02 agosto, 2011

Elogio de Ludwig von Mises

Por Henry Hazlitt.

Quienes tuvimos el privilegio de conocer a Ludwig von Mises hemos perdido a un amigo querido que significó mucho en nuestras vidas y nos influyó profundamente en la dirección de nuestro pensamiento y trabajos. Pero la pérdida de Ludwig von Mises es una pérdida para todo el mundo civilizado. Fue el más grande economista de su generación. Fue uno de los grandes pensadores sociales de nuestro tiempo.

La suya era una poderosa y original comparable a las de Ricardo y su propio maestro Böhm-Bawerk. Veía a la economía no como una especialidad estrecha, sino como un estudio nada menos que de todo el ámbito de la acción humana, la elección humana, la decisión humana. Y como la veía tan ampliamente sentía justamente que quienes no habían estudiado economía eran incapaces de tomar decisiones políticas sabias, porque prácticamente todas esas decisiones, en este tiempo de estatismo, tienen un aspecto económico.

Era un trabajador extraordinario. Al otorgarle su premio de miembro distinguido en la American Economic Association le atribuyeron 19 volúmenes si se cuentan solo las primeras ediciones. Pero cuando consideramos todas las ediciones posteriores que revisaba y reescribía él mismo tan minuciosamente, sus obras deberían llegar al menos a doblar ese número. Las transacciones de éstas son legión. Además, escribió cientos de artículos y dio incontables conferencias y ninguna era una mera repetición.

De sus muchas obras, al menos tres fueron indudables obras maestras. Estaban su Teoría del dinero y del crédito, que apareció primero en alemán en 1912, su Socialismo, que también apareció primero en alemán en 1922 y La acción humana de 1949, que derivó de una versión en alemán que apareció en 1940.

No es el lugar ni la ocasión para tratar de resumir con ningún detalle preciso las que fueron sus casi innumerables contribuciones que hizo al pensamiento económico y sociológico. Van desde su reconsideración de los mismos fundamentos de la ciencia, las que llamaba cuestiones epistemológicas, a la nueva luz que daba a cada doctrina concreta que explicaba.

Pero la lista de sus contribuciones ya ha sido recitada por sus múltiples discípulos y admiradores en dos libros homenajes a él dedicados, el primero en 1956 y el segundo en dos volúmenes, con 66 contribuidores, en 1971, con ocasión de su 90 cumpleaños.

De entre los muchos tributos admirables espero no ser injusto al mencionar uno en concreto, el panfleto que se publicó precisamente este año, el Essential von Mises de Murray Rothbard, que explica con bella lucidez en que contribuyó intelectualmente Mises y da ese exigente tributo al hombre.

Solo vulneraré mi resolución de no hablar aquí de las doctrinas de Mises en un aspecto. Y esto es para referirme a su famosa afirmación de que la debilidad esencial del sistema socialista, aparte de su confianza en una dictadura y coacción centralizada, es que no puede resolver lo que llamaba “el problema del cálculo económico”. El problema se resuelve en una sociedad capitalista libre con mercados libres, libre elección individual, libre competencia, precios libres en dinero, coste y beneficios.

Pero un sistema socialista no sabría como asignar sus recursos de tierra, de capital y de trabajo humano para cumplir, con la menor ineficiencia y desperdicio, con los deseos de los consumidores. No sabría qué bienes y servicios tendría que producir, en qué cantidades relativas, o incluso por qué métodos técnicos. La incapacidad de calcular de un sistema socialista no sería el resultado de ninguna falta de buenas intenciones o espíritu público por parte de los gestores socialistas. Como dijo Mises: “Ni siquiera los ángeles, si solo dispusieran de la razón humana, podrían formar una comunidad socialista”.

Fue este poderoso reto, que obligaba a los socialistas a afrontar su problema central, el que hizo que una vez el economista marxista Oskar Lange, que posteriormente fue miembro del Politburó polaco, declarara con admiración que “delante de todo Ministerio de Planificación socialista debería haber una estatua de Ludwig von Mises”.

De hecho, fue una de las ironías de la vida de Mises que sus enemigos ideológicos directos percibieran su estatura real más que lo que podemos llamar el establishment académico estadounidense. Cuando llegó aquí en 1940, ya con 59 años, las universidades estadounidenses no se pelearon para ofrecerle un puesto. Si mencionabas su nombre a alguien en una posición influyente para contratarle o nombrarle, te decían que Mises era un pensador notable, sin duda, pero demasiado “reaccionario”, demasiado “extremista”, sobre todo, demasiado rígido, inflexible e “intransigente”.

