25 septiembre, 2011

Chile: Ya es tiempo de cambiar – por Angel Soto

Bastante se ha escrito, y se escribirá, sobre lo que está sucediendo en Chile. Un país, para muchos, “modelo en latinoamérica” y ejemplo a seguir. Que conmemoró su bicentenario de manera expectante. No sólo porque el 2010 llegó una nueva coalición de gobierno –tras 20 años de Concertación- que tenía como slogan de campaña: “cambio, futuro y esperanza”, prometiendo una renovación y una nueva forma de gobernar, sino porque las estimaciones indican que será durante esta década cuando el país logre ingresar al selecto club de los “países desarrollados”. Quizás será el último de la fila, pero habrá ingresado.

Se retomaron las tasas de crecimiento, mejoró el clima de inversiones, se crearon más puestos de trabajo, ha mejorado la gestión pública, se ha puesto énfasis en programas sociales, y decenas de otros logros cuyas cifras sacan aplausos, pero que sin embargo no consiguieron que durante los últimos meses Chile mostrara –especialmente al mundo- una cara distinta, que muchos creían no existía, pero que no es sino el otro lado de la moneda, que siempre estuvo ahí, incubándose, aguardando, esperando un cambio, pero que de pronto encontró el espacio y explotó dejándonos “perplejos”.

Efectivamente, muchos descubrieron que en Chile también hay “indignados”, que salieron –y seguirán saliendo- a la calle a marchar, han tocado sus cacerolas, han ido a paro, se han tomado los colegios, son tema de conversación y crítica en reuniones sociales, programas de televisión. Se comienzan a publicar libros que buscan una explicación, pero sobre todo sorprendió –y preocupa- porque la indignación vino de la mano con la violencia física, y también –quizás sobretodo- verbal. Se acabó la paciencia, y un clima de enfrentamiento se apodera del país, en clara contradicción a ese clima de búsqueda y construcción de consensos que lo caracterizó en los últimos 20 años y que para muchos fue una de las claves de su estabilidad y avance hacia el desarrollo. Violencia en las calles, enfrentamientos contra los policías, pero también violencia en el debate público, en las redes sociales, en definitiva, intolerancia frente a quien piensa distinto.

No hay que confundirse. No se trata sólo de un conflicto estudiantil, que es el más álgido y el que se ha apoderado de la opinión pública, sino que existe un malestar que incluye a los trabajadores, a los medioambientalistas, a los gays, a los jóvenes, a los discapacitados, a la clase media, a los de “arriba” y a los “de abajo”. Todos quieren marchar. Todos están “cabreados”. ¿Con que? ¿Con el gobierno? ¿con la oposición? ¿el modelo? ¿el jefe que me hace trabajar un domingo o el dia festivo? ¿con los que lucran? ¿con el que maneja el transporte público? ¿con el sistema? Todas las anteriores.

Evidente que hay una sensación de malestar en todos los segmentos de la población, y todos tienen sus causas. Unos porque no les gusta el gobierno, otros porque siempre estuvieron contra el modelo y muchos porque sencillamente ya no aguantan más.

Que hay politización en las manifestaciones, por supuesto. Que hay un aprovechamiento político desde la oposición, lógico. Que nadie cree en los políticos porque están desprestigiados, evidente. ¿Y qué esperaba? Pensar lo contrario sería ingenuo o no saber cómo es la política ¿Qué tiene de novedoso? ¿Acaso quienes llegaron al gobierno creyeron que administrarían un país en calma y tendrían una oposición que se quedaría tranquila mordiendo la derrota después de 20 años en el poder? Ya en la campaña se escucharon las voces que alertaron que si gobernaba la derecha se crearía una ambiente de desorden social, un clima de ingobernabilidad, y muchos de los que actualmente están en el poder llamaron precisamente a no dejarse atemorizar por esos vaticinios o amenazas con las cuales se trató de impedir que llegara Sebastián Piñera y la Alianza al gobierno.

Por tanto, la perplejidad que nos provoca el Chile actual, no viene de la reacción de los indignados, sino que la provoca la incapacidad de un gobierno del cual se tenía altas expectativas y que sin embargo hasta ahora ha desencantado a gran parte de quienes lo apoyaron, porque no ha provocado el cambio que prometió. Más que sentir los avances, lo que han sentido es una frustración y por ende, un descontento mayoritario reflejado en las encuestas. Esas mismas que el gobierno sigue día a día con verdadera obsesión y que dan la impresión que le han impedido poner en marcha su programa de gobierno.

Por el contrario, se ha mostrado carente de firmeza y no entrega certezas. Se ha mostrado equívoco, falto de convicciones, de ideas novedosas y liderazgo que se traducen en una crisis de autoridad, seguramente sembrada en años anteriores, pero que ahora se manifiesta no sólo en las calles, sino en todas las esferas públicas.

Chile venía cambiando hace años, y las elites políticas no quisieron ver o asumir que ese era el verdadero cambio al cual había que dar respuesta. Un país lleno de expectativas y logros, pero que estaba necesitado de compartir los triunfos de unos pocos en toda la sociedad. Gozar de las bondades que se decía teníamos, y que en vez de abrirse a una sociedad de oportunidades y de competencia, más bien generó privilegios, frustraciones, abuso y aburrimiento.

La perplejidad del Chile actual no la están provocando los indignados que salen a la calle, ellos sólo nos están diciendo: “ya es tiempo de cambiar”.

* Director del Instituto Democracia y Mercado en la ciudad de Santiago, Chile.

No hay comentarios.: