21 agosto, 2011

¿Puede un liberal ser demócrata? (PRIMERA PARTE)

REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela y Alberto Mansueti

SEIS PREGUNTAS SOBRE DEMOCRACIA

Durante años he tratado de exponer las grandes diferencias entre democracia y República, conceptos que, por desgracia, la mayoría de la gente desconoce y los confunde creando un tumulto de ambigüedades. Los liberales nos hemos visto atrapados en esa confusión pero, cuando alguien como Davison nos afirma, “democracia y comunismo son hermanos gemelos”, realmente nos hace meditar. Es por ello que le pedí a mi buen amigo, Alberto Mansueti, liberal argentino ahora radicando en Perú, me permitiera exprimir su privilegiado cerebro para explorar un tema que está punto de una verdadera crisis.

Ricardo Valenzuela

1. ¿Puede un liberal ser demócrata? Si por demócrata entendemos el excluir las vías violentas, sí, por supuesto. Pero en cuanto entramos precisar, surgen dificultades y, en estos momentos, incompatibilidades. En estos tiempos no creemos que se pueda ya que las izquierdas han pervertido el concepto de Democracia hasta hacerlo equivaler impropiamente a sufragio activo universal y obligatorio. Pero además han pervertido el concepto de Ley que ahora equivale a cualquier mandato del legislador, por arbitrario que sea. Combinando ambas perversiones, las izquierdas han convertido la democracia en instrumento de dominación política y redistribución de ingresos, directo camino de servidumbre al socialismo. Hoy hay que elegir: ser liberal o ser demócrata (concepto deformado).

Así piensan Hayek en "Camino de servidumbre", Jouvenel en "Sobre el Poder", y Schumpeter en "Capitalismo, socialismo y Democracia". (Y Tocqueville, Acton, y nuestro Ortega.) Y los socialistas no lo piensan ni lo dicen: lo hacen a diario. En Cuba y Venezuela ya llegaron a la meta final; en otros países latinoamericanos como Bolivia, Ecuador, Argentina, están en camino, y cada vez más cerca.

2. ¿Qué es democracia? En Democracia -acepción primigenia y liberal-, los principales cargos públicos están abiertos al mérito, y personas de todo origen y procedencia familiar y social pueden acceder a ellos, sin exclusiones caprichosas. Democracia significa inexistencia de restricciones arbitrarias al sufragio electoral pasivo: cualquiera puede ser elegido. Pero eso no significa que absolutamente todos los cargos públicos son de elección popular: en una democracia no lo son p. ej. los Ministros y empleados de la inmensa burocracia estatal, los policías, gendarmes (carabineros) y demás personal militar, ni los jueces y diplomáticos, todos funcionarios públicos propios; tampoco lo son las muchedumbres de docentes y personal médico a sueldo del Estado (funcionarios públicos impropios.) ¡O sea que la mayoría de los cargos públicos -propios o impropios- NO son de elección popular en las democracias! ¡Entonces elección popular y democracia no son términos sinónimos e intercanjeables!

Democracia no significa que todos votamos para Ministro, General del Ejército, Almirante o Juez de la Corte Suprema, sino que todos podemos alcanzar esos altos cargos ingresando a la respectiva carrera y reuniendo las cualificaciones, sin importar nuestra procedencia social. Eso es Democracia. Otra cosa es República. Así como en una Democracia no hay restricciones arbitrarias al sufragio pasivo o derecho a ser elegido, en una República no las hay en principio al sufragio activo o derecho a elegir; la elección popular de los Magistrados, o al menos de muchos de ellos. Eso es República.

España, Inglaterra y Arabia Saudita no son Repúblicas sino Reinos, Monarquías hereditarias: no cualquiera puede ser Jefe de Estado sino el Rey; aunque de resto pueden ser o no democracias. De hecho son democracias los dos primeros; no así Arabia Saudita. Pero en ninguno de los tres países los ciudadanos votan para Jefe de Estado: el cargo no es de elección popular. Por eso ninguno es una República. Aunque República tampoco significa elección popular irrestricta (sufragio activo universal absoluto), porque normalmente no votan los residentes extranjeros, los condenados por ciertos delitos, y los niños y adolescentes (por ahora.)

En estos tópicos, ¡tremenda ignorancia y confusión hay en Latinoamérica, que las izquierdas aprovechan en su exclusivo beneficio!

3. ¿Hay restricciones razonablemente justificadas al derecho al voto universal? No hablamos de excluir del derecho al voto a los negros, a los indios, a los analfabetos. Ni a las mujeres, ni a los pobres, ni a los siervos o empleados en relación de subordinación, ni a los deudores. Nada de eso. (Aunque estas fueron algunas de las restricciones históricas impuestas al sufragio popular...)

Pero en el pasado hubo mucho pensamiento liberal consistente y crítico -ej. En los tratados de Derecho Constitucional del XIX europeo y estadounidense- que se hizo la pregunta por la justificación del sufragio activo sin restricciones en una República. Preveía que sin límite alguno, este principio conduciría a la perversión del republicanismo: la tiránica dictadura de las masas a través de algún César encumbrado. Y el pensamiento liberal iluminista encontró la respuesta en otras bases racionales: en el inconciliable conflicto de intereses entre votar y ser funcionario, dependiente, contratista o beneficiario del Estado. Eso es sencillamente inmoral. Es ser juez y parte a un tiempo, cobrar y darse el vuelto. Por tanto, razones comprensibles justifican el excluir de la nómina electoral a quien recibe del Gobierno un sueldo o pensión, contrato, licencia, beneficio o dádiva.

Hablamos entonces de evitar un elector que vote sistemáticamente por quien le prometa conservar y aumentar su empleo u otorgárselo si no lo tiene aún; y de evitar un candidato propenso a este tipo de intercambios. Hablamos de clientelismo, antigua enfermedad política conocida y combatida en Grecia, que acabó con el Imperio Romano y que arruinó a países otrora ricos, como la Inglaterra prethatcheriana. En su mayoría, las Constituciones de las colonias inglesas en América contemplaban esta decente y simple providencia que limitaba el sufragio activo.

En la América latina de hoy, sin mercados funcionando libremente, no hay expansión económica y creación de riqueza. No existen prácticamente oportunidades de buenos empleos privados. Y aunado a ello, el voto popular universal e ilimitado nos está matando. Nos conduce paso a paso aunque rápidamente al socialismo versión final. Y precisamente por el mismo camino que evitaba aquel mencionado criterio liberal restrictivo, fundado en razones morales: el conflicto de intereses.

En nuestros países, tan sabia prescripción jurídica -que puede ser legal o constitucional- limpiaría el padrón electoral reduciendo su masa aproximadamente a la mitad de su cifra actual, y barrería con toda suerte de políticos clientelistas, cualquiera sea su excusa: el socialismo u otra. Y nos despejaría el camino a la solución del problema. Pero los actuales "liberales" no mencionan una palabra de este tema, y defienden a capa y espada la democracia en su pervertida noción corriente. Y cada vez más pervertida, a medida que engordan las nóminas estatales de toda suerte. Nos toca entonces a los liberales genuinos hacer la "modesta proposición". Si no, ¿quién la haría?

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