13 abril, 2011

Análisis & Opinión

Obama en campaña: ''nuestro camino hacia la victoria... empieza ahora''

Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yánez es Profesor Asociado en la Universidad de Santiago (Chile). Ha sido Visiting Scholar in Political Science en el Center For Latin American Studies de la Universidad de Stanford (EE.UU.). Realizó sus estudios de Doctorado en Gobierno y Administración Pública en el Instituto Universitario Ortega y Gasset (España), tiene un Magíster en Ciencia Política por el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile y un Magister en Ciencias Sociales en el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (Ilades-Universidad Católica de Lovaina). Es Licenciado en Educación y Profesor de Estado en Historia y Geografía por la Universidad de Los Lagos (Chile).

Joseph Schlesinger planteó en 1991 su “teoría de la ambición política”, que señala que los políticos responden esencialmente al objetivo de conseguir cargos públicos y, en consecuencia, la reelección sería la concreción de esa ambición.

El presidente Barak Obama, al anunciar oficialmente su intención de postular a la reelección en noviembre de 2012, deja a los ciudadanos “poco atentos a la política”, frente a un hecho trascendente de su tiempo, no por la reelección en sí misma, ya que buena parte de los presidentes norteamericanos la han buscado, sino porque nuevamente serán llamados a ser parte del movimiento popular que lo llevó a la Casa Blanca el 2008.

Por segunda vez, la teledemocracia y la democracia directa que están generando las redes sociales, serán relevantes en la búsqueda de concebir una campaña que, en palabras de Obama, necesita -al igual que la anterior-, de "la organización de la gente manzana a manzana, hablando a los vecinos, a los compañeros de trabajo y a los amigos”.

En este sentido, la pregunta no es si el actual mandatario necesita un nuevo período para implementar el proyecto que les presentó en 2008, sino más bien, si los republicanos tienen un candidato de envergadura para enfrentarlo; si ello es así, entonces los demócratas tienen menos tiempo que el establecido por Obama hace algunos días atrás.

¿qué nos debería preocupar en una campaña electoral de dos años? Básicamente una nueva ley de inmigración; ese sólo hecho podría servirnos para justificar a la distancia un segundo mandato. Sin embargo, los electores norteamericanos no tienen los mismos intereses nuestros.

¿Es posible mantener una campaña de 22 meses? Si la preocupación es el dinero para sostenerla, ello no sería un problema de acuerdo a las proyecciones que realiza el equipo que se instala en Chicago para iniciar este cometido. Ellos saben que un presidente en campaña es una maquina demoledora para cualquier desafiante, donde normalmente los incumbentes (titulares de cargo) tienen más posibilidades de ser reelectos y si uno quiere apostar-aportar su dinero, esta sería la inversión más rentable.

Asimismo, saben también que al final del día, tras el recuento de los votos, siempre habrá más votantes que delegaron su soberanía en el presidente, que los votos efectivamente escrutados. Pero dada la singularidad de su sistema electoral mayoritario, cabe la posibilidad de que un candidato sea elegido con mayor número de votos electorales, a pesar de tener menor número de votos populares, como ocurrió en la contienda Bush-Gore.

Esto debe hacernos reflexionar en torno a los electores, quienes cuentan con un sólo instrumento para alcanzar dos objetivos: escoger buenas políticas y a políticos que traigan buenas políticas. De acuerdo a ello, las elecciones son un instrumento torpe de control, ya que los electores tienen sólo una decisión que tomar con respecto a todo el programa que les presentan los candidatos, o dicho de otra manera, el voto comunica poco acerca de las preferencias del elector.

Más allá de estas realidades político electorales y las divagaciones que sobre esto pudiéramos hacer, al final del día a los norteamericanos también les importa el estado de la economía. Revisando los diarios norteamericanos, las predicciones apuntan a la recuperación de la crisis económica y a la baja del desempleo, lo que -para suerte de Obama-, terminaría ayudándolo en las próximas elecciones, desplazando la promesas incumplidas en los temas de derechos humanos en Guantánamo y los distintos escenarios de guerra que enfrenta el país del norte.

En este auspicioso escenario futuro, debemos recordar la “Ley del Esfuerzo” que propuso Lowi, según la cual los presidentes dedican la primera mitad de su periodo, a tener éxito conforme a su toma de posesión y a sus promesas, y consagran la segunda mitad a crear la apariencia de éxito.

Apariencia o no, dentro de los próximos 22 meses veremos la oferta electoral de Obama, lo que permitirá alejarnos de la pregunta que hoy motiva al equipo electoral del presidente: ¿quién vota?, pasando a la cuestión que preocupaba a Bobbio: ¿sobre cuáles cuestiones se pueden votar?

En este sentido, ¿qué nos debería preocupar en una campaña electoral de dos años? Básicamente una nueva ley de inmigración; ese sólo hecho podría servirnos para justificar a la distancia un segundo mandato. Sin embargo, los electores norteamericanos no tienen los mismos intereses nuestros.

Perú: ¿por qué podría ganar Ollanta Humala?

Análisis & Opinión

Perú: ¿por qué podría ganar Ollanta Humala?

Roberto Pizarro

Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).

Culminó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en el Perú, con un resultado sorprendente para el establishment. Perdieron los candidatos del modelo económico en curso. ¿Curioso, no? Lo es, ya que la economía peruana viene creciendo vigorosamente en los últimos años: 7% promedio en la última década y en 2010 casi llegó al 9%, triplicándose el PIB entre 2000 y 2010. El pueblo peruano rechazó las desigualdades y dejó en evidencia que el desarrollo está lejos del puro crecimiento económico.

