27 mayo, 2011

México corrupto

México corrupto

por Isaac Leobardo Sánchez Juárez

Isaac Leobardo Sánchez Juárez es profesor e investigador de economía en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (México) y fue el ganador del concurso “Caminos de la Libertad” 2009 organizado por TV Azteca.

La economía mexicana ha crecido muy poco desde 1993 a la fecha y esto contrasta notablemente con los esfuerzos emprendidos para fomentar la libertad económica. Una mirada rápida a las causas del problema conduciría a afirmar que las reformas de libre mercado están detrás del pobre desempeño económico, lo que da pie a los agoreros de la elevada intervención estatal para sugerir que se debe fortalecer un nuevo Estado de bienestar social y económico.

Un análisis más detallado permite concluir que las reformas hacia una mayor libertad no son en realidad las responsables del fracaso, al contrario sin ellas la debacle sería mayor. De hecho el problema es que no se han profundizado modificaciones clave en rubros como derechos de propiedad, competencia (ahora se ha mejorado un poco este aspecto con la recién aprobada Ley Federal de Competencia Económica), respeto al Estado de derecho, mercados de crédito y combate a la corrupción.

Durante más de medio siglo el Estado mexicano promovió prácticas que se encontraban fuera de la ley, se fortaleció la simulación y el aparente cumplimiento de las normas y reglas. De hecho la regla era la corrupción. No se necesita ser economista para entender que la corrupción es una de las causas principales del atraso en el país, buena parte de la ciudadanía así lo entiende y forma parte del problema. Eliminar la cultura de la corrupción no es una tarea sencilla, ya que una vez iniciada se convierte en práctica común, incluso se le llega a ver como algo “normal”.

La corrupción se traduce en un menor crecimiento económico a través de varios canales, uno de los más importantes tiene que ver con la reducción de la inversión privada. Ante la presencia de corrupción, los hombres de negocios aceptan que se necesita realizar un soborno antes de iniciar un negocio y que incluso se corre el riesgo de que se tengan que hacer varios más durante el proceso de operación. Los empresarios interpretan la corrupción como una especie de impuesto, lo que termina reduciendo su inclinación a invertir.

En materia de infraestructura física, un tema que es vital en países en desarrollo, la corrupción conduce a la asignación de contratos públicos a empresarios que ofrecen las menores condiciones de calidad. Lo que redunda en obras que en poco tiempo dejan de ser útiles, lo anterior hace que la productividad se contraiga y por esta vía se presente un menor crecimiento económico.

Cuando la corrupción toma la forma de evasión de impuestos o la solicitud de una exención inadecuada de impuestos, la corrupción se traduce en una pérdida de ingresos fiscales. Al reducirse los ingresos fiscales o incrementarse los gastos públicos innecesarios, la corrupción conduce a desequilibrios públicos presupuestarios que tienen que ser financiados con un mayor endeudamiento o bien con impresión de circulante causante de procesos inflacionarios.

Por otra parte, cuando la búsqueda de rentas prueba ser más lucrativa que el trabajo productivo, el talento termina siendo mal asignado. Los incentivos financieros pueden atraer a los más talentosos y mejor educados a engancharse en comportamientos de búsqueda de rentas más que en actividades productivas, con el consecuente efecto negativo sobre el crecimiento económico del país.

Finalmente, la corrupción puede distorsionar la composición del gasto gubernamental. La corrupción puede tentar a los funcionarios públicos a elegir proyectos de gasto sobre la base de las posibilidades de obtener sobornos exorbitantes y no en función del bienestar público. Los grandes proyectos, cuyo valor exacto es difícil de monitorear, pueden presentar oportunidades muy lucrativas de corrupción. Es mucho más fácil obtener sobornos en grandes proyectos de infraestructura que en el gasto en libros de texto o mejores salarios para los profesores universitarios.

