31 marzo, 2011

La “colombianización”: un nuevo paradigma para la política internacional de drogas

por Jorrit Kamminga

El año pasado, el ex presidente de Colombia Ernesto Samper habló de la ‘colombianización’ de México, refiriéndose al creciente problema del narcotráfico y la violencia que arrasa el país. Desde el año 2002 también podemos hablar de la ‘colombianización’ de Afganistán con su enorme industria ilícita basada en el opio que sigue corrompiendo y desestabilizando el país surasiático. Este tipo de retorica política tal vez no ayuda a explicar bien o resolver el problema de las drogas pero sí es indicativo de la falta de progreso estructural en nuestra lucha contra las drogas ilícitas. La situación cada vez va de mal en peor y requiere urgentemente un nuevo enfoque de la política antidroga internacional.
Existen sobre todo dos problemas principales de la presente estrategia antidroga que nos han llevada al abismo actual. En primer lugar, nunca ha existido un consenso internacional sobre cómo tratar el problema de las drogas, sobre todo porque no hay una clara conceptualización y separación de las causas y los síntomas del problema. En segundo lugar, la responsabilidad mutua o compartida entre países productores y países consumidores hasta hace poco era un concepto establecido políticamente pero con escasa valor en la práctica. Estos dos problemas principales forman cara y cruz del mismo dilema y por eso tienen que ser resueltos conjuntamente en un nuevo paradigma para la política internacional de drogas.
La guerra entre el Gobierno mexicano y los poderosos carteles de la droga y las campañas de erradicación de los cultivos de la amapola en Afganistán tienen mucho en común: En ambos casos se trata de combatir sólo los síntomas del problema de las drogas. Del mismo modo, casos como las 105 toneladas de droga incautadas en México a finales del año pasado – en este caso marihuana – no ayudan a cortar el problema de las drogas en la raíz. Este tipo de acciones policiales ni siguiera tiene un efecto significativo sobre los precios y la disponibilidad de drogas en el mercado ilícito. De igual modo, atacar a los pobres agricultores de amapola porque los talibanes cada año sacan unos 90 millones de euros de la industria legal tampoco va a resolver el problema y sólo agravará la desilusión, la violencia y la inestabilidad en el país surasiático.
La política de la mano dura contra la oferta y la demanda de las drogas – especialmente cuando sólo aborda los síntomas del problema– ha fracasada continuamente en el pasado y no nos sirve con cara al futuro. Al final de octubre del 2010, Anand Grover, Relator Especial de la ONU en materia de la salud mental y física confirmó de nuevo que la criminalización excesiva y las medidas estrechamente represivas han fracasado y están relacionadas al abuso de los derechos humanos y la violación del derecho a la salud.
En cambio, lo que hace falta es una política de drogas basada principalmente en la salud pública. Sin demanda no hay oferta, así que la responsabilidad principal cae encima de los países consumidores como España donde la demanda para cualquier tipo de drogas parece insaciable. La cocaína que está consumida en este país proviene en gran parte de Colombia y incluso pasa por otros países o regiones como el África Occidental donde el tráfico de drogas también deja huellas destructivas en la cohesión y la estabilidad de esas sociedades en el camino hacia España.
Dentro de Europa, España sigue siendo entre los dos primeros países consumidores de cannabis, procedente de Marruecos y cocaína, procedente, sobre todo, de Colombia. Además, casi toda la heroína consumida en este país procede directamente de los cultivos de amapola en Afganistán. La heroína no está llegando a España porque los agricultores afganos a propósito quieren exportarla para intoxicar a los españoles. De nuevo es la demanda que produce la oferta, como en cualquier mercado normal y corriente. La única diferencia es el carácter ilegal de las drogas que añade un valor económico adicional a cultivos como la coca, el cannabis y la amapola.
Los Estados Unidos han dado los primeros pasos modestos hacia un nuevo paradigma de la política de drogas. En primer lugar, en junio 2009 cambiaron su política de drogas en Afganistán, quitando el apoyo a las campañas de erradicación y apostando por más desarrollo y más intercepción de drogas. En segundo lugar, por vía de un primer proyecto de ley del demócrata Eliot Engel, están intentando establecer una comisión para investigar y valorar la política antidroga estadounidense en la región latinoamericana durante los últimos 30 años. Sin duda, esta región es sinónima con el fracaso de la política antidroga internacional. Ahora los senadores Patrick Leahy, Robert Menéndez y Dick Lugar llevan esta iniciativa cuya resultado todavía está por ver.
