Victor Davis Hason
En los últimos años se ha vuelto popular decir que la historia está determinada por las grandes e inanimadas fuerzas de la tecnología, el medio ambiente, el sexo, la raza o la clase social. Le restamos importancia al papel de los individuos, como si la idea de que una persona pudiera cambiar la historia fuera anacrónica. Pero no es así.
Tomemos a Nicolás Sarkozy, el nuevo presidente de Francia. Desde hace 60 años, el poder del estado en Francia ha estado creciendo. A los trabajadores gubernamentales les han estado dando espléndidas compensaciones y retiros mientras la competitividad del país disminuía en un mundo cada vez más globalizado.
En el exterior, la cínica política francesa tradicional ha tratado de conseguirlo todo: permanecer dentro de la protección de la alianza occidental pero, al mismo tiempo, criticar ásperamente a Estados Unidos para ganar un tratamiento comercial y político preferencial con los gobiernos autoritarios de Asia, Africa y el Medio Oriente.
Pero hace pocas semanas, un reformista irrumpió en la escena. Un hombre con la visión de Francia como una fiel defensora de loa valores occidentales.
Sarkozy, prácticamente solo, ha restaurado la amistad de Francia con Estados Unidos, ha empezado a reformar la economía francesa y está luchando por estimular el espíritu empresarial francés, indispensable para una economía libre y en expansión.
Los sindicatos, la elite intelectual francesa y los socialistas lo presentan como un reaccionario, como un títere americano pero, mientras más lo hacen, más se compromete él a reconquistar para Francia su importancia comercial y geopolítica.
Y Sarkozy no es el único en desafiar el status quo.
A principios del 2007, los demócratas afirmaron que la guerra de Irak estaba perdida. Pero el general David Petraeus, el jefe militar de la zona, elaboró otra estrategia, la de mandar más tropas americanas a las comunidades iraquíes al mismo tiempo que cambiar radicalmente la táctica para garantizar una mejor seguridad.
En respuesta, destacados miembros del Congreso sugirieron que su testimonio era ingenuo o mentiroso.
No importa. Se mantuvo firme cuando las bajas aumentaron en lo que las tropas americanas tomaban la ofensiva contra Al Qaida y reclamaban los centros urbanos. Todavía nadie sabe si el nuevo optimismo en Irak será permanente. Pero todo el mundo está de acuerdo en que si el general Petraeus no puede asegurar Irak, ningún otro jefe militar va a poder hacerlo.
Cambiar la historia, de una forma más sutil, es lo que ha hecho Ayaan Hirsei Ali, la feminista holandesa, nacida en Somalia.
Se crió como musulmana pero se rebeló contra la práctica de los matrimonios arreglados y del apartheid sexual, y se atrevió a desafiar las amenazas a los que cuestionaban esas prácticas del siglo VII.
Cuando los occidentales, especialmente los conservadores, critican al Islam radical por esto, frecuentemente son presentados como islamo-fobos. Pero Hirsi Ali le ha mostrado al mundo que una mujer liberal puede denunciar el extremismo islámico, su intolerancia de la diversidad religiosa, su aplastamiento de la mujer y su cruel chantaje a los musulmanes moderados.
Hirsi Ali ha sido atacada desde todos lados pero nadie puede callarla. Obviamente, los fundamentalistas del Medio Oriente han tratado de silenciarla. Pero muchos liberales holandeses no la han tratado mucho mejor. Al principio la aplaudieron pero ahora es criticada por defender y exaltar los valores occidentales, como una conservadora cualquiera.
Hirsi Ali le pide a los musulmanes que tengan la misma visión crítica que otras religiones tienen de sus compañeros de fe. Theo Van Gogh, el director de “Sumisión”, un documental sobre las mujeres en el Islam escrito por Hirsi Ali fue asesinado por un terrorista islámico. Pero Hirsi Ali no ha dejado que las amenazas contra su vida obstaculicen su misión.
¿Qué tienen en común estas personalidades que están cambiando el status quo? En primer lugar, no sólo tienen convicciones sino que actúan en base a las mismas y, sobre todo, están dispuestos a soportar la inevitable crítica que esto genera. En segundo lugar, aunque tienen convicciones extraordinariamente firmes, ninguno es abiertamente partidista. Todos buscan el bien común.
Sarkozy, un conservador, nombró a un socialista como su ministro de Relaciones Exteriores. Hasta el día de hoy, nadie sabe si el general Petraeus es demócrata o republicano. Hirsi Ali quiere igualdad para las mujeres y mayor tolerancia en el mundo musulmán y, por consiguiente, un mejor entendimiento entre Occidente y el Islam.
Intrépidos iconoclastas como estos pueden significar una enorme diferencia. Ellos nos recuerdan que la historia no es anónima y que algunos valientes pueden cambiarla.
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