18 abril, 2011

Hombres al borde de un ataque de nervios

La posibilidad de que la señora Keiko Fujimori sea la próxima presidenta de Perú, mantiene a muchos hombres al borde de un ataque de nervios, en especial a Ollanta Humala, su contrincante de la segunda vuelta electoral prevista para junio.

Más allá del nerviosismo que despierta el lastre de su encarcelado padre, Alberto Fujimori, o de que podría ser presidenta por descarte ante un opositor que ofrece tantas dudas como ella, Keiko tiene ventajas competitivas por el simple hecho de ser mujer.

En Latinoamérica la propensión es esa. Cuando las mujeres compiten por la presidencia rara vez pierden. Las actuales jefas de Estado de Argentina, Brasil, Costa Rica y Trinidad Tobago, confirman la regla.

No quiere decir que la tendencia de la femineidad es sinónimo de buen gobierno. Hasta ahora la más eficiente resultó la chilena Michelle Bachelet que se retiró el año pasado con 86% de aprobación y la más popular, la primera electa, Violeta de Chamorro. En el medio, y olvidadas, quedaron la panameña Mireya Moscoso, la argentina Isabelita de Perón y la boliviana Lidia Gueiler, pero estas dos últimas asumieron por circunstancias ajenas a los votos y salieron empujadas a golpes.

Habrá que ver si Cristina de Kirchner se anima por el simple trámite de la reelección, a pesar de su gobierno polémico e ineficaz; si la brasileña Dilma Rouseff puede darle más valor agregado a un país que Lula da Silva le dejó en bandeja servida; o si la costarricense Laura Chinchilla fortalecerá su inadvertida imagen por su pugna limítrofe con Daniel Ortega.

A excepción de Nicaragua, donde el presidente Ortega burló la Constitución para optar por la reelección, desbancando las aspiraciones de su esposa, Rosario Murillo –el verdadero poder detrás del trono–, la búsqueda del continuismo, la lealtad política y los límites legales hicieron que en varios países las primeras damas optaran por arreglos matrimoniales al estilo Kirchner para aspirar al sillón presidencial.

El acomodo más veleidoso fue el reciente divorcio de la primera dama guatemalteca, Sandra Torres, al burlar prohibiciones constitucionales de consanguineidad. Considerada también la mujer detrás del poder, Torres ni se ruborizó al separarse del presidente Alvaro Colom, con un discurso que envidiaría el demagogo más avezado: “No soy la primera ni la última mujer que se divorcia en este país, pero sí la primera que se divorcia por Guatemala”.

En la tortuosidad del camino, Torres tendrá que verse con hombres que le achacarán su artimaña y con la premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, quien esta semana inscribió su propio partido de caras a la contienda.

También el presidente dominicano Leonel Fernández prefirió el continuismo y escapar al engorroso camino de la reforma constitucional para buscar un cuarto mandato. Esta semana inscribió a su esposa, Margarita Cedeño, para competir en las internas del Partido de Liberación Dominicana, generando los mismos escozores que desvelan a los políticos guatemaltecos.

Pero no todo lo que reluce es oro. En aquellos países donde hubo o hay presidentas, las mujeres no supieron o pudieron capitalizar su ascenso político.

Brasil solo tiene un 8.5% de legisladoras o 44 de 531 puestos; le sigue Panamá con un 8.6% de entre 109 bancas.

En Chile un 13.3% de los 120 diputados son mujeres, mientras en Nicaragua son un 18.2% de 92 puestos.

Los países mejor posicionados son Costa Rica con un 38.6% y Argentina con un 38.5% de 257 bancas en la Cámara de Diputados.

A finales de los 80, cuando realizaba tareas reporteriles, me fascinaba hurgar los nombres de candidatas que los partidos políticos inscribían en sus boletas electorales. Una vez, al notar que no había una sola, en una lista de 40 aspirantes, usé el título de la famosa película de Pedro Almodóvar, Mujeres al borde de un ataque de nervios, para sintetizar la bronca entre las electoras por tal desigualdad.

Hoy, Keiko, sus colegas candidatas y presidentas, demuestran que el nerviosismo por la desigualdad electoral ya no raya en la histeria, pero aún es fuerte. La diferencia entre género todavía es amplia tanto en política como en oportunidades laborales y sociales; por lo que, como mujeres, tienen mayores responsabilidades para cerrar esa brecha.

¿Se acerca una crisis en Latinoamérica?

¿Se acerca una crisis en Latinoamérica?

