15 agosto, 2011

¡Viva el comercio sexual voluntario!

La llama de la polémica en torno al comercio sexual se vio reavivada en la Argentina con la decisión de la presidente Cristina Fernández Viuda de Kirchner de prohibir los anuncios de índole sexual en los periódicos, y amenazando que el ubicuo ojo estatal se posará también sobre la tevé e internet. En el caso de los anuncios en la prensa escrita – conocidos normalmente como Rubro 59 por el código otorgado – el motivo de la prohibición según CFK es desalentar el comercio sexual y la trata de personas: “La oferta sexual del rubro 59 es un delito y una profunda discriminación a la condición de la mujer como tal“. A partir de la promulgación de la ley, todo anuncio sexual queda vetado so pena de multas y prisión.

Entre los muchos puntos que se pueden destacar de la postura de CFK quiero rescatar algunos que considero importantes y analizarlos brevemente, ya que como es costumbre los políticos locales están mirando todo el tiempo el accionar de nuestros vecinos con el fin de importar lo que consideran medidas que valen la pena intentar aquí.

Uno de los principales errores en la óptica de CFK es que pone en la misma bolsa al comercio sexual voluntario y al forzado. El eje principal de la prohibición de los anuncios es justamente desalentar el consumo de servicios sexuales, y que con esto el tráfico de personas cese.

La trata de personas va de contramano con el derecho natural de todo ser humano de ser dueño de su cuerpo y por lo tanto la visión anarcocapitalista rechaza rotundamente este accionar. Pero asimismo, esa visión de libertad de accionar individual entiende que cada ser humano es el único dueño de su cuerpo y por lo tanto puede hacer con él lo que se le venga en gana, siempre y cuando este accionar no vaya en contra de la vida, libertad o propiedad de un tercero.

Y precisamente es el comercio sexual voluntario el que se ve afectado; la decisión de restringir los avisos sexuales distorsiona el libre comercio en ese mercado y obliga – como toda prohibición – a que surjan escenarios alternativos de contacto entre el proveedor y el cliente de esos servicios. La decisión de CFK no va a hacer otra cosa que generar un mercado alternativo de ofrecimiento que para el Estado controlador son más ajenos e inaccesibles que un periódico. Seguramente florecerán los sitios web de anuncios clasificados en donde los más amigados con la tecnología pondrán sus anuncios y los de la vieja escuela se quedarán con algún tipo de folleto impreso que aparecerá en paredes de baños, subtes, trenes y estaciones. Es decir, logra un efecto contrario al deseado.

Ahora, ¿es moralmente correcto el comercio sexual voluntario? Total y absolutamente. Las leyes son creadas – en principio – como métodos para reducir los conflictos. Una ley que funciona evita todo tipo de dilema o problema de derechos claramente asignados en el asunto referido. Llevemos esto al plano de la propiedad del cuerpo. Hay tres únicos modos posibles: que uno se posea a sí mismo, que un tercero posea a uno y que todos se posean simultáneamente. Consideremos una de las alternativas a que uno se posea a sí mismo: que otro lo haga. Aquí el conflicto es inevitable; otro podría obligarme a realizar cosas que no deseo, violando mi libertad de acción o inacción. La otra alternativa es que la propiedad de una persona sea en conjunto, es decir, que dos o más personas sean copropietarios de un determinado individuo. De vuelta, el surgimiento de conflicto es inminente: la inacción total resultaría si se dependiese del permiso de todos. Surge como única alternativa – lógica y correcta – como base del derecho justo que sirva al propósito de evitar conflictos para poder vivir en sociedad, que cada persona se posea a sí misma. Cualquier ley que diga algo que no sea esto generará conflictos y por ende pierde su razón de ser.

Partiendo de este punto podemos dar otro paso y deducir que si una persona, dueña de sí misma, utiliza una herramienta propia, el fruto de ese uso le corresponde a esa misma persona. En el caso del comercio sexual voluntario, mano de obra y herramienta son la misma persona. Decir a alguien que no puede lucrar con una parte de su cuerpo es afirmar que esta persona no es dueña de ese sector de su cuerpo y que no lo puede utilizar para generar lucro (o para cederlo voluntariamente a cambio de algo o nada). El nombre para una persona que no puede disponer libremente de su cuerpo es “esclavo”. Una sociedad que entiende como común y correcto que un obrero metalúrgico pueda vender sus manos a un patrón que a cambio le ofrece una suma de dinero, y que aplica la misma lógica a las piernas de un deportista o la espalda de un estibador del puerto, no puede justificar racionalmente que dichas extensiones no se puedan realizar con el resto de las partes del cuerpo.

Intentar justificar la negativa al uso del propio cuerpo recurriendo a tradiciones y/o costumbres personales y particulares es digno de una mentalidad totalitaria. Ni siquiera voy a entrar a conversar sobre la hipocresía de llamar “discriminación” a que una persona libremente decida que su progreso se va a dar o no a través del comercio sexual voluntario. Es un disparate propio de los discursos de una era victoriana en donde la masturbación era condenada con latigazos.

El comercio sexual voluntario es moralmente irreprochable –es una transacción en donde una de las partes ofrece un producto que la contraparte necesita, y entre ambos fijan un precio acorde que satisface la relación coste/beneficio de todos los involucrados. Negar el derecho a una persona de voluntariamente ceder su tiempo/esfuerzo/herramientas –en este caso su propio cuerpo– a cambio de una remuneración es lo verdaderamente inmoral.

Un mercado de oferta sexual libre beneficia tanto a los que ofertan como a los que consumen. Al haber una oferta desregulada, la información se puede presentar amplia y detalladamente, lo que genera una ventaja para el consumidor que sabe mejor lo qué está adquiriendo, reduciendo la asimetría en la información. El anunciante – por su parte – logra que los clientes que soliciten el producto sepan las condiciones de la transacción. Creer que la ilegalidad de la promoción del comercio sexual – en este caso el voluntario – va a lograr que la demanda disminuya es demostrar un desconocimiento fabuloso de cómo funcionan los mercados, la sexualidad humana, y por sobre todo una hipocresía mayúscula. Otro punto a favor del comercio sexual voluntario y su libre publicidad es que, al igual que cualquier otro producto a vender, genera réditos a los que ofrecen plataformas para dichos anuncios. Tanto la prensa papel, como la tevé e internet mueven una importante suma de dinero en anuncios de servicios sexuales.

La verdadera inmoralidad en esta cuestión está en las sucias manos del Estado y sus cafichos de turno, promiscuas manos que se empeñan en meterlas en los más íntimos fueros de los individuos, violando la más básica de las libertades humanas, sobre el propio cuerpo.

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