22 abril, 2011

“Los mexicanos vivían mejor en la época priísta”

“Salió ya el nuevo burro (y payaso) del PRI, Humberto Moreira, a hacerla de “economista” y afirmar que en el PRI la inflación y el nivel de vida de los mexicanos fue mejor. Pasar de maestro normalista a economista es un acto circense que puede salir muy caro.”

Godofredo Rivera

Salió ya el nuevo burro (y payaso) del PRI, Humberto Moreira, a hacerla de “economista” y afirmar que en el PRI la inflación y el nivel de vida de los mexicanos fue mejor. A ver, pasar de maestro normalista a economista es un acto circense que puede salir muy caro. Zapatero a tus zapatos.

Salir a mostrar una canasta de huevos, un litro de aceite ó leche para demostrar que éstos eran más asequibles en la época priísta es un acto no sólo ridículo sino una burrada brutal. Lo que Moreira muestra en todo caso son precios relativos (y no se vale comparar el actual alza de alimentos que no sólo ocurre en México sino a nivel mundial y que tiene que ver más con un dólar que cada vez compra menos, producto de haber echado a andar a la imprenta de dinero de la FED). Si Moreira se tomara un poco en serio, lo adecuado sería mostrar índices nacionales de precios al consumidor que muestran la evolución promedio de TODOS los precios de la economía y no de una tortillita, un limoncito, una lechita, ó un aceitito, como éste payaso quiere hacer ver.

Los datos existentes son duros. ¿Estuvimos mejor los mexicanos con el PRI? Sólo en materia de poder adquisitivo, en la época priísta de los años ochenta, ¡la devaluación del peso superó el 12,000%! En lo que va del presente siglo XXI la devaluación de la moneda no supera el 35% (gobiernos no priístas en el Ejecutivo). En materia de inflación acumulada en los años ochenteros priístas, ¡la cifra promedió el 15,000%! En lo que va del presente siglo, la inflación acumulada no supera el 60%. ¿Estamos hoy mejor los mexicanos? Claro que sí.

Y más allá de las cifras, y siendo honestos, salvo reformas económicas importantes realizadas en la llamada época tecnocrática priísta, la economía cerrada, el autoritarismo, el clientelismo, el viejo corporativismo cardenista (de origen priísta) que hoy domina en sindicatos y paraestatales, la represión y la falta de libertad de expresión convirtieron a los mexicanos en esclavos (cuando no en asesinados) de los regímenes priístas. Así que profesor Moreira actualícese, no le haga el juego a los dinosaurios de su partido y deje de rebuznar.
De burradas y burradas económicas, mejor una pequeña cucharada de conocimiento que nos aleje de las tarugadas.

Falsedad revestida de patriotismo

GUATEMALA

Falsedad revestida de patriotismo

Por Raúl Benoit

Los pueblos latinoamericanos han sido olvidadizos y amnésicos. Por eso cuando surgen falsos mesías caen fácilmente en las trampas de la demagogia, y en el momento en que les llega el arrepentimiento ya es tarde. Así ocurrió con los nicaragüenses y Daniel Ortega, los venezolanos y Hugo Chávez y, en cierta forma, con los ecuatorianos y bolivianos y Rafael Correa y Evo Morales, respectivamente.

Como en todas partes cuecen habas, les voy a narrar el cuento de una primera dama centroamericana que se adueñó del gobierno usurpando la posición de su marido. Aprovechó el presupuesto oficial para construir una base electoral con el fin de prolongar su mandato, porque algunos aseguran que ella es el poder sobre el poder.

Se ganó la simpatía de muchos de sus paisanos regalando comida para los pobres, a través de las denominadas bolsas solidarias. También con el programa de gobierno Mi Familia Progresa, que entrega a los padres alrededor de 40 dólares por cada hijo que mandan a la escuela. Este plan estatal creció del 8 al 40% en el último año. Aumentó en época preelectoral.

El pagar por llevar a los niños a la escuela ha provocado que haya muchachitas que opten por quedarse embarazadas para recibir el dinerito pícaro, que, por lo demás, se entrega en efectivo sin fiscalización abierta.

La protagonista de esta burla se llama Sandra Torres, la encarnación misma de la vergüenza política, que para rematar semejante descaro e inmoralidad resolvió, en una falsedad revestida de patriotismo, trampear la Constitución para lanzarse como candidata a la presidencia del país, Guatemala. Se divorció del actual presidente y así eludió la prohibición de la Ley Fundamental, que prohíbe el aspirar a cargos públicos si se es familiar –hasta de segundo grado– del mandatario.

Sandra Torres.Su marido, Álvaro Colom, un poco pusilánime para lo que yo entiendo debe ser un líder, explicó a sus partidarios que él "sacrificaba" su matrimonio por el futuro de Guatemala. No es chiste. Es en serio. Ambos dicen que la gente se lo pidió a gritos. Hasta hubo recolección de firmas de parte de los alcaldes y correligionarios del partido para probar que ese era el deseo popular.

No solo están usando los recursos del Estado, sino que, con el fin de garantizarse el triunfo en las elecciones del próximo septiembre, podrían estar aceptando injerencias extranjeras.

