Si hay alguna actividad a nivel mundial que desafíe las más elementales leyes de la lógica, la razón y el sentido común, sin duda es la agricultura. Desde el inicio de la revolución industrial provocando una voraz demanda de mano de obra que reclutaba del campo, los gobiernos del mundo identificaron la agricultura como el problema a resolver iniciando sus proyectos de apoyos y rescates que han sufrido tal metamorfosis, que hace lucir al pupilo del Dr. Frankestain como un apuesto galán apuntalado en Hollywood. Sin embargo y como siempre, en México esa telaraña mundial se ha desarrollado con especial empeño y ahora que los mexicanos se apuntan para ganar algunos Oscares, y el de la demencia agropecuaria debe ser nuestro sin discusión.
La humanidad ha vivido tres etapas de desarrollo y estamos iniciando la cuarta. La primera fue la llamada de recolección y caza; la segunda dio inicio con el descubrimiento de la agricultura cuando el ser humano pudo domesticar algunos animales y cultivar la tierra; la tercera fue la revolución industrial nacida en los países que descubrieron el liberalismo retando la economía basada en la agricultura y el feudalismo. Finalmente, el mundo ha iniciado la revolución de la informática, del conocimiento, del capital intelectual. Con ella está también naciendo lo que se la ha llamado el Estado Virtual; el país moderno del siglo XXI al cual ya no le interesa controlar territorios lo cual ha sido la causa de la mayoría de los conflictos bélicos a través de la historia.
En un editorial del Wall Street Journal de 1984, aparece una cita de un funcionario de la Secretaria de Agricultura de México: “Si ellos quieren tierras, tienen que acudir a nosotros. Si ya las tienen que acudir a nosotros por semilla; si tienen semilla tienen que acudir a nosotros por el agua. Si tienen agua tienen que acudir a nosotros por fertilizantes, crédito, y finalmente deben acudir a nosotros para vender sus cosechas. El partido nunca perderá el control del campo.” Esta afirmación retrata de forma cruel la situación de la agricultura mexicana. En la segunda década del siglo XXI aun con ese tipo de actitudes, los mercados están arropando al mundo. Ya no hay fronteras ni ejércitos que los puedan detener y de forma a veces que podría parecer cruel, a través de lo que Schumpeter bautizó como su creativa destrucción, están derrumbando esas bases arenosas sobre las cuales se construyeron economías como la que dibuja al campo mexicano.
Yo siempre he sido un gran creyente de la gran aportación que puede hacer la historia para definir, identificar y, sobre todo, evitar la repetición de eventos que nos han afectado de forma negativa. En estos momentos en nuestro país se vive lo que se ha llamado la “Crisis del Campo;” sin embargo, ello no es un evento reciente, no es tampoco un evento que haya sido provocado, como muchos lo quieren identificar, por el tratado de libre comercio con EU y Canadá. La Crisis del Campo es una grave enfermedad que ha sufrido México durante muchas décadas no solo ignorada por nuestros gobiernos, sino inclusive promovida precisamente para lograr lo que afirmaba ese funcionario citado en 1984; mantener un control absoluto del campesino mexicano.
Ilustrémonos con algunos datos estadísticos. Desde el inicio del TLC los EU han desgravado casi el 70% de los productos agropecuarios provenientes de México y Canadá casi el 90%, mientras que México solo ha liberado el 35% de los productos americanos y el 40% de los canadienses. Pero profundicemos aun mas en la “grave crisis” que como plaga anuncian nuestros demagogos provocará esta etapa siguiente de apertura del mercado mexicano.
México exporta $2,700 millones de dólares de hortalizas y $600 millones de frutas, a cambio solo importa $ 976 millones de cereales y $965 millones de oleaginosas, lo cual le produce un superávit en su balanza comercial agropecuaria. En estos datos no incluimos la ganadería la cual siempre ha producido saldos a favor.
Aun cuando pienso que los subsidios es la peor medicina para una economía enferma, hablemos ahora de ellos. Los EU subsidian al campo con el 0.18% de su PIB mientras que México dedica casi el 3% del suyo. El PIB agropecuario de EU es de 470,000 millones de dólares cuando el de México es de 36,000 millones. Si dividimos los subsidios agropecuarios de EU entre el valor de su producción, nos arroja el que la cifra es de 5.6 centavos de dólar de producción, mientras que en México la cifra se nos dispara a 9.8 centavos por cada dólar de producción. Si llevamos a cabo este análisis por hectárea, resulta también mucho más alto el subsidio mexicano. Es aquí donde salta el problema de base y se llama productividad y rezago en inversiones. El porcentaje que la agricultura aporta al PIB del país es del 5% cuando se destina casi el 3% para apoyarlo; es decir, casi el 50% del valor de la producción.
Durante los últimos años el Estado mexicano ha incrementado los recursos al campo de forma agresiva y a un ritmo superior al crecimiento de la economía—y seguimos graves. Durante el último año de la administración de Zedillo el presupuesto de la SAGARPA fue de 25,000 millones de pesos, sin embargo el presupuesto se disparó a 62,000 millones, en términos reales un incremento del 66% y descontada la inflación, el incremento se sitúa en un 40%. Para apreciar la magnitud de este apoyo, hay que considerar el que, el presupuesto federal de este año es ligeramente superior al del año 2006. Si hacemos una suma de todos los recursos dedicados al campo, este año se destinarán cantidades superiores en un 50% que los dineros destinados el último año de la administración anterior—y seguimos graves.
El campo en México sufre pero no por la voracidad del TLC, sufre a causa de políticas erróneas a través de las cuales se privilegió el control político a base del corporativismo y la corrupción, sacrificando a nuestros campesinos. El tratado de libre comercio estableció plazos que le permitieran a México prepararse para competir y sobre todo; “aprovechar la oportunidad,” pero hemos desperdiciado ese tiempo y ahora se pretende culpar a la actual administración de las omisiones del pasado.
Es intrigante el que la preocupación de demagogos y redentores emerja cada mes de Enero por algo que se negoció hace casi 20 años y las protestas públicas sean de quienes realmente resultan menos afectados. Una vez más el campo se convierte en eso; un campo de batalla en el cual se baten oportunistas, demagogos y ese zoológico producido por los largos años revolucionarios, todos buscando beneficios políticos pero a costa del campesino y más grave, a costa del sufrido consumidor quien ese es el que verdaderamente no aguanta más.
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