30 marzo, 2011

Quiebras

Lecciones de Portugal y Grecia para los estatistas

Emilio J. González


Han apostado por el Estado en lugar de por el mercado, por el gasto público en lugar de por la iniciativa privada y por hacer del presupuesto un instrumento efectivo de política económica y social

Portugal y Grecia tienen muchas cosas en común, más de las que parece a primera vista, en lo que a sus respectivas crisis se refiere. De ellas se pueden extraer importantes lecciones para el conjunto de la unión monetaria europea. No se trata solamente de que ambos estén en dificultades, o de que hayan engañado a la Unión Europea en relación con la magnitud de sus déficit presupuestarios, sino también y ante todo de las circunstancias que han conducido a los griegos a tener que ser rescatados por la UE y a los portugueses a que, probablemente, tengan que seguir el mismo camino.

Ambos países tienen un historial en materia de déficit público harto complicado y es que ninguno de los dos ha conseguido controlar la evolución del mismo desde que entraron a formar parte del euro. De acuerdo con las reglas del Pacto de Estabilidad, tenían que haber reducido su ‘agujero’ fiscal hasta el 3% del PIB y, después, haber avanzado hasta el equilibrio o, incluso, el superávit. Ninguno de los dos lo ha hecho en todo el tiempo que llevan dentro de la unión monetaria. Grecia lo ocultó a base de engaños; Portugal, en cambio, fue apercibido por la Comisión Europea. En cualquier caso, lo importante es que ambos estados se han caracterizado por su constante indisciplina fiscal, pero no por casualidad.

Las políticas económicas de ambos países son las más izquierdistas de toda la Unión Europea. Con ello quiero decir que han apostado por el Estado en lugar de por el mercado, por el gasto público en lugar de por la iniciativa privada y por hacer del presupuesto un instrumento efectivo de política económica y social. De aquellos polvos vinieron estos lodos y hoy ambas naciones tienen que pagar las consecuencias de sus errores. Ninguno de los dos países entendió que las restricciones que impone el renunciar a la soberanía monetaria para participar en una moneda única son incompatibles con las políticas de expansión permanente del gasto público y del papel del Estado en la economía que han estado llevando a cabo; de la misma forma que tampoco comprendieron que no se puede vivir dentro del euro con un déficit permanente, no porque lo diga el Pacto de Estabilidad, sino porque crea desequilibrios permanentes que cuando llegan los momentos de crisis llevan a situaciones de quiebra y hacen más duro el ajuste a las mismas. Dicho de otra forma, las políticas estatistas tradicionales son incompatibles con el euro. Portugal y Grecia se empeñaron en mantenerlas contra viento y marea, por razones ideológicas, sin entender que o abandonaban las mismas y reformaban sus economías o iban a sufrir de lo lindo. Y como no lo entendieron, ahora les pasa lo que les pasa. Esperemos que otros países, u otros gobiernos, entre ellos el de ZP, aprendan la lección y eviten cometer los mismos errores porque su coste en términos económicos y sociales es demasiado elevado.

El socialismo árabe, un experimento desastroso

SIGLO XX

El socialismo árabe, un experimento desastroso

Por Pedro Fernández Barbadillo

La caída de Ben Alí en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto nos lleva a recordar los orígenes de sus dictaduras. Hace menos de cincuenta años, el mundo árabe parecía a punto de caer en la órbita socialista. Los regímenes más poderosos y prestigiosos se definían como socialistas.

Cuando empezó la descolonización de los imperios europeos, a partir de 1945, Gran Bretaña y Francia dominaban casi todos los países árabes. En el siglo XIX se hicieron con el norte de África (Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto), y después de la Primera Guerra Mundial se repartieron el territorio del Imperio Otomano (Siria y Líbano para Francia y Jordania, Palestina e Irak para Inglaterra). Quedaban unos pequeños territorios independientes, como los Estados de la Tregua en el Golfo Pérsico, el sultanato de Omán, el imanato del Yemen, el reino de Arabia Saudí (bajo amparo norteamericano) y el norte de Marruecos, administrado por España.

