La “colombianización”: un nuevo paradigma para la política internacional de drogas
por Jorrit Kamminga
Los tipos de interés tienen que subir
Los tipos de interés tienen que subir
por Juan Ramón Rallo
Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).
Para una sociedad que ha deificado el endeudamiento como el motor de su crecimiento, tipos de interés más altos sólo pueden ser sinónimo de malas noticias. Al cabo, estamos hartos de oír que unos tipos de interés bajos estimulan la inversión y el consumo a crédito, las dos palancas del gasto que nos permitirían abandonar esta cruenta situación de estancamiento.
Sin duda, todo degenera. Que nos obsesionen los tipos de interés bajos va con el espíritu de los tiempos. Si nuestra sociedad prefiriera ahorrar a endeudarse, construir su patrimonio neto a diluirlo en el apalancamiento, los tipos de interés altos no sólo no serían observados como una amenaza, sino que serían alabados como una bendición.
Claro que algo grave debe acaecer cuando gustamos de endeudarnos pero no de ahorrar. Como si lo segundo no fuera la precondición de lo primero. Si otro me pide prestado mi capital —que eso es el endeudamiento— por lógica debería tenerlo acumulado previamente —que eso es el ahorro—, ¿a qué viene entonces esa preocupación por qué los bancos centrales mantengan siempre los tipos lo más bajos posible? Tan absurdo debería ser la fijación de un precio máximo en los tipos de interés (tipos de interés coactivamente muy bajos a los que muchos ahorradores no encontrarían remunerativo desprenderse de su capital) como los tipos mínimos (tipos de interés muy altos por debajo de los cuales muchos ahorradores no podrían desprenderse de su capital… aunque quisieran).
Pero hete aquí que lo que el banco central hace no es fijar un tipo de interés máximo artificialmente bajo, sino cubrir la demanda de deuda que excede a las disponibilidades de capital con la manufacturación de nuevo crédito no respaldado por ahorro. Por eso la mayoría de ciudadanos desea tipos de interés más bajos: porque el volumen de la demanda de crédito (de endeudamiento) es muy superior al de su oferta (ahorro) como consecuencia del deliberado sabotaje del mecanismo de precios (de los tipos de interés) que ha impedido, como sucede en cualquier otro mercado, que ambas magnitudes se igualen.
De tal manera es como hemos llegado a la situación actual, un escenario en el que un endeudamiento artificialmente abaratado ha distorsionado toda la estructura productiva condenándonos a un lento y doloroso estancamiento. Así, en este punto, la cuestión es: ¿deben mantenerse contra viento y marea los tipos de interés cercanos al 0% o conviene que, conforme los agentes vuelvan a demandar nuevo crédito, éstos se encarezcan?
Bernanke ya ha respondido reiteradamente a esta pregunta en EE.UU. prometiendo que los tipos se mantendrán reducidos tanto como sea menester para apuntalar la recuperación (es decir, tanto como sea menester para generar otra burbuja de sobreendeudamiento). Trichet, desde Europa, algo más prudente ha dado una respuesta un tanto más matizada: los tipos podrían comenzar a subir a partir de abril con el propósito de contener la inflación.
Mas no es la inflación, acaso mero síntoma de un desaguisado previo, lo que debe preocupar a Trichet. Ni siquiera, me temo, el riesgo de que el crédito vuelva a crecer de manera insostenible a corto y medio plazo (salvo, tal vez, entre unos Gobiernos cuyas necesidades de gasto jamás se ven colmadas). Los problemas a los que se enfrenta la zona del euro, y muy en particular sus economías más debilitadas, no están relacionados con un eventual aumento desbocado de la deuda, sino con el persistente estancamiento de ésta en niveles ya extremadamente altos. España, Portugal o Grecia no es que no necesiten más deuda, es que requieren reducirla de manera urgente y, con el mismo acto, reestructurar la economía real.
Los tipos de interés bajos, cercanos a cero, permiten consolidar las malas inversiones y los endeudamientos basura: los deudores a tipo fijo sólo pueden prepagar sus deudas si entregan hoy todos los intereses futuros que se han comprometido a abonar; y los deudores a tipo variable carecen de cualquier incentivo para amortizar anticipadamente un principal por el que no pagan intereses.
Cuanto más elevados son los tipos de interés, menos tiempo puede quedarse la gente sin rectificar. El tipo de interés es el precio del tiempo y si el tiempo no vale nada —si los tipos son 0%— nadie se da prisa en enmendar sus conductas; cuando el tiempo vuelve a tener valor, cuando retener bienes presentes sin ofrecer bienes futuros pasa a tener un coste (el tipo de interés), todo el mundo se ve forzado a modificar y readaptar lo antes posible sus planes de negocio.
