27 agosto, 2011

El otro lado

Luis Rubio

Las imágenes no dejan de impactar. La relación con Estados Unidos es quizá, como dice Sidney Weintraub, la más atípica del mundo, y la variedad de componentes extraordinaria y mucho más rica, y compleja, de lo que parece a simple vista. En la llamada villita de Chicago me encontré escenas que no sólo animan al ojo, sino que causan emociones encontradas. Ahí convergen culturas dispares, historias extraordinarias y una relación bilateral que los intercambios oficiales difícilmente logran visualizar.

En la villita hay de todo: tiendas, imágenes, paseantes, cafés, restaurantes, merolicos, tamales, activistas, niños, pordioseros, paleteros con su carrito importado de Puebla y cientos de caras de gente absorbiendo un nuevo (y con frecuencia viejo) mundo. Como en tantos otros rincones de la geografía estadounidense, lo que antes era un espacio norteamericano se fue convirtiendo en una concentración hispana, mayoritariamente mexicana. Pero lo impactante es la prosperidad y entusiasmo que se observa en las caras de las decenas de personas que pululan el lugar. Imposible conocer las historias de todos, pero las de un pequeño núcleo con el que conversé evocaban toda una vida y las enormes posibilidades, con todo y los sacrificios que entrañan, que la libertad les ha ofrecido.

Lupita, la más comunicativa del grupo, es originaria de Zacatecas, donde dejó dos hijos al cuidado de sus padres. Como tantos otros, comenzó empleada como camarera en un hotel. Eventualmente quedó de encargada de la lavandería, donde aprendió los intríngulis del negocio. Con el tiempo consiguió un crédito para comprar dos lavadoras y dos secadoras y puso su propia lavandería. Al principio sólo la abría en las noches al regresar del hotel porque alguien tenía que estar ahí todo el tiempo y, por más que las máquinas funcionaban de manera continua, el ingreso no era suficiente para dejar su trabajo o pagar un empleado. En vez de aceptar su derrota, Lupita inventó un nuevo negocio: ya no sólo rentaba las máquinas a quien viniera a usarlas, sino que comenzó a ofrecer el servicio de lavado, doblado y planchado para quien no quisiera o no tuviera tiempo de ir a la lavandería y esperar ahí. Aunque el nuevo servicio tuvo el efecto de quitarle horas de sueño, en tres meses Lupita generó suficiente ingreso para ampliar su crédito, comprar cuatro lavadoras y secadoras adicionales y dejar su empleo en el hotel. Hoy Lupita tiene tres tiendas de lavado con ocho empleados en total. De campesina a migrante y de empleada a empresaria, todo en menos de una década. Más importante: todo ello sin apoyos gubernamentales y contra la corriente, violando la ley y viviendo en la ilegalidad.

Lupita es una mujer excepcional, pero no es un caso atípico. Millones de mexicanos han logrado dar el paso a la independencia económica, transformando sus vidas en el camino. Un español que estaba en el grupo de Lupita dijo que ella tiene "más orgullo que don Rodrigo de la horca", expresión española que denota la inquebrantable satisfacción de quien aun en las circunstancias más adversas ha logrado salir adelante por su propio fuero. Observando aquella escena, escuchando la extraordinaria historia de Lupita, me quedé con la sensación de que hay dinámicas en la relación entre estos dos países vecinos que son obvias aunque difíciles de incorporar en la interacción formal entre gobiernos y que arrojan profundas lecciones para nosotros en México y para el futuro de la relación bilateral.

Las lecciones para México parecerían obvias. Ante todo, ¿qué nos dice el hecho de que una persona con la extraordinaria capacidad y potencial de Lupita -y las miles de Lupitas en todos los rincones del país- no pueda desarrollarse en México y haya sido en Chicago donde encontró su oportunidad? Con todas las adversidades que enfrenta un migrante, Lupita le demostró al mundo, pero sobre todo a sí misma, que lo único que se requiere es un espacio de libertad para desarrollar al máximo su potencial. Lupita seguramente no llega a los 35 años y no me extrañaría que para cuando llegue a los 50 ya tenga una cadena de lavanderías y esté vendiendo franquicias. La pregunta es por qué no lo pudo hacer en México.

A pesar de las restricciones que entraña la frontera y el acceso ilegal, Estados Unidos se ha vuelto un testigo ciego de nuestras limitaciones y, sobre todo, para los obstáculos que le impone el sistema de gobierno que tenemos al desarrollo de las personas. Lupita no tiene influencias, acceso privilegiado al banco o amigos en lugares especiales: su éxito es el de cualquier norteamericano porque el sistema está diseñado para hacer posible que las Lupitas de este mundo puedan ser exitosas. La estructura (maraña es mejor palabra) de leyes, regulaciones, ordenamientos y autoridades que norman la vida económica es tan absurda que tiene el efecto de impedir que se creen empleos, que surjan los "espíritus animales" de que hablaba Keynes. En México todo son obstáculos porque se privilegian los procedimientos sobre los resultados y, más al punto, porque todo es una lucha interminable por el poder y el acceso a la corrupción. La creación de empleos y el bienestar de la población es lo de menos.

La relación bilateral es atípica porque en la línea fronteriza se encuentran culturas distintas, historias cargadas de simbolismos y niveles de desarrollo muy distintos. Por décadas, los mexicanos hemos demandado asistencia por parte de los estadounidenses por el hecho de que se trata de dos niveles de desarrollo tan diferentes. El reclamo de que la asimetría tiene que ser parte de la ecuación es ubicuo y persistente. Sin embargo, el éxito de millones de migrantes en el mercado estadounidense muestra que la asimetría no es producto de una relación de dominio y dependencia sino de la incapacidad de México por crear condiciones propicias para el desarrollo. Evidentemente, las diferencias no se pueden borrar de la noche a la mañana, pero es igual de evidente que una exitosa estrategia de desarrollo en México permitiría ir cerrando la brecha en el curso del tiempo.

Muchos países en el mundo desearían tener la frontera que nosotros desdeñamos. No es que EU sea el paraíso: la diferencia con nosotros es que ellos se han organizado de una manera que hace posible el desarrollo de las personas y han creado un entorno de libertad para que cada quien se desarrolle en la economía. Parece evidente que somos nosotros los que tenemos que resolver nuestra propia estructura económica y burocrática para lograr que la relación bilateral deje de ser atípica pero, sobre todo, para que sirva para el desarrollo del país y su población.

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