El trato que dieron ambas metrópolis a sus territorios muestra sus conceptos sobre la colonización. París se empeñó en absorberlos y gobernarlos de manera directa. Los beneficios de la República una y laica alcanzaban a un minúsculo número de indígenas, y siempre que no criticasen la presencia francesa. Argelia fue incorporada administrativamente a Francia, aunque los argelinos no podían votar en las elecciones parlamentarias.

Los británicos, que tenían más mano izquierda, aplicaron un modelo parecido al de la India y más adecuado en países con tradición histórica y pasado estatal: se retiraron y erigieron monarquías encabezadas por personalidades adictas. Egipto recobró su independencia en 1922, pero se mantuvo vinculado al Impero Británico mediante un tratado en el que se entregaba a éste la defensa del país frente a ataques exteriores. Irak y Jordania se convirtieron en reinos entregados a miembros de la dinastía hachemita. El origen de ésta se encuentra en Husein ben Alí, jerife de La Meca a comienzos de siglo y al que los británicos, por medio del célebre T. E Lawrence, persuadieron para que se proclamase rey del Hiyaz y se sublevase contra los turcos. Los Aliados incumplieron sus promesas de permitir la formación una nación árabe unida y, mediante el Acuerdo Sykes-Picot, se repartieron los territorios como ya hemos dicho. Los hachemitas fueron expulsados del Hiyaz por los saudíes, que constituyeron el reino de Arabia Saudí. Al príncipe Faisal, jefe militar de la rebelión, los británicos le dieron el trono de Irak, y a su hermano Abdalá el de Jordania.

Como curiosidad, cabe señalar que Irak fue en la Segunda Guerra Mundial el único país donde una parte de la clase dirigente se hizo con el poder para unirse al Eje y librarse de los británicos. El ex primer ministro Rashid Alí dio un golpe de estado en abril de 1941 y pidió ayuda a Alemania. Los británicos, que tenían tropas estacionadas en Irak, vencieron a los iraquíes antes de que el Eje pudiera organizar una operación de ayuda.

Husein de Jordania.Reyes con acento inglés

Numerosos príncipes árabes fueron formados en Inglaterra. Por ejemplo, los príncipes Husein ben Talal y Qabus ben Saíd estudiaron en la academia militar de Sandhurst (donde también lo hizo el príncipe Alfonso de Borbón, futuro Alfonso XII de España), y se convirtieron, respectivamente, en rey de Jordania (1952) y sultán de Omán (1970). Husein coincidió en la Harrow School con su primo Faisal, hijo del segundo rey de Irak, que tuvo un destino trágico: fue derrocado y asesinado en 1958. Varias de esas monarquías duraron poco, como las de Egipto (hasta 1953), Irak (hasta 1958) y Libia (hasta 1969); las derrocaron militares nacionalistas árabes.

Los actores políticos en esos años se dividían en dos bandos: por un lado, los reyes, los grandes propietarios y comerciantes y los embajadores francés y británico; por otro, militares y civiles nacionalistas educados en Europa. En julio de 1952, el golpe de estado de los Oficiales Libres egipcios, cuyo líder era el coronel Gamal Abdel Naser, desencadenó una oleada de nacionalismo que sacudió el mundo árabe y musulmán. Las tres principales potencias occidentales replicaron para asegurar sus intereses. En 1953, en el Irán persa, la CIA, con respaldo británico, derrocó al primer ministro Mosadeq y restauró al sha Mohamed Reza Pahlevi; en Marruecos, Francia depuso al sultán Mohamed V, mientras España apoyaba a éste en su zona del protectorado.