Por último, los Estados Unidos han reforzado el concepto de la responsabilidad compartida en su política bilateral con México. En una visita de Hillary Clinton a México del marzo del 2009, la secretaria del estado reconoció la doble responsabilidad de Estados Unidos de fomentar la producción y el tráfico de drogas por causa de la vasta demanda de los estadounidenses, y además de proveer por vías clandestinas muchas de las armas utilizadas en México en la violencia cotidiana. En enero de este año repitió sus palabras en otra visita al país centroamericano: “Es importante para nosotros trabajar de cerca para frenar el flujo de armas ilegales y dinero que viene de una dirección (de EE.UU.) y de drogas en la otra dirección (de México)”.
La responsabilidad compartida en el tema del crimen organizado y el narcotráfico no sólo significa abordar el problema del consumo de drogas en Estados Unidos, pero también requiere invertir fuertemente en el desarrollo rural y la seguridad de países con cultivos de drogas o en los que están localizados en las principales rutas de tráfico. En el caso de la relación bilateral entre EE.UU. y México, el principio de la responsabilidad compartida se ha expresado en la iniciativa de Mérida, un acuerdo internacional del 2008 para la zona de América Central que intenta combatir el narcotráfico y el crimen organizado. Sin embargo, hasta ahora el impacto de este acuerdo ha sido muy limitado y la situación en México ha empeorada significativamente en los últimos tres años.
Cada vez más personas hablan de la posible legalización de las drogas. Pero dicha legalización o regularización de algunos tipos de drogas no es una solución del tipo ‘bala de plata’. Es verdad que la prohibición es la primera causa para la rentabilidad de las drogas de la que tanto los agricultores como los traficantes sacan beneficios importantes. Pero antes de todo, hace falta pensar bien en qué tipo de sistema de regularización puede evitar los efectos no buscados de un proceso de legalización. Además, necesitaríamos diferentes sistemas de control, distribución e información para diferentes tipos de drogas. Y para avanzar en el tema, primero hace falta llegar a un consenso al nivel internacional, dado el hecho que se trata de un problema que sólo se puede solucionar juntos al nivel de la entera comunidad internacional.
Pero antes de llegar a ese consenso, ya es útil y necesario entablar un debate constructivo en los años que vienen sobre nuevos modelos de control que son más realistas, pragmáticos y eficaces a la hora de abordar el problema internacional de las drogas. El actual debate ideológico y polarizado entre la prohibición y la legalización de las drogas no sirve para nada, ni ayuda a los cocaleros colombianos o los agricultores afganos ni a los millones de consumidores problemáticos que lamentablemente hay por todo el mundo.
Es una buena señal que los Estados Unidos parecen haber empezado lentamente con el entierro del hacha de la guerra ideológica contra las drogas. Es el primer paso en contra de la constante estigmatización tanto de los consumidores y los productores de drogas como de los cocaleros en Bolivia, Colombia y Perú y los agricultores de la amapola en países asiáticos como Afganistán, Myanmar y Laos.
Un nuevo paradigma de la política antidroga requiere más inversión en campañas de información y prevención, más fondos para el tratamiento y también unas medidas eficaces para la reintegración social de los consumidores problemáticos de drogas. Este nuevo paradigma tiene que combinar de una manera real y eficaz la responsabilidad compartida al nivel internacional entre países productores y países consumidores con la prevención y el tratamiento al nivel nacional y local.
Jorrit Kamminga es Director de Investigaciones del Consejo Internacional sobre Desarrollo y Seguridad (ICOS) con oficinas en Afganistán y participa en el programa de doctorado ‘La Europa de las Libertades’ en la Universidad de Valencia con una tesis doctoral sobre el papel de políticas de desarrollo económico y comercio en la reducción de la oferta de drogas en Colombia. En el presente año académico es investigador invitado en la London School of Economics (LSE).

