por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Estamos a centímetros de una nueva recesión como la comenzada en septiembre de 2008, tras hundirse Lehman Brothers.
Esta vez el epicentro del terremoto económico está en Europa y la causa más directa radica en el temor de los mercados al incumplimiento de obligaciones por parte de los gobiernos.
No hay que sorprenderse de la crisis económica actual. Quizás lo extraño sea el largo período de incubación de la burbuja. Los economistas de la escuela austriaca lo anunciaron hace tiempo: no puede abusarse del crédito y del endeudamiento sin que se produzca un grave descalabro económico.
En el año 2001, el catedrático español Jesús Huerta de Soto predijo que las vacas flacas estaban próximas.
Según esta notable cantera de pensadores, a la que pertenecieron Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, y en la que hoy también destaca Gabriel Calzada, la única fuente segura del crecimiento son el ahorro y la posterior inversión.
Una de las primeras batallas de la Escuela Austriaca surgida en Viena a finales del siglo XIX con Carl Menger y Eugen von Böhm-Bawerk, fue demostrar los disparates teóricos de Marx en la teoría del valor y el papel de la plusvalía. Posteriormente, sus cultivadores explicaron por qué se equivocaban los economistas neoclásicos, los keynesianos y los monetaristas, desmintiendo a los académicos convencionales, que no entendían que la economía no es una ciencia exacta, sino una rama de las ciencias sociales porque descansa, esencialmente, en percepciones y decisiones subjetivas.
Según “los austriacos” —la experiencia parece darles la razón—, las "crisis periódicas" del capitalismo no son más que la purga natural del sistema tras un tiempo de excesos, y resulta contraproducente evitar la contracción de la economía y el empobrecimiento relativo que sobreviene cuando el mercado se ajusta a la realidad, algo que se evidenció con el fracaso de la billonaria inyección de dinero efectuada por el presidente Obama para frenar la hecatombe. Lo que ha logrado es aplazarla.
No estamos ante el fin del sistema capitalista.
Desde hace doscientos años, cada cierto tiempo sobrevienen la crisis y luego la recuperación, y ni siquiera en medio del desastre económico se paraliza el progreso en las sociedades en las que predominan el mercado y la empresa privada.
La crisis de 1895 fue paralela a la invención de la aviación y del cine, mientras se extendían las redes de la electricidad y los teléfonos. La de 1929 no evitó el auge de la radio y la televisión.
La que hoy nos sacude no impide los milagros técnicos y científicos con que amanecemos cada día.
Es verdad que estallan las burbujas, pero también la creatividad y la imaginación que nos rescatan de nuestros errores.
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