¿Quién está detrás de esta patraña del divorcio y la candidatura de la primera dama? Les voy a pasar un dato: su más fuerte contendiente, el general Otto Pérez Molina, me aseguró que hay rumores de que la campaña de Torres está siendo apoyada por Hugo Chávez. Sandrita, como cariñosamente le llama este aprendiz de dictador, planea gobernar al estilo de la revolución bolivariana venezolana. ¡Prepárense!

Ella es una revolucionaria de carrera. No es ningún angelito de la guarda que reparte comida en bolsas. Fue una activa militante de la guerrilla comunista en la guerra civil guatemalteca, que finalizó en 1996.

Sandra Torres ya saboreó el poder. Siempre lo ha ambicionado, y maniobra para seguir engolosinando con miserias a un pueblo hambriento de comida, educación, salud y seguridad.

La 'primavera árabe'

LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

La 'primavera árabe'

Por Horacio Vázquez-Rial

Así llamaron los optimistas a las revueltas de enero y febrero en el mundo árabe. Yo, como saben mis lectores, soy siempre pesimista. Respecto de los musulmanes y de los movimientos populares, en los que no creo: siempre hay alguien que moviliza y que no dice para qué.

En Egipto, el primero de los países afectados por la twittevolución, Mubarak, mala bestia pero miembro de la Internacional Socialista, fue primero arrinconado y después sustituido por un ejército de cuyo pensamiento sabemos poco y nada. En Bahréin triunfó la represión con ayuda saudita. En Yemen, sin ayuda. Libia sigue en la indefinición, pese a las incursiones nuestras. En Siria, todo sigue igual.

El cambio en Egipto –cambio, no revolución, de ninguna especie– sólo servirá a corto plazo para que la situación de Israel se haga más peligrosa. Zouhir Louassini, periodista marroquí de la RAI, que sostiene que lo que quieren los jóvenes árabes es abrirse a Occidente, dice ahora: "Tras el referéndum sobre las reformas constitucionales, puede decirse que esta revolución ha perdido su primer desafío". ¿Por qué? Porque los políticos insisten en que el islam debe seguir siendo la religión del Estado y porque el muftí de Egipto ha sentenciado que el islam es "una línea roja que nadie puede tocar". Con lo que los cristianos coptos (8 por ciento de la población) siguen estando al margen de la Constitución.

Ni qué decir del laico Gadafi o del laico Al Asad.

El primero, que yo sepa, a la hora de escribir estas líneas, y a la hora de verlas usted, querido y paciente lector, sigue ahí. Y aunque Sarkozy, Obama, Cameron y todos los demás le digan que no habrá paz hasta que se marche, porque ellos no lo están echando, no se mueve de su sitio. ¿Qué clase de intervención es la que se ha hecho en Libia? No es como la de Irak, desde luego. Menos comprometida. Tan poco comprometida que ni se nota.

¿Y si hubiera sido distinta? Recordará usted la escena del derribo de la estatua de Sadam Husein. El pueblo, sea eso lo que sea, estaba contento, dispuesto a ponerse en marcha hacia una organización propia, libre, etcétera. Por lo cual hasta cabía pensar que la pacificación era inminente; pero no lo fue, y no por las malintencionadas tropas americanas, que prefieren volver a casa en ataúd, sino por la enorme dificultad que supone establecer un gobierno con un imán chiita y otro sunita, y el peso de los talibán y de quienes quieran participar, eso sí, democráticamente, en la construcción del nuevo Estado. ¿Y el famoso pueblo con el corazón rebosante de anhelos de libertad? Ni está ni se lo espera.

También recordará usted las largas colas en las barberías de Kabul el día en que fue liberada del régimen talibán. Si se afeitaban, no eran tan fanáticos, y hasta es probable que, sin barba, para igualar las cosas, al llegar a casa les arrancaran a sus mujeres el burka, el velo o lo que llevaran para no ser. Pero la calle sigue llena de barbudos y de señoras sin rostro, y hay un coche bomba en cada esquina y en cada pueblo, y nadie se puede ir y no hay ni sombra de un Estado afgano viable: ¿por qué la iba a haber, si ya la sharia ordena y sus emisarios controlan? Antes del día del afeitado, los americanos tiraban unas bombas en un sitio y después, en otro, dejaban caer bolsas de arroz, pobres víctimas de los talibán. Y cuidado con equivocar el objetivo, que hay que tener presentes los daños colaterales y las víctimas inocentes. El pueblo.

Había que intervenir en Libia. Francia tenía que intervenir en Libia, y hasta se la podía ayudar. Pero no así, con la derrota marcada a fuego en la frente. Al menos, había que derribar a Gadafi sin contemplaciones, aunque después nos quedáramos con el barro y la sangre hasta las rodillas. E inmediatamente salir del lodazal y volver a casa para dar lugar a que el democrático pueblo libio eligiera al sucesor y lo soportara unos años o unas décadas. Hasta una nueva revuelta. No hasta las elecciones, que, si las hay, serán a la manera local.

Alguien dijo hace años que no hay televisión que pueda con cinco oraciones y un sermón del imán cada día.

Lo lamento por mis entusiastas y queridos amigos que anunciaron el advenimiento de una nueva era en el mundo árabe. Musulmán, por supuesto. Hasta Reagan, en un alarde de igualitarismo que le honra, se equivocó. Falta mucho para que eso cambie un poco, si es que no cambiamos nosotros antes. Involucionamos. Más.

No hay comentarios.: