El último reducto del nacionalismo económico mexicano
Aunque el nacionalismo parece ir a la baja en nuestro país, mantiene una fortaleza difícil de asaltar: el petróleo. En contraste, la apertura comercial y la inversión extranjera son cada vez más apreciadas por los mexicanos.
Así como en algún momento el petróleo representó la mayor expresión simbólica del nacionalismo mexicano, hoy parece ser su último reducto en un país que se vuelve cada vez más pragmático y volcado hacia las bondades del exterior. Ésta es una de las conclusiones de la encuesta “México, las Américas y el mundo 2010” (http://mexicoyelmundo.cide.edu/) realizada por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Este sondeo, que se ha realizado bianualmente desde 2004, obtuvo en su cuarto levantamiento las opiniones sobre nacionalismo, asuntos internacionales y política exterior de una muestra representativa nacional de dos mil 400 ciudadanos y de 494 líderes que ostentan puestos de mando tanto en el gobierno como en partidos políticos, empresas, medios, organizaciones sociales y en la academia.
Aunque en el año del bicentenario la encuesta muestra a una población mexicana y a unos líderes mayoritariamente patriotas, también revela que son muy críticos al encontrarse sólo medianamente satisfechos con los logros del país. A escala nacional, 81 por ciento de los ciudadanos y 78 por ciento de los líderes se sienten “muy orgullosos” de ser mexicanos, pero 43 por ciento de la población y 68 por ciento de los líderes están “algo o muy insatisfechos” con los logros que el país ha obtenido en 200 años de vida independiente. A pesar —o quizás a raíz— de esto, los mexicanos son cada vez más abiertos hacia el exterior y más receptivos ante los beneficios de la globalización: hoy, 50 por ciento de los connacionales (y 89 por ciento de los líderes) creen que es bueno para México que las ideas y costumbres de otros países se difundan internamente, cuando en 2004 apenas 27 por ciento tenía esa opinión. “Los mexicanos no están retraídos hacia el exterior y son pragmáticos en sus relaciones internacionales”, asegura Guadalupe González, profesora investigadora del CIDE y directora del proyecto.
DEL GREEN GO AL COME ON GRINGOS
Nacionalismo y patriotismo no son la misma cosa. Si el patriotismo es el orgullo por pertenecer a una comunidad nacional, el nacionalismo constituye una teoría política que generalmente surge como reacción ante desafíos o amenazas extranjeras, ya sean éstas económicas, políticas, militares o culturales. En los inicios de la nación mexicana, e incluso previamente a su independencia, la Corona española representó la amenaza o poder externo al que la retórica nacionalista buscaba hacerle frente; luego, por un breve lapso, ese lugar lo ocupó Francia. A partir de entonces y por casi un siglo y medio, el enemigo predilecto del nacionalismo mexicano ha sido el poderoso vecino del norte. Como bien explica Sergio Aguayo Quezada en su libro El panteón de los mitos (México, Grijalbo, 1998), tener una amenaza tan poderosa justo al otro lado de la frontera fue muy útil para el régimen priista, pues el hecho de que “Estados Unidos (EU) fuera presentado como una amenaza potencial también servía para inhibir a los mexicanos que querían expresar sus puntos de vista en el exterior y para justificar el insistente llamado a la unidad nacional en torno de un régimen que se presentaba como el único capacitado para defender la integridad y la soberanía nacionales”.
Sin embargo, dice el especialista, durante la segunda mitad del siglo XX, esta unidad interna frente al exterior salió sobrando, “pues EU no fue un enemigo del régimen, sino todo lo contrario, fue su amigo más fiel”. Así las cosas, en ambos lados de la frontera la estrategia resultó magistral: del lado estadunidense se quedaban callados ante el carácter claramente antidemocrático del sistema político mexicano, porque éste le garantizaba que sus intereses económicos y políticos serían satisfechos, mientras en México se optaba por seguir utilizando la idea de que la potencia estadunidense era una gran amenaza, para así poder satanizar a cualquiera que disintiera del régimen, acusándolo de estar vendido o rendido al imperialismo yanqui.
En la actualidad, según confirma el sondeo del CIDE, las mayorías siguen sintiendo un gran orgullo patriota (81 por ciento se siente muy orgulloso de ser mexicano), pero el odio o temor sentido ante la poderosa nación vecina prácticamente se ha desvanecido. EU no sólo es el segundo país mejor valorado por los ciudadanos encuestados (sólo después de Canadá) y Barack Obama el segundo jefe de Estado más apreciado (sólo detrás de Luis Inacio Lula da Silva), sino que la mayoría de los connacionales estaría de acuerdo en la unión con el vecino del norte para formar un solo país, siempre y cuando esto significara un mejoramiento individual en la calidad de vida. En 2010, 53 por ciento de los mexicanos se manifestó de acuerdo ante una eventual unión con EU, mientras que en 2004 esta cifra apenas llegaba a 38 por ciento. Y no es de extrañar que a la potencia estadunidense ya no se le vea como un enemigo, si se considera que el mismo sondeo muestra que 52 por ciento de los hogares mexicanos tiene a algún familiar viviendo en el exterior, y que el destino favorito para emigrar es precisamente EU, además de que 12 por ciento de las familias recibe remesas de un pariente que reside en aquel país. A pesar de estos datos, el ser parte o integrarse más con EU y con toda Norteamérica puede ser ya una aspiración, pero no es todavía parte de la identidad regional del mexicano: sólo siete por ciento se siente norteamericano, mientras que 51 por ciento se siente latinoamericano.