Aclarado lo anterior, hace unos días Transparencia Mexicana presentó el Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno 2010, el cual mide la corrupción que afecta a los hogares y registra la corrupción en los servicios públicos ofrecidos por los tres niveles de gobierno y por empresas particulares. Entre los principales resultados están: (1) en 2010 se identificaron 200 millones de actos de corrupción, mientras que en 2007 fueron 197 millones de actos; (2) en 2010 una “mordida” costó a los hogares mexicanos un promedio de $165 pesos (USD $14), en el 2007 el promedio fue de $138 pesos (USD $12); (3) en 2010 para acceder o facilitar los 35 trámites y servicios públicos medidos por Transparencia Mexicana se destinaron más de 32.000 millones de pesos (USD $2.742 millones) en “mordidas”, en 2007 este costo fue de 27 mil millones de pesos (USD $2.314 millones); (4) en promedio, los hogares mexicanos destinaron 14% de su ingreso a actos corruptos; (5) para los hogares con ingresos de hasta un salario mínimo, este impuesto regresivo representó 33% de su renta; (6) la frecuencia de corrupción a nivel nacional se incrementó tres décimas y pasó de 10,0 en 2007 a 10,3 en 2010; (7) regionalmente 16 entidades redujeron su frecuencia de corrupción respecto a 2007, mientras que en las otras 16 el índice se mantuvo sin cambio o se incrementó; y (8) de los 35 trámites evaluados en la muestra, 14 redujeron sus niveles de corrupción, pero en 21 se empeoraron los niveles de corrupción.

En suma, México ha pesar de los avances en materia de combate a la corrupción no ha podido con ella, las bases que se sentaron durante el modelo de desarrollo económico previo al inicio de la revolución económica de libre mercado se encuentran sumamente arraigadas, así lo demuestran las cifras. La corrupción, sin ser el único factor, es el cáncer que está deteniendo el progreso económico, México sigue siendo un país corrupto.

Por cierto, aunque no lo desarrollo aquí, no quiero dejar la imagen de que todo lo hecho en la época reciente está bien hecho y que toda la culpa es del pasado, en realidad todos somos parte del problema, los que estuvieron antes y los que están ahora. Y resalto algo que ya antes había mencionado en otros artículos, el desarrollo de México, como el de otras naciones emergentes implica de una sociedad civil libremente organizada.

En relación al tema desarrollado en esta ocasión, término afirmando que la reducción de la corrupción no será el resultado de una acción gubernamental, para que se presente tiene que ser concebida individualmente por cada sujeto. Mientras esto no suceda México seguirá siendo corrupto.

El populismo y el crecimiento de El Salvador

El populismo y el crecimiento de El Salvador

por Manuel Hinds

Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).

En los últimos años, El Salvador se ha visto afectado negativamente por las tendencias de la economía global en dos dimensiones principales. La primera ha sido el boom de los precios de los productos primarios que comenzó en 2003 y que todavía sigue en auge.

El crecimiento de El Salvador ha sido un tema preferido de muchos economistas, nacionales y extranjeros por dos décadas. Al principio de estas décadas no hubo controversia. Como se ve en la gráfica 1, el ingreso por persona comenzó a subir muy rápidamente de 1989 en adelante como resultado de la explosión de optimismo que generó la subida al poder de Arena en 1989 y el aumento inmediato en la inversión causado por el cambio de expectativas. Más tarde, el crecimiento se mantuvo por las reformas liberalizadoras que los nuevos gobiernos realizaron en todos los años noventa y hasta mediados de la primera década del siglo.


Fuente: World Development Indicators del Banco Mundial.

El tema del crecimiento comenzó a fines de los noventa, cuando, como se aprecia en la gráfica, las tasas de crecimiento bajaron. El tema comenzó con la pregunta, ¿por qué El Salvador no crece tanto como debería dadas esas reformas, que justificarían una tasa mucho más alta? Muy pronto, sin embargo, la pregunta tomó la connotación negativa, ¿por qué El Salvador no crece? Muchos economistas gastaron enormes cantidades de tinta en contestar esta pregunta. Ninguno de los que se rasgaban las vestiduras diciendo que el país no crecía, sin embargo, tuvo la idea de comparar el crecimiento de El Salvador con el del resto de Latinoamérica, y en realidad, con el del mundo. Esto es esencial para tener una referencia del ambiente internacional, que tiene una importancia crucial en la determinación de las tasas de crecimiento.

Mientras estos economistas notaban que el ingreso por persona de El Salvador crecía sólo 1,91 por ciento en promedio de 1998 a 2003, no decían nada de que el promedio de Latinoamérica estaba creciendo sólo a 0,16 por ciento en esos mismos años. Esto estaba pasando porque, primero, los precios de los productos primarios cayeron en 1998, y luego, hubo una recesión mundial de 2001 a 2003. La gráfica 1 muestra cómo El Salvador siguió creciendo a pesar de la recesión mientras que el resto no creció. La pregunta debería de haber sido, ¿por qué El Salvador sigue creciendo mientras Chile, Brasil, Guatemala, México y el promedio de Latinoamérica se estancaron?

En vez de esto, la impresión de que el problema de bajo crecimiento era sólo de El Salvador siguió vigente, hasta el punto de que aún ahora hay mucha gente que no se ha dado cuenta de que el crecimiento de largo plazo de El Salvador en las últimas dos décadas ha sido mucho más alto que el del promedio de Latinoamérica.