Pero las independencias eran imparables. Habib Burguiba fue nombrado primer ministro de Túnez, bajo tutela francesa, en 1956, y en 1957 proclamó la independencia. Después de una larga guerra, en 1962 Francia reconoció la independencia de Argelia, donde el Frente de Liberación Nacional instauró una dictadura socialista de partido único. En 1969, una rebelión panarabista derrocó al rey de Libia, Idris, pro-occidental hasta el punto de haber negado en 1967 el paso por su territorio a unas unidades militares argelinas que iban a combatir en Egipto. Muamar el Gadafi se nombró coronel para imitar el grado militar que tenía Naser y proclamó a su país Gran República Árabe Libia Popular y Socialista, o Gran Jamahiriya. La monarquía alauita había aceptado el credo expansionista del partido nacionalista Istiqlal (actualmente miembro de la Internacional de Centro), pero eso no la protegió de conspiraciones e intentos de derrocamiento: el rey Hasán II sufrió dos intentonas militares en 1971 y 1972, en las que estuvo a punto de morir.

A partir de la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días (1967) entró en escena un nuevo actor: los integristas, desde los Hermanos Musulmanes al imán Jomeini, que en parte fueron promovidos por Occidente y por los gobernantes árabes para acorralar a los comunistas.

Sadam Husein.Panarabismo y socialismo

Todos estos líderes nacionalistas, los egipcios Naser y Anuar el Sadat, el tunecino Habib Burguiba, el libio Muamar el Gadafi, el argelino Hamed ben Bella, el sirio Hafez el Asad y el iraquí Sadam Husein, eran musulmanes o reconocían la importancia del islam en sus países, pero a la vez eran laicos. Junto al nacionalismo árabe, adoptaron una especie de socialismo, la ideología de moda en los años 60 y 70.

Los militares egipcios prohibieron todos los partidos políticos, incluso el Wafd, que había combatido a los británicos en los años 20 y 30, y en la Constitución de 1956 establecieron un partido único, la Unión Nacional, que agrupaba a todos los egipcios y tenía como modelo el Partido del Pueblo del dictador turco Kemal Ataturk. En los años 60, ese partido se convirtió en la Unión Socialista Árabe. El socialismo desarrollado por los egipcios se definía como cooperativista, científico (empleaba el marxismo como ciencia económica, pero no como filosofía política o moral) y árabe.

El Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baaz), fundado en 1947 por un cristiano oriental, Michel Aflaq, se definía como panarabista, laico y, por supuesto, socialista, y se extendió desde Mauritania hasta Irak. Sólo alcanzó el poder en Siria, donde lo mantiene, y en Irak, donde está prohibido desde 2003.

El Frente de Liberación Nacional de Argelia, aunque socialista, rechazó el comunismo y se decantó por la autogestión, practicada ya en Yugoslavia y que representaba la gran promesa de desarrollo para muchos grupos de la izquierda europea. El estatismo y la teoría de la sustitución de importaciones destruyeron la economía argelina. Durante la colonia, Argelia exportaba alimentos a Francia, pero los cultivos se sustituyeron por cementeras y acerías. El resultado fue que parte de los ingresos del petróleo tenían que gastarse en comprar alimentos que se podían haber producido en el país.

Miembros de la Internacional Socialista

En Túnez, el partido dominante fue el Destour, fundado bajo la dominación francesa. Habib Burguiba lo rebautizó en los 60 como Partido Socialista Destour. El general Ben Alí, que derrocó a Burguiba en 1987, volvió a cambiarle el nombre por el de Reagrupamiento Constitucional Democrático. Y con esa denominación fue miembro de la Internacional Socialista durante décadas, en pie de igualdad con el PSOE, el Partido Laborista británico, el SPD alemán y el PS francés.

El RCD organizó congresos, visitas y reuniones para los socialistas europeos del Mediterráneo, y ninguno de ellos vio nada antidemocrático en Túnez. En este país encontró refugio el ex primer ministro socialista de Italia Bettino Craxi, que escapaba de los tribunales. Cuando Ben Alí tuvo que huir de su país, entonces sus camaradas socialistas se dieron cuenta de que era un dictador y un corrupto. A los tres días de la huida, la Internacional Socialista comunicó la expulsión del RCD en una carta reservada a sus miembros.

El presidente egipcio Sadat había refundado el partido único socialista con el nombre de Partido Nacional Democrático para lavarle la cara. Y su sucesor, Hosni Mubarak, consiguió el ingreso en la Internacional Socialista en 1989, de la que fue miembro hasta el pasado 1 de febrero. Los socialistas no quisieron que les ocurriera lo mismo que con el RCD.

Hoy, los herederos de todos esos aparatos políticos y estatales (superestructuras, según los marxistas) se enfrentan a una nueva oleada de revueltas de súbditos hartos de mentiras.

Gracias, CIA

EL DINERO AMERICANO EN LA LUCHA POR LA LIBERTAD

Gracias, CIA

Por Eduardo Goligorsky

Abril de 1967 fue un mes clave para los estrategas soviéti­cos de la Guerra Fría: la revista norteamericana Ramparts disparó un misil contra la línea de flotación de la socie­dad abierta al revelar que la CIA financiaba al Congreso por la Libertad de la Cultura.

Ramparts, precursora de Wikileaks, desempeñó, al servicio de la izquierda radical seducida por el Vietcong, el mismo papel que fray Girolamo Savonarola había desempeñado contra los papas y los nobles, en su mayoría libertinos y corruptos, que hicieron florecer las artes y las letras con su mecenazgo durante el Renaci­miento. Ramparts puso en la picota a los intelectuales y artistas más brillantes del siglo XX, así como Savonarola había enviado a la hoguera a los de su época. Aviso para navegantes: Savonarola fue ahorcado e incinerado en la pla­za pública ante una multitud desbordante de júbilo.

Naturalmente, los espías, agentes dobles y soplones que operan en el submundo de la revelación de secretos de Esta­do tienen sus propios trapos sucios ocultos en el armario. Algún día se conocerán los de Julian Assange y su informan­te, el soldado Bradley Manning, pero los de los editores deRamparts, Peter Collier y David Horowitz, los sacaron a luz ellos mismos al explicar el motivo de su conversión al liberalismo: la contable de la revista les advirtió de que los Panteras Negras la financiaban mediante el tráfico de drogas y estafas varias, y poco después apareció muerta en la bahía de San Francisco. Indignados por el asesinato de su colaboradora, Collier y Horowitz rompieron con sus patro­cinadores y con todo lo que éstos representaban.

Desencantados y asqueados

Muchos intelectuales democráticos y liberales, entre los que había, sobre todo, ex comunistas desencantados, inclu­so asqueados, por las purgas de Moscú, la apropiación ale­vosa de la causa republicana en España, el pacto entre Hitler y Stalin y la existencia de campos de concentración en la URSS, sus satélites y China, resolvieron unirse para lanzar una campaña de esclarecimiento. Así nacieron el Con­greso Norteamericano por la Libertad de la Cultura –del que formaban parte, entre otros, Sidney Hook, Arthur Schlesinger Jr., Daniel Bell, W. H. Auden, Ralph Ellison y Norman Thomas– y el Congreso por la Libertad de la Cultura, de envergadura mundial, que se constituyó en Berlín en junio de 1950, patrocinado por el alcalde Ernst Reuter y el líder socialdemócrata Willy Brandt, con Arthur Koestler como fi­gura estelar.

El CLC publicó revistas en las que colabora­ban los intelectuales más respetados del ámbito no comunis­ta: Encounter, en inglés; Preuves, en francés; Cuadernos, en castellano, dirigida por Julián Gorkin; Der Monat, en alemán, y Tempo Presente, en italiano. También puso en cir­culación dos boletines contra la censura, que se ocupaban tanto de los casos ocurridos en el mundo libre como de los sucedidos en el mundo totalitario.

