Derecho Internacional Humanitario e, incluso, se recuerda una denuncia ante el Fiscal de Tribunal Penal Internacional para que investigue los hechos acontecidos en Libia desde el 15 de febrero de este año, principalmente con objeto de hallar a los responsables de las agresiones aéreas y navales dirigidas a la población civil. Obviamente es muy probable que, en efecto, Gadafi sea responsable de crímenes contra la humanidad, pero esto ha ocurrido en otras partes del mundo (Chechenia, Tibet o países dominados por dictaduras sanguinarias como Corea del Norte, Cuba y otras dictaduras emergentes) sin que se hayan dado siquiera los pasos para condenar esas acciones.
Aparte de cuestiones como el doble rasero de la ONU para abordar situaciones similares de manera muy diferente, y la falta de legitimidad de la mayoría de los estados del planeta para exigir a otro el respeto de derechos humanos pisoteados, estas guerras plantean el dilema de si resulta plausible para los países occidentales emprenderlas cuando también pueden suponer en principio una vulneración de los principios de no intervención en los asuntos internos de otro estado, a no ser que éste haya agredido a otro. Sus políticos parecen muy interesados en alcanzar un perfil internacional demostrando su dedicación a estos asuntos de una manera selectiva, pero los individuos que sufragan las aventuras de esos líderes tienen ya suficientes problemas. Pueden invocarse razones humanitarias y cualesquiera otras, pero, para empezar, habría que exigir a los políticos de los mal llamados países capitalistas libres que no compadreen con criminales de baja estofa. La llama de la libertad, si alguna vez ha de prender en todos esos lugares, vendrá acompañada de una difusión más amplia de los ideales y las prácticas que sirven para cultivarla; de la propagación del libre comercio sin mediatizaciones mercantilistas y corruptas y de la asimilación de las libertades fundamentales proclamadas por el liberalismo clásico. Mientras tanto, las intervenciones puntuales solo quedarán justificadas en caso de que las vidas y las propiedades de personas de los países concernidos sean atropelladas.
El mando de la RAF estacionado en Italia ha informado de que las fuerzas aéreas libias y sus sistemas de control aéreo han dejado de ser operativos debido a los ataques de la aviación aliada. Ante la ausencia de una habilitación para tomar posiciones en tierra, esperemos que la situación no se prolongue hasta convertirse en un avispero.El dinero como institución evolutiva
- Francisco Capella
El dinero como institución evolutiva
El dinero es una institución abstracta que puede concretarse de diferentes maneras. Cada sociedad o sistema económico utiliza un bien específico como dinero y lo produce de algún modo. La determinación de qué bien concreto se utiliza para cumplir las funciones abstractas del dinero no necesita ningún mandato centralizado ni ningún implausible contrato o consenso social.El dinero es una institución, un patrón repetitivo de conducta que emerge de forma evolutiva mediante la generación de alternativas, selección y generalización de lo exitoso, y rechazo y desaparición de lo fracasado: múltiples agentes participan imitándose unos a otros y ocasionalmente probando algo nuevo. El uso generalizado de un mismo bien concreto como dinero se origina por difusión espontánea sin necesidad de coordinación central: múltiples acoplamientos parciales y locales generan un orden global.
El dinero permite la coordinación social: cada agente utiliza un dinero concreto y lo acepta como medio de pago porque sabe o cree que los demás individuos con quienes se relaciona habitualmente lo han hecho, lo hacen y continuarán haciéndolo. A cada usuario de un dinero concreto le interesa que los demás agentes económicos con quienes realiza o podría realizar intercambios usen el mismo dinero. La institución del dinero se mantiene por los intereses comunes y entrelazados de todos los participantes.
El dinero es un bien red: cuantos más agentes lo empleen, más útil resulta para cada usuario (realimentación positiva reforzadora). La existencia prolongada de competencia entre dineros alternativos en un mismo grupo o zona geográfica es anómala, ya que cuanto más popular es una variante más puede incrementar su popularidad y desplazar a las demás. Dineros diferentes pueden coexistir si son complementarios (oro para mucho valor, plata para poco valor) o en regiones limítrofes.