Los dos presidentes de este notable periodo expansivo han sido categóricamente derrotados. Alejandro Toledo en cuarto lugar y Alan García ni siquiera se atrevió a promover un candidato de su partido y, al final, apoyó a Pedro Pablo Kuczynski, el más declarado neoliberal, también derrotado. La renuncia del APRA a su propia historia, a sus convicciones socialdemócratas, se convirtió en un suicidio político. Al igual que los socialistas chilenos, han recibido el repudio de los sectores populares

Alan García continuó con entusiasmo la política de crecimiento y dejó de lado la distribución. No revisó los errores de su vecino chileno. Simplemente copió. Al final de cuentas en ambos “milagros” los beneficios del crecimiento se han acumulado en una minoría. En cambio, la mayoría observa con desencanto que los frutos del trabajo rinden escasamente, mientras la educación y salud se muestran inservibles para los pobres y costosas para los sectores medios.

Igual que Chile en los años 90, el Perú es el país que más crece en América Latina. La macroeconomía anda bien. Revela un reducido déficit fiscal, elevadas reservas internacionales, inflación baja y aumento de las inversiones. Pero, el crecimiento se basa en la exportación de materias primas, con escasa diversificación, salarios congelados, empleo precarizado y 60% de los trabajadores en la informalidad.

La renuncia del APRA a su propia historia, a sus convicciones socialdemócratas, se convirtió en un suicidio político. Al igual que los socialistas chilenos, han recibido el repudio de los sectores populares.

El último informe de Oxfam (Informe anual sobre pobreza, desigualdad y desarrollo 2008-2009) destaca que el crecimiento económico no ha beneficiado a las poblaciones excluidas del país, mientras las desigualdades sociales persisten. Si los gobiernos quisieran eliminar la pobreza sólo con el crecimiento económico (por la vía del derrame) se necesitarían más de 80 años de aumento del PIB, por encima de los 5 puntos, para alcanzar tal propósito.

Al mismo tiempo, se informa que las empresas que operaron en los últimos años en el país lograron utilidades superiores a las de las 500 empresas más rentables del planeta, mientras los sueldos cayeron en tres puntos porcentuales en esta época de bonanza.

A mayor abundamiento, Michael Porter, gurú de los negocios, en una conferencia ante el empresariado peruano, manifestó una opinión muy crítica respecto del modelo económico peruano. Destacó que su patrón productivo, concentrado en recursos naturales, no era capaz de generar suficiente empleo y que las desigualdades y la baja productividad eran en extremo preocupantes (diario La República, 27-12-2010). Agregó que la reducida inversión en ciencia y tecnología (0,2% del PIB) y los bajos niveles de educación colocaban en cuestión la competitividad y frenaban el desarrollo.

En definitiva, las buenas cuentas macroeconómicas resultan insuficientes, porque no dan sostenibilidad al crecimiento a mediano plazo y no garantizan el desarrollo. Adicionalmente, el crecimiento sin distribución genera tensiones sociales e inestabilidad política.

Los resultados de las elecciones revelan el profundo malestar de la sociedad peruana. En particular, la insatisfacción de los desamparados con un modelo económico que se muestra generoso con los que tienen más y avaro con los humildes. Se ha atrevido a reconocerlo el propio Toledo al término de la primera vuelta:

“Esta elección es un llamado de atención del país, principalmente a sus fuerzas políticas y económicas. El modelo de crecimiento económico no llega a la mayoría de peruanos y nuestros compatriotas han expresado ese descontento en las urnas”. Y ese descontento se ha personalizado en Humala y Keiko Fujimori.

Ollanta Humala repite en Perú, casi con calco, lo que viene sucediendo en la región en la última década. La emergencia de un nuevo liderazgo que ha reemplazado a la clase política tradicional. Ese liderazgo se ha propuesto la construcción de un proyecto alternativo al neoliberalismo y apunta a reducir las desigualdades, fortaleciendo el Estado aunque sin modificar la economía de mercado. Con la excepción de Chile, Colombia y el Perú, la región ha avanzado en esa dirección, con éxitos y fracasos, debilidades y fortalezas. Esa es la realidad ineludible. Ahora le corresponde al Perú.

Es cierto que existen dudas sobre Humala. Sin embargo, no son tan distintas a las que provocó Lula, Mujica, Correa o Evo, en un primer momento. Pero el mismo candidato ha hecho esfuerzos para mostrarse cercano al líder brasileño antes que a Chávez. Ha moderado incluso su discurso nacionalista y antichileno. Por lo demás, se verá obligado a negociaciones políticas con variados sectores antes de la segunda vuelta, y posteriormente si alcanza la presidencia, ya que el Parlamento no lo favorece.

Por su parte, Keiko Fujimori difícilmente podrá hacer olvidar al gobierno de su padre. Ello representa un peso difícil de sobrellevar. Derechos humanos avasallados, corrupción rampante. Lo ha dicho categóricamente Vargas Llosa en Chile: “sería deshonroso que los peruanos reivindicaran una de las dictaduras más atroces que hemos tenido, cuyos responsables están además en las cárceles cumpliendo condenas de 25 años, empezando por el propio (Alberto) Fujimori" (El Mostrador, 12-04-11).

Todo indica que el camino se encuentra abierto para el éxito de Humala en la segunda vuelta. Tendrá que hacer un esfuerzo para lograr consensos con el mundo político y económico, pero sin renunciar a las demandas populares que representa y que lo han colocado en el centro de la vida política peruana. El triunfo de Humala es altamente probable.

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