25 abril, 2011

El “Estado Niñera” está llegando a su fin

El “Estado Niñera” está llegando a su fin

– Por Ron Paul

La semana pasada, el Congreso y la administración se rehusaron a considerar seriamente el problema del gasto público. A pesar del alarmismo, un cierre de gobierno no habría sido tan malo como se dice.

Es alentador ver cómo algunos en Washington parecen insistir en reducir el gasto, lo cual definitivamente es un paso en la dirección correcta, pero sólo un paso. Tenemos millas por recorrer antes de siquiera acercarnos a una solución, lo cual supondría redefinir completamente el rol del gobierno en nuestras vidas y en el escenario mundial. Se logró un compromiso a último momento, pero hasta que los demócratas estén de acuerdo con frenar el gasto en prestaciones y los republicanos se alejen de los cheques en blanco destinados al Complejo Militar Industrial, todo seguirá siendo un mero juego político.

Desafortunadamente, los compromisos parecen estar siempre al revés: en vez de que la “izquierda” esté de acuerdo con disminuir el gasto social y la “derecha” con reducir el gasto militar, la “derecha” acuerda aumentar el gasto social y la “izquierda” acuerda incrementar el gasto bélico. A pesar de toda la retórica, nos endeudaremos aún más, la Reserva Federal imprimirá más dinero, y el valor del dólar continuará cayendo en picada. ¿Cuánto pasará antes de que los extranjeros dejen de comprar nuestra deuda, y llegue la hiperinflación? A lo largo de la historia, los imperios siempre se han extendido demasiado en sus conquistas y en la transferencia de riqueza, lo que los ha llevado a un eventual colapso; desde el Imperio Romano hasta la Unión Soviética. Estamos yendo en la misma dirección, y parecería que sólo el caos de la caída del dólar podría detener la ola de gastos. El discutir sobre la Planificación Familiar y la NPR (Radio Nacional Pública), aunque importante, sólo prueba cómo el liderazgo en Washington simplemente no hará frente a la realidad, o no comprende la seriedad del problema.

Por supuesto, un colapso del gobierno crearía serios problemas para muchas personas que han llegado a depender de los pagos del mismo concernientes a la salud, la jubilación, la educación de sus hijos, y hasta vivienda y comida. No obstante, estos programas llamados de “ayuda social” son, para empezar, inconstitucionales, y han engendrado una cultura de dependencia en la transferencia de la riqueza que está fuera de control. Me preocupa enormemente que en vez de que tratemos seriamente nuestra situación, tantos en Washington prefieran permitir el caos que se producirá cuando todas las personas dependientes, de buenas a primeras, dejen de recibir sus pagos. Es mejor afrontar la realidad de lleno y decirle a la gente la difícil verdad: que el gobierno es simplemente incapaz de manejar las vidas de las personas desde la cuna hasta la tumba, como sínicamente se les promete. Nos enfrentamos a un déficit de billones, con cualquiera de los presupuestos propuestos. Cumplir con tales promesas no es, por desgracia, una opción en el largo plazo. Es mejor admitir que el “Estado Niñera” está llegando a su fin, y que ya no se trata de “compromisos”, sino de una transición – a un modo de vida sustentable, uno que respete la Constitución, el Estado de derecho y los derechos de propiedad.-

La rebelión de Atlas

La rebelión de Atlas: Desinfectada y sobre la marcha

Por Doug French.

Al recibir toda la mercadotecnia de La rebelión de Atlas: Parte I a través de correo electrónico y Facebook, estaba bajo la impresión de que el ruido era abrumador para la adaptación a la pantalla grande de la larga novela de Ayn Rand. Tengo cierto cariño por el libro y esperaba la película, porque en él confluían dos acontecimientos de mi vida: Murray Rothbard exhortándome a leer Atlas en 1990 y la pregunta, una década más tarde de “¿Quién es John Galt?”, por Mystic Mona™ (antes de que fuera una mística), a mi pretendida, lo que acabó juntándome con mi chica.

Así que el pasado sábado compré dos billetes en Fandango para evitar que se acabaran las entradas en el primer pase en Columbus, Georgia, el cine más cercano que proyectaba Atlas Parte I.

Resultó que pagar la tasa de comodidad no era necesario. En mi mente había imaginado masas de espectadores con camisetas del “Galt’s Gulch”, mujeres resplandecientes, mostrando sus mejores joyas con el signo del dólar. Pensé que encontraría el cine viendo la nube de humo de cigarrillos flotando sobre el estacionamiento, mientras sosias de Ayn Rand agitaban sus boquillas, alzando sus cabezas al cielo y echando anillos de humo al aire.

La audiencia del pase de la 1:00 PM parecía ser cuatro o cinco parejas de mediana edad que tal vez hubieran leído el libro y no tuvieran obligaciones religiosas. Evidentemente, los soldados de la cercana Fort Benning tuvieron maniobras importantes el pasado domingo.

En todo caso, la mejor sala de cine en la que he estado, una creación del genio capitalista, estaba virtualmente vacía. Finalmente, un cine con la taquilla y la concesión se combinaban: muy inteligente y eficiente. Tal vez sobreviva el negocio de las películas en la gran pantalla. Pero si el sector tiene que confiar en la trilogía de La rebelión de Atlas, no lo hará.

