01 junio, 2011

Los tipos de interés negativos

Los tipos de interés negativos destruyen el capital

por Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).

Los tipos de interés nominales negativos son una anomalía dentro de un sistema productivo sano. No indican ni que el ahorro es mucho más abundante que las inversiones ni que, súbitamente, los agentes hayan pasado a valorar mucho más los bienes futuros que los bienes presentes: en ambos casos, los ahorradores tendrían la opción de trasladar su renta presente al futuro atesorando dinero, lo que provocaría una reducción de los precios actuales (incluyendo los de los factores productivos) en relación con los precios futuros y, por tanto, un restablecimiento de los tipos de interés positivos (pasaríamos de un backwardation a un contango en el mercado de capitales), lo que canalizarían el atesoramiento previo hacia inversiones que generaran intertemporalmente valor. Es decir, los capitalistas adelantarían a los factores productivos una menor cantidad de bienes presentes a cambio de su contribución a fabricar bienes futuros.

Obviamente, dado que, tras el ajuste de precios forzado por el atesoramiento, ni tiene por qué haber caído el ahorro ni tiene por qué haber mutado la preferencia temporal, el tipo de interés negativo no podía traer causa en alguno de estos fenómenos: los ahorradores siguen dispuestos a esperar el mismo tiempo que antes a volver a consumir (ahorro) y siguen sin aceptar degradar su liquidez en proyectos de inversión a largo plazo cuyo excedente de explotación sea igual o inferior a cero (prefieren la liquidez del atesoramiento que la merma de su capital). Y, por los mismos motivos, el tipo de interés negativo no era una condición esencial para lograr el crecimiento y la plena ocupación de los recursos: más bien al contrario, era una maldición que iba erosionando el capital inmovilizado en proyectos que despilfarraban los recursos (pues el valor de su producción futura era inferior al coste de oportunidad presente de esos recursos).

Siendo así, ¿cuál es la causa de los tipos de interés negativos? El deseo, por parte de los ahorradores, de conservar una parte de su capital en un mundo donde todas las alternativas de inversión acarrean pérdidas. Dicho de otro modo, los tipos de interés negativos son un engendro que jamás podría darse allí donde la tenencia de dinero en efectivo no esté penalizada o prohibida, pues los ahorradores siempre disponen de la opción de atesorar dinero si quieren trasladar su capital al futuro.

Pero, aun en un mundo donde suprimiéramos el dinero en efectivo, ¿a qué podría deberse que no existieran oportunidades de inversión con rendimientos positivos? Pues a que los recursos estuvieran mal invertidos, de modo que los ahorradores hubiesen adelantado a los factores productivos bienes presentes más valiosos que aquellos que finalmente han terminado fabricando. La solución a este entuerto puede ser tanto la de reducir los precios abonados a los factores productivos cuanto darles a esos factores otros usos más valiosos (o una combinación de ambas). Sólo en un mundo donde no fuera posible el atesoramiento y donde no se pudieran llevar a cabo ajustes en los planes empresariales —donde la estructura de bienes de capital estuviera dada— tendría sentido que los capitalistas aceptaran tipos de interés negativos: en ese contexto, para trasladar renta presente al futuro sólo tendrían la opción de hacerlo con pérdidas.

Con todo, fijémonos que, en realidad, lo esencial para explicar la existencia de tipos nominales negativos es la imposibilidad de atesorar el dinero: y es que, precisamente, el atesoramiento —la negativa de consumidores y ahorradores a salirse de los circuitos del sistema productivo, no comprando los bienes de consumo y de capital que se están fabricando— es lo que fuerza a los empresarios a desatar los cambios dentro de sus planes de negocio —a reajustar precios y ocupaciones— y, gracias a ellos, a volver generar un excedente de explotación positivo, momento en el que consumidores y ahorradores comenzarán a desatesorar el dinero.

Keynes escribió su Teoría General bajo la hipótesis de que el equipo de capital se mantenía constante; sus políticas iban orientadas a lograr el pleno empleo de los recursos bajo estas condiciones. Por eso se sumó a la propuesta inflacionista de Silvio Gesell del dinero sellado: si se penalizaba el atesoramiento de dinero, los tipos de interés podrían llegar a ser negativos, de modo que incluso las empresas con pérdidas podrían convertirse en inversiones atractivas para minimizar las pérdidas de capital.

A Keynes no le interesaba demasiado cómo generar empleo más allá de este corto plazo donde el equipo de capital estaba dado; de ahí su famosa expresión de que “a largo plazo, todos muertos”. Pero, aun así, conviene remarcar que todas las políticas keynesianas de reinflar la generación de empleo a corto obstaculizan el reajuste de la estructura productiva (y por tanto la generación de riqueza, esto es, de bienes de consumo futuros más valiosos que los usos alternativos de los factores productivos actuales) en el medio plazo; por eso su discusión con Hayek nunca fue fructífera: éste pensaba en cómo generar riqueza a lo largo del tiempo y aquél en cómo maximizar el empleo aun destruyendo riqueza a lo largo del tiempo.

Lo mismo sucede con los tipos de interés nominales negativos: penalizar el atesoramiento para convalidar rendimientos negativos sólo consigue perpetuar estructuras productivas inadecuadas que destruyen valor a lo largo del tiempo. Justo lo contrario de lo que debería hacer un sistema económico sano. Puede que ello contribuya a estabilizar el gasto durante un tiempo, pero sólo a costa de desacumular capital, esto es, sólo a costa de nuestra producción futura de bienes y servicios.

De ahí, por cierto, que resulte esencial contar con un patrón monetario sólido y no susceptible de ser manipulado por el poder político: el atesoramiento es el garante de la soberanía del consumidor y del ahorrador, no ya en tiempos de bonanza, sino también en medio de una crisis donde los productores se resisten al cambio y pretenden que consumidores y ahorradores asuman las pérdidas derivadas de sus errores de cálculo previos.

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