Los tipos de interés tienen que subir

Los tipos de interés tienen que subir

por Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).

Para una sociedad que ha deificado el endeudamiento como el motor de su crecimiento, tipos de interés más altos sólo pueden ser sinónimo de malas noticias. Al cabo, estamos hartos de oír que unos tipos de interés bajos estimulan la inversión y el consumo a crédito, las dos palancas del gasto que nos permitirían abandonar esta cruenta situación de estancamiento.

Sin duda, todo degenera. Que nos obsesionen los tipos de interés bajos va con el espíritu de los tiempos. Si nuestra sociedad prefiriera ahorrar a endeudarse, construir su patrimonio neto a diluirlo en el apalancamiento, los tipos de interés altos no sólo no serían observados como una amenaza, sino que serían alabados como una bendición.
Claro que algo grave debe acaecer cuando gustamos de endeudarnos pero no de ahorrar. Como si lo segundo no fuera la precondición de lo primero. Si otro me pide prestado mi capital —que eso es el endeudamiento— por lógica debería tenerlo acumulado previamente —que eso es el ahorro—, ¿a qué viene entonces esa preocupación por qué los bancos centrales mantengan siempre los tipos lo más bajos posible? Tan absurdo debería ser la fijación de un precio máximo en los tipos de interés (tipos de interés coactivamente muy bajos a los que muchos ahorradores no encontrarían remunerativo desprenderse de su capital) como los tipos mínimos (tipos de interés muy altos por debajo de los cuales muchos ahorradores no podrían desprenderse de su capital… aunque quisieran).

Pero hete aquí que lo que el banco central hace no es fijar un tipo de interés máximo artificialmente bajo, sino cubrir la demanda de deuda que excede a las disponibilidades de capital con la manufacturación de nuevo crédito no respaldado por ahorro. Por eso la mayoría de ciudadanos desea tipos de interés más bajos: porque el volumen de la demanda de crédito (de endeudamiento) es muy superior al de su oferta (ahorro) como consecuencia del deliberado sabotaje del mecanismo de precios (de los tipos de interés) que ha impedido, como sucede en cualquier otro mercado, que ambas magnitudes se igualen.

De tal manera es como hemos llegado a la situación actual, un escenario en el que un endeudamiento artificialmente abaratado ha distorsionado toda la estructura productiva condenándonos a un lento y doloroso estancamiento. Así, en este punto, la cuestión es: ¿deben mantenerse contra viento y marea los tipos de interés cercanos al 0% o conviene que, conforme los agentes vuelvan a demandar nuevo crédito, éstos se encarezcan?

Bernanke ya ha respondido reiteradamente a esta pregunta en EE.UU. prometiendo que los tipos se mantendrán reducidos tanto como sea menester para apuntalar la recuperación (es decir, tanto como sea menester para generar otra burbuja de sobreendeudamiento). Trichet, desde Europa, algo más prudente ha dado una respuesta un tanto más matizada: los tipos podrían comenzar a subir a partir de abril con el propósito de contener la inflación.

Mas no es la inflación, acaso mero síntoma de un desaguisado previo, lo que debe preocupar a Trichet. Ni siquiera, me temo, el riesgo de que el crédito vuelva a crecer de manera insostenible a corto y medio plazo (salvo, tal vez, entre unos Gobiernos cuyas necesidades de gasto jamás se ven colmadas). Los problemas a los que se enfrenta la zona del euro, y muy en particular sus economías más debilitadas, no están relacionados con un eventual aumento desbocado de la deuda, sino con el persistente estancamiento de ésta en niveles ya extremadamente altos. España, Portugal o Grecia no es que no necesiten más deuda, es que requieren reducirla de manera urgente y, con el mismo acto, reestructurar la economía real.

Los tipos de interés bajos, cercanos a cero, permiten consolidar las malas inversiones y los endeudamientos basura: los deudores a tipo fijo sólo pueden prepagar sus deudas si entregan hoy todos los intereses futuros que se han comprometido a abonar; y los deudores a tipo variable carecen de cualquier incentivo para amortizar anticipadamente un principal por el que no pagan intereses.

Cuanto más elevados son los tipos de interés, menos tiempo puede quedarse la gente sin rectificar. El tipo de interés es el precio del tiempo y si el tiempo no vale nada —si los tipos son 0%— nadie se da prisa en enmendar sus conductas; cuando el tiempo vuelve a tener valor, cuando retener bienes presentes sin ofrecer bienes futuros pasa a tener un coste (el tipo de interés), todo el mundo se ve forzado a modificar y readaptar lo antes posible sus planes de negocio.

Sin ir más lejos, tras el tibio anuncio de Trichet de que probablemente vaya a subir los tipos de interés, el Euribor repuntó y los propietarios de viviendas vacías en España, que llevan cuatro años esperando ilusamente que los precios vuelvan a colocarse a niveles burbujísticos, aceleraron las rebajas de precios para colocar lo antes posible esos inmuebles, dándoseles así un uso productivo.

