04 agosto, 2011

Inflación argentina

Inflación argentina

La expansión monetaria genera una inflación anual entre el 28 y el 32 por ciento en Argentina pero el gobierno publica cifras falsas que la reducen a la mitad. Y como si esto fuera poco, el gobierno multa a los consultores privados que osen difundir cifras distintas a las oficiales.


Por Alberto Benegas Lynch (h)

Se trata de un caso bastante patético: la expansión monetaria genera una inflación anual entre el 28 y el 32 por ciento con tendencia al alza en un año electoral, pero las estadísticas oficiales del INDEC se empeñan en publicar guarismos que muestran menos de la mitad de lo que en realidad sucede. Como si esto fuera poco, por más increíble que parezca, el gobierno multa a los consultores privados que osen difundir cifras distintas a las oficiales. Este es el caso argentino. De más está decir que esto -hay muchas otros fábulas que parten del aparato estatal- es suficiente para perder la credibilidad. Los gobernantes se convierten así en un grupo de mitómanos (con perdón del mito). Como es sabido, el mito tiene diversas acepciones: como un intento de explicar cuestiones últimas, como una leyenda, como sacralización laica o como falsedad. Este último es el sentido a que se refiere la mitomanía.

Pero este no es el único mito como falsedad y no solo de este gobierno, hay uno que abarca espacios más amplios y que incluyen a profesionales de la economía en muy diversas latitudes. Se trata de los orígenes y las consecuencias de la inflación. Esta no es “el aumento general de precios” como reza la definición más difundida.

No lo es por dos motivos: en primer lugar la causa de la inflación radica en la expansión exógena de moneda, es decir, la generada por razones políticas, extramercado. En segundo lugar, el efecto de la inflación no es el aumento general o uniforme de precios: si todos los precios se incrementaran de modo uniforme y general, no habría problema con la inflación puesto que los salarios son también un precio y si se elevaran al mismo ritmo que los precios de lo que se adquiere no se producirían los desajustes entre precios e ingresos característicos de los procesos inflacionarios. Eventualmente habrá que transportar moneda en carretillas, habrá que modificar las columnas en los libros de contabilidad y los dígitos en las máquinas de calcular pero, como queda dicho, no tendría lugar la desagradable desproporción entre lo que egresa y lo que ingresa.

El efecto de la inflación es la alteración de los precios relativos y precisamente esto es lo que crea graves problemas y desajustes en la economía. En realidad para producir un aumento general de precios habría que arrojar la masa monetaria desde helicópteros simultáneamente sobre toda la población sin que se produjera ningún cambio en la estructura de preferencias de la gente en sus gastos e inversiones. Pero si se procediera de ese modo, a poco andar, el gobierno percibiría que no saca ninguna ventaja de la operación. La inflación la producen los gobiernos porque usan el dinero antes que los precios se distorsionen con lo que se apoderan de riqueza ajena. La tesis del helicóptero sería lo mismo que el falsificador privado distribuya en la población una unidad monetaria por cada una que use: así pierde la posibilidad de robar a su prójimo. Lo mismo ocurre con los gobiernos, la única diferencia estriba en que en este caso el robo es legal y se hace con el apoyo de la fuerza pública.

Cuando asoman los primeros síntomas del crecimiento inflacionario se suele recurrir al intento de corregir los desvíos a través de índices que pretenden ajustar balances. Veamos este asunto que es un desprendimiento de la definición errada de los procesos inflacionarios. Si al inflación produce una distorsión en los precios relativos, un índice general no resuelve el problema ya que reduce o eleva los valores pero mantiene inalterado el desequilibrio inherente a la inflación: la altura de la curva se modifica pero no cambia la posición relativa que es precisamente el daño que causa este fenómeno monetario.

Ahora bien, el problema de distorsionar los precios relativos es que engaña y malguía a los operadores económicos, lo cual conduce a desperdicio del siempre escaso capital que a su vez se traduce en reducción de salarios e ingresos en términos reales ya que estos dependen de las tasas de capitalización. En resumen, la inflación produce pobreza.

Y no es que la inflación pueda ser originada en “expectativas”, en “inflación de costos”, en la suba de productos clave como el petróleo ni pude atribuirse a la “velocidad de circulación”. Se trata siempre de un fenómeno monetario, es decir, de expansión de la base o de la producción secundaria de dinero debida al efecto multiplicador en el sistema bancario de encaje fraccionario manipulado por la banca central y convalidado por la entidad emisora. Si hay enormes expectativas que no son convalidas por expansión monetaria exógena, los precios naturalmente no se mueven o, si cambian los gustos y preferencias suben unos precios pero deben bajar otros ya que la única manera de que se produzcan incrementos netos es si se eleva la masa monetaria. Por otra parte, los costos son precios, no hay tal cosa como una elevación de los primeros sin un aumento correlativo en la cantidad de moneda. Si se eleva el precio del petróleo ocurrirá una de dos cosas: o se consume menos de ese bien para poder seguir adquiriendo la misma cantidad de los otros productos y servicios o se consume el mismo volumen de petróleo en cuyo caso habrá que renunciar a otros bienes. Por último, si se incrementara la velocidad de circulación del dinero simultáneamente deberá aumentar la velocidad de los bienes y servicios contra los cuales opera la moneda ya que esta no circula en el vacío. En otras palabras, el aumento o disminución de precios no se debe a velocidades sino a la expansión o contracción de moneda. En todo caso el fenómeno de la velocidad es una consecuencia del aumento en la base monetaria ya que la gente tenderá a desprenderse de dinero por la disminución en su poder adquisitivo.

Por último, es pertinente repetir que como, entre otros, ha escrito Milton Friedman en Moneda y desarrollo económico “Llego a la conclusión de que la única manera de abstenerse de emplear la inflación como método impositivo es no tener banco central. Una vez que se crea un banco central, está lista la máquina para que empiece la inflación” o, parafaseando a Clemanceau, enfatizó en Monetary Mischief “la moneda es una materia demasiado seria como para dejarla en manos de banqueros centrales”. La banca central solo puede operar en uno de tres sentidos: expandir la base monetaria, contraerla o dejarla en el mismo nivel y cualquiera de los tres caminos inexorablemente significa alterar los precios relativos. Idéntico fenómeno ocurre si la banca central es independiente de las directivas del ministro del ramo, y si se dijera que los banqueros centrales tienen la perspicacia de ubicar la misma cantidad de dinero que el mercado hubiera requerido, su intromisión resulta superflua con el agregado que para conocer las demandas de la gente resulta indispensable dejarla que se exprese sin imposiciones estatales.

Para aludir con algún viso de seriedad a los fenómenos monetarios deben derribarse los mitos que los rodean, pero, antes que nada, se debe ser veraz en las estadísticas como un punto de partida elemental. Desafortunadamente, en el caso argentino, la acumulación de mitos y de mitomanías en el sentido explicado obstruye la visión del problema y se pretende vivir en una peligrosa fantasía en el contexto de la quiebra del sistema republicano... se ha cruzado el Rubicón y, por ende, parecería que alea iacta est. Sin embargo, es posible revertir lo que ocurre si se comprende que el futuro depende del esfuerzo cotidiano de cada uno de nosotros para estudiar y difundir los fundamentos de la sociedad abierta, muy al contrario de los tilingos de siempre que exhiben movimientos espasmódicos frente a los actos electorales pero el resto del tiempo duermen la siesta de la vida.

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