Sidney Hook reseñó en su libro Out of Step algunas de las actividades de la rama norteamericana:

El Comité com­batió los excesos de la ley McCarran que prohibía la entra­da en Estados Unidos no sólo de los miembros actuales del Partido Comunista, sino igualmente la de los ex miembros. Dado que algunos de estos últimos eran los anticomunistas más informados y eficaces que estaban disponibles para fines educacionales, la ley tuvo algunos efectos aberrantes. Entre las figuras eminentes a las que el Congreso ayudó a superar los obstáculos impuestos por los burócratas del Servicio de Inmigración estuvieron Arthur Koestler, Michael Polanyi y Czeslaw Milosz.

Desembolsos a fondo perdido

La lista de los intelectuales de primer orden que partici­paron, con las controversias y discrepancias propias de una sociedad abierta y plural, en las actividades del Congre­so por la Libertad de la Cultura es infinita. Y aunque pa­rezca mentira, la más completa síntesis de su número, reputación e incansable actividad pedagógica se encuen­tra en un libro envenenado por las calumnias contra la ins­titución y sus integrantes. Se trata de La CIA y la guerra fría cultural, de la inglesa Frances Stonor Saunders (Deba­te, Madrid, 2001). En él encontramos una descripción minu­ciosa (y maliciosa) de la vida interior del CLC: su compo­sición, sus reuniones, conferencias y publicaciones; los honorarios de sus ejecutivos, los viajes de sus invitados; exposiciones de arte, conciertos, representaciones teatrales, producción de películas y ediciones de libros. Y siempre, entre bastidores, los caudales de la CIA.

Sartre.Entrevistada por la prensa, la autora aludió a las "re­velaciones" de su libro en términos apocalípticos, aunque de la lectura del texto surge la imagen de una CIA bienhecho­ra, a la que Europa y el resto del mundo deberían agradecer sus ingentes desembolsos a fondo perdido. El resultado fue la eclosión cultural de Occidente en el marco de la Guerra Fría, eclosión ésta programada para contrarrestar la ofensiva de tramoyas por la paz, contra el im­perialismo y en favor del internacionalismo proletario que montaban los jerarcas del Cominform, con el gulag como te­lón de fondo. El CLC no era una entidad depredadora ni exterminadora, sino una barrera contra el avance de la quin­ta columna intelectual que encabezaban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, seguidos por Louis Aragon, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y otros rapsodas del estalinismo, siem­pre bajo la mirada vigilante de Ilya Ehrenburg y adornados con la ubicua paloma de Pablo Picasso.

El libro de Frances Stonor Saunders destila odio con­tra pensadores y escritores de la talla de Bertrand Russell, Benedetto Croce, Salvador de Madariaga, Isaiah Berlin, Arnold Toynbee, Albert Camus, Arthur Koestler, George Orwell, Herbert Read, John Dos Passos, Ignazio Silone y el resto de la constelación intelectual democrática del siglo XX. Rescata, además, la retórica de Savonarola y las técnicas propagandísticas del nazi Goebbels y el comunista Zhdanov para demonizar a lo que estos dos últimos catalogaban como "el arte y los artistas degenerados". Mediente argumentos ad hominemque avergonzarían a sus colegas menos sectarios, dispara acusaciones de homosexualidad, alcoholismo, drogadicción, enfermedad mental e, incluso, fealdad física. To­do ello con nombres y apellidos. Y cuando se le agota el arsenal de infamias desliza insinuaciones sobre complici­dades mercenarias. No perdona ni siquiera a Arthur Miller, Carlos Fuentes, Wole Soyinka, Hannah Arendt, Saul Bellow, Raymond Aron, André Malraux, Mary McCarthy, Kenneth Galbraith, Robert Oppenheimer y, en general, todos los intelectuales que no tenían billete pagado a Moscú, Pekín o La Habana.