Unos tipos de interés que permanezcan anclados al 0% es lo peor que nos podría suceder en estos momentos. Pues tal vez la economía privada podría permitirse seguir un punto muerto durante varios años más, pero desde luego lo que no podremos soportar por más tiempo es que, so pretexto de unos recursos ociosos cuya existencia se debe en buena medida a esos bajos tipos de interés, los Gobiernos continúen endeudándose con el objetivo de “estimular” la economía (o de no deprimirla aún más).

No necesitamos más sino menos deuda y por eso no necesitamos tipos de interés más bajos sino tipos de interés más altos, es decir, tipos de interés que no estén manipulados por la monetización de activos de los bancos centrales. De ese modo mataremos dos pájaros de un tiro: los agentes privados acelerarán su ajuste y los Estados verán cerrarse el chorro de crédito barato que les están permitiendo hipotecar el futuro de sus países por varias generaciones.

Argentina: Sin memoria inflacionaria

Argentina: Sin memoria inflacionaria

por Martín Krause

Martín Krause es Académico Asociado del Cato Institute y Profesor de Economía y secretario de investigationes de ESEADE (Argentina).

Se dice de los alemanes, que los terribles efectos de la hiperinflación de 1923 han dejado grabado en su conducta un fuerte rechazo al menor asomo de incremento de precios por sobre unos pocos puntos porcentuales. Habría pasado a ser parte de su cultura, ya que no habrá ahora ningún alemán vivo que tuviera consciencia de lo que sucedía. Hay muchos más que pueden recordar aún los tiempos duros de la posguerra y tal vez lo hayan transmitido a sus hijos.

En el caso de los argentinos la experiencia es mucho más reciente, la hiperinflación tuvo lugar en 1989, aunque luego vivieron una crisis peor en 2001/2002 si bien no asociada directamente a la inflación sino al colapso del sistema que había contribuido a dominarla: la convertibilidad y la paridad fija entre el peso y el dólar.

Aunque no es sencillamente demostrable, muchos analistas han señalado que la experiencia de la hiperinflación ha sido asumida como una lección que los argentinos no quieren repetir, al igual que tampoco quisiera recaer en gobiernos militares y el valor de la democracia ha pasado a ser parte integral de su cultura. También se ha dicho que el umbral de preocupación no sería tan bajo como el de los alemanes, pero que estaría en la figura convencional de “un dígito”. Hasta 9,9% parecerían soportarla, un 10% abriría ya las puertas de la preocupación y las fugas a ciertos activos o monedas para proteger su poder adquisitivo.

Esta última percepción pareciera predominar en el mismo gobierno, el que ha hecho todo lo posible para evitar que el índice de precios oficial supere ese límite, sin dudar en despachar de la agencia gubernamental que lo mide a todo aquél que se opusiera a la manipulación de los datos.

Las estimaciones privadas, sin embargo, e incluso algunas agencias de gobiernos provinciales, muestran ya un nivel de inflación que se acerca al 30%, superando ampliamente el límite antes mencionado. Sin embargo, la supuesta reacción de la gente no se manifestado. Es más, la situación parece no estar haciendo mella en las perspectivas electorales de la actual presidente. ¿A qué se debe esto? ¿Es acaso que estas otras fuentes de información no disparan la desconfianza como sí lo haría si provinieran del Instituto nacional? ¿Será acaso que hay toda una nueva generación joven que no ha vivido la hiperinflación y desconoce los efectos perversos de una inflación que se acelera año a año?¿Será también que nada importa cuando se vive bajo los efectos dopantes de un elevado consumo?

Pese a esa tasa de inflación, el consumo creció un 5% durante el año 2010, un poco más en el interior del país (6,1%) que en la ciudad de Buenos Aires (3%) aunque muy fuerte (9,4%) en la provincia de Buenos Aires, el corazón de la actual revolución agrícola-ganadera. La política monetaria expansiva y las bajas tasas de interés desincentivan el ahorro y generan incentivos para el consumo. El pago en cuotas ha hecho que el consumo de electrodomésticos aumentara un 65% en 2010. ¿Será que todo está bien en tanto pueda tener el nuevo televisor o la heladera o pagar el viaje en cuotas que no se sienten si al final van a costar mucho menos?

El efecto “heladera” o “TV plasma” ha hecho ganar más de una elección, y bien podría ser que esto vuelva a suceder el próximo Octubre. En tal caso se volverá a demostrar otra faceta de la diferencia existente entre argentinos y alemanes: a los primeros la memoria inflacionaria les dura muy poco.

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