Juan Ramón Rallo
Una de las críticas más habituales contra el sistema bancario es que crean "dinero de la nada". La expresión puede ser pegadiza por su simplicidad, pero es incorrecta. Y lo es por dos motivos: el primero, que los bancos no crean dinero, sino medios de pago alternativos al dinero; el segundo, que no lo crean de la nada. Con ello no quiero negar, ni mucho menos, que en ciertos contextos la actividad bancaria sea profundamente distorsionadora, pero para poder criticar con fundamento a la banca, antes es imprescindible saber de verdad cómo funciona.
Que los bancos no crean dinero debería ser algo evidente desde el momento en que pueden quebrar: si el banco generara dinero, en cuanto estuviera en dificultades no tendría más que pintarlo. ¿Para qué ampliar capital y salir a bolsa si pueden manufacturarlo por sí mismos? No, repito: los bancos no crean dinero, crean promesas por las que ellos mismos se obligan a entregar dinero, es decir, crean deudas propias (y eso es algo muy distinto al dinero, pues la manera por excelencia de extinguir las deudas es pagando con dinero). Un depósito a la vista o un billete al portador –los dos pasivos por excelencia de la banca comercial– son justamente eso: una promesa del banco, exigible por su acreedor en cualquier momento, de entregar dinero a su acreedor.
Pero que los bancos no creen dinero no significa que sus promesas de pago no sean utilizadas como medios de pago o incluso como depósitos de valor, dos de las funciones básicas del dinero (aunque, fijémonos, que no serán empleadas como unidades de cuenta, pues precisamente las deudas de los bancos se contabilizarán en dinero). Son, como decíamos, medios de pago alternativos o, como les gusta denominarlas a muchos economistas, sustitutos del dinero.
¿Y por qué la gente las utiliza como sustitutos del dinero? Pues básicamente porque son más cómodas y baratas de emplear que el dinero propiamente dicho. Y lo son no tanto por ese cuasi chascarrillo popular de que es más fácil llevar en el bolsillo un talonario o un fajo de billetes que varios kilos o toneladas de oro, sino sobre todo porque gracias a los bancos el dinero puede cambiar rápidamente de manos sin necesidad de desplazarlo físicamente.
Imagine que tengo 100 onzas de oro depositadas en el banco BUEN DINERO y que utilizo 75 en comprarme un automóvil. Si el dueño del concesionario tiene abierta una cuenta corriente en BUEN DINERO, podré pagarle el coche sin mover mi oro ni un solo milímetro; nuestro banco sólo tendrá que efectuar un sencillo apunte contable: si bien hasta el momento me debía a mí 100 onzas, a partir de ahora me deberá 25 a mí y 75 al dueño del concesionario. El oro, sin moverse, ha cambiado de titularidad.
Suponga ahora, en cambio, que el dueño del concesionario no es cliente del banco BUEN DINERO, sino del banco COBRE PRONTO. En tal caso, una vez le haya pagado (en billetes o con un cheque) al dueño del concesionario, COBRE PRONTO le reclamará a BUEN DINERO 75 onzas de oro... a menos que COBRE PRONTO también le adeude oro a BUEN DINERO (por ejemplo, porque un cliente de aquél le haya comprado alguna mercancía a otro cliente de éste). Si le debiera, verbigracia, 77 onzas de oro, los saldos acreedores de uno y otro se cancelarían con la simple entrega de dos onzas de oro de COBRE PRONTO a BUEN DINERO. Imagine: gracias a la compensación de las deudas entre los bancos (lo que se conoce como cámara de compensación interbancaria), hemos realizado transacciones por importe de 152 onzas simplemente movilizando dos de ellas. ¿Empieza a entender por qué son tan útiles los bancos?
Pero la historia no termina aquí. Para entender la otra función fundamental de la banca debemos comprender por qué es falso que generen medios de pago "de la nada". Seguramente piense que la forma más habitual por la que la banca crea promesas de pago es a cambio de dinero (en nuestro ejemplo, el oro), pero no es así. Piense en la banca como un negocio que vende sus deudas a cambio de otras cosas. Una posibilidad, sin duda, es que las venda a cambio de oro, mas no tiene por qué ser la única. El banco también puede vender sus promesas de pago a cambio de las promesas de pago de sus clientes (o, mejor dicho, el banco compra las deudas de sus clientes pagando con sus propias deudas). Por ejemplo, yo puedo comprometerme a entregarle dentro de un mes 1.005 onzas de oro al banco BUEN DINERO si él me entrega hoy promesas de pago de 1.000 onzas (lo que equivale a un préstamo de 1.000 onzas a un tipo de interés mensual del 0,5%): aunque hoy no dispongo de las 1.005 onzas de oro, el banco me permite utilizar desde ya 1.000 de ellas.
Pero esto no supone crear medios de pago de la nada: más bien se crea medios de pago a cambio de nuestra promesa de que en un mes le pagaremos al banco 1.000 onzas de oro. ¿Cree usted que una deuda con el banco no es "nada"? Si tiene una hipoteca, dudo que mantenga por mucho tiempo esa opinión: el derecho a recibir dinero es un activo tremendamente valioso (sobre todo si se termina pagando).