Aún así, nunca oí que saliera de sus labios ninguna palabra de amargura o resentimiento personal. Cuando llegó aquí tenía serias dificultades económicas, pero tampoco oí nunca esto de sus propios labios. No fue hasta 1946 cuando se convirtió, con la ayuda de sus amigos, en profesor visitante de la Escuela de Grado de la Universidad de Nueva York. Y me gustaría decir aquí que la persona que es más responsable que nadie de preocuparse porque se mantuviera en ese puesto hasta 1969 fue Larry Fertig.

Sin embargo, es un consuelo ser capaz de anunciar que al menos una universidad, Hillsdale, en Michigan, está creando un cátedra de economía en honor a Mises. Y hay buenas razones para pensar que al menos otra universidad lo hará más tarde.

Es difícil separar a Mises el hombre de Mises el pensador. Nunca he conocido a un hombre que estuviera tan completamente dedicado a su trabajo, tan totalmente inmerso en él. Vivía para su trabajo, para su pensamiento, para sus ideales. En su juventud, le gusta escalar montañas, esquiar, a veces jugar al tenis. Y toda su vida fue un caminante entusiasta. Aún así, estas diversiones siempre se subordinaron a su tarea central. Difícilmente podríamos llamarlas distracciones. Le mantenían física y mentalmente en forma para su pensamiento y escritura. Esta concentración era asimismo evidente en su conversación. Esa conversación estaba marcada por lo implacable de su lógica, sus muchos destellos de agudeza y el inmenso ámbito de su conocimiento, particularmente en historia. Pero le irritaba el cotilleo.

Su cualidad moral más destacada era el coraje moral, la capacidad de sostenerse él solo y una honradez y candor intelectual casi fanáticos que rechazaban desviarse del compromiso una sola pulgada. Esto le costó a menudo el cariño personal, pero estableció un ideal para fortalecer e inspirar a sus alumnos y a todos los demás que tuvimos el privilegio de conocerle.

Ludwig von Mises fue, en cierto sentido, un hombre formidable. Pero no quiero decir en modo alguno que haya dicho que fuera deficiente en amabilidad, simpatía, afecto o amor. Sentía muy profundamente y era intensamente leal, como saben sus mejores amigos. Pero trataba de eliminar cualquier expresión de sentimiento que pudiera considerarse como extravagante.

Gracias al menos en parte al constante cuidado que tuvo su esposa Margit respecto de su salud y confort y en protegerle de intrusiones no deseadas, vivió durante 92 años increíblemente productivos. Lu siempre supo cuanto le debía a ella. Por citar un ejemplo de entre muchos, en el prólogo a la tercera edición de su La acción humana, después de agradecernos a un puñado las sugerencias útiles, añadía: “Pero sobre todo quiero agradecer a mi esposa su constante ánimo y ayuda”.

En un sentido real, Ludwig von Mises sigue vivo. Vive en sus libros, que serán leídos durante siglos. Y más inmediatamente vive en el afecto y el amor y en las mentes y pensamientos de sus alumnos, muchos de los cuales se han hecho famosos. Entre sus más brillantes alumnos en Europa estuvieron Gottfried von Haberler, Friedrich Hayek, Fritz Machlup, Oskar Morgenstern, Karl Popper y Wilhelm Roepke. Entre el grupo más joven en Estados Unidos han estado Percy Greaves, Israel Kirzner, George Reisman, Murray Rothbard, Hans Sennholz, Louis Spadaro. Al mencionar a éstos. La mayoría de los cuales están hoy presentes, espero no haber cometido una injusticia con quienes pueda haber olvidado inadvertidamente.

Quizá más que nada, Ludwig von Mises fue el más poderoso portavoz de nuestro tiempo a favor de la purificación del capitalismo y la preservación de la libertad económica. Como ejemplifica la profundidad de su sentimiento y su asombrosa previsión con la que juzgó el curso de los acontecimientos hace más de 40 años, no puedo dejar de citar un pasaje de la última página de su libro sobre Socialismo:

Todos llevan una parte de la sociedad sobre sus hombros: a nadie se le releva de su parte de responsabilidad por otros. Y nadie puede encontrar una vía segura de escape de sí mismo si la sociedad se dirige hacia la destrucción. Por tanto todos, por nuestro propio interés, debemos implicarnos vigorosamente en la batalla intelectual. Nadie puede quedarse a un lado sin preocuparse: los intereses de todos dependen del resultado. Lo quiera o no, todo hombre forma parte de la gran lucha histórica, la batalla decisiva a la que nos ha empujado nuestra época.

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