Otras instituciones como el lenguaje o el derecho constan de múltiples elementos que pueden tener variedad geográfica y evolucionar de forma relativamente independiente: vocabulario y sintaxis de diversos idiomas o dialectos (símbolos y reglas parcialmente arbitrarias), normas concretas de diferentes tradiciones o sistemas legales. El dinero en contraste es básicamente un solo bien (o unos pocos bienes) que no se elige de forma caprichosa: las características objetivas de los bienes materiales los diferencian claramente respecto a su funcionalidad monetaria.
La existencia de un único dinero concreto completamente universal es en principio posible pero no está garantizada. El camino histórico de una institución es determinante para su desarrollo futuro. Una variante institucional (una forma concreta de dinero) tiene un alcance espacial determinado por su lugar de origen y sus posibilidades de expansión. Es posible que grupos suficientemente separados tengan dineros o monedas diferentes por su evolución histórica independiente, la debilidad de las relaciones de acoplamiento y los costes de transición entre variantes institucionales.
Un determinado bien (como un metal precioso) puede ser técnicamente el mejor dinero posible (almacenamiento, transporte, manipulación, reconocimiento), pero su implantación exitosa es problemática y depende de la resistencia de las tradiciones culturales relativas a otros dineros preexistentes y de los intereses y las fuerzas relativas de los productores y poseedores de las diferentes variantes monetarias.
Los seres humanos han convivido históricamente en diversos grupos más o menos aislados entre sí: las relaciones son más frecuentes e intensas entre individuos más próximos pertenecientes al mismo grupo. Las fronteras o límites entre grupos pueden ser más o menos difusas (zonas de transición con influencias mixtas o pertenencia a varios conjuntos) y permeables (grupos abiertos o cerrados, aislados). Algunos individuos se especializan en relaciones entre grupos alejados (aventureros, exploradores, comerciantes importadores y exportadores).
La evolución institucional es histórica y gradual: cada situación se construye mediante cambios marginales a partir de la situación anterior. Pero la velocidad de cambio no es necesariamente constante: en algunas circunstancias un sistema complejo es muy sensible a ciertos cambios internos o ambientales, mientras que en otras circunstancias un sistema puede ser muy resistente al cambio. Algunos cambios institucionales suceden en momentos críticos, transiciones, cruces de umbrales o cambios de fase: influencia cultural o invasión e imposición exógena, aislamiento de un grupo pequeño con menos resistencia al cambio, cambios tecnológicos importantes (metalurgia, imprenta).
Durante la formación inicial de una institución pueden competir alternativas sin que ninguna tenga la ventaja de ya estar implantada. Una vez afianzadas, las implementaciones concretas de las instituciones sociales tienen una fuerte inercia, que por un lado las hace útiles (las expectativas de los agentes tienden a cumplirse) pero por otro dificulta los cambios adaptativos.
La estabilidad de las instituciones es fuerte pero no absoluta: una forma concreta relativamente peor puede ser sustituida por otra mejor si los costes de transición entre ambas no son demasiado elevados (o mantenerse en caso contrario). La adopción de una alternativa potencialmente mejor debe enfrentarse al gran coste que supone su promoción y el abandono generalizado de la anterior, considerando además el posible riesgo de fracaso de lo novedoso en comparación con la funcionalidad de lo ya conocido.
Los miembros de diferentes grupos, aunque utilicen los mismos metales preciosos (oro y plata) como dinero, pueden utilizar diferentes acuñaciones o monedas: la confianza en la certificación de la pureza y la cantidad declarada de la moneda por algún agente con buena reputación puede estar limitada a un área en la cual el prestigio del certificador es conocido; los imperativos legales tienen jurisdicción limitada (el curso legal forzoso sólo se extiende al ámbito de soberanía del gobernante).
La determinación de qué bien concreto se usa como dinero puede verse influida o distorsionada por algunos agentes especialmente poderosos que pueden imponer coactivamente su criterio o dificultar la competencia en su propio beneficio y a costa de los demás: monopolio de la producción, certificación o acuñación; exigencia del pago de impuestos en una determinada moneda; protección privilegiada de ciertos aliados productores de dinero o complementos monetarios (billetes y depósitos de bancos prestamistas del gobierno); imposición legal de algún dinero fiat con bajos costes de producción, sin valor intrínseco ni convertibilidad ni adecuado respaldo.
En una sociedad libre nadie está obligado a aceptar ningún bien concreto como dinero. En cada intercambio una parte propone y la otra acepta o no unas condiciones, entre las cuales puede figurar el medio de pago. Cada agente económico refuerza una institución mediante su uso voluntario.
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