EL PETRÓLEO Y EL PORVENIR
“El petróleo es nuestro, México es nuestro, nuestro porvenir es nuestro”, es una frase que pudo haber dicho Lázaro Cárdenas del Río para justificar la expropiación de las empresas petroleras extranjeras. Y es que para muchos la cúspide del movimiento nacionalista mexicano fue la expropiación petrolera; pero no, esta frase, que con un silogismo sencillo podría llevar a la conclusión de que “el petróleo es el porvenir de México”, no fue pronunciada por el general Cárdenas, sino enunciada por su hijo, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, durante la campaña presidencial de 2000 en un discurso que después sería convertido en un muy repetido spot televisivo. Esto demuestra la larga vigencia que ha tenido el petróleo como fuente de identidad y soberanía. Como bien recuerdan los historiadores Lorenzo Meyer e Isidro Morales en su libro Petróleo y nación (México, Colmex y FCE, 1990), la decisión de nacionalizar este sector en 1938 logró “levantar en la sociedad mexicana una ola de entusiasmo y apoyo a la medida expropiatoria como no se había visto en México desde el triunfo maderista sobre la dictadura de Porfirio Díaz”. El nacionalismo llegó al grado de que para el líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en aquellos tiempos, Vicente Lombardo Toledano, dicha decisión del general Cárdenas fue el acto que marcó el verdadero inicio de la independencia política de México.
Hoy, aunque el fervor nacionalista por el petróleo ha disminuido entre la población, todavía es suficientemente alto como para que los políticos lo piensen dos veces antes de permitir cualquier intrusión de capital extranjero en la exploración o extracción del hidrocarburo. Según la encuesta del CIDE, la petrolera es la única industria donde todavía es más la gente que no desea que se autorice la inversión extranjera a la que sí lo quiere. Esto contrasta con otros datos del sondeo que muestran una evidente erosión del nacionalismo económico en el país, como lo muestran los siguientes porcentajes, el primero correspondiente a la población en general y el segundo a los líderes: 63 y 73 por ciento creen que el libre comercio es bueno para la economía nacional; 79 y 92 por ciento consideran que la inversión extranjera beneficia “mucho o algo” a México; 56 y 79 por ciento creen que el gobierno debe permitir la inversión extranjera en telefonía, en tanto en el sector eléctrico 47 y 70 por ciento consideran que el capital foráneo debe ser autorizado. Pero cuando se pregunta por la “producción, exploración y distribución de petróleo”, sólo 33 por ciento de los ciudadanos encuestados cree que debe ser permitida la inversión extranjera, mientras que 62 por ciento rechaza esta posibilidad; aquí, los líderes tienen una opinión diametralmente distinta, ya que 64 por ciento aprobaría la entrada de capitales de otros países.
SOFISTICACIÓN DE LOS MEXICANOS
Para Gerardo Esquivel Hernández, investigador del Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México, la encuesta refleja que existe entre la población cierta tendencia a reconocer los efectos positivos de la apertura comercial y de la inversión extranjera. “En ciertas zonas esto tiene que ver con la generación de empleo, pero en el país en general está relacionado con la mayor disponibilidad de productos y con mejores precios … Se está dando una especie de sofisticación de los mexicanos como consumidores, como demandantes de productos, que están satisfechos con esta parte del comercio y que demandan cierta calidad y ciertas características en los productos y que eso puede estar generando esta tendencia a favorecer la inversión extranjera en algunos sectores”, explica, y añade: “Se está reconociendo que la competencia y los productos extranjeros pueden estar ayudándonos a tener un nivel de vida más alto por la vía del consumo”.
Asimismo, menciona que en el caso de la telefonía o de la electricidad existe una clara tendencia ascendente para permitir más inversión extranjera, probablemente motivada porque las empresas —públicas o privadas— con alto poder monopólico sí están afectando directamente a los ciudadanos en la calidad y el precio de los servicios que reciben. Lo cual no sucede de la misma manera en el caso de los hidrocarburos: “Si uno piensa en el petróleo, quizás el impacto más directo viene a través del precio de la gasolina, pero éste no refleja lo que pasa en el mercado mundial; entonces, a los mexicanos les queda más la parte emocional, lo emotivo del discurso del petróleo”, añade Esquivel Hernández. “Y es plenamente comprensible que se le vea así: como una riqueza que no hay que perder, de la que obtenemos un renta extraordinaria y no se encuentran razones para dársela ya no sólo a los extranjeros, sino tampoco al sector privado nacional”.
Pero aún así, en el caso del petróleo —último reducto del nacionalismo económico mexicano— extraña que los ciudadanos sean tan recelosos de la incursión del capital extranjero, sobre todo si se considera que Lula, que llevara a Brasil a una mucha mayor apertura en este sector, es en el referido sondeo el jefe de Estado mejor evaluado por los encuestados. “Puede ser reflejo de una información equivocada o muy incompleta respecto a lo que Lula representa, a lo que hizo en el sector petrolero brasileño; creo que la gente no es muy consciente de la relación entre una cosa y la otra”, concluye Esquivel. Tiene algo de razón: la encuesta muestra a una población interesada en los asuntos públicos locales e internacionales, pero muy poco informada: sólo 60 por ciento de los ciudadanos sabe el significado de las siglas “ONU”, sólo 45 por ciento conoce cuál es la moneda común de la Unión Europea y sólo 77 por ciento sabe el nombre del gobernador de su estado. Con tales datos, esperar que los ciudadanos conozcan y entiendan sobre los contratos de riesgo en la exploración petrolera brasileña parece un verdadero exceso. O una ingenuidad.
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