¿Cómo se ve el crecimiento de la economía salvadoreña cuando se le compara con el promedio de la América Latina? La respuesta a esta pregunta es muy sorprendente para los que creen que El Salvador tuvo un problema de crecimiento por muchos años. Esta respuesta se puede ver en la gráfica 2, que muestra el cociente del PIB salvadoreño por persona, ajustado por el poder de compra del dólar, dividido por el PIB por persona, definido igualmente, de la América Latina. En la gráfica puede verse que comenzamos la guerra en 1980 con un PIB por persona que era equivalente al 73 por ciento del PIB promedio de América Latina. Este cociente cayó violentamente, y para el comienzo del gobierno de Duarte era el 66 por ciento. En el período de Duarte la relación del ingreso salvadoreño y el promedio de América Latina se mantuvo.

Luego, en los tres períodos de Arena el ingreso por habitante de El Salvador subió mucho más rápido que el del promedio de América Latina, de tal forma que para 2003, el año antes de que entrara el presidente Saca, era el 82 por ciento de este promedio—un aumento de casi veinte puntos. De allí en adelante, en las administraciones de los presidentes Saca y Funes, el país creció mucho menos que el promedio de América Latina, de tal forma que para 2009 ya era sólo 73 por ciento de este promedio—una caída de 9 puntos en seis años. Para el 2009, estábamos igual que lo que habíamos estado en 1980 en relación al promedio de Latinoamérica.


Fuente: World Development Indicators del Banco Mundial.

¿Qué pasó? Hay tres posibles explicaciones. Primero, en 2004 la América Latina comenzó a crecer rápidamente, no porque tuviera políticas más eficientes—igual crecían países con políticas terribles como Argentina y Bolivia y países con políticas muy buenas, como Chile y Perú. Lo que los hacía crecer eran los precios de los productos primarios que, como hemos comentado con mucha frecuencia en estas líneas, han experimentado un enorme boom desde 2003. Es decir, han crecido por pura suerte.

Como El Salvador casi no exporta productos primarios (sólo café, que representa solo un poco más del diez por ciento de las exportaciones), nuestro país no ha disfrutado de este boom. Este primer factor explica por qué el que el crecimiento del país cayó por debajo del promedio de Latinoamérica de 2003 a 2008.

La segunda posible explicación, que se menciona mucho, fue la crisis económica que azotó al mundo entero en 2008. Esta crisis, sin embargo, no explicaría por qué el producto de El Salvador tendría que caer más que el del resto de Latinoamérica. Al fin y al cabo, en 2008 y 2009 los precios de los productos primarios cayeron precipitadamente, de forma que en esos dos años no habría razón por la cual los países exportadores de esos productos pudieran tener una ventaja sobre nuestro país (el boom de productos primarios recomenzó hasta en 2010). De hecho, en el episodio anterior en el que hubo recesión mundial (1998-2003) El Salvador creció mucho más que el resto de la región.

¿Por qué cayó más El Salvador que el resto de América Latina del 2008 hasta ahora? La respuesta está en la tercera posible explicación: el factor político, que ha causado una caída en la inversión que la ha llevado a niveles de hace más de diez años. Sólo el que no quiera verlo puede ignorar el impacto que tienen sobre la inversión las amenazas continuas contra el sector privado, la burocratización cada vez mayor de los trámites con el gobierno, y la sensación de que el gobierno ha perdido el control de la violencia.

Así, en resumen, en contra del lugar común de preguntarse por qué El Salvador no crecía en los noventas y los dos mil, es necesario preguntarse por qué creció más que la región hasta el 2003, y especialmente cuando, entre 1998 y 2003, la mayor parte del resto de Latinoamérica no estaba creciendo; y por qué desde 2008 el país está creciendo menos que el promedio del resto, a pesar de que en la crisis anterior creció más que este promedio. La respuesta a la primera es que en los noventas y hasta mediados de los dos mil el país tuvo políticas de desarrollo basadas en el mercado libre y la eficiencia. La respuesta a la segunda es que de la mitad de los dos mil el país cayó en el populismo de derecha y luego en el populismo agresivo de izquierda contra el sector privado. Es de estos populismos, el de derecha y el de izquierda, de los que tenemos que salvarnos para poder volver a crecer más que América Latina.

El presidente ya aceptó ayer que la economía no podrá crear empleos si no hay inversión privada. Ahora tiene que reconocer que invertir no es obligación de nadie, y que para que haya inversión tiene que crear un ambiente que atraiga la inversión.

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