Sin ir más lejos, tras el tibio anuncio de Trichet de que probablemente vaya a subir los tipos de interés, el Euribor repuntó y los propietarios de viviendas vacías en España, que llevan cuatro años esperando ilusamente que los precios vuelvan a colocarse a niveles burbujísticos, aceleraron las rebajas de precios para colocar lo antes posible esos inmuebles, dándoseles así un uso productivo.
Unos tipos de interés que permanezcan anclados al 0% es lo peor que nos podría suceder en estos momentos. Pues tal vez la economía privada podría permitirse seguir un punto muerto durante varios años más, pero desde luego lo que no podremos soportar por más tiempo es que, so pretexto de unos recursos ociosos cuya existencia se debe en buena medida a esos bajos tipos de interés, los Gobiernos continúen endeudándose con el objetivo de “estimular” la economía (o de no deprimirla aún más).
No necesitamos más sino menos deuda y por eso no necesitamos tipos de interés más bajos sino tipos de interés más altos, es decir, tipos de interés que no estén manipulados por la monetización de activos de los bancos centrales. De ese modo mataremos dos pájaros de un tiro: los agentes privados acelerarán su ajuste y los Estados verán cerrarse el chorro de crédito barato que les están permitiendo hipotecar el futuro de sus países por varias generaciones.
Argentina: Sin memoria inflacionaria
Argentina: Sin memoria inflacionaria
por Martín Krause
Martín Krause es Académico Asociado del Cato Institute y Profesor de Economía y secretario de investigationes de ESEADE (Argentina).
Se dice de los alemanes, que los terribles efectos de la hiperinflación de 1923 han dejado grabado en su conducta un fuerte rechazo al menor asomo de incremento de precios por sobre unos pocos puntos porcentuales. Habría pasado a ser parte de su cultura, ya que no habrá ahora ningún alemán vivo que tuviera consciencia de lo que sucedía. Hay muchos más que pueden recordar aún los tiempos duros de la posguerra y tal vez lo hayan transmitido a sus hijos.
En el caso de los argentinos la experiencia es mucho más reciente, la hiperinflación tuvo lugar en 1989, aunque luego vivieron una crisis peor en 2001/2002 si bien no asociada directamente a la inflación sino al colapso del sistema que había contribuido a dominarla: la convertibilidad y la paridad fija entre el peso y el dólar.
Aunque no es sencillamente demostrable, muchos analistas han señalado que la experiencia de la hiperinflación ha sido asumida como una lección que los argentinos no quieren repetir, al igual que tampoco quisiera recaer en gobiernos militares y el valor de la democracia ha pasado a ser parte integral de su cultura. También se ha dicho que el umbral de preocupación no sería tan bajo como el de los alemanes, pero que estaría en la figura convencional de “un dígito”. Hasta 9,9% parecerían soportarla, un 10% abriría ya las puertas de la preocupación y las fugas a ciertos activos o monedas para proteger su poder adquisitivo.
Esta última percepción pareciera predominar en el mismo gobierno, el que ha hecho todo lo posible para evitar que el índice de precios oficial supere ese límite, sin dudar en despachar de la agencia gubernamental que lo mide a todo aquél que se opusiera a la manipulación de los datos.
Las estimaciones privadas, sin embargo, e incluso algunas agencias de gobiernos provinciales, muestran ya un nivel de inflación que se acerca al 30%, superando ampliamente el límite antes mencionado. Sin embargo, la supuesta reacción de la gente no se manifestado. Es más, la situación parece no estar haciendo mella en las perspectivas electorales de la actual presidente. ¿A qué se debe esto? ¿Es acaso que estas otras fuentes de información no disparan la desconfianza como sí lo haría si provinieran del Instituto nacional? ¿Será acaso que hay toda una nueva generación joven que no ha vivido la hiperinflación y desconoce los efectos perversos de una inflación que se acelera año a año?¿Será también que nada importa cuando se vive bajo los efectos dopantes de un elevado consumo?
Pese a esa tasa de inflación, el consumo creció un 5% durante el año 2010, un poco más en el interior del país (6,1%) que en la ciudad de Buenos Aires (3%) aunque muy fuerte (9,4%) en la provincia de Buenos Aires, el corazón de la actual revolución agrícola-ganadera. La política monetaria expansiva y las bajas tasas de interés desincentivan el ahorro y generan incentivos para el consumo. El pago en cuotas ha hecho que el consumo de electrodomésticos aumentara un 65% en 2010. ¿Será que todo está bien en tanto pueda tener el nuevo televisor o la heladera o pagar el viaje en cuotas que no se sienten si al final van a costar mucho menos?
El efecto “heladera” o “TV plasma” ha hecho ganar más de una elección, y bien podría ser que esto vuelva a suceder el próximo Octubre. En tal caso se volverá a demostrar otra faceta de la diferencia existente entre argentinos y alemanes: a los primeros la memoria inflacionaria les dura muy poco.
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