Durante el reciente torneo de tenis Sony Ericsson realizado en Key Biscayne, me sorprendió ver que la mayoría de la gente que me rodeaba en el estadio eran turistas latinoamericanos, cuyas conversaciones giraban en torno de cuantas cosas acababan de comprar en Miami. Pensé para mis adentros: “Si esta afluencia económica parece una nueva burbuja económica, probablemente lo sea’’.

Ahora, varios estudios nuevos publicados durante las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Washington D.C. confirman lo que el sentido común debería haberles enseñado a los economistas hace varios meses: que existe un verdadero peligro de que el actual ciclo de crecimiento económico de Latinoamérica sea demasiado bueno para ser cierto, y que —si no se adoptan urgentes medidas en la región— tal vez no dure mucho.

A diferencia del optimismo sobre America Latina que proyectaban las instituciones financieras internacionales y las agencias de calificación crediticia hace apenas unos meses, cuando muchas de ellas pronosticaban que ésta podría ser “la década latinoamericana”, el clima de las reuniones de este fin de semana en Washington fue de nerviosismo sobre el futuro económico de América Latina.

Un documento interno del FMI titulado “Manejando la abundancia en América Latina para evitar la crisis’’, fechado el 7 de abril, empieza con un diagnóstico sombrío: dice que la región está en una etapa de “doble viento a favor persistente, con riesgo de un fin abrupto”. Explica que gran parte de la actual prosperidad de la región se basa en dos circunstancias externas extraordinarias —una abundante liquidez global que resulta en una gran entrada de capitales a la región, y un aumento en los precios mundiales de las materias primas gracias a la demanda de China — que posiblemente no duren mucho.

“La intensidad inusual de estas condiciones externas favorables puede dar lugar a la acumulación de vulnerabilidades y a un mayor riesgo de una reversión repentina’’, dice el estudio. “Las condiciones externas favorables pueden ocultar vulnerabilidades subyacentes en las cuentas fiscales, financieras y externas, así como generar posible complacencia y exuberancia’’.

Traducido a un idioma entendible, esto significa que muchos de los países de la región están gastando más de lo que deberían, tienen monedas sobrevaluadas, y no se están preparando para el futuro. El documento interno del FMI advierte en su primera página que refleja la opinión de sus autores y no necesariamente la del FMI, pero su autor principal es Nicolás Eyzaguirre, el director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI.

Un estudio aparte, publicado por la Brookings Institution y dado a conocer al inicio de las reuniones del FMI y el Banco Mundial, también refleja temores sobre el futuro de la región.

El estudio de 80 páginas, titulado “Perspectivas económicas latinoamericanas”, dice que “hoy, el recalentamiento y las presiones inflacionarias están en aumento, y muchos reguladores financieros se preguntan si el crédito doméstico ya no está creciendo de manera excesiva”. Agrega que “un área de especial preocupación” en Brasil y en otros países de la región son los excesivos créditos bancarios a los consumidores, que posiblemente nunca sean pagados.

¿Qué ha hecho que los economistas internacionales hayan pasado de repente del entusiasmo al nerviosismo sobre Latinoamérica?, le pregunté a Mauricio Cárdenas, coautor del estudio de Brookings. Cárdenas, un ex ministro de desarrollo económico de Colombia, me dijo que hay crecientes indicios de que los factores externos que habían beneficiado a Latinoamérica pueden desaparecer, además de tendencias preocupantes dentro de la región.

China, cuya compra de materias primas se ha convertido en un motor principal del crecimiento de Sudamérica, acaba de anunciar que disminuirá su meta anual de crecimiento del 10 por ciento al 7 por ciento en los próximos cinco años, algo que indudablemente causará una caída de la importación china de materias primas, explicó Cárdenas. Además, es posible que Estados Unidos aumente pronto las tasas de interés, algo que le restará capitales a Latinoamérica, agregó.

“Hay que ahorrar en la época de las vacas gordas”, me dijo Cárdenas. “Estamos a tiempo, pero justo: Es probable que veamos un cambio de las condiciones externas tan pronto como el año próximo”.

Mi opinión: Los economistas internacionales están abriendo los ojos. Gran parte de Latinoamérica no había visto un mejor contexto económico internacional como el presente en muchas décadas, y sería un crimen que los países sigan sin ahorrar un porcentaje de sus ingresos externos para poder mantener sus programas sociales cuando las condiciones externas se deterioren, así como para empezar a mejorar ya mismo sus bajos niveles de educación, ciencia y tecnología. Todavía están a tiempo de hacerlo.

