23 agosto, 2011

Una auténtica superpotencia

Le Figaro París
Arranca la serie de ficción de Le Figaro "El Mundo dentro de 20 años": El bautismo del buque insignia de la armada de guerra europea en 2031 marca el lanzamiento de la esperada defensa común, último elemento del "Gran Salto" iniciado ocho años antes y que por fin concede a la Unión el lugar que le conviene en el contexto internacional.

Bajo la mirada envidiosa de los almirantes franceses, británicos y polacos, el lanzamiento del FGS Konrad-Adenauer cumplió las expectativas. Regadas con champán, las 55.000 toneladas de aleaciones perfiladas se deslizaron sobre el mar, a las 10 en punto, en la rada de Wilhelmshaven. Bajo una débil llovizna, el concierto de sirenas anunciaba otro bautismo: el de la armada de la Unión, quince años después del "Gran Salto".

"¿Quién habría pensado que Europa llegaría tan rápido y tan lejos por su propia defensa? Era necesario que otra generación tocara fondo para poder sacar finalmente la cabeza del agua. Luego, aunque ya lo saben todos, fue bastante fácil recuperar el impulso…" El número uno europeo, Martin Grand, que acaba de ser reelegido, no oculta su alegría. Su equipo, ratificado por las urnas, ha venido al completo hasta el mar del Norte. Incluso su adversario italiano, enviado a Estrasburgo como jefe de la oposición, acabó recibiendo la palmada presidencial en la espalda.

El Konrad-Adenauer, paradigma de la gran velocidad, zarpará en 2034 con sus unidades de combate, sus vectores de inserción y toda su gama de aviones no tripulados multitarea. El buque insignia del Grupo de combate de la UE constituye también la vuelta de Alemania al ámbito militar, tras una larga ausencia. La misión sigue siendo incierta. Pero con la decadencia de la OTAN, la incurable inestabilidad del arco musulmán y el aumento de los peligros en los confines ruso-chinos, la República Federal no tenía otra opción. A falta de estrategia, acabó uniéndose al eje de defensa.

El trío hace alarde de su luna de miel

En el gran puerto de Jade, había que escuchar al canciller, al primer ministro de Su Majestad y al jefe del Elíseo, hablando ante Martin Grand sobre "el destino por fin compartido" y sobre "la comunión de las soberanías". Medio siglo de escenas de celos se esfuma en el olvido. Berlín, Londres y París se encuentran en igualdad de condiciones en lo que se impone día tras día como una federación. El trío hace alarde de su luna de miel, en el momento en el que Rusia empuja la puerta.

Para el 75 aniversario del Tratado de Roma, la Unión Europea ha puesto las cosas en su sitio. Han quedado en el olvido las peleas de los comerciantes sobre agricultura, las cuestiones sobre la identidad, el sempiterno debate sobre la reforma de los tratados. El Viejo Continente, creado alrededor del embrollo del euro, dejó de mirarse el ombligo. Se reveló el horizonte y se amplió el campo de visión. Menos instituciones y más poder. Un tesoro único para mantener la moneda ante el dólar y el yuan. Prioridades comunes y creíbles en política exterior. Y para terminar, una defensa como respuesta a los desafíos del presente.

Lo que parecía más osado, la figura de un presidente europeo, fue una etapa casi natural. Bastó con fusionar los sillones de los presidentes bruselenses, el de la Comisión y el del Consejo. Además, los tratados antiguos no lo prohibían. Angela Merkel, elegida con el consenso de los Veintiocho en 2013, logró incluso que la eligieran por sufragio continental tres años más tarde. El euro estaba a salvo y alguien encarnaba a Europa.

Tras una serie de lustros, se anunciaba el Gran Salto. La segunda clave fue el hundimiento de la libra británica, minada por los déficits y relegada al rango de moneda fósil. Londres finalmente cumplió una promesa de hacía cincuenta años. Desde la conversión del Reino Unido, sólo sobreviven en la sombra el franco suizo y la inamovible corona checa. La combinación de la Royal Navy con la Royale Française se produjo posteriormente como una formalidad. Nelson se retorcía en vano en su tumba.

Alemania se unió al juego colectivo

En retrospectiva, lo más complicado fue hacer que Alemania se uniera al juego colectivo. Para zanjar de una vez por todas el equilibrio de las potencias en Europa, como habría dicho Rhénan Adenauer. La crisis del euro y el modelo de virtud que mostró la economía alemana a comienzos de la década de 2010 dejaron sus cicatrices. Italia, España, la ex Bélgica, Irlanda, Portugal y Grecia aún se acuerdan de la purga impuesta desde Berlín, con ayuda de París y del Fondo Monetario Europeo. El euro, desgarrado entre los países ortodoxos del norte y los quebrados del sur, incluso pareció condenado durante meses.

Sin embargo, el engaño pronto se esfumó y el destino de Europa se decidiría en la cancillería. Alemania ¿una potencia aplastante? La República Federal, que salió más rápido de la crisis gracias a sus exportaciones, padeció más que los demás la nueva división del mundo y una guerra comercial abierta con la "chinoesfera".

Alemania también envejece rápidamente. Pocos niños, muchos jubilados, una demanda anémica: la tendencia es evidente y los demógrafos han acabado teniendo razón. La maldición japonesa acecha. Para 2040, el país tendrá una población similar a la de Francia o Reino Unido. Ve cómo se desvanecen las hipótesis de supremacía europea que surgieron dos generaciones antes, con la caída del Muro y la reunificación. La vuelta a las filas también se aplica en el ámbito de la política exterior. Desde la revuelta libia hasta la reunificación coreana, pasando por la crisis pakistaní, Berlín creía que le beneficiaba no decantarse nunca por ninguna parte. Al fin y al cabo, Alemania no ha enfadado a nadie. Pero tampoco ha ganado nada. Y por su falta de peso no logró entrar en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La "chinoesfera" teje su tela

Para toda la UE, el auténtico catalizador fue la doble expulsión de Estados Unidos y de Europa por parte de China, con su estatus de primera potencia económica. El mundo de los negocios se había preparado para que el péndulo regresara hacia el Imperio del Medio. Pero los Gobiernos y sus estrategias no comprendieron todas las implicaciones. La superpotencia norteamericana era después de todo condescendiente y familiar. La nueva potencia dominante sigue siendo distinta, extraña en sus gustos, su cultura y sus ideales.

Los europeos siguen aprendiendo inglés en lugar de mandarín. Se tapan los oídos para no escuchar la música popular cantonesa y pasan de los carteles de los Red Lantern Studios. En cuanto a gustos en imaginación, siguen prefiriendo a Hollywood… La "chinoesfera" engulló a Asia del Sur y el Extremo Oriente, incluidos Japón y Taiwán. Teje su tela en África y en el corazón de Latinoamérica. Europa y Estados Unidos buscan un modelo de cambio. Ni uno ni otro quieren perder su esencia. Cada uno encuentra en la otra orilla del Atlántico una proximidad tranquilizadora. Pero la dinámica del progreso y de la riqueza claramente ha cambiado de frente. Las fichas de dominó caen, a golpe de billones de yuanes.

El naufragio del sector automovilístico europeo tras el estadounidense, el ascenso de la tecnología y del lujo 'made in China', la compra de Shell, de Apple e incluso del Club Med por los gigantes relacionados con Pekín dieron la voz de alarma en Europa. Al igual que los acuerdos de arrendamiento y los contratos de energía bulímicos que ha firmado la hiperpotencia con los autócratas del sur. Rusia, presionada para que se decantara por un lado u otro, ha preferido sacar dinero con su petróleo y su gas en lugar de una promesa de adhesión acelerada al espacio europeo.

Europa únicamente avanza en la crisis. Los neoproteccionistas que dominan la política desde hace una década apuestan por un mundo bipolar. Afirman que se trata de una auténtica receta contra la decadencia. Martin Grand, el hombre de la "desglobalización" ha encontrado en ello su trampolín. Por una parte, un mercado euro-estadounidense de 3.000 millones de consumidores, incluidos Brasil, India y Turquía. Por otra, el resto del mundo. Entre las dos, una paz armada y barreras comerciales cerradas a cal y canto, a la espera de que China modere por fin su apetito.

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