20 mayo, 2011

¿Es el oro dinero?

¿Es el oro dinero?

Por Robert Blumen

¿Es el oro dinero? Muchos los dirían, incluyendo los propietarios de los dominios de alto nivel GoldIsMoney.com y GoldIsMoney.info. Una búsqueda en la web genera 18.000 respuestas afirmativas adicionales. Si quiere iniciar una pelea con un “gold bug”, adopte la posición contraria.

¿Pero es así?

Responder a la pregunta de si el oro es dinero requiere una definición. Esta, de la Wikipedia en inglés, es típica:

Dinero es cualquier cosa que sea generalmente aceptada como pago de bienes y servicios y en la liquidación de dudas. Los principales usos del dinero son como medio de intercambio, unidad de cuenta y almacén de valor.

La Wikipedia se refiere a tres propiedades del dinero, sin embrago, de acuerdo con el economista austriaco Carl Menger, su aceptabilidad en el comercio es la propiedad definitoria. Aunque el dinero sí sirve indudablemente como almacén de valor y unidad de cuenta, estas propiedades son derivadas, no definitorias. La razón por la que un medio de intercambio es también necesariamente un almacén de valor es la anticipación de su valor de intercambio en el futuro.[1]

Sobre este punto, Menger escribía:

Me parece que es igual de cierto que las funciones de ser una “medida valor” y un “almacén de valor” no deben atribuirse al dinero como tal, ya que estas funciones son de naturaleza meramente accidental y no una parte esencial del concepto del dinero.[2]

Utilizando la definición anterior, la pregunta de si cualquier bien concreto es o no dinero puede plantearse de esta manera: ¿es el bien en cuestión aceptado como medio final de pago para las transacciones?

Actualmente, en el mundo desarrollado, casi todas las naciones tienen su propio dinero o pertenecen a una unión monetaria, como la de la UE. Algunas naciones en vías de desarrollo utilizan el dólar de EEUU. En entornos altamente inflacionistas, la divisa local se rechaza espontáneamente a favor del dólar u otra divisa. Difícilmente encontraremos en lugar alguno el oro como generalmente aceptado como medio de pago. Así que el oro debe suspender el examen definitorio de dineridad.

¿Fin de la discusión (y fin de un artículo muy corto)? No del todo. El oro no es dinero, pero tiene la mayoría de las propiedades deseables del dinero y el proceso por el que se convirtió en dinero en el pasado da algunas pistas acerca de cómo puede convertirse de nuevo en dinero.

Un almacén de valor no es necesariamente un medio de intercambio. Como dice Menger, un producto no monetario puede servir como almacén de valor:

Pero la idea que atribuye al dinero como tal la función de también transferir “valores” del presente al futuro debe considerarse como errónea. Aunque el dinero en metálico, a causa de su durabilidad y bajo coste de conservación, es indudablemente apropiado también para este propósito, está sin embargo claro que otros productos son aún mejores para ello.[3]

El analista Paul van Eden ha demostrado que el oro ha mantenido su poder adquisitivo respecto del momento en que acabó el patrón oro. En “Is Gold an Inflation Hedge?” he ofrecido enlaces a los artículos de van Eden y una explicación más detallada. Resumiré aquí su análisis. Un precio del oro equivalente que daría al oro el mismo poder de compra que tuvo al final del patrón oro se calcula tomando la tasa de convertibilidad de 35$ en 1933 y luego multiplicándola por un factor que represente el crecimiento en la cantidad de dinero fiduciario desde entonces. Bajo el patrón oro clásico, el oro era todo el dinero del mundo. Pero calculando el crecimiento mundial en divisas (no solo dólares de EEUU) y comparándolo con un índice de precios de divisas en todo el mundo del precio del oro, van Eden evita los defectos de mirar solo el precio del oro en dólares, que puede experimentar una volatilidad significativa debido a la tasa de cambio del dólar frente a otros divisas nacionales.

La investigación de van Eden demuestra que, desde el final del patrón oro, el precio del oro en unidades de moneda fiduciaria ha seguido su precio equivalente de poder adquisitivo bastante bien, oscilando en una banda alrededor de su valor teórico. Esencialmente, el poder adquisitivo del oro ha sido razonablemente estable desde el fin del patrón oro, que solo es otra forma de decir que el oro ha servido como almacén de valor.

Incluso hoy la mayoría de la demanda de oro no es para su uso directo, sino para guardarlo. En el mundo desarrollado, la gente compra monedas y lingotes para almacenarlos en cajas fuertes. En otros países ahorran acumulando joyas. Al contrario que la orfebrería ornamental, las joyas tienen poco valor artesano añadido. Su precio no es mucho mayor que el valor de fundición del metal que contienen.

Escribí lo siguiente en “The Myth of the Gold Supply Deficit”:

El World Gold Council estima que el 52% del oro se guarda en forma de joyas. James Turk divide a las joyas en bajos quilates y altos quilates. Las primeras se compran principalmente por el valor en oro, como alternativa a lingotes y monedas. Las últimas se compran principalmente como moda. De acuerdo con la estimación de Turk (publicada en 1996), la joyería monetaria en aquel momento suponía alrededor del 60% de las joyas con la joyería de moda suponiendo el restante 40%. Sin embargo, incluso como joyas, el oro no se destruye y puede volver al mercado como metal. Las cifras del WGC muestran una recuperación significativa en metal.

El que el oro continuara siendo un almacén de valor tras el patrón oro fue algo inesperado para muchos economistas. A principios de la década de 1970, cuando se eliminó la relación del dólar con el oro, el economista Milton Friedman predijo que el precio del oro se desplomaría.[4] El premio Nobel creía que el oro derivaba su valor de su relación con el dólar: sin el respaldo del oro, habría mucha menos demanda de oro. Por supuesto, continuaría habiendo demanda industrial del metal, pero sin la demanda monetaria que proveía el dólar, la enorme oferta que se había acumulado durante los siglos anteriores anegaría el mercado, deprimiendo el valor del oro en un previsible futuro. Friedman no podía estar más equivocado. Fue el dólar el que se desplomó en la década de 1970, mientras que el precio del oro en dólares empezó una carrera al alza que no desapareció en términos nominales hasta el final de año pasado.

Una visión similar y aún ampliamente sostenida en el mundo de los analistas financieros de la corriente principal es que el oro ha sido “desmonetizado”.[5] El argumento era el siguiente: los bancos centrales de terminan qué es dinero, los bancos centrales han determinado que el oro no es dinero, por tanto el oro no es dinero. Solo los estúpidos inversores en oro no se han dado cuenta de esto. Esta visión del mercado del oro ve el precio del oro determinado principalmente por los bancos centrales (que poseen aproximadamente un 10-17% de la oferta sobre el nivel del suelo). La variable crítica es cómo planificarán las ventas de sus existencias de oro sin causar un pánico vendedor cuando los participantes en el mercado se den cuenta de que sus monedas y lingotes de oro no tienen valor monetario.[6]

¿Pero por qué es el oro un mejor almacén de valor que la mayoría de una gran cantidad de otros bienes no monetarios? ¿Por qué se equivocaron Milton Friedman y los demás economistas? Su error fue la suposición de que las instituciones políticas tienen la última palabra acerca de lo que es o no dinero. Pero esto no es así: el mercado tiene la última palabra. Mirar el proceso por el que el dinero se origino a partir del trueque ayuda a entender el porqué. De acuerdo con Menger, el dinero se crea a través del esfuerzo de los individuos por expandir el rango de bienes que podían adquirir a través de intercambio más allá de las posibilidades disponibles.[7] Alguna personas en una economía de trueque empiezan a trocar sus bienes por un producto que no necesitan, pero generalmente tiene demanda en todo el mercado, con la intención de intercambiar después ese producto por otros bienes. A estrategia se la llama intercambio indirecto. Estos astutos comerciantes se dan cuenta de que “la adquisición por comercio de los bienes de consumo que necesitan (…) puede hacerse (…) mucho más rápida y económicamente y con una mucha mayor probabilidad de éxito”.[8]

A medida que las sociedades se transformaban de economías de trueque a monetarias, diferentes bienes competían entre sí para su uso como dinero. Con el tiempo, a medida que el intercambio monetario se expandía en proporción al trueque, se descubrió que algunos productos funcionaban como dinero mejor que otros, hasta que solo un puñado se convirtió en “aceptable para todos en el comercio”.[9] Fueron el oro y la plata.

¿Qué cualidades han hecho del oro (y la plata) los ganadores en la competición monetaria en los siglos pasados? Las cualidades citadas más a menudo por los historiadores monetarios son la durabilidad, divisibilidad, reconocibilidad, portabilidad, escasez (la dificultar de producir más) y una relación peso-valor que no sea demasiado alta o baja. Una relación demasiado baja haría difícil transportar suficiente para los gastos, mientras que una demasiado alta haría difíciles las transacciones pequeñas e impedirían que el producto tuviera suficientes propietarios en la previa economía de trueque. El oro sigue teniendo hoy esas cualidades. Aunque el dinero fiduciario sigue teniendo algunas, no cumple la prueba de escasez: es fácil crear más.

El resultado de la competencia del merado no es necesariamente permanente. La competencia del mercado es un proceso continuo. Incluso cuando un producto se considera dinero, continúa habiendo competencia de otros productos no monetarios. Una vez siendo la moneda mundial, incluso el oro podría haber perdido su lugar si hubiera aparecido una alternativa superior. Pero no es la razón por la que ya no lo usamos. El dinero político no ha demostrado su superioridad a través de un proceso de mercado. Lo que ocurrió en su lugar fue un cambio político impuesto de un sistema mejor a uno peor.

Aunque los banqueros centrales han usado medios políticos para reemplazar el oro con papel, no tienen el poder de acabar con la competencia entre su dinero y el dinero metálico. La “desmonetización” del oro por parte de los bancos centrales ha amañado la competencia, pero no ha acabado con ella.

El oro como dinero puede no haber acabado para siempre. A medida que el sistema monetario se funde, el oro funciona como “dinero en la sombra”, una alternativa que compite con el dinero político. Sigue siendo un almacén de valor por su potencial para convertirse de nuevo en dinero. Hay una continua demanda de oro como barrera contra la descomposición del sistema fiduciario.

Los gobiernos no pueden obligar a la gente a usar su dinero a partir de cierto punto. El mercado continuará aceptando el dinero fiduciario mientras funcione suficientemente bien (o incluso no demasiado mal). Si los gobiernos devalúan su divisa más allá de un punto en que mantenga algún valor con el tiempo, la gente dejará de utilizar la moneda del gobierno y se cambiará a alguna otra.

En los países que sufren hiperinflación (o solo inflación excesiva), la gente habitualmente empieza a pedir precios y aceptar en el comercio las divisas más estables de otros países. Este mismo año, VietnamNet informaba de que los precios de la tierra se estaban indicando en oro, el lugar de en la divisa local, el dong.

El mundo se tambalea a través de un serio desorden monetario. La causa próxima es el derrumbe de la burbuja inmobiliaria y la crisis de los créditos subprime, pero la causa última es el sistema monetario inherentemente inestable al que nos obliga un cártel bancario. Se reclama que los banqueros centrales actúen como prestadores de último recurso, pero en sus esfuerzos por inflar su salida del colapso del crédito, se arriesgan a encender una hoguera hiperinflacionista que destruiría todas las divisas fiduciarias importantes del mundo. El oro fue dinero una vez y podría volver a serlo de nuevo.

El fin del “fin del juego” de Bernanke

El fin del “fin del juego” de Bernanke

Por William L. Anderson.

En una reciente pastoral disfraza de pensamientos de un ganador del premio Nobel de economía, Paul Krugman critica severamente a quienes hablan de

miedo: miedo a una crisis de deuda, a una inflación desbocada, a una caída desastrosa del dólar. Las historias de miedo son muchas en las mentes de los políticos.

Como explica Krugman, esas preocupaciones son irracionales y sin duda falsas:

Ninguna de estas historias de miedo refleja nada que esté ocurriendo en la realidad o es probable que ocurra. Y aunque estas amenazas son imaginarias, el miedo a estas amenazas imaginarias tiene consecuencias reales: una falta de cualquier acción para ocuparse de la crisis real, el sufrimiento que experimentan ahora millones de estadounidenses parados y sus familias.

En otras palabras, no hay inflación real e incluso mencionar el asunto es una prueba de que uno odio a los pobres y a los parados.

El aumento de los precios de combustibles, alimentos y otros productos no es nada más que un reflejo de su “volatilidad”. Y la caída del dólar de EEUU frente a otras divisas fiduciarias del mundo es algo bueno, porque mejorará las ventas de manufacturas de EEUU.

Pero mientras que Krugman adopta la postura del “muévanse que aquí no hay nada que mirar” ante la crisis real, llamándola “la amenaza fantasma”, otros miran al horrible daño que han creado Ben Bernanke y sus aliados tanto en la administración Bush como Obama… y ve correctamente aún más crisis en el futuro. Para hacer las cosas aún más irónicas, estamos viendo una situación equivalente a lo que ocurrió a principios de la década de 1930: Bernanke y otros dicen que quieren evitar los “errores” cometidos por el Sistema de la Reserva Federal en aquel entonces, así que tanto están siguiendo el mismo camino que la Fed tomó hace 80 años. Estamos al final del “final del juego” que Bernanke y sus aliados no han estado imponiendo al resto.

Olviden por el momento el argumento que han dado Krugman y otros, de que la economía está en ese “caso especial”: la “trampa de liquidez”, que requiere una infusión masiva de gasto público con el fin de llevar a la economía de vuelta a la prosperidad. En su lugar, veamos las acciones que adoptó la Fed justo después de la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, una caída que “convenció” al Congreso para rescatar a Wall Street.

Hasta entonces, la cartera de la Fed consistía principalmente en títulos públicos a corto plazos, algo que cabría esperar dada la naturaleza de las actividades del mercado abierto del banco central, en las que compraría y vendería bonos públicos con el fin de rebajar la base monetaria de la economía. Sin embargo, la crisis de Wall Street ofreció la hoja de parra que permitía a la Fed desempeñar el papel de tío rico que rescata a los miembros de la familia cuando se encuentran financieramente sobrecargados.

Así, los adláteres de Bernanke entraron en el mercado con un talonario infinito, comprando activos que habían perdido valor en el mercado (como títulos hipotecarios, acciones de AIG y similares). Sin embargo, con el fin de hacer que pareciera como si los mercados fueran bien, la Fed compró estos títulos a precios cercanos a su situación antes del desplome: Bernanke y compañía jugaban a “pretendamos que este papel sin valor es valioso”.

Si quieren apreciar lo insensata que resultó la ser la Fed en su papel de tío rico, el gráfico a continuación les ayudará a poner las cosas en perspectiva:

Figure 1

Se supone que esto representa a Bernanke salvando la economía, al menos a corto plazo, pero realmente las acciones de Bernanke no hicieron esto. En este momento se ve la distancia que hay entre los austriacos (que son unánimes en su crítica a las acciones de Bernanke) y los keynesianos (que solo lamentan que Bernanke no haya comprado aún más activos inútiles). Déjenme explicarme.

En el análisis keynesiano los activos se consideran homogéneos y se cree que la economía es una mezcla blanda de aquellos activos que se emplean en su totalidad cuando la cantidad de gasto en consumo e inversión es suficientemente alta como para continuar dando “tracción” a la economía.

No obstante, cuando el gasto de consumo e inversión desfallece, los keynesianos sostienen que el gobierno debe acudir pidiendo prestado e imprimiendo moneda con el fin de reavivar el círculo de gasto. Si el gobierno gasta bastante, entonces la economía puede avanzar por sí misma hasta el momento en que consumidores e inversores la mantengan en marcha, al menos hasta la próxima crisis. Los keynesianos llaman a este movimiento el “flujo circular”, aunque es más bien una lógica circular, en la que la premisa es la conclusión y la conclusión es la premisa.

Lo que nunca debe ocurrir es una liquidación a gran escala de activos, porque eso dispararía la deflación que se vería acompañada por una interminable espiral descendente y una economía atrapada en una “trampa de liquidez” con caída de precios y alto desempleo. Así que, en la visión keynesiana, la Fed está justificada en comprar estos activos inútiles, porque previene su liquidación y preserva al menos su valor “en papel”.

Sin embargo los austriacos adoptan una visión muy distinta. A lo que los keynesianos califican como recursos ociosos, que solo necesitan una inyección de gasto para ser reutilizados, los austriacos los llaman recursos mal invertidos. La diferencia es crucial, porque los keynesianos creen que las acciones de la Fed impiden una espiral económica descendente, mientras que los austriacos sostienen que lo que la Fed ha hecho alarga la crisis económica.

La diferencia de opinión se centra en la causalidad. Los keynesianos creen que la crisis se crea simplemente por un reducción en el gasto, mientras que los austriacos sostienen que la recesión la causa el hecho de que la serie de malas inversiones creada durante el auge previo no puede sostenerse. La caída en el gasto es el resultado de la crisis, no su causa. La diferencia de creencias es crucial: el en paradigma austriaco, tratar de sostener las condiciones del auge inyectando nuevo gasto público siempre acaba en el desastre.

La razón es sencilla: toma recursos reales para apuntalar las malas inversiones, recursos que deberían ir a aquellas inversiones que se ajusten dentro de una estructura sostenible de producción. Este punto es absolutamente crucial. Los keynesianos creen que como son factores “ociosos” de producción, dirigirlos hacia algo es mejor que no utilizarlos: el coste de oportunidad de utilizarlos tiende a cero.

El paradigma keynesiano sostiene que si estos factores ociosos no se dirigen por el nuevo gasto público, habrá desempleados durante un periodo de tiempo indefinido, ya que el sistema queda encerrado en una “trampa de liquidez” y no puede escaparse de este “equilibrio” perverso son ayuda del gobierno. Así que las nuevas inyecciones masivas de gasto público resultan absolutamente necesarias para impedir la economía implosione en la deflación y la depresión.

Para un keynesiano como Krugman, la única pregunta que necesitamos hacer es cuánto gasto se necesita. El que la economía no se haya dirigido hacia el pleno empleo es para Krugman una evidencia prima facie de que el gasto ha sido demasiado bajo y rechaza las críticas a su teoría como quejas de lunáticos.

Pero aquí está el problema: A pesar de la queja de Kugman de que el gasto público no es suficientemente alto y a pesar de su defensa de las acciones de Bernanke contra las críticas de gente como Ron Paul (a quien Krugman nunca pierde la oportunidad de calumniar con falsas acusaciones), la verdad es que la Fed y la administración Obama están al final de la vía y su tren no puede ir más adelante. Aunque la Fed y el gobierno hayan echado miles de millones de dólares en el mercado inmobiliario para tratar de impedir que caigan los precios de la vivienda, los precios de la vivienda están cayendo.

Además, aunque Krugman admita que la “recuperación” está perdiendo fuelle, echa la culpa a gente como Ron Paul porque no creen que la Fed deba ocuparse de la impresión de moneda. Lo que Krugamn y Bernanke rechazan siquiera reconocer es que el plan de desviar recursos a apuntalar los fracasos de las malas inversiones del último auge sea un colosal fracaso y hasta que los políticos dejen de tratar de rehacer el auge fracasado, no habrá recuperación.

Ben Bernanke ha abierto el talonario de la Fed en un nivel sin precedentes y aunque declara estar “salvando” el sistema financiero, en realidad lo está destruyendo. Ha mantenido a flote a las empresas quebradas, impidiendo así las necesarias transferencias de recursos de usos menos valorados a usos más valorados. (Igual que Krugman y su jefe, el Presidente Obama, Bernanke parece creer que el gobierno puede crear riqueza trasfiriendo recursos de usos más valorados a usos menos valorados, siendo la razón de esto que el gobierno puede ordenar que exista cualquier grupo de valores por pura coacción).

Aunque Bernanke y otros rechazan arrogantemente el aumento de precios en productos como oro, plata, petróleo y productos agrícolas como algo que no tiene nada que ver con las abiertas políticas inflacionistas de la Fed, está claro que los mercados están ignorando a estos “expertos”, no prestando atención a los hombres que hay tras las bambalinas. La gente está tomando sus propias decisiones con su propio dinero y cada vez más están votando que Bernanke y sus declinantes dólares sean expulsados de la isla.[1]

Así que billones de dólares después, con el dólar desesperadamente devaluado, nos encontramos con que no estamos mejor que cuando empezamos y que la necesaria liquidación de activos apenas ha empezado (gracias a Bernanke). Mientras que Krugman y otros afirman que Bernanke ha salvado a la economía de caer en la recesión, creo que más bien ha garantizado que las cosas se van a poner mucho peor.

El bienestar es siempre y eternamente corrupto

El bienestar es siempre y eternamente corrupto

Por Gary Galles.

Después de que se ha informado de que millones de dólares en prestación sociales en dinero de California entregados mediante tarjetas de débito se gastaron en casinos, clubs de alterne y otros lugares “incoherente con lo pretendido” con la ayuda, los estados han empezado a restringir dicho uso. Ahora los líderes del Comité de Finanzas del Senado han presentado una propuesta para prohibir dichos usos en toda la nación. Como dijo el coautor Orrin Hatch (R-Utah). “Esperamos que esta propuesta ponga fin a mayúsculos abusos que han ocurrido en muchos estados, no solo en California”.

Por desgracia, es imposible impedir desvíos sustanciales de fondos del los propósitos pretendidos por el donante a otros que elija el receptor. Todo programa de transferencia de fondos permite que los recursos dados para un propósito tengan efectos muy diferentes de los pretendidos. Los ejemplos no solo incluyen ayuda en efectivo (por ejemplo, es fácil apostar con dinero sacándolo de un cajero fuera de un casino si no se puede acceder a uno dentro) sino asimismo vales de comida y otros programas de transferencia en especie, emisiones de bonos municipales, loterías para educación, ayuda humanitaria al extranjero y más cosas. En cada caso, los gastos destinados reemplazan a dólares que se habrían gastado en las mismas áreas, liberándolos para gastarlos como quieran los receptores.

Los vales de comida (renombrados como prestaciones CalFresh en California) sufren el mismo destino que las ayudas en efectivo aunque solo puedan gastarse directamente en comida. La razón es que la subvención es equivalente a una transferencia en efectivo para casi todos los receptores porque la inmensa mayoría compraría más comida que sus prestaciones asignadas. Las prestaciones simplemente reemplazan el dinero que los receptores habrían gastado de todas maneras, liberando efectivo para usarlo a su voluntad. Así que si las familias de bajos ingresos gastaban el 25% de su renta en comida, 100$ de vales de comidas aumentarían sus compras de comida en solo 25$, con 75$ gastados en otras áreas no afectadas por el programa.

Lo mismo pasa con otros programa en especie, como las subvenciones de vivienda y calefacción. En la medida en que esas subvenciones reemplazan al dinero que se habría gastado en esos rubros, los fondos marcados pueden desviarse a cualquier uso que elija el receptor. Esto socava la eficacia de marcar los fondos, multiplicando al tiempo las costosas burocracias necesarias para administrar múltiples programas diferentes.

Problemas similares plagan las emisiones de bonos para financiar programas concretos de gasto público, como para escuelas. Los desvíos de dichos fondos a usos distintos de los anunciados han sido tan comunes que se han creado ahora consejos ciudadanos de supervisión (con efectos limitados) para convencer a los votantes de la confianza de las agencias públicas para aprobar las emisiones de bonos.

Otros ejemplos incluyen loterías del estado promovidas para suplementar los fondos educativos. Los políticos, teniendo en cuenta esos fondos adicionales, recortan otro apoyo presupuestario a la educación. Los dólares recuperados se gastan luego como decida el gobierno del estado, igual que si las ganancias de la lotería fueran directamente a su fondo general. Como concluían los profesores Patrick Pierce y Don Miller en un estudio sobre financiación a la educación: “Independientemente del estado, el porcentaje de gasto educativo disminuyó una vez que se puso en marcha una lotería estatal”.

El mismo tipo de desvíos puede obstaculizar la efectividad de la ayuda humanitaria extranjera. La ayuda libera recursos de otra forma necesarios para comprar dichos suministros, permitiendo que se gasten donde elija el gobierno receptor. Como consecuencia, se pierde mucho en corrupción o se convierte a otros usos, incluyendo gasto militar, a menudo utilizado por los gobiernos receptores para aterrorizar a quienes la ayuda pretendía auxiliar o para amenazar a países vecinos.

Con tantos objetivos de programas de asistencia pública socavados por el desvío de recursos, uno se pregunta por qué desvíos tan relativamente pequeños de dinero social llegan a los titulares, pero desvíos mucho mayores en múltiples programas de transferencia en todo el país son tan poco conocidos. Tal vez solo se ocupan de aquellos desvíos que se hayan hecho tan infames como para amenazar el apoyo público (mientras se ignorar muchos otros) para mantener la ilusión de que los programas públicos son más efectivos a la hora de alcanzar sus objetivos de lo que son en realidad.

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