La caída de Moammar Gaddafi es un evento mucho más interesante que la caída de Mubarak. Es más difícil derrocar a una dictadura izquierdista que a una derechista.
La razón es simple; las dictaduras izquierdistas apelan al populismo, a un falso humanismo, para preservarse. Pero detrás de todo movimiento humanista, siempre subyace el totalitarismo.
Los derechistas son menos hipócritas por lo tanto no obtienen el respaldo de la revoltosa masa populachera.
El futuro de Libia es incierto. ¿Quiénes van a tomar el poder? Las derechas y los demócratas no existen en los países árabes. Hasta los reyes se disfrazan de socialistas.
Lo más probable es que a la larga el Islam radical se haga cargo del gobierno pues son los únicos organizados. Gaddafi nunca permitió la existencia de partidos u organizaciones políticas.
El Islam es la antítesis de la democracia, por tanto sería ilusorio pensar que puede haber un cambio hacia la moderación.
Hasta el momento los movimientos rebeldes parecen carecer de liderazgo, pero esa situación no puede mantenerse indefinidamente y la OTAN no está calificada para intervenir políticamente, aunque esta vez se salió del guión, pues Libia no atacó a ningún país del Tratado.
La caída de Gaddafi tiene con los pelos de punta a Bashar al Assad en Siria, cuyos días también están contados.
Otro dictador que está con los pantalones mojados es Hugo Chávez quien fue el primero en criticar la intervención de la OTAN.
Aunque el Teniente Coronel no tiene el poder de vencer militarmente a nadie más que a sus adversarios políticos venezolanos, mantiene la convicción de que con Irán de su lado él es toda una potencia.
Sin la menor duda, su homólogo libio no hubiese sido vencido por los mal armados y desorganizados rebeldes, de no ser por la intervención militar extranjera que tiró más de 7.500 bombas en su camino a Trípoli y proveyó de fusiles a los milicianos.
Esas armas nunca serán devueltas y es impredecible lo que harán con ellas en el futuro sus flamantes dueños.
Chávez basó gran parte de su ideología en el Libro Verde de Gaddafi, en la que el libio en su curioso modo de pensar, decía que la democracia es una dictadura, porque donde domina la mitad más uno los demás están sometidos a una tiranía. Su sistema guevarista obviamente resuelve ese inconveniente. Manda uno y nadie más.
Gaddafi era también uno de los favoritos de Cristina Kirchner y los otros socialistas latinoamericanos, que con esta violenta derrota política a su red internacional, están dándose cuenta de que no les conviene intentar amarrarse al trono para siempre.
Las ironías de esta “Primavera Árabe”, son múltiples, la mejor es que al izquierdista Barack Obama se le desbocó el caballo. Inicialmente vitoreó el movimiento en Egipto, porque los militares en el gobierno eran derechistas, pero no calculó que el efecto dominó haría caer a sus análogos ideológicos.
Los sudamericanos tiritan de miedo pues se alejaron de los Estados Unidos como nunca antes y, que la OTAN se dedique a derrocar gobiernos no estaba en su agenda. Sus únicos aliados son los musulmanes radicales y estos no son adversarios para los europeos ni los norteamericanos.
Sus tortuosas alternativas de amistad están con Rusia, China y Corea del Norte. Los rusos y los chinos tienen intereses económicos con los Estados Unidos que no les conviene poner en juego por el momento y, aliarse con Corea del Norte sería el beso de la muerte.
Si el triunfante Ché Guevara árabe fue abatido después de 42 años de flagelar a sus congéneres, Latinoamérica también va a sucumbir a su populismo empobrecedor. En cualquier momento surgirán los movimientos rebeldes como en el Oriente Medio y volverán las sangrientas batallas que tanto les gustan a las izquierdas.
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