28 agosto, 2011

¿Terrorismo?

No hay definición universal de este término, y el atentado en Monterrey se ajusta a la definición en tanto que amedrenta a la población. Pero aún se requeriría identificar el móvil y al destinatario del mensaje.

José Buendía Hegewisch

Luto nacional y miedo dejó la barbarie del Casino Royale, en una ciudad que antes fue ejemplo del México prospero y, ahora, de violencia y crimen cotidiano. El ataque en Monterrey dejó estupefacto al mundo por la indiferencia con la que se prendió fuego a una casa de juego abarrotada: 52 personas murieron y el gobierno, por primera vez, lo calificó de “terrorista”. La PGR ofreció recompensa por la captura de los autores y hay líneas de investigación que apuntan a una represalia del crimen contra los propietarios del lugar por el pago de la cuota de “protección”. Aquí se asoma también la corrupción de la operación de casinos ilegales en el país, y que puede ser tan mortífera como la violencia que a diario atemoriza a la gente.

La escalada de violencia es recurrente y, cada día más, se ceba en lugares con concentración de población civil, como en este caso, o hace una semana, en el estadio de futbol de Torreón. La brutalidad de los ataques, en sí misma, es un mensaje que aterroriza. Pero los ocurridos esta semana no son los primeros en que la violencia indiscriminada se lleva víctimas inocentes. Recuérdese el atentado con granadas en la plaza de Morelia contra civiles; el terror de decenas de empresarios que huyeron de Ciudad Juárez porque también quemaron sus negocios por extorsión; el terror que se genera en Acapulco con la aparición de cuerpos desmembrados colgados en puentes. Hay muchos otros ejemplos de actos que causan zozobra a la población, pero que hasta ahora no habían sido calificados de “acto de terrorismo”. ¿Por qué, esta vez, el presidente Calderón reconoce que hay terrorismo en México? En el Casino Royale, ¿realmente estamos ante la acción de un grupo terrorista? ¿Qué implica para la “guerra” contra las drogas que ahora el objetivo sea, no sólo el crimen organizado, sino también el terrorismo?

No hay definición universal de terrorismo. Por ejemplo, en el Manual de Campo del Ejército estadunidense, se entiende como el “uso ilegal de —o amenaza de usar— la fuerza o violencia contra individuos o propiedades para ejercer coerción o intimidar a gobiernos o sociedades, frecuentemente para lograr objetivos políticos, religiosos o ideológicos”. En todos los casos, el terrorismo descansa en el mensaje que transmite la violencia y en su destinatario. Se busca generar pánico entre la gente o infundir miedo a la autoridad, para obtener algún beneficio, comúnmente político, como, por ejemplo, la independencia de una región en el caso de ETA en España o luchas religiosas, como Al Qaeda.

El atentado en Monterrey se ajusta a la definición en tanto que amedrenta a la población. Pero hablar de “terrorismo” requeriría identificar el móvil y al destinatario del mensaje. Por ejemplo, si se proponía usar a víctimas civiles para intimidar a la sociedad o coaccionar a los gobiernos estatal y federal; o si estaba dirigido a disuadir al propietario del local u otros de que paguen la cuota de “protección”. Pero antes de identificar a los autores, ya se había calificado así al ataque. ¿Por qué?

La última vez que se acusó de “terrorismo” fue al EZLN, cuando declaró la lucha armada al Estado mexicano en 1994. Como ahora, en aquel fin del sexenio de Salinas, la violencia se combinó con la lucha política del proceso electoral. Recientemente, en el Congreso estadunidense se alertó que las luchas por la sucesión dentro de los cárteles y las disputas por el territorio generan ambientes de violencia brutal y con características de “terrorismo doméstico” o de “insurgencia criminal”. Un reporte del Servicio de Investigación Congresional (CRS) de enero de 2011 advirtió que los cárteles mexicanos utilizaban tácticas de corte terrorista en sus objetivos criminales, como coches-bomba en Ciudad Juárez, la desaparición de periodistas y migrantes, así como el ataque a sedes consulares. ¿El uso de métodos terroristas implica que en el país haya grupos terroristas?

La masacre de Monterrey tampoco puede desvincularse de la creciente operación de casinos ilegales en el país y de su uso como negocios ilícitos para “blanquear dinero”. Los casinos no sólo forman parte de los territorios en disputa entre los cárteles en el negocio de la extorsión o el “cobro de protección”, sino que son fundamentales para el “lavado”.

Casino Royale fue cerrado por el municipio, por irregularidades y después suspendido el acto de autoridad por los tribunales federales y Gobernación, a los que se ha acusado de ser permisivos en la operación de casinos ilegales. La sombra de la corrupción estatal, otra vez, está presente en las peores tragedias que vive el país.

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