Parece un acto típico de extorsionadores que necesitan publicitar su capacidad violenta para que funcione su empresa criminal.
Leo Zuckermann¿Cómo entender el acto criminal del jueves pasado en el Casino Royale de Monterrey donde murieron 53 personas? ¿Cómo es posible que un puñado de delincuentes, con toda impunidad, sin utilizar máscaras, se presente al lugar y le prenda fuego en una operación de menos de tres minutos?
Puede pensarse, desde luego, que se trató de un acto de locura. Que los matones, a lo mejor bajo la influencia de una droga, embriagados de poder, fueron a hacer una “travesura”. Por desgracia, nunca hay que descartar la irracionalidad como hipótesis de los actos más violentos de la humanidad. Quizá éste haya sido otro caso más.
Pero, si se parte de la premisa de que más bien fue una acción racional, pues hay otras hipótesis. ¿Fueron los narcotraficantes los que incendiaron el Casino Royale? No parecería ser el caso. A los narcos, para prosperar, les conviene mantener un bajo perfil. No les conviene llamar la atención a fin de poder comercializar sus productos y, sobre todo, exportarlos al mercado estadunidense. A menos, desde luego, que tengan que enfrentarse a sus competidores. Ahí sí que están dispuestos a sacar sus ejércitos para defender territorios y rutas de trasiego. No toleran la competencia y, como operan un negocio ilegal con equilibrios económicos endebles, pues la manera de hacerse respetar y de honrar contratos y acuerdos es ejerciendo la violencia.
En este sentido, una posible hipótesis de lo ocurrido en el Casino Royale tendría que ver con que los centros de juego sirven para lavar dinero del narco y todo tipo de negocios ilegales. En Monterrey, como en muchos lugares del país, han proliferado los casinos literalmente amparados por el Poder Judicial. Es difícil pensar que haya tanto mercado para tantos establecimientos; que haya tantos “ludópatas” en México (ahora les llaman así a los jugadores empedernidos). Podría ser el caso que el dueño del Casino Royale no cumplió con un pacto de lavado de dinero con sus socios del crimen organizado. Y, ante esto, pues fueron a quemarle el lugar y a matarle a 53 de sus clientes. A fin de comprobar esta hipótesis será fundamental investigar a los dueños del Casino Royale y sus posibles nexos con las mafias. Por lo pronto, resulta muy significativo que, a la fecha, no se sepa quiénes son ni dónde están.
He ahí una posible hipótesis. Sin embargo, me parece una violencia excesiva lo ocurrido en el Casino Royale como venganza por un asunto de lavado de dinero. A los narcos no les conviene generar tanta indignación social que, a la postre, produce presión sobre el gobierno que, a su vez, desemboca con una reacción muy dura del Estado en contra de los criminales que trafican drogas. En otras palabras: son muchos costos a cambio de un beneficio relativamente menor.
Y no nos hagamos bolas: la diferencia entre el crimen organizado y el desorganizado es que el primero son empresas que actúan racionalmente tratando de maximizar beneficios y minimizar costos. Bajo esta lógica, de un acto racional de delincuencia organizada, me parece que la hipótesis más plausible para explicar lo del Casino Royale estaría en la extorsión. Éste, a diferencia del narcotráfico, es un negocio que necesita mandar mensajes muy violentos para obtener beneficios. La amenaza de “si no me pagas una cuota semanal, te incendio el lugar” tiene que ser creíble para que el empresario pague puntualmente. Y al que no paga, le destruyen el negocio.
Se trata, desde luego, de uno de los delitos que más afectan a la sociedad y al bienestar económico de una región. Además, típicamente genera una violencia desmedida ya que los criminales necesitan de la publicidad para hacerse creíbles. Violencia tan descarnada como la que vimos el jueves pasado en Monterrey. Después de lo del Casino Royale, ¿cuál negocio no va a pagar su cuota? Envalentonados, los extorsionadores llegarán con los empresarios y les dirán: “Pues nada más acuérdate de lo que ocurrió en Monterrey”.
Me parece que lo del Casino Royale hay que conectarlo con el reporte de la asociación civil México Evalúa, de la semana pasada. Resulta que la extorsión es el crimen que más ha crecido estos años en el país: “Este delito muestra una clara tendencia ascendente desde enero de 1997 hasta mayo de 2011 […] El promedio mensual de denuncias de extorsión ascendió de 136 con Zedillo, a 185 con Fox, y a 418 con Calderón. Lo anterior significa que entre Zedillo y Calderón, el promedio mensual de denuncias de extorsión se incrementó 209%”. Y estos son datos con base en las denuncias presentadas a la autoridad. Seguramente hay muchos más actos de extorsión que nunca se denuncian.
Sobre el Casino Royale, hay otra hipótesis que manejó el presidente Calderón en su discurso: que se trató de un acto terrorista. En este sentido, habría sido una maniobra premeditada del crimen organizado para generar miedo en la población, de tal suerte que la sociedad, aterrada, presione al gobierno para que éste deje de perseguirlos y puedan operar con libertad sus negocios ilegales. Sin embargo, la historia enseña que esta estrategia nunca les ha funcionado a los delincuentes, sobre todo a los narcos. Lo único que ha hecho, en Colombia o Perú, es meterle más candela a la persecución criminal. Partiendo de la premisa de que esto no le conviene a ningún delincuente, pues no suena plausible la hipótesis del terrorismo.
Lo del Casino Royale parece un acto típico de extorsionadores que necesitan publicitar su capacidad violenta para que funcione su empresa criminal. Y la extorsión, por desgracia, ha venido creciendo de manera significativa estos años en México. Se trata de uno de los crímenes que más agravian a la sociedad y de los que peores consecuencias tienen para la economía. Por eso el Estado debe atacarlo de manera prioritaria incluso sobre el narcotráfico.
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