¿La solución? La división territorial de México
La Semana de Román Revueltas Retes
Román Revueltas Retes
¿Por qué no dividir el territorio en tres partes? Una porción estaría gobernada por el PRI, la otra por el PAN y otra más por el PRD. Las ventajas serían colosales: los respectivos gobiernos harían las cosas a su aire, sin oposición alguna y sin estorbos de ninguna especie. Y los ciudadanos se mudarían de una a otra según sus gustos y sus preferencias. La gente viviría muy contenta...
A ustedes y a mí nos queda muy claro que a los individuos de nuestra subespecie política les cuesta mucho trabajo entenderse entre ellos. No sería tan gravísimo que se llevaran como perros y gatos pero el problema es nos gobiernan y resulta entonces que sus desencuentros nos perjudican directamente.
Y, debiéndose nuestra condición de súbditos sojuzgados a una fatalidad determinada por nuestra incipiente democracia, no hay gran cosa que podamos hacer: estamos en manos de la tal “generación del no”; somos sus víctimas, sus rehenes, sus damnificados.
Se me ha ocurrido, sin embargo, una idea brillante: ¿por qué no dividimos el territorio de Estados Unidos (Mexicanos) en tres partes distintas?
Una porción estaría gobernada por el PRI, la otra por el PAN y otra más por el PRD. Digo, es una solución que no toma en cuenta a los otros partiditos pero eso no importa demasiado; el asunto es resolver, de una buena vez, los problemas de fondo de manera radical y eficaz.
Para efectos prácticos, la parte sojuzgada por el PAN se llamaría Panlandia y las otras, siguiendo la misma observancia a raíces lingüísticas ajenas a nuestra idiosincrasia, serían Perredelandia y Prilandia.
Las ventajas de esta división territorial serían colosales, fantásticas, increíbles y maravillosas: los respectivos gobiernos de cada una de estas federaciones harían las cosas a su aire, sin oposición alguna y sin estorbos de ninguna especie; no necesitarían “consensar” las propuestas ni afrontar los arteros embates de los adversarios.
Todos y cada uno de los proyectos presentados por el titular del Ejecutivo serían aprobados en automático por el Congreso; las reformas y los cambios se harían —o se dejarían de hacer— sin la intervención de terceros entremetidos; y, finalmente, las decisiones se tomarían en plena concordancia con las doctrinas de cada partido y sin renunciar a sus principios fundacionales.
Naturalmente, surge una pregunta inevitable: ¿y los ciudadanos? Pues, muy simple: se mudarían de un país a otro según sus gustos y sus preferencias. Ya lo vemos, hoy mismo: hay millones de mexicanos que anhelan emigrar a Estados Unidos (de América) ¿o no?
No se sienten bien aquí, no tienen oportunidades, no tienen futuro, les pagan sueldos misérrimos por trabajos durísimos, etcétera, etcétera, etcétera.
De la misma manera, un habitante, digamos, de Perredelandia que se hartara del populismo de Obrador (una aclaración: él, Rayito, sería el jefe de Estado allí) podría establecerse, por ejemplo, en Prilandia o, con el tiempo, en alguno de los muy pequeños países que se crearían en una segunda etapa (Verdilandia, Petelandia —aunque estaría por verse si los petistas no deciden ser parte de una Confederación con los perredistas—, Convergelandia y Novaliandia).
La gente viviría muy contenta: los conservadores podrían promover la creación de un Estado vagamente teocrático en Panlandia o, sin ir tan lejos, exigir la anulación del divorcio y, desde luego, la cancelación absoluta de cualquier tipo de garantía legal para las parejas homosexuales (ni falta que haría, con perdón, porque todos los gays y las lesbianas ya no vivirían entre ellos pero los principios son los principios, faltaría más).
En Prilandia se rendiría culto permanente a los postulados de la Revolución Mexicana y se fomentaría alegremente el corporativismo.
En Perredelandia no habría ni ricos ni poderosos ni otra “mafia”, por decirlo en los términos acostumbrados, que aquella conformada por los incondicionales de Obrador: ¿a alguien le saca urticaria, aquí y ahora, que vuelva Bejarano a las andadas? Pues, en Perredelandia esto no sería mal visto sino parte de la normalidad pejiana. Para los pobres sería fantástico, además: toda la riqueza les sería repartida.
Repito la razón por la que, creo yo, me vino a la mente esta propuesta espléndida: nuestra clase política no sólo es absolutamente incapaz de ponerse de acuerdo sobre tema alguno sino que está dividiendo y enfrentando a la nación mexicana. ¿Por qué no nos dividimos de verás y ya? Digo...
La Semana de Román Revueltas Retes
Román Revueltas Retes
¿Por qué no dividir el territorio en tres partes? Una porción estaría gobernada por el PRI, la otra por el PAN y otra más por el PRD. Las ventajas serían colosales: los respectivos gobiernos harían las cosas a su aire, sin oposición alguna y sin estorbos de ninguna especie. Y los ciudadanos se mudarían de una a otra según sus gustos y sus preferencias. La gente viviría muy contenta...
A ustedes y a mí nos queda muy claro que a los individuos de nuestra subespecie política les cuesta mucho trabajo entenderse entre ellos. No sería tan gravísimo que se llevaran como perros y gatos pero el problema es nos gobiernan y resulta entonces que sus desencuentros nos perjudican directamente.
Y, debiéndose nuestra condición de súbditos sojuzgados a una fatalidad determinada por nuestra incipiente democracia, no hay gran cosa que podamos hacer: estamos en manos de la tal “generación del no”; somos sus víctimas, sus rehenes, sus damnificados.
Se me ha ocurrido, sin embargo, una idea brillante: ¿por qué no dividimos el territorio de Estados Unidos (Mexicanos) en tres partes distintas?
Una porción estaría gobernada por el PRI, la otra por el PAN y otra más por el PRD. Digo, es una solución que no toma en cuenta a los otros partiditos pero eso no importa demasiado; el asunto es resolver, de una buena vez, los problemas de fondo de manera radical y eficaz.
Para efectos prácticos, la parte sojuzgada por el PAN se llamaría Panlandia y las otras, siguiendo la misma observancia a raíces lingüísticas ajenas a nuestra idiosincrasia, serían Perredelandia y Prilandia.
Las ventajas de esta división territorial serían colosales, fantásticas, increíbles y maravillosas: los respectivos gobiernos de cada una de estas federaciones harían las cosas a su aire, sin oposición alguna y sin estorbos de ninguna especie; no necesitarían “consensar” las propuestas ni afrontar los arteros embates de los adversarios.
Todos y cada uno de los proyectos presentados por el titular del Ejecutivo serían aprobados en automático por el Congreso; las reformas y los cambios se harían —o se dejarían de hacer— sin la intervención de terceros entremetidos; y, finalmente, las decisiones se tomarían en plena concordancia con las doctrinas de cada partido y sin renunciar a sus principios fundacionales.
Naturalmente, surge una pregunta inevitable: ¿y los ciudadanos? Pues, muy simple: se mudarían de un país a otro según sus gustos y sus preferencias. Ya lo vemos, hoy mismo: hay millones de mexicanos que anhelan emigrar a Estados Unidos (de América) ¿o no?
No se sienten bien aquí, no tienen oportunidades, no tienen futuro, les pagan sueldos misérrimos por trabajos durísimos, etcétera, etcétera, etcétera.
De la misma manera, un habitante, digamos, de Perredelandia que se hartara del populismo de Obrador (una aclaración: él, Rayito, sería el jefe de Estado allí) podría establecerse, por ejemplo, en Prilandia o, con el tiempo, en alguno de los muy pequeños países que se crearían en una segunda etapa (Verdilandia, Petelandia —aunque estaría por verse si los petistas no deciden ser parte de una Confederación con los perredistas—, Convergelandia y Novaliandia).
La gente viviría muy contenta: los conservadores podrían promover la creación de un Estado vagamente teocrático en Panlandia o, sin ir tan lejos, exigir la anulación del divorcio y, desde luego, la cancelación absoluta de cualquier tipo de garantía legal para las parejas homosexuales (ni falta que haría, con perdón, porque todos los gays y las lesbianas ya no vivirían entre ellos pero los principios son los principios, faltaría más).
En Prilandia se rendiría culto permanente a los postulados de la Revolución Mexicana y se fomentaría alegremente el corporativismo.
En Perredelandia no habría ni ricos ni poderosos ni otra “mafia”, por decirlo en los términos acostumbrados, que aquella conformada por los incondicionales de Obrador: ¿a alguien le saca urticaria, aquí y ahora, que vuelva Bejarano a las andadas? Pues, en Perredelandia esto no sería mal visto sino parte de la normalidad pejiana. Para los pobres sería fantástico, además: toda la riqueza les sería repartida.
Repito la razón por la que, creo yo, me vino a la mente esta propuesta espléndida: nuestra clase política no sólo es absolutamente incapaz de ponerse de acuerdo sobre tema alguno sino que está dividiendo y enfrentando a la nación mexicana. ¿Por qué no nos dividimos de verás y ya? Digo...
El cerebro viene con sentido de justicia incluido
Se descubrió que...
Luis González de Alba
Hay un sentido de la justicia que compartimos todos los animales. Si comemos ante dos perros sin dar un bocado a ninguno (como todo amo debería hacer) están distraídos. Pero bastará que ofrezcamos un pedazo de pan a uno y no al otro para que el ignorado exija igual trato.
Además, comparan: si le damos un trozo notoriamente más pequeño no se conforma. El Instituto Karolinska de Suecia nos dice por qué.
El cerebro humano posee mecanismos interconstruidos que disparan reacciones automáticas ante la injusticia de un reparto. “La reacción viene de la amígdala, una de las partes más antiguas del cerebro” y, por lo mismo, compartida por los vertebrados actuales y pasados.
Con resonancia magnética se observaron los cerebros de personas sometidas a un experimento basado en un juego con dinero. Uno de los jugadores sugería al otro cómo repartir una suma de coronas suecas; el otro jugador podía aceptar el reparto sugerido y tomar su dinero o rechazarlo, en cuyo caso ninguno de los jugadores recibía nada. El intento de abuso se pagaba, así que lo más conveniente era presentar una oferta justiciera.
“La suma por repartir eran 100 coronas y si la sugerencia era 50 para cada uno, ambos aceptaban”, dice Katarina Gospic en la nota publicada en PLoS Biology. El interés del experimento fue medir cuánta injusticia resultaba aceptable. El estudio “se basó en la conducta humana universal de reaccionar con agresión cuando otra persona contraviene la norma de actuar en los mejores intereses del grupo y se comporta de manera injusta”.
Cuando el reparto era sin duda injusto, como “Te doy 20 y me quedo con 80”, el así burlado prefería no recibir nada, ni las 20 coronas, para castigar el abuso del que pretendía quedarse con 80.
Y esto ya me comienza a sonar conocido: creo que ocurre en nuestro Congreso muy a menudo y por eso nos tienen estancados.
Legislaturas van y vienen y el mundo nos rebasa por todos lados sin que salgamos de perico-perro. Sólo recordemos que el PAN se opuso a la reforma energética propuesta por el presidente Zedillo, del PRI. Nomás por joder, porque siempre había sido la propuesta del PAN. Ahora el PRI le paga con la misma moneda, sobre todo el PRI jurásico llamado PRD.
No los hemos sometido a una resonancia magnética cuando votan, pero podría apostar a que ocurre lo mismo que vieron los investigadores suecos: el área cerebral encargada de controlar estas decisiones financieras, el reparto de las coronas, estaba localizada en la amígdala, una parte del cerebro evolutivamente antigua y por eso más primitiva, donde están los controles del temor y la ira.
Esto contradice investigaciones anteriores que sugerían la corteza prefrontal como el área con la habilidad de analizar y tomar decisiones financieras.
Al parecer, somos todavía más bien reptiles: la reacción agresiva contra el compañero que ofrece un reparto injusto estuvo relacionada de forma directa con incremento en la actividad de la amígdala. La orden de castigarlo, aun al costo de perder 20 coronas, salió de la región cerebral que compartimos con los reptiles y no de la corteza.
Una decisión razonable, dirigida por la corteza cerebral, hubiera sido: No voy a perder 20 coronas aunque este gandaya se lleve 80. Nada de eso: te jodo aunque me joda yo. Los investigadores son suecos y de ahí que necesiten ver la respuesta de castigo irracional en una resonancia magnética. Les habría bastado con leer diarios mexicanos. Ocurre todos los días.
Para asegurarse, el equipo administró un tranquilizador anti-ansiedad (un ansiolítico), Oxazepam, o una píldora de azúcar, placebo, mientras se corría el juego. “Los investigadores encontraron que quienes habían recibido el medicamento mostraban una más reducida actividad de la amígdala y por ende una más fuerte tendencia a aceptar la distribución injusta del dinero, aunque, al preguntarles, seguían considerando injusto el reparto”.
También hubo diferencias por sexo (la nota dice género por supuesto): los hombres respondieron con mayor agresión a la oferta de reparto injusto y mostraron en correspondencia una más alta tasa de actividad en la amígdala. Esa diferencia desapareció en el grupo al que se administró Oxazepam. El ansiolítico redujo las respuestas en ambos sexos.
“Este es un resultado increíblemente interesante”, comenta Martin Ingvar… Les digo, es que son suecos: a mí no me parece interesante ni raro. “Muestra que no es tan solo un proceso de la corteza prefrontal lo que determina este tipo de decisiones acerca de equidad financiera, como se pensaba antes. Nuestros hallazgos pueden también tener implicaciones éticas ya que el empleo de ciertas drogas puede claramente afectar nuestros procesos cotidianos en la toma de decisiones”. ¿Va a negociar una ley o un contrato de trabajo? No tome su Lexotan.
“Limbic Justice - Amygdala Involvement in Immediate Rejection in the Ultimate Game”, PLoS Biology online 3 May 2011.
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