Fue muy lindo ver tantos turistas latinoamericanos felices durante el torneo de tenis de Key Biscayne, pero sería mucho más lindo si su actual bonanza tuviera bases más sólidas, asegurando que durará mucho tiempo.

La última función

La última función

Me lo dijo un viejo y desengañado comunista cubano en un encuentro relámpago que tuvimos recientemente en Madrid: “este Sexto Congreso del Partido me recuerda esa atmósfera de tristeza y nostalgia que se respira en los teatros que realizan su última función antes de ser demolidos”.

Buena metáfora. La generación de Fidel, la que hizo la revolución, es ya octogenaria. Se está despidiendo. A Fidel, que tiene 84, lo jubilaron sus intestinos en el 2006, y Raúl, con casi 80, no tardará demasiado en abandonar la escena. Él mismo se ha dado un plazo de tres a cinco años para transmitir totalmente la autoridad y facilitar una especie de relevo generacional “para que los herederos continúen la obra revolucionaria”.

¿Qué quiere decir eso? Nada, salvo mantenerse en el poder. Aunque siguen repitiendo consignas, ya casi nadie cree en el marxismo-leninismo, mientras el gobierno trata de escapar de la improductividad crónica del sistema fomentando ciertos espacios para que la iniciativa privada alivie el desastre del colectivismo. Al tiempo que aplauden los lemas revolucionarios, los muchachos le llaman a Marx “el viejito que inventó el hambre”.

Los adultos, confidencialmente, reconocen este panorama. Después de 52 años de dictadura, y sin un parlamento hostil o una oposición que obstaculizara la obra de gobierno, los seis elementos básicos que determinan la calidad de vida de cualquier sociedad moderna se han agravado hasta convertirse en pesadillas: la alimentación, el agua potable, la vivienda, la electricidad, la comunicación y el transporte.

Raúl Castro, que es una persona realista, y que no se explica por qué los niños cubanos no pueden tomar leche después de los siete años, no ignora que su hermano ha sido el peor gobernante de la historia de la república fundada en 1902. En 56 años de capitalismo, pese a los malos gobiernos, la corrupción, las revueltas frecuentes y los periodos de dictaduras militares, la Isla se convirtió en uno de los países más prósperos de América Latina y La Habana en una de las ciudades más hermosas del mundo. El sector público era mediocre o malo, pero la sociedad civil funcionaba razonablemente bien.

En 52 años de comunismo, en cambio, sujetada con una correa que impedía los alborotos, la sociedad se empobreció hasta los huesos y el paisaje urbano adquirió la apariencia de un territorio bombardeado. El sector público impuesto por los comunistas era terriblemente torpe, infinitamente peor que el de la etapa capitalista, y la sociedad civil (a la que ahora Raúl trata de darle respiración artificial para ver si revive) había sido cruelmente aplastada.

Es con este melancólico diagnóstico con el que los comunistas cubanos celebrarán su Sexto Congreso. Raúl ha convocado a una cúpula dócil a que respalde sus tímidas reformas y legitime a los funcionarios seleccionados. Se propone designar cuadros de menos de sesenta años, pero los que había (Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Roberto Robaina, Remírez de Estenoz) ellos mismos se encargaron de destruirlos.

¿Quién emergerá como el presunto heredero? Se menciona, sotto voce, aunque nadie está seguro, a Marino Murillo, un economista de 50 años, ex oficial del ejército y ex Ministro de Economía, despreciado por los apparatchiks (“es un simple auditor, no un economista”, me contó uno de ellos especialmente sagaz), hoy a cargo de disciplinar al Partido para que durante este VI Congreso acepte sin chistar los cambios propuestos por Raúl. Se le atribuye una lealtad total al general-presidente y la decisión de mantener los elementos fundamentales del sistema comunista, aunque eliminando el paternalismo.

¿Tendrá éxito? No lo creo. Raúl, con el auxilio de Murillo, su entenado ideológico, quiere construir un socialismo sin subsidio y un capitalismo sin mercado. Eso es imposible. Ese disparate hay que enterrarlo, como sucedió en Europa del Este. Sin embargo, no es improbable que, tras la desaparición de los Castro, durante cierto tiempo las Fuerzas Armadas mantengan férreamente el poder, pero sólo hasta que salte la chispa y veamos en Cuba un desenlace violento. Quienes se empeñan en impedir la evolución natural de la historia acaban provocando unas devastadoras catástrofes.

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