Brian Doherty relata la historia de cómo esta película desesperada se filmó en 27 días con 10 millones de dólares. “Luchando frenéticamente contra el reloj”, escribe Doherty, “el equipo seguía buscando localizaciones cuando quedaban solo tres días antes de acabar la grabación. Algunas localizaciones se encontraron el día anterior a usarse, algunos actores fueron seleccionados solo dos días antes de ponerse ante las cámaras”.

Y se nota. El ego de Ayn Rand impidió que se hiciera la película cuando debió hacerse, porque no quería ceder el control y la esposa de John Aglialoro le empujó a hacer una película que no debería haber hecho. No hace películas: se dedica a patrimonios privados y es el director ejecutivo de los equipos de gimnasia Cybex.

La película ha sido descrita de buena a excelente por algunos libertarios, pero hay una razón para que obtenga solo un 7% en Rotten Tomatoes, frente a, por ejemplo, un 96% de La red social.

Sin embargo, algunas de las críticas negativas no son tan negativas. No hay una conspiración de los críticos cinematográficos de izquierdas.

No hay razón para ofrecer una crítica amplia de la película. P.J. O’Rourke lo ha mejor de lo que yo pueda opinar. Como dice: “los no iniciados sentirán que vagan sin una guía en medio de rituales elaborados e interminables de alguna exótica y oscura tribu”.

Para quienes estén familiarizados con el libro de Rand, la película parece como si se hubiera hecho sobre la marcha y se hubiera desinfectado para el siglo XXI. Por ejemplo, Ayn Rand era una fumadora empedernida. “Fumar es un símbolo de fuego en la mente”. Y sus personajes fumaban constantemente. Los cigarrillos con el signo del dólar son importantes en la trama. En el libro, Hugh Akston ofrece a Dagny un cigarrillo y ella lo acepta y fuma: un cigarrillo tan bueno que se queda con la colilla, que tiene un signo del dólar en ella.

Ninguno de los personajes principales en La rebelión de Atlas: Parte I fuma, excepto Hugh Akston (Michael O’Keefe), que parece como si estuviera fumando nervioso por primera vez. Hay solo un plano momentáneo del signo del dólar en la colilla, así que solo los fans de Atlas con las antenas completamente abiertas verán esto.

Se bebe mucho en la película, pero el hielo debe ser escaso. Quizá haya desaparecido con la gasolina a 37,50$ por galón. Pero solo hay martinis y whiskeys solos a lo largo de la película, excepto cuando Dagny queda con Francisco d'Anconia para tomar cócteles.

Tienen vino tinto delante de ellos, con cantidades demasiado generosas para un bar. El lugar es chic, pero la cristalería no es de calidad Riedel. Ninguno toma siquiera un sorbo. Más tarde, Dagny se reúne con Hank Rearden para cenar en un restaurante de lujo y se sirve vino blanco en las mismas copas; tampoco bebe aquí.

¿Y qué empresario de capa y espada tiene una oficina como la de Hank en Rearden Steel? Es como un museo con un techo increíblemente alto y nadie alrededor, solo la mesa de Hank. No hay señales de comercio. No hay ajetreo y bullicio. Cuando por fin vemos a una empleada portando un moderno aparato telefónico móvil y sin manos, le dice a Hank que tiene tres mensajes telefónicos, escritos en papeletas de un libro de mensajes telefónicos que podría haberse comprado en Office Depot. ¡Se supone que estamos en 2016!

El cineasta trata de iniciar la química sexual entre Dagny y Hank antes que Rand, pero Taylor Schilling y Grant Bowler no son Bogey y Bacall. Estos dos actúan como si estuvieran entrevistándose, en lugar de deseando lanzarse el uno sobre el otro.

Michael Lerner encaja como un Wesley Mouch suficientemente pelota y el Ellis Wyatt de Graham Beckell me recuerda a muchos empresarios de la vida real: una personalidad de primer orden, no pulido sino con los pies en la tierra e instintivamente elegante. En comparación Hank y Dagny son la réplica perfecta de Ken y Barbie, e igualmente de plástico.

En su mayor parte, los personajes son tan envarados y unidimensionales como los escribió Rand. No estoy seguro de cómo habría valorado Mr. First Nighter a La rebelión de Atlas: Parte I. Creo que a Rothbard le hubiera gustado la interpretación de Eddie Willers por Edi Gathegi: serio, eficiente y leal. Y el hecho de que la película se hubiera hecho por fin le alegraría. Pero aunque la película indudablemente muestra héroes contra villanos, no incluye lo que le gustaba: acción, diálogos mordaces y una buena trama.

Para quienes quieran apoyar el proyecto de la trilogía de Atlas, no les hará daño dar unos pocos dólares por una entrada y 102 minutos de su tiempo. Luego, después de verla, vean “Mozart was a Red”, de Rothbard, en YouTube. Pone la gran obra de Rand en perspectiva y es divertida de ver, que es lo que debería ser la película.

No hay comentarios.: