19 agosto, 2011

El Santo, enmascarado de Papa

Todo se vale para recuperar a las ovejas descarriadas

José Cárdenas

Dentro de cuatro meses, quizá los mexicanos seamos otros. Ya sin matazones, hermanados y arrepentidos, nos reencontraremos en la fe y la concordia. Al comprenderlo todo, apoyaremos los buenos afanes del gobierno. Entenderemos mejor a los demás. Y a nosotros mismos. Así sea.

Para hacer el milagro, llegó a México el arma más poderosa de la Iglesia católica para enfrentar la violencia y el rasgado tejido social: una cápsula con sangre de Karol Wojtyla, el Papa beato, que moverá el recuerdo de los mexicanos hasta hacernos despertar arrepentidos. Así sea.

“Ahora que sus reliquias nos visitan, nos sentimos nuevamente amados, queridos por Juan Pablo II y protegidos desde el cielo”, asegura el arzobispo primado de la ciudad de México, Norberto cardenal Rivera Carrera.

En la presencia de las reliquias “hay un llamamiento directo a las personas de la delincuencia organizada (para) que reflexionen en su propia conciencia y descubran el mal que le están haciendo a su país, a sus familias y a sí mismos, aprovechen este recorrido de gracia, se arrepientan y cambien”, interpreta Víctor René Rodríguez, secretario de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Así sea.

En 92 días de duración del periplo hemático, habrá fervor en la Basílica de Guadalupe. Luego vendrá Veracruz, uno de tantos refugios de Los Zetas en la costa del Golfo, donde seguramente los criminales y matones preparan su reconversión y regreso al rebaño de los buenos. En Tamaulipas, la gente quizá debería tener siquiera un año completo la ampolla prodigiosa, quién quita y el estado resurge como pacífico edén.

En Acapulco, convertido en balneario de sangre, hace mucha falta un portento, lo mismo en Cuernavaca, donde los herederos de Arturo Beltrán Leyva nomás no entienden de arrepentimientos.

El efecto beatífico se reclama con urgencia en Morelia y Apatzingán, convertida en territorio de los peores malos de La Familia y Los Caballeros Templarios.

A Durango le tocará en octubre. Ya casi se olvida que fue ahí donde los homicidas salían de la cárcel por las noches y regresaban al alba después de asesinar a integrantes de pandillas rivales. Todo con “permiso” de algunas autoridades.

Por fin, en noviembre, las reliquias de Juan Pablo II llegarán a Culiacán, tierra de El Chapo Guzmán, donde se esperan reconversiones súbitas y torrentes de lágrimas de arrepentidos. Y, luego, las pasearán por Ciudad Juárez, quizá como último recurso disponible para frenar la violencia en la ciudad que ganó el título de la más peligrosa del mundo.

Todo se vale para recuperar a las ovejas descarriadas, diría el pastor. Entre más followers, más limosnas, diría otro menos bíblico.

Así sea.

MONJE LOCO. Por obra y gracia del sincretismo, los mexicanos mezclamos las herencias culturales indígena y española; tenemos formas singulares de liturgia. El culto a los beatíficos despojos es una. Lo traemos a flor de piel. Quien se dé una vuelta por Chiapas y entre a la iglesia de San Juan Chamula tendrá la versión recargada de este asunto. Santo que hace milagro recibe como premio humo de cigarro y hasta baño con “poch”, el aguardiente tradicional de la región. Si no hace milagro, puede recibir castigo y ser volteado contra la pared. Claro, allá sí que son de avanzada. Ya se sabe, ya se supo.

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