El paraguas protector

España ocupa un lugar secundario en la alcantarilla de Fran­ces Stonor Saunders. Se recrea en la denigración de Julián Gorkin, el director de Cuadernos, y recuerda que cuando Benedetto Croce murió, en 1952, Salvador de Madariaga lo sus­tituyó en la presidencia del CLC. Eso sí, hace hincapié en la amistad de Madariaga con el general William Donovan, je­fe de la Oficina de Servicios Estratégicos, antecesora de la CIA. Y esto es todo. Si hubiera profundizado en la actua­ción del CLC en España habría llegado a la sorprendente conclusión de que éste desempeñó un papel vital en el pro­ceso de normalización democrática, hasta el punto de que se podría decir que este proceso discurrió inicialmente bajo el paraguas protector del CLC, que, a su vez, se ampa­raba bajo el de la CIA.

En su libro Las tres Españas del 36, Paul Preston cali­fica a Salvador de Madariaga de "Quijote de la política", y lo sitúa a la cabeza de esa tercera España que fue tan maltratada por las otras dos.

En el período de posguerra, sus actividades políticas se consagraron a la tarea simultánea de echar a Franco y de fomentar la unidad europea... Sin embargo, el decidido anticomunismo que profesaba menguaba su influencia sobre una oposición dominada por el Partido Comunista, efecto que también tenía su relación con el Congreso por la Libertad de la Cultura, del cual fue, durante un tiempo, presidente de honor y en cuya revista Cuadernos colaboró. Se había hecho amigo de Allen Dulles, director de la CIA, cuando Dulles era secre­tario general de la delegación norteamericana en la Socie­dad de Naciones, y la amistad continuó en los años cincuenta.

Preston señala, asimismo, que Madariaga

detestaba que la dictadura constituyera un obstáculo al ingreso de Espa­ña en Europa y la OTAN.

El artículo "La cultura española y la guerra fría", de Jordi Amat (La Vanguardia, "Cultura/s", 24/02/2010), aporta una versión ponderada y diametralmente opuesta a la de Fran­ces Stonor Saunders sobre el papel que desempeñó el CLC en los años 60, cuando "el dinero americano financió a un in­fluyente grupo intelectual del antifranquismo". Amat desta­ca la intervención de Julián Gorkin en la convocatoria de un movimiento vacunado contra la infiltración comunista y capaz de coordinar voluntades en favor de la transición ha­cia la democracia. Cuenta Amat que Gorkin le escribió a Ferrater Mora: "La única gente que no tiene ayudas en España es la gente liberal y democrática, por lo que hay que ofre­cerles un instrumento". La ayuda provino del CLC.

Homenaje a los visionarios

El comité español del CLC lo presidía, según refiere Amat, Pedro Laín Entralgo, con Josep Maria Castellet como secre­tario. La lista de los que los acompañaban y de los que se incorporaron más tarde es impresionante: José Luis Aranguren, Julián Marías, Dionisio Ridruejo, Lorenzo Gomis, Marià Manent, Buero Vallejo, Tierno Galván, José Luis Sampedro, En noviembre de 1959 se integraron en el consejo de honor del CLC español Bosch Gimpera, Pau Casals, Ferrater Mora, Jorge Guillén y Ramón J. Sender.

Dionisio Ridruejo fue uno de los portavoces más riguro­sos de este movimiento. En marzo de 1963 declaró en Copen­hague:

No exageraré si digo que Dinamarca representa para los demócratas españoles uno de los modelos de democracia más recomendables y envidiables de la Europa a la que Espa­ña –el otro extremo– quiere pertenecer... No pienso –cuando traigo aquí el testimonio de España– especular con la idea tópica de un pueblo heroico dispuesto a dar una vez más a la opulenta Europa un espectáculo trágico y conmovedor. No pienso, no creo y en cierto modo no deseo que el pueblo es­pañol deba recobrar su libertad y su derecho a ser feliz por una violenta explosión revolucionaria... Si algo tengo que pedir o aconsejar a nuestros amigos demócratas, en Di­namarca como en toda Europa, es que ayuden a poner a una luz racional el problema de España, no pidiendo al pueblo español heroísmos desmesurados o inhumanos, sino prestando atención al movimiento discreto pero progresivo de su nue­vo estado de conciencia.

Un hecho histórico se gestaba bajo la tutela del CLC. En 196O Madariaga, entonces presidente de la Internacional Liberal, habló con su homólogo de la Internacional Socialis­ta, Alsing Andersen, sobre la posibilidad de una reunión conjunta de los representantes de la oposición democrática antifranquista tanto de dentro como de fuera de España. El plan desembocó en la realización del IV Congreso del Movimiento Europeo, que se reunió en Múnich del 5 al 8 de ju­nio de 1962 con el objeto de discutir la situación españo­la bajo el lema "Europa y España". Allí se congregaron mo­nárquicos, católicos, ex falangistas, socialistas y nacio­nalistas vascos y catalanes. Hubo, lógicamente, tensiones, pero Madariaga consiguió aplacarlas de común acuerdo con José María Gil Robles, y finalmente se logró redactar un documento conjunto que sentaba las bases para la restauración democrática y la integración de España en Europa. En su discurso de clausura, un emocionado Madariaga afirmó:

La guerra civil terminó en Múnich anteayer, 6 de junio de 1962.

La prensa del régimen anatematizó el llamado "contuber­nio de Múnich", y el ministro de la Gobernación, general Camilo Alonso Vega, afirmó en las Cortes que los organiza­dores, con Julián Gorkin a la cabeza, habían recibido 75.000 dólares para montar aquel tinglado. Pocos sospechaban que había sido el largo brazo del amigo ameri­cano, llámese CLC o CIA, quien había aportado su grano de arena, o su bolsa de dólares.

Si la programación de la memoria histórica no estuvie­ra en manos de una camarilla de políticos sectarios y revanchistas, dedicaría un capítulo de homenaje a aquellos visio­narios que allanaron el camino para que España se integra­ra en Europa y en la OTAN, como soñaba Madariaga.

Un epitafio realista

Cuando el escándalo que provocó Ramparts hirió de muerte al Congreso por la Libertad de la Cultura y sus subsidiarias, Arthur Schlesinger Jr., veterano historiador, estrecho co­laborador del presidente John F. Kennedy y dirigente del CLC, escribió, a modo de epitafio realista:

Según mi expe­riencia, su liderazgo [el de la CIA] fue políticamente inte­ligente y correcto... Los movimientos sindicales no comunis­tas y los intelectuales no comunistas estaban sometidos a la presión más severa, inescrupulosa e incesante. Que el gobierno de Estados Unidos hubiera permanecido farisaicamen­te neutral en esas circunstancias me habría parecido mucho más bochornoso que el hecho de que hiciera lo que en verdad hizo: suministrar subsidios a estos grupos, valiéndose de intermediarios, para que hicieran mejor lo que de todos mo­dos ya estaban haciendo.

El historiador y ensayista húngaro François Fetjö lo corroboró:

Creo que el hecho de haber organizado la resis­tencia intelectual a la propaganda con el dinero norteame­ricano no disminuye para nada el mérito de una organización que respetaba, fueran cuales fueren las intenciones de sus patrocinadores, la total libertad de pensamiento de quienes colaboraban en sus actividades. Lo que resulta significativo y deplorable es que los espíritus libres de Europa no encontraran fuentes de financiación en sus propios países. El Congreso por la Libertad de la Cultura desempeñó en ese sentido la función de una especie de Plan Marshall intelec­tual.

Hoy, en un mundo convulsionado y caótico, donde Al Yazira parece llevar la voz cantante, y donde la Alianza de Civilizaciones y el multiculturalismo son los problemas y no las soluciones, echamos en falta, más que nunca, el Con­greso por la Libertad de la Cultura y, sobre todo, una CIA y una OTAN más dinámicas y eficaces.

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