Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. La acusación y la prédica
El multihomicidio cometido en Morelos volvió a mostrar las carencias, fallas, intereses, prejuicios y contradicciones de la prensa nacional. En la confusión, la información es la principal perjudicada.
Un congresista acusó a Felipe Calderón de alcoholismo. No medió evidencia ni fundamento alguno. El señalamiento respondió a la politiquería mezquina y electorera. Muchos intelectuales y periodistas se hicieron eco de la mueca retórica sin recordar el principio de “presunción de inocencia”. Al acusado se le exigió defenderse y, en todo caso, prevaleció el triste dicho “calumnia, que algo queda”.
Se tenía una explicación, no importa si disparatada, a la difícil situación que vivimos. Quienes pedimos cautela fuimos acusados de reaccionarios, cómplices y hasta de —¡Jesús, María y José!— calderonistas, además de otras chuladas tan fundadas como la misma acusación contra el Presidente.
Quienes negaron el privilegio de la duda a Calderón exigen hoy que se presuma inocentes a todos los actores, especialmente a los muertos, de la violencia generalizada. Los que se horrorizaron ante el presunto despido de una periodista mientras olvidaban a cientos de colegas asesinados, dieron en recordar a las innumerables víctimas de todo este drama ante el abominable asesinato de Juan Francisco Sicilia, hijo del escritor Javier Sicilia, intelectual, poeta, filósofo y humanista que ha sido ahora reducido sólo a “periodista”, quizá porque esto sirve para encajar su tragedia en el marco del amarillismo gremial.
Tanta inocencia reclaman, que los propios sicarios parecieran accesorios, lo que tiene su lógica: los asesinos son una abstracción, una entelequia, no sirven como culpables, no pueden ser reconocidos y señalados; la rabia y la desesperación necesitan rostros que escupir, cuerpos que quemar. No estamos ante una exigencia de justicia, sino de la “Ley del embudo”. Pero mi íntima convicción de que un hijo de Javier Sicilia no puede haber sido otra cosa que un hombre de bien y decididamente inocente, no vale para fundar averiguación ni información alguna.
EL PACTO Y LA MORDAZA
El reality show de las televisoras, con su consabida moralidad ocupada en la disputa por la banda ancha y la oferta de servicios —muchos puñados de dólares—, promovió un pacto acerca de cómo y qué informar. Un pacto a cuya letra se olvidan otros dos preceptos del Derecho: no basarse en la especulación y no dejar nada a la interpretación. En nombre de ese pacto se trastocan los términos y el sentido de la información, de modo que se llama decencia, marginación de los mensajes de los criminales, a la autocensura permisiva que deja todo a discreción, puesto que cada cual decide qué vale o no decir. Los firmantes del pacto se autoerigen vigías de la ética informativa, ¡felizmente juez y parte!
Ante estas sacudidas, los defensores de “nuestrosderechosantetodo” despiertan y se manifiestan en las redes sociales o en cartas “abajofirmadas” de cuya ineficaz indignación se carcajean los “indiciados”. La desesperación ante lo irracional e incomprensible produce pensamiento mágico aun en las mentes lúcidas y escépticas. Señalar a un culpable es el comienzo del alivio al dolor, y señalar al Presidente es tanto como señalar a Dios, con la ventaja de que no es abstracto. Del mismo modo funcionan las explicaciones, it. est.: Javier Sicilia es colaborador de La Jornada y Proceso, ergo mataron a su hijo: sofisma grosero al servicio del intento desesperado de comprender tragedias como ésta.
El narcotráfico y su combate existen, y es fácil ver su enfrentamiento como culpable de toda criminalidad. ¿Será mucho pedir que recordemos que la delincuencia en Morelos es muy anterior a la “guerra de Calderón”? Hoy todo entra en el saco del narco, pero no sabemos cuáles son las causas de cada muerte ni conocemos los procedimientos de los cárteles tanto como para tener la certeza de que una etiqueta que dice “CDG” es, incuestionablemente, firma de esos criminales: si se puede sembrar un cadáver, cuánto más un pedazo de cinta con tres letras. Son dudas razonables: la literatura lleva siglos ocultando asesinatos en el modus operandi de un delincuente que al final resulta ser inocente de ese caso específico.
INFORMACIÓN, INTENCIONES E INTERESES
Ciertos medios, para vender, siembran el terror. Un ejemplo son los cinco o siete muertos de este invierno por influenza AH1N1 en el norte del país: los muertos por gripe normal complicada en neumonía “estacional” no venden. ¿Cuántos niños no alcanzaron el año de edad y murieron de hambre hoy en Morelos? No lo sabremos nunca, pero si muere un bebé en un café por una balacera ya tenemos escándalo, primeras planas, ventas.
Quienes no formamos parte de estos juegos mediáticos, ¿cómo hacemos compatible el pacto mordaza con asuntos como el asesinato de Sicilia? Nuestra responsabilidad se resuelve con sólo preguntarnos si queremos informar, opinar o predicar. La prédica vende bien y atrae adeptos, pero la información —como la opinión responsable— legitima y dignifica.
El caso de Sicilia es tan estremecedor como el de miles de civiles. No debemos detonarnos sólo porque al hijo de alguien tan querido como Javier fue a quien le tocó en este turno la muerte. Es una referencia válida, tanto como cada inocente asesinado. No hacen falta pactos ni mordazas para actuar con seriedad.
Cierto periodismo seguirá nutriéndose de sangre, con réditos duplicados: venderá y podrá ostentarse como “libre y sin censura”; otro periodismo se fingirá prudente y mesurado por un rato como parte de su marketing. Pero al fin las notas seguirán muy visibles, aunque haya ingenuos que supongan que algo ha cambiado a punta de retórica.
Es válido preguntarse lo que sea, se puede llegar al punto de decir que todo esto sucede por el omniculpable Calderón, pero una pregunta no es un hecho ni puede explicar o aclarar tragedia alguna. No todas nuestras certezas y deseos siguen siendo éticas cuando las disfrazamos de verdad absoluta que ofertamos como información.
Sobre los asesinatos en Cuernavaca
El pasado lunes 28 de marzo fueron hallados siete cadáveres en un vehículo Honda Civic estacionado en la calle Tampico, en el fraccionamiento Las Brisas de Cuernavaca, Morelos. Las víctimas fueron los hermanos Julio César y Luis Antonio Jaimes, de 20 y 24 años; su tío Álvaro Jaimes Avelar, empleado de seguridad privada; Jaime Gabriel Alejo Cadena, de 25 años, vendedor de juguetes; Juan Francisco Sicilia Ortega, de 24 años, estudiante; María del Socorro Estrada Hernández, de 44 años, empleada de un hotel, y Jesús Chávez Vázquez, de 24 años.
La Procuraduría General de Justicia del Estado de Morelos informó que los cuerpos de las víctimas se encontraban atados de pies y manos y con signos de tortura. Una de las víctimas, Juan Francisco Sicilia Ortega, era hijo del poeta y escritor Javier Sicilia por lo que la comunidad literaria de Cuernavaca llevó a cabo actos de protesta para exigir la resolución del caso.
Las primeras informaciones indicaban que a través de un narcomensaje encontrado junto a las víctimas, el cártel del Golfo se adjudicaba las ejecuciones a causa de “las denuncias presentadas al Ejército” por alguno de los involucrados. No obstante, al día siguiente y a través de narcomantas rápidamente descolgadas por las autoridades de Cuernavaca, dicho cártel se deslindó de los hechos y atribuyó la masacre al cártel del Pacífico. Al mismo tiempo se supo de la posibilidad de que estuvieran involucrados en el asesinato policías del estado, hecho confirmado en conferencia de prensa el jueves 31 de marzo por el procurador de Morelos, Pedro Luis Benítez Vélez, quien anuncio que ya hay contra estos varias órdenes de aprehensión.
Por su parte, el padre de Juan Francisco, Javier Sicilia, negó que su hijo y los muchachos Jaimes, cercanos a él, hayan denunciado a nadie, porque “todos saben que la corrupción está dentro de las policías y a quien denuncia lo pueden asesinar impunemente”.
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