En definitiva, la banca se dedica a convertir en medios de pago (a monetizar) todo un amplio elenco de bienes presentes y bienes futuros: las deudas que monetiza no son más que el compromiso a entregarle en el futuro al banco un dinero que obtendremos de la venta de bienes que ya existen o que existirán. El banco monetizará, pues, no sólo el oro que depositamos en sus reservas, sino cualquier cosa que hoy tenga valor y que el banco crea ventajoso comprar a cambio de sus deudas (de sus promesas de pago). En contra de lo que suele pensarse, el banco no necesita captar depósitos para prestar; al contrario, suele crear nuevos depósitos (nuevas promesas de pago) cuando presta. Para el público, esto tiene ventajas muy grandes: la gente que carezca de dinero, pero que disponga o vaya a disponer de bienes con valor monetario, podrá acudir al banco para vestir como medios de pago esas propiedades a cambio de un módico precio (justamente, el pago del intereses).
¿Significa lo anterior que los bancos pueden monetizar sin consecuencias cualquier cantidad de bienes presentes o futuros? No. Tengamos en cuenta que el banco siempre que crea nuevos medios de pago se está endeudando: su manera de monetizar bienes presentes o futuros es comprándolos mediante la emisión de nuevas deudas propias. Al fin y al cabo, los billetes de banco o los depósitos que crea para comprar los bienes presentes o futuro son compromisos suyos a entregar oro... y a entregarlo a la vista: cualquier acreedor del banco puede exigirle en cualquier momento que le proporcione unas cantidades de oro que, obviamente, el banco no tiene en reserva y que tendría que conseguir liquidando los bienes presentes o futuros que ha monetizado previamente.
Por consiguiente, el banco debería ser extremadamente prudente a la hora de monetizar bienes distintos del oro: si esos bienes ya existen (bienes presentes), lo ha de ser porque su precio en términos de oro puede fluctuar enormemente en el momento de la liquidación, de modo que el banco recuperaría con la ejecución del bien presente menos oro del que ha adelantado con sus promesas de pago; y si esos bienes todavía no existen (bienes futuros), porque estaría incrementando la cantidad de medios de pago sin que lo haya hecho la de bienes disponibles para ser adquiridos (generando con ello inflación), de modo que, en caso de necesidad, no podría vender hoy los bienes futuros para convertirlos en oro y pagar sus deudas.
Por ejemplo, si el banco adelanta al dueño de un concesionario 1.995 onzas de oro a cambio de que en tres meses le devuelva 2.000 onzas después de haber enajenado todos los coches que tiene a la venta, lo que está monetizando el banco es el valor monetario de los vehículos. ¿Qué sucederá si en tres meses el dueño del concesionario sólo ha podido liquidarlos por 1.500 onzas? Pues que el banco tendrá un agujero de 500 onzas que tratará de rellenar liquidando otros bienes presentes del dueño del concesionario (si es que prestó una garantía personal), y si éste carece de bienes presentes, deberá atacar sus bienes futuros según vayan creándose (pero, mientras tanto, se quedará corto de oro, con el consiguiente riesgo de suspender pagos).
La enorme flexibilidad de los medios de pago de la banca ha llevado a diversos economistas a proponer que el banco sólo pueda vender sus deudas a la vista para comprar dinero (coeficiente de caja del 100%). La cautela es comprensible pero innecesariamente rígida. A la postre, los acreedores del banco pueden cobrar de dos maneras: o recibiendo oro o recibiendo aquellos bienes que comprarían inmediatamente si dispusieran de oro. El banco puede, por tanto, mantenerse razonablemente líquido y funcionar sin problemas siempre que se limite a monetizar oro y aquellos bienes de consumo sobre los que no quepa ninguna duda que van a ser adquiridos a muy corto plazo por los consumidores y al precio por el que se han monetizado (esto es, que se van a transformar a corto plazo y con seguridad en oro o sean susceptibles de saldar la deuda de los bancos entregándoselos a sus acreedores directos o indirectos). O dicho de otra manera, un banco que siguiera estas directrices podría hacer frente a todas sus deudas aun cuando no tuviese suficiente oro en sus reservas y todos sus acreedores fueran a la vez a reclamárselo.
Más allá de eso, la monetización de bienes presentes con escasa demanda o de bienes futuros traerá consecuencias inflacionistas, tenderá a generar ciclos económicos y pondrá en jaque la liquidez y la solvencia de los bancos: estos se endeudarán a corto plazo (emitirán billetes o depósitos) para invertir a largo (sólo recuperan el oro merced a la venta de una mercancía futura que todavía no existe). La concesión de préstamos contra bienes futuros no debería hacerse mediante la creación de deudas a la vista por parte de la banca, sino mediante ahorro y préstamos a la banca (renuncia por parte de un tercero a los bienes presentes que el deudor de la banca quiere adquirir hasta que fabrique los bienes futuros con cuya venta se amortizará el préstamo). Uno de los casos más extremos y devastadores de comportamiento imprudente de la banca es la concesión de hipotecas mediante la creación de depósitos a la vista: en esos supuestos, lo que se monetiza no es la vivienda, sino los sueldos del hipotecado durante los próximos 20, 30 ó 40 años (las mercancías que irá produciendo y vendiendo durante esas décadas). La casa es sólo un bien presente que actúa como garantía adicional y cuyo precio de ejecución fluctúa enormemente.
Tal vez ahora entienda por qué a lo largo del s. XX se ha ido privilegiando a la banca permitiéndole que no pague sus deudas (que no las pague en oro, sino en un "dinero especial" que crea a discreción el Estado) y proporcionándole un acceso privilegiado a una banca central dispuesta a refinanciarla siempre que se encuentre al borde de la suspensión de pagos. Pero todo esto lo explicaremos en otros artículos.
Puede dirigir sus preguntas a contacto@juanramonrallo.com
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