Por Armando Ribas
Mientras más oigo hablar de Occidente más me convenzo de la confusión presente al respecto y que como consecuencia impide reconocer el mundo en que vivimos. Y tanto que insistimos en coincidir con Jorge Manrique: “Como a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. No voy a decir que vivimos en un mundo perfecto, pues la perfección parece ser incompatible con el ser humano, pero no me cabe la menor duda de la razón de Karl Popper cuando escribiera en su “The History of Our Time: An Optimist View” (La Historia de Nuestro Tiempo: una Visión Optimista). Allí dice: “Así yo no digo como Leibinitz, que nuestro mundo es el mejor de todos los mundos posibles. Tampoco digo que nuestro mundo social es el mejor de todos los mundos sociales posibles. Mi tesis es meramente que nuestro mundo social es el mejor que haya existido – el mejor, al menos de aquellos de los que tenemos algún conocimiento histórico”.
Dicho lo que antecede podemos ver que en algún momento de la historia se cambiaron las circunstancias y se produjo un cambio en los comportamientos que determinaron la posibilidad de alcanzar la situación del mundo en que vivimos. Como bien explica William Bernstein en su “The Birth of Plenty” la creación de riqueza surgió por primera vez, en el mundo hace menos de doscientos años. La pregunta pertinente entonces es que fue la modificación de las circunstancias que permitió esa transformación reconocida por el propio Marx, como tal cuando en el Manifiesto reconociera que: “la burguesía en menos de cien años de dominio había creado más riquezas y más fuerzas productivas que todas las generaciones anteriores juntas”.
Evidentemente esa transformación viene como consecuencia del reconocimiento de los derechos individuales, a partir de la Glorious Revolution en 1688 en Inglaterra y llevada a sus últimas consecuencias en Estados Unidos con la Constitución de 1787 y el Bill of Rights de 1801. Ese sistema ético político que permitió la generación de riqueza se había fundado en tres principios fundamentales. El primero que la naturaleza humana es inmodificable; y así surgió el concepto de justicia tal como lo prevé David Hume. Fue Locke quien postulara que los monarcas también son hombres, por consiguiente era necesario limitar el poder político; y en tercer lugar pero no menos importante Adam Smith estableció: “Así, todo individuo, persiguiendo su propio interés promueve el de la sociedad más efectivamente que cuando realmente intenta promoverlo. Yo jamás es sabido de mucho bien hecho por aquellos que afectan actuar por el bien público” (La mano invisible). Esos principios fueron reconocidos en Estados Unidos y puestos en práctica a través de la Constitución.
Lamentablemente y por más que insistamos en reconocer la Civilización Occidental como el carácter por antonomasia de la virtud política y la moral social, los derechos individuales, a la vida, la libertad, la propiedad y el derecho a la búsqueda de la propia felicidad, como bien reconoce Ayn Rand jamás se reconocieron en Europa continental. Esa realidad se ignora hoy ante la presente crisis que afecta a Estados Unidos y a Europa. Yo me voy a permitir entonces señalar que la presente crisis ha sido la presencia cada vez más determinante del poder político del socialismo en el mundo occidental. En otras palabras la ignorancia del Rule of Law y su consecuencia el supuesto derecho de las mayorías ha sido determinante de la crisis europea y en alguna medida de la americana. Así se ignora un principio fundamental adoptado por los Founding Fathers de que las mayorías no tienen el derecho de violar los derechos de las minorías, y como consecuencia se ha producido la confusión de la democracia con el socialismo como había previsto Nietzche.
Se ignora que la social democracia no es otra cosa que Marxismo con votos. Fue Edward Bernstein quien en 1899, escribiera: “Las Precondiciones del Socialismo” donde reconoció que la revolución predicha por Marx no tendría lugar. Asimismo propuso que al socialismo que considera la etapa superior del liberalismo se llega a través de la democracia. Y que: “dado que no habría una universal, instantánea y violenta expropiación, sino solo un acuerdo por etapas por medio de la organización y la legislación no interrumpiría el desarrollo de la democracia”. Pues bien como vemos Marx está presente democráticamente y a los hechos me remito, donde el gasto público supera el 50% del P.B.I. la crisis aflora.
Ese presupuesto ignora como bien dice Rush Limbaugh que: “Bajo el disfraz de la compasión el socialismo es realmente el poder de la dependencia… Están felices de penalizar los logros”. En si vemos que la crisis mundial es el producto de la demagogia inmersa en el socialismo. Pero aún bajo estos presupuestos de la Civilización Occidental, se hace imposible comprender la real situación de la China cuando abandonara el Gran Paso Hacia Adelante y la Revolución Cultural. con el advenimiento de Deng Xiaoping que cambió fundamentalmente la política china. No obstante ante el mundo “ilustrado” pareciera que China es un peligro para Occidente, y no se percatan que los chinos han aprendido las palabras de Hume cuando dijo: “Yo me aventuraría a afirmar que el incremento de la riqueza y el comercio en cualquier nación, en lugar de perjudicar, comúnmente promueve la riqueza y el comercio de todos sus vecinos”. La prueba de esta actitud dicha al respecto es que compran los bonos de Estados Unidos, y no por hacerle el favor sino en la conciencia de su propia conveniencia.
Puedo decir entonces que en ese aspecto el mundo ha cambiado de lo que fuera. Hoy la crisis de los países industrializados es la consecuencia del socialismo, y el abandono de los principios liberales que determinaron la libertad y el progreso. No es el triunfo de Asia sobre Occidente. El socialismo es la demagogia para alcanzar y permanecer en el poder. El anticapitalismo latinoamericano es igualmente un instrumento de la demagogia, pues nadie pretende hoy ganar una guerra a Estados Unidos. El socialismo democrático y así como el que promueven las guerrillas tienen un solo objeto, el poder político interno. El resultado está a la vista en nuestro continente Cuba y Venezuela son el ejemplo de la capacidad política del socialismo para destruir la riqueza. El ejemplo de la crisis europea es también digno de tenerse en cuenta dentro de la